relato por
Cristián Koch

 

V

ivimos en la isla de Jeju, localizada al sur de la Península de Corea, entre los mares del Japón y Amarillo, en una pequeña aldea de pescadoras. Digo en femenino, ya que esta actividad milenaria es, fue y será desarrollada aquí exclusivamente por mujeres. Integramos un reducido grupo de seis buceadoras, dedicadas a la pesca de perlas, ostras y otras riquezas que se encuentran sumergidas en el fondo de este mar. No es tarea sencilla, en promedio debemos descender a una profundidad de veinte metros —a veces más— para encontrar esos preciados nácares que son nuestro sustento.

Soy Sun Hee, compañera de Min Ho, junto con cuatro queridas amigas formamos un equipo de tareas. Con cariño, las pescadoras de otros botes nos apodan las ancianas. Y tienen razón, el promedio de edad de las seis supera con holgura los setenta años. Setenta y dos es la mía —la mayor a bordo— aunque no la líder del grupo. Lo fui desde muy temprana edad, hasta hace dos años; cuando decidí cederle el privilegio a mi amiga Min Ho. Era hora de que por fin se diera el gusto de asumir ese rol. Lo tenía bien ganado luego de tantos años de paciente espera. Por aquellos días, mi entusiasmo por dirigir la actividad, velar por lo que sucediera a bordo del bote, e incluso el regateo durante la venta de perlas, había declinado. Un día comencé a sentirme enferma y había perdido parte de mi capacidad respiratoria. Mis apneas dejaron de sorprender y desconcertar a mis compañeras. De pronto, fui una buceadora común. Enseguida, mis amigas comenzaron a preocuparse por el bajo rendimiento, al principio lo atribuí a mi avanzada edad. Tarde o temprano esto tendría que suceder —esa es la visión que tienen las pescadoras del bote— y en general todas las que me conocen. Sin embargo la historia oficial dista tanto de la realidad… que solo Min Ho, mi entrañable amiga y yo conocemos.

Nuestro silencio se debe a un pacto de honor que jamás divulgaremos. Sun Hee padece una grave enfermedad pulmonar.

Hasta hoy he sabido sobrellevarla con entereza. Este desconcertante descubrimiento sucedió hace unos días. En las últimas dos semanas han comenzado a aparecer signos evidentes de que el mal ha avanzado y diría que ya no se detendrá hasta terminar conmigo.

Igual, bajo este panorama, seguí sumergiéndome. Era mi mundo, mi espacio vital.

Según contó mi madre, fui engendrada en el agua, nací en este medio, viví toda la vida junto al mar y he decidido morir en él.

Sentí el agua más helada que nunca, pero en pocos segundos mi traje comenzó a nivelar la diferencia térmica. Tras descender los primeros diez metros no tuve más frío. Los rayos del sol perdían intensidad a medida que continuaba buceando. El color del agua, azul profundo, viró a turquesa, ¡qué belleza!, hacía tanto tiempo que no le prestaba atención a algo tan simple. Disfrutaba el silencio y la paz que transmitía mi primer hogar…

Había llegado al máximo de profundidad; unos veintidós metros. Esta inmersión era un paseo. Varias veces presagié mis pulmones a punto de estallar tratando de encontrar esa perla ansiada, antes de subir a la superficie. Me consideraba una bendecida por la naturaleza cuando emergía y volvía a aspirar enormes bocanadas de oxígeno, que vigorizaban mi descompensado organismo hasta que volvía a la normalidad.

Siempre supe nadar. La primera vez que me adentré en el mar, fue acompañada de mi madre; de pronto ella soltó mi mano, acto seguido dejé de hacer pie. Entonces, con naturalidad, estiré piernas y brazos y nadé, sin temer a los inquietantes misterios y secretos que sus aguas ocultan. Era un antiguo don transmitido de generación en generación que simplemente incorporé, y a partir de ese momento, me sentí acunada por sus delicadas corrientes. Jamás sentí haber sido amenazada, ni aún en las peores tormentas, cuando las olas y sus bravuras sacudían a nuestra frágil embarcación. Una vez que traspasaba las turbulencias de la superficie, allá, en el fondo, la calma retornaba.

