relato por
Claudia Bravo M.

 

M

ientras conducía a casa, aquella tarde le pareció igual a todas las demás. Escuchaba la radio de siempre, el locutor de siempre le hablaba a todas las personas que se sintieran solas y, como una forma de acompañarles a la distancia, su voz dio paso a Sabor a mí, sonrió, le parecía contraproducente el programar un tema que habla de la soledad amorosa para espantar la soledad de la vida… O bien podía equivocarse. Quizás esa canción podía luchar contra el vacío, porque para algunas personas era la base de bonitos recuerdos. Hace cinco años la había bailado con quien, hasta ese momento, le hacía feliz. Ese día se habían casado y en lugar del vals de los novios prefirieron un bolero. Recordaba a los invitados, observándolos con una sonrisa en el rostro y la luz tenue con un moderado juego de luces, aún no tenían hijos, pero había tiempo para pensar al respecto.

Su mente estaba ocupada en eso cuando llegