relato por
Jacob Gordin

Traductora: Ruth Murphy

Corrector de estilo: Benjamin Kӧnig

 

L

eizer Jirik partió del lejano Brisk, de la gran Ciudad de Zamaline, dirigiéndose directamente a Nueva York. Era un hombre joven, con brazos de hierro, mejillas sonrojadas, unos oídos que disfrutaban oyendo el tintineo de una moneda, y unos ojos que detestaban dormirse u observar tonterías… En Zamaline, Leizer Jirik era un hojalatero, en Nueva York se había convertido en un soldador, dedicándose a sellar las tuberías con plomo. En casa, no escatimaba esfuerzos para trabajar dieciocho horas diarias; aquí, está preparado para levantarse una hora antes del amanecer y afanarse trabajando como una mula. En casa comía todos los días una sopa de cebada calentita con un tuétano cocinado; en América come solo pan negro con enrollado de arenque. Él se estremece por cada céntimo: ni siquiera en Shabat come carne, duerme en el suelo, en un cuarto oscuro y estrecho, compra para sí solo ropa de segunda mano, y no le avergüenza calzar botas desgastadas. Usted se preguntará, ¿cómo un hombre puede llevar tal vida y aun así estar sano? Ante todo, Mister Jirik es judío, y en segundo lugar, en Zamaline se engendran unos judíos extraordinarios, con la fortaleza de una locomotora. En cuanto a las necesidades y los deseos, tienen ellos tantos como las mariquitas.

¿Qué cree, pues?, ¿qué el Señor Leizer Jirik gana poco? ¡No! ¡Qué va! ¡No! ¡Él gana mucho, muchísimo dinero, no menos de ocho dólares, es decir dieciséis rublos, o sea, casi ciento siete florines, en resumen, tres mil doscientos groschen, cada semana! Mire usted, el Señor Jirik dejó atrás, en Zamaline, a su joven esposa, una mujercita tan deliciosa como una frambuesa. Ella era conocida en el mundo entero, desde Zamaline hasta Brisk y desde Kotelne hasta Maltsh por un nombre, Di Sheyne Khane, «la Bella Jane». Y verdaderamente, ella era bella, tal como a veces ocurre con los judíos: alta como una pícea de las colinas del Líbano, clara como el rocío que se extiende sobre el Monte Hebrón… con ojos como un par de negros carbones ardientes… y además, le había regalado a Leizer Jirik dos niñas, con unas caritas exactamente iguales a las de los dos querubines que sobrevolaban sobre la puerta del Paraíso… ¡Sí! Di Sheyne Jane era muy buena persona, y las niñas eran muy queridas, pero, así y todo, Leizer Jirik no se daba prisa por nada en enviar el dinero para comprar los billetes de barco. ¿Cómo se puede sacar de golpe ese montón de dinero, y hacer un hueco en el bolsillo, donde reposan los dólares que cuestan tanto y son tan difíciles de conseguir? ¿Quizá Dios ayudará de alguna manera con un milagro?… ¡Bah! No se produjo ningún milagro y un judío no puede y no se debe permitir ser un solitario para siempre: Leizer Jirik le envió a su Sheyne Jane cincuenta dólares, le mandó que vendiese la cabra, los altos candelabros para las fiestas religiosas, y el asiento reservado en la vieja casa de oración, y que se viniera lo más pronto posible a Nueva York.

Su consuelo era que Sheyne Jane brillara entre las hijas de Sion, de la calle de Hester hasta la calle Ludlow, como una radiante luna entre las estrellas.

¿Le cuento cómo Di Sheyne Jane se marchó de Zamaline, cómo todas las mujeres lloraban y el rabino la bendijo, cómo los gendarmes la empujaron dentro del vagón?… Después de todo, usted también es de esta tierra, y todo esto ya lo sabe muy bien por sí mismo…

Le contaré solo sobre la terrible desgracia que sucedió con nuestra Sheyne Jane cuando ella ya había llegado a Hamburgo, cuando ya había oído los silbidos lejanos de los grandes barcos y había visto cómo sus conocidos se preparaban para partir hacia América. Jane era realmente tan hermosa como el sol radiante y no era, que Dios no lo permita, ninguna tonta. Dicho esto, ella era una sencilla mujer judía, que se tomaba las cosas muy seriamente.

