textos breves por
Belisario Sangiorgio

1. Indios

Cuando me voy de la Quebrada camino por el río Grande hasta la yunga de Yala, y en Yavi Chico llora la despedida —sobre los huesos del Antigal— el cielito gris; también cuando me fui del valle del Fuatalaufquen sufrió en su tumba de Tecka el alma del cacique Inacayal, porque antes y después de la conquista de los españoles, antes y después de las matanzas de las campañas, yo tuve una abuelita inca y otra abuelita mapuche; y si en la meseta encuentro desventura al seguir el paso de los caballos, pedirán misericordia las voces ocultas de los vientos del valle de Lerma y de los vientos de la isla de Chiloé; me protegerán, como las espinas del tala y del churqui protegen los nidos de los animales.

2. Letras

La literatura es un tesoro esquivo; y yo —que tengo en mi sangre la sangre de los indios— la busco en las piedritas de los piletones cristalinos del río Lesser; la busco en los cantos del pájaro boyerito, en el lomo azulado de un tordo; el lenguaje no basta para nombrar la memoria del día en que muere una flor amarilla. Y me recuerdo caminando hacia las nubes por un cauce encajonado que no tiene senderos. Junto al tronco delgado de una tipa blanca ofrendé anhelos y dolores envueltos en un manto tejido; ofrendé poesías en un templo inmenso de pircas derrumbadas: ¿fui yo aquel hombre que, al bajar del cerro, en la oscuridad y con los pies mojados, recogió del murmullo de la acequia dos pétalos huérfanos?

3. Peregrinaje

Conocer el infierno de la miseria cruel, conocer a los confinados de los lejanos muros del destino; vengo viajando por pueblos abandonados, en las tumbas pequeñas, con los santos paganos, al costado de las rutas; he dejado mi dolor en el olvido del valle, en una cascada del Aconquija, junto a la huella del ganado; he dejado mi amor, partido —como la piel del baqueano— en los pozos hondos de la lluvia; aguita bajando por los surcos del mundo. En estas manos sostengo los sueños dentro de los sueños, y admiro del cerro todo lo que odio en mí.

4. Resistir

El frío, la madrugada, seis caballos sueltos. Lejos, entre los sembradíos, las lagunas; más allá de la iglesia del pueblo y de la estación del ferrocarril, en una esquina fuma aquel ladrón de ganado; un heredero de los cuchilleros que ha matado desde niño; su compañera, una paisanita que lo visitó en las cárceles, prepara carne de ciervo y dice que yo debo aprender a resistir. El frío, el dolor, la soledad; resistir, el hambre, el destino; en su rancho humilde me dan refugio; afuera, peones y alambradores caminan hacia las fincas. Resistir. Como el alazán salvaje, que en su galope —cuando escapa de la tormenta— no anhela la sombra del roble.

5. Campos

Vinimos desde el campo hasta la ciudad grande para enfrentarnos con la tortura cotidiana de vivir en las orillas de los caseríos; de envejecer rezando para no enfermar porque no hay dinero con el que pagar a los médicos; en los pagos lejanos, en las tierras de gente brava, habitan los hombres que —de tanto andar— mucho han sabido, que por escribir y por cantar —como Fierro— son perseguidos; aquí entre los edificios conocí la miseria de los cobardes que buscan ocultarse por la vergüenza de acumular en sus bolsillos el sufrimiento de los débiles; más respeto merecen los ladrones hambreados que los carceleros del poder. Y yo no soy bueno ni santo, pero sí puedo decir que únicamente he sometido a quienes quisieron doblegarme para llevarse a hurtadillas un pedazo del alma triste que en el pecho cargo. Férreas son las penas y las culpas de los traidores, que empujados por la conciencia clara de su infierno buscan alivio rastrero en el alma de un triste; sus miserias no las olvidaré jamás, pero —para no llevarlas conmigo— las guardé en una tapera abandonada donde duermen el silencio de la compasión, los perros camperos sin jauría y los murciélagos que chirrían cerca de la tranquera cuando las sombras salen de noche por la alameda. Y me juré: aunque los forasteros en las cantinas de los caminos pregunten y pregunten —por el respeto que merezco y del que solo yo soy conocedor— nunca, en ningún poema, nombraré a los traidores y a los carceleros del poder; prometí no entregarles significancia alguna —porque no la tienen— en esta historia anónima que me ha tocado, por ser pobre, a veces fugitivo, y otras veces escritor; si alguien pregunta en las cantinas o en las fogatas, solo diré que yo resistí los embates de la muerte, inclusive con la fuerza limpia de mis dos puños, aquella tarde en la que tuve que vender mi revólver y mis cuchillos para poder comer. Y así ando, lejos de la Puna y de la Cordillera, desvelado con la ira, mientras que en la gracia del arte —como un potrillo envuelto por la yegua— siento descansar a mi último sorbo de conciencia; escribo sin comprender, como el día en el que vinimos desde el campo hasta la ciudad grande, y mi madrecita querida lloraba.

 

Viajes y despedidas

Belisario Sangiorgio. (8 de julio de 1990; Villaguay, Entre Ríos, Argentina). Es un periodista, escritor, fotógrafo y especialista en comunicación digital que ha publicado sus artículos, crónicas, análisis e investigaciones en los principales medios de comunicación de la Argentina. En 2019, se graduó con dos becas de mérito de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) como Magíster en Periodismo. Escribió tres libros, titulados Frontera, Los traficantes, y Las mujeres del petróleo; y un poemario, titulado Recortes.

🖥️ Web del autor: https://sangiorgiobelisario.medium.com/

Ilustración del artículo: Fotografía de Pedro Martinez ©

Textos Viajes y despedidas

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Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 125 · noviembre-diciembre de 2022

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