De la mano de Chin Mae, maestra que jamás olvidaré, en poco tiempo me convertí en eximia buceadora y gran pescadora. Llevo casi sesenta y seis años de actividad ininterrumpida. Recuerdo con euforia la primera inmersión utilizando un rudimentario visor de dos cristales y aletas de rana. De pronto, vi extasiada cómo se aclaraba la distorsionada visión de las profundidades. Enseguida nadé con la velocidad de un pez. Si antes era la más rápida y exitosa, al utilizar ese equipo, me convertí en la estrella del mar. Podía duplicar en resultados a cualquier pescadora que se atreviera a un desafío. Descubrir la primera perla, fue un hecho imborrable, una imagen archivada en un rincón de mi memoria que recreo a diario con la misma emoción de aquella vez. Mi corazón decía que nadaría, sin límites ni fronteras. Saquemos esta breve cuenta: por aquel entonces yo era una pequeña niña menor de diez años, ya pasaron sesenta y dos; a razón de extraer dos perlas diarias, suman la escalofriante cifra de unas 39.200. Afirmo que fui una mujer productiva. El inicio de mi vida sexual fue muy precoz. En esta aldea, nada podría haber sido de otra manera. Di a luz a seis hijas, de cuatro padres diferentes. Cinco siguen mi tradición. La sexta, Young Mi, aun continúa nadando; pero en otra dimensión —a la que me aproximo— al igual que tantas nadadoras que nos preceden. En este momento prefiero no traer a la memoria los motivos de su triste desaparición.

Pese a haber quedado varias veces embarazada, no he sabido compartir la vida junto a un hombre, salvo en los últimos años. Cierto día, Chung Ho, autoproclamado padre de mi segunda hija, se presentó en casa. Aduciendo estar, viejo, enfermo y desamparado, solicitó que lo recibiese y le ofreciera techo. Dijo no tener familia, salvo mi hija y yo. En ese momento, tal vez estaba con las defensas bajas. No pude negar sus súplicas y desde entonces se encuentra instalado en este hogar. No compartimos lecho, hace tiempo que olvidé esos arrumacos y decidí simplificar mi vida. Tan pocos minutos de regocijo no justifican el tormento de verme sometida a la compañía innecesaria y molesta de un hombre.

De mi escasa vida terrestre recuerdo con simpatía haber concurrido unos años a la escuela de la aldea. Nunca lograba prestarle atención a la esforzada maestra. Era muy poco el progreso y mucho el sufrimiento durante esas interminables horas de encierro. Un día, ella ordenó furiosa: —¡Sun Hee, vete de una vez al mar y no regreses jamás! Esas fueron sus dulces palabras de despedida.

Otro gran recuerdo, es cuando me veo recostada sobre los tablones del bote, al resguardo de la fría brisa marina. El sol nos brindaba momentos de extraordinario gozo. Sentía que mi cuerpo iba regresando de las temperaturas extremas, a la tibia y normal; de a poco volvía a la vida. En la aldea detestaba el sol; miraba el cielo esperando que alguna nube lo ocultara y ofreciera tregua. Cuando estaba anclada en tierra, disfrutaba del crepúsculo y su tonalidad. Soy una criatura de brumas, es difícil comprender cómo pude haber llegado a esta edad y con qué velocidad he sumado tantos años. De pronto, sin anunciármelo, mi enfermedad se había instalado. Está a punto de liberarme. No le tengo rencor, desde que decidí que sería yo quien pondría el punto final.