…Un tipo, de aspecto alemán, respetable, le propuso comprar para ella un billete de barco muy barato de modo que ella ahorraría dinero y le llevaría a Jirik algunos dólares. Ella creía que cuando alguien llega junto a su marido, y además trae algo de dinero se convierte en una visita muy bienvenida. ¡Oh! Pero aquello… no era el destino. El billete de barco era falso y el alemán desapareció con su dinero, tal como Coré y sus tesoros fueron engullidos por la Tierra… ¡Por allá! ¡Por aquí! ¡Un vocerío!¡Un griterío! Era inútil, de nada servía… Pero ¿qué cree?, que Di Sheyne Jane se quedaría en Hamburgo? ¿Qué regresaría andando a Zamaline? ¿Qué se pondría a mendigar por los comités judíos? ¡No vivirían para ver algo así!

«Mira», dice ella, «el goy me ha robado mi dinero, ¿le fastidiaría mucho llevarme a América?»… Coge su ropa de cama, sus dos lindas hijas, su medio frasco de conserva de jengibre, sus antiguos baúles con libros de oraciones para las festividades religiosas, su Libro de Lamentaciones para Tisha B´Av, libros de oraciones para el año entero, Libro de Tejinot, con oraciones para mujeres, y la Biblia Tsene-rene para mujeres, y trasladó todo esto al barco con la ayuda de sus conocidos…

Debo decirle, que entre sus conocidos nuevos había también (para distinguirnos de ellos) un goy… un joven golfillo, de unos veinte años, un pícaro, con la piel pálida y los ojos azules. Jane apenas sabía balbucear algo en polaco (el goy, para distinguirnos de ellos, que perdone la comparación, era un polaco), sin embargo, podía decir: «Dziękuję panie dobrodzieju! Bardzo dobrze» («¡Muchas gracias, Señor Benefactor! Muy bien») y «Szklanka herbaty» («Un vaso de té»). Y para él, esto bastaba… ¿Un goy, que nuestros pecados caigan sobre su cabeza y no sobre las nuestras, necesita más? Solo con una palabra, el goy arrastró todos los bultos, trajo agua para el té, compró algo de arenque… ¿y después de todo por qué no, por qué no va a atender un goy a un judío? ¿Estaba enfermo, o qué?

Mas, en el trasatlántico se produjo un alboroto, tal escándalo, griterío y clamor, que hasta el propio capitán empezó a chillarle a Di Sheyne Jane, y los marineros empezaron a arrojar sus cosas al mar. (Oh, ojalá que a ellos les arroje una fiebre, Dios Todopoderoso), Jane empezó a llorar y sus dos niñas asustadas como corderos aterrados. Cuando todos los judíos la rodearon y acompañaron en sus gemidos y lamentos, en ese mismo momento, apareció el goy, aquél que valía menos que el meñique de un judío, se acercó y le dijo: «Yo, yo tampoco tengo mucho dinero, pero estoy dispuesto a pagar por ella… solo con una condición: que no le permitan desembarcar en Nueva York hasta que su marido me devuelva los veintidós dólares que aporto, Jane será nuestra garantía»…

Lentamente transitaba el viejo barco sobre las ilimitadas extensiones del gran océano. Poco a poco se alargaban los días y las noches… Los pasajeros entablaban amistad unos con otros, y el gentil blanco con su pignorada Jane se convertían en buenos amigos… Cabe suponer, que Dios no lo quiera, que el goy no se permitiría ningún tipo de conversación inapropiada, o lanzar una mirada atrevida, él era tan silencioso como una paloma y tímido como una adolescente… Él protegía a su «garantía» como si fuera su propia hija, y era para ella un fiel servidor de toda confianza… no dejó de cantar ni de jugar con las niñas ni un solo momento… ¿Quizás sospecha usted que nuestra Jane, se enamoró de un gentil, que su nombre sea borrado?… Cometería usted un gran error… En primer lugar, ella no tenía la menor idea de lo que era el amor, ni cómo uno se maneja en él; ella se había casado porque la hija de un judío debe casarse y porque para las solteronas judías no hay ningún tipo de convento como para las gentiles. En segundo lugar, ella era una mujer judía honrada, pura… y el goy era terreno vedado, no solo porque era un goy, sino porque al fin y al cabo era un hombre…

El barco sigue su curso, los días van pasando, y América está cada vez más cerca… Cuando la gente le comenta a Jane que ella se ha convertido en una especie de familiar con el gentil, ella se sonroja. Cuando la gente le dice al gentil que muy pronto Jane se reunirá con su marido, él empalidece…

El barco continúa navegando, y el agua golpea los costados… a la distancia aparecen unos pájaros, que dan vueltas en el aire y chapotean sobre el agua. ¡La tierra! La tierra no debe estar demasiado lejos. Muy pronto, el largo y difícil camino habrá pasado, pronto vendrá el fin de sus adversidades y preocupaciones… El goy blanco no se quedará en Nueva York. Viajará a Pennsylvania, allá su hermano tiene una granja y él será también un granjero… Dice que construirá una casa pequeña y bonita, no muy lejos habrá un pequeño bosque… árboles… un río… Bah, ¿qué es esto? ¿Que alguien quiere vivir en medio de la nada?¡Bah! ¿Dónde hay una persona que quiera vivir en el medio de la nada?

