artículo por
Gustavo Catalán
D
ecía Marlow, en la novela El corazón de las tinieblas, que vivimos igual que soñamos: solos. Tras recordar su afirmación, no puedo por menos que dedicar este rato a escribir sobre una soledad que, buscada o impuesta, llega a impregnar muchos tramos de nuestro tránsito hacia el obligado final que podrá ser también dual: solos o en compañía. Entretanto, se antoja obvio distinguir entre el retiro interior o la incomunicación con nuestros semejantes y, en ambos casos, a veces por elección u otras debido a situaciones ajenas a la propia voluntad. Pero antes de seguir con el tema quiero subrayar que, en mi opinión, cualquiera podría meter la cuchara en parecidas divagaciones con igual autoridad o experiencia que la mía.
Rodeados de silencio y únicamente en compañía de uno mismo, es más fácil el viaje por la memoria, la construcción de ensoñaciones varias e incluso el explorarse en busca de las esencias que pudieran definirnos. La experiencia introspectiva tiene desde la antigüedad valoraciones dispares, y podrá ser asumida por las contrapartidas que ofrece, o suponer castigo cuando no es meta elegida sino accidente. En esa línea, cabe ensalzarla («Cuando estoy solo, no estoy solo, estoy conmigo mismo», puntualizaba Octavio Paz. «La soledad que uno busca no se llama soledad», reza el epitafio en la tumba del poeta Pedro Garfias) o, por el contrario, denostar de la misma y así se constata en palabras de Malraux: «El peor sufrimiento está en la soledad que lo acompaña», o al advertir Nietzsche que «Nadie enseña a soportar la soledad».
Por lo demás, más allá de nuestra voluntad en uno u otro sentido: recluirnos para pensar y pensarnos o preferir la socialización, siquiera de vez en cuando, por ganas de trascendernos, lo cierto es que se viene comprobando un entorno cada vez menos proclive a las supuestamente enriquecedoras relaciones interpersonales, con el resultado de que el aislamiento sería cada vez con mayor frecuencia una experiencia inevitable, y la tecnología viene jugando un creciente papel en las barreras que nos separan de los otros. Horas frente a las pantallas de ordenadores en casa o la oficina y móviles por doquier, al punto de que los conocidos ya no te ven ni saludan y, cuando reunidos, cada quien a lo suyo. Eso si no te cruzas con esos de auriculares y que se diría hablando solos. Las pelis en TV, a los cines poco y, los desplazamientos, en las tradicionales cáscaras de cuatro ruedas o a toda velocidad y con el patinete por las aceras.
Ya nadie ladra al silencio en la España vaciada, pero el incremento poblacional de las ciudades sólo ha resultado en compendio de ruidos en vez de voces amigas, y cuando tranquilidad, la de los «no lugares», cada vez más numerosos. Llegados aquí, para qué decir cuando en la tercera edad los deseados cuidadores/as sean suplantados por robots, como se anuncia. La soledad se va imponiendo, pese a quien pese, y nos coloca en la tesitura de tener que decantarse por la alternativa que ya propuso Aristóteles: para vivir solo, hay que ser un animal o un dios. De llevar razón el antiguo filósofo y tal como andan las cosas, lo vamos a tener crudo si no mudamos en dioses o bestias a no tardar.
J. Gustavo Catalán Fernández. Es Licenciado en Medicina por la Universidad de Barcelona, y Doctor en Medicina (1990) con la calificación de Apto Cum Laude. Médico Residente y después Adjunto en el Servicio de Oncología del Hospital de San Pablo de Barcelona. Es también especialista en Medicina Interna y Endocrinología (Univ. de Barcelona), diplomado en Metodología Estadística por la Universidad de París y en Sanidad (Escuela Nacional de Sanidad, 1982).
💻 Web del autor: Contar es vivir (te)
(https://gustavocatalanblog.com/)
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ⓘ Este artículo fue publicado originalmente el 12.06.2023
en el blog Contar es vivir (te).
🖼️ Ilustración artículo: Fotografía por Alyssa McIntyre, en Pixabay
Revista Almiar – n.º 129 ▫ julio-agosto de 2023 ▫ MARGEN CERO™
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Estimado Gustavo:
Su relato me ha parecido no solo muy interesante sino también y sobre todo esencial para el conocimiento de nuestra civilización.
Por eso le felicito como pensador y sociólogo de una sociedad, la nuestra, que parece no tener adecuada conciencia de muchos de sus problemas sociales. Este es uno de ellos y no el menor.
Por ponerle algún pero, eso sí, respetuoso y cordial, me habría gustado que el concepto «no lugar» lo hubiese concretado algo más. Al releer el texto, advertí, que pudiera referirse Vd. a la España vaciada. No sé si equivocadamente. ¿Acaso a algo más?…
En todo caso, estoy seguro de que haya Vd. despertado , al igual que mi interés, el de muchísimos lectores que hayan tenido la suerte de leer tal relato.
Reciba Vd. mi sincera felicitación por ello, y será un placer leerle próximamente.
Gracias y saludos cordiales.
Efectivamente la España vaciada… encantado por su comentario. Mi blog: gustavocatalanblog@com Un cordialísimo saludo,