relato por
Juan A. Herdi

 

L

e gustaban las películas bélicas. A su tía Julia, sin embargo, no le hacía mucha gracia esa afición. Es por la acción, le intentaba convencer él. En las guerras mueren personas, replicaba ella, eso no es acción, sino una tragedia. Nunca se ponían de acuerdo, por consiguiente, con la película a ver el domingo por la tarde, cuando el verano convertía en interminables las sobremesas. Tuvieron que aprender a negociar y a ceder ambos. En todo caso a su hermana, la madre del chaval, poco le importaban aquellas disquisiciones cinematográficas, se limitaba a llevárselo a casa a media mañana y lo que hicieran o dejaran de hacer a partir de ese momento era cosa de los dos, que a ella le traía al pairo, lo dejó muy claro, bastante tenía con ir al hospital y esperar la larga recuperación del marido y padre del susodicho.

—Tía, ¿tú por qué no te has casado nunca? —le espetó después de la escena de la mujer que despedía al soldado que se iba a la guerra, justo antes de empezar un intermedio publicitario.

—No le he gustado a nadie —le respondió casi sin pensar, sorprendida de que de pronto le interesara hurgar en la vida sentimental de sus parientes, de ella en ese momento.

—Es extraño, eres guapa, mucho más guapa que mamá.

Sonrió entre divertida, halagada y sorprendida por lo pronto que pasa el tiempo y empiezan los niños a dejar de serlo. No sólo la guapura sirve para casarse, replicó. Por suerte, terminó el intermedio y la película atrajo de nuevo todo el interés del chico. Aparecieron unos rifles enormes que le llamaron la atención. ¡Vaya pistolones!, exclamó. Poco prácticos, comentó ella, pesan demasiado. Esta vez fue él el sorprendido. La miró no poco curioso.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Cómo lo sé el qué? —disimuló; intuyó que el comentario le había llamado demasiado su atención.

−Que pesan tanto esas armas.

—Lo sé, ya está, todo el mundo lo sabe.

Debía controlar más lo que decía, estaba claro. Se había relajado demasiado. Se dio cuenta de que su sobrino comenzaba a formularse demasiadas preguntas, lo de por qué no se había casado de hacía un momento, por ejemplo, pero pocas semanas antes quiso saber dónde estaba ella cuando él era pequeño, porque no guardaba recuerdo alguno de su tía en las reuniones familiares, le planteó, y nunca estuvo en Navidad. Lejos, le respondió, viví en el extranjero. Creyó que ya había colmado su curiosidad, pero sin duda el chaval debió de plantearse más cosas que, sin embargo, no verbalizó entonces, pero acabaría preguntándoselo más pronto o más tarde. Qué edad tiene, se preguntó mientras la película avanzaba con errores garrafales en cuanto a armas que al parecer sólo ella distinguía. Doce, se respondió a sí misma, tiene doce años. Acababa de calcularlo acudiendo a otros hechos de su vida que ocurrieron, recordaba, cuando su sobrino nació. Se planteó que tal vez debiera empezar a saber algunas cosas, ya iba siendo hora. Es cierto que su hermana le había advertido, cuando regresó apenas tres años antes, que era mejor que no contara demasiadas cosas en general a la gente y en particular a su sobrino. Él tenía una imaginación disparada, le comentó, y sólo faltaba que se enterase de lo tuyo, aquí no pudo menos que sentirse la pariente rara, la oveja negra. Pero pensó que tal vez algo iba a tener que saber su sobrino, sobre todo si poseía una imaginación tan disparada, peor era que hubiera un misterio enorme en la familia que le provocara conclusiones exageradas o vergonzantes. Y lo suyo, al fin y al cabo, no era un secreto, sino algo de lo que no se hablaba más bien. Además, consideró, sin duda reconciliada consigo misma, lo mío no es para tanto.

Cuando acabó la película fue a buscar merienda, algo de dulce, un zumo, un poco de chocolate. Por lo general, salían a pasear al parque próximo, hacía buen tiempo, leían en un banco o charlaban. Pero esta vez necesitaba más intimidad. «Tengo que contarte una cosa…», le dijo cuando se sentaron a la mesa. Él la miró con una curiosidad nada disimulada. «Pero antes me prometes que no se lo contarás a tu madre». Eso aumentó todavía más la intriga. De hecho, mantuvo los ojos enormes de sorpresa desde el momento que empezó a hablar y apenas probó bocado. Supuso que no se esperaba en absoluto lo que iba a contarle, nada más lejos que imaginar que su tía Julia, la bella y apacible tía Julia, hubiera sido una jefa guerrillera en El Salvador, nada menos. Lo cual, a todas luces, le sonaría a película de tarde de domingo.

 


 

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 Ilustración: Fotografía por schweinalp | Pixabay [public domain]

 

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Revista Almiar (Margen Cero™) – n.º 97 – marzo-abril de 2018

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