Largamente ha esperado el Señor Leizer Jirik. Al fin ha llegado el día: ha recibido un telegrama informando que su mujer y sus niñas ya están en Nueva York, en Castle Garden… ¡Di Sheyne Jane está aquí! ¡Él corre! Tal como estaba en el trabajo, manchado, ennegrecido, sucio. Después de todo, para qué necesita lavarse y engalanarse, si Jane ya lo conoce así, y además, que no hay tiempo… Él necesita sacarlas de Castle Garden y volver a trabajar… no se puede perder el día…

 

Ahora ya está en la puerta, muestra el telegrama, le dejan entrar… entra… ¡Aha! Khane, ¿qué tal estás? ¿Estas son nuestras palomitas?… Ven… vámonos… déjennos salir… A Khane comienza a dolerle el corazón… ¿Qué? ¿Este es su marido? ¿Y así, tan fríamente les ha recibido?… Leizer, dice ella tristemente, yo no puedo salir… estoy empeñada… ¡Primero tienes que pagarle al señor veintidós dólares!… Y el «señor» está de pie, distante, con sus manos temblorosas, y sus ojos bañados en lágrimas…

«¡Qué!». Jirik soltó un alarido, como si lo hubiera fulminado un rayo… ¡Otros veintidós dólares más?! ¡Cincuenta dólares no fueron suficientes?… Esto me rompe el corazón… ¿Otros veintidós dólares! ¡Has perdido el sentido! ¿Esto es una broma?

«¡No grites! ¿Qué más se puede hacer?… fue una mala suerte… ocurre a veces… ¡Págale! Tú mismo me has escrito que tienes trescientos dólares en el banco».

«¡A pagar trescientos dólares! Tú entrarás de todos modos. No te preocupes ¡De esa manera llegas aquí! ¡No importa! Te digo una cosa ¡Voy a tirar el dinero en el barro!»…

Un furibundo Jirik sale hecho una furia de Castle Garden. Jane llora, el blanco gentil no sabe qué debe hacer… mientras les recogen a todos y les conducen a Ellis Island… Jane, dice el gentil, y su voz se estremece. Jane, ¡Si lloras porque él no quiere venir a recogerte! Vete, ¡yo no te detendré! Voy a ganar en Nueva York bastante dinero para un billete a Philadelphia… me pagarás más tarde… Cuando puedas…

«¡No, no! ¡No!» contesta Jane. «Estoy llorando porque esto es muy difícil para mí»… y ambos guardan silencio, mirándose a los ojos. Sus corazones palpitan con fuerza, sus ojos brillan…

«Mi amor», ¡susurra el gentil con la voz temblorosa! «¡Ven conmigo! ¡Serás mi reina, mi soberana! ¡Tus niñas serán nuestros ángeles de la guarda!»… Y ella se siente como si el mundo entero se hubiera vuelto patas para arriba, todo oscurece ante sus ojos, sus piernas tambalean… cae entre sus brazos y llora, y lo acaricia, y le dice «¡te amo!»…

Al día siguiente, muy temprano, viene el Señor Leizer Jirik con veintidós dólares. Estaba enfadado, disgustado pero era inevitable. ¿Qué se puede hacer? Di Sheyne Jane debe ser recuperada de los manos de los gentiles. Pero no era su destino perder aquel dinero… Di Sheyne Jane y las niñas ya no estaban aquí: habían partido aquella mañana hacia Pennsylvania…

 



🖥️ Web de la autora: http://www.ruthmurphytranslations.com/

N. del T.: Se ha procurado mantener en la versión en español de este relato de Jacob Gordin los puntos suspensivos tal y como se utilizaban en los cuentos antiguos en lengua yidish. Este relato se publicó en los EE.UU. en 1910.


Ilustración relato: Fotografía por Pedro Martínez ©

Índice artículo Gustavo Catalán RAE

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