Desde hace días Min Ho lo intuye, creo que cada vez que me zambullo. Cruza miradas conmigo, ¿volverás?, angustiada parecería preguntar. Enseguida le devuelvo una sonrisa, entonces noto que respira aliviada.

Hoy acompañan unos peces multicolores, por lo general esquivos a la presencia humana. Parecen guiarme hacia algún lugar. De pronto, oculta entre la espesa vegetación del fondo, descubro unas rocas que por la acción erosiva del mar y la arena han adoptado la singular forma de cuna. Se detuvieron, me rodean jugueteando; sin duda despiden a esta vieja buceadora. Me recuesto sobre las piedras, no abandonaré el lugar. Mi oxígeno se acaba, no sufro no temo, disfruto como nunca, como cuando ingresé al mar por primera vez. Recibo la muerte con alegría. Allí viene mi hija —¡cómo la extrañaba!—, a partir de hoy no dejaremos de nadar juntas.

—Min Ho… Sun Hee está tardando demasiado, ¿no te preocupa?

—Ella no regresará, hoy fue su última inmersión. Sun Hee nada junto a Young Mi, sus siluetas pasaron debajo del bote.

Mientras hablaba, lágrimas saladas descendían por su mejilla.

Las pescadoras de perlas guardan la historia con celo. Existe gran hermetismo en torno a esta leyenda. A partir de la muerte de Sun Hee, varias buceadoras dijeron que, en situación de riesgo, fueron asistidas por esas dos mujeres.

 


 

Cristián Óscar Koch. Reside en Pablo Nogués, partido de Malvinas Argentinas, Buenos Aires, Argentina. Concurre desde julio de 2011 al taller literario Silvina Ocampo, que se dicta en el área de Cultura Pilar, coordinado por la escritora Julia García Mansilla. En dicho año publica su primer libro de cuentos, La Venganza de los Animales y otras Desgracias Humanas. La Editorial Dunken, en diversas antologías, publicó sus cuentos Cómo se sufre, Échale la culpa a Río, Al Acecho, El Desafío y recientemente Acto Reflejo, Fuga y una poesía. La revista cultural mexicana Río Hondo publicó trece de sus cuentos.

El cuento Cartas de Amor fue publicado por la revista literaria española Palabras diversas y da el título a su segundo libro.

A partir de septiembre de 2014 publica en Amazon (a través de Kindle) sus libros Favor por Favor, Desde el Alma y La Venganza de los Animales y otras Desgracias Humanas.

Varios de sus cuentos obtuvieron premios y menciones. En 2016, La posta de San Fernando, obtuvo el segundo premio en el concurso «Autores de la cuenca del Río Luján» y publica Vampiros en Pilar.

En los años 2015 y 2016 participó en la Feria Internacional del Libro, de Buenos Aires. En 2016 participa en la Feria del Libro Pilar, sus libros integran el stand de autores Pilarenses, y presenta Vampiros…

Es autor de los títulos inéditos, Reuter Boys, Los Crímenes del Reconquista, Lolitta’s Country Club, Fragilidad, y Diez Mandatos. En 2017 Cartas de Amor fue adaptada al teatro por el director Atahualpa Pintos, bajo el título No me Mates y presentada en el Auditórium de Mar del Plata (esta obra fue seleccionada, también, junto a otras quince de teatro independiente, para participar de las Fiestas Regionales de Teatro Independiente, a realizarse en Pinamar). En febrero 2018, la obra No me mates fue ternada para los premios «Estrella de Mar», resultando ganadora en la categoría «unipersonal». La fundación César E. Serrano, Museo de la Palabra, de Madrid lo nombró Embajador del Idioma Español.

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Contactar con el autor: cristianflap [at] hotmail [dot] com
🖼️ Ilustración: Fotografía por Engin Akyurt / Pixabay
📻  La locución de este relato se estrenó en Radio Ariete F.M. el día 9 de junio de 2023

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero) · n.º 112 · septiembre-octubre de 2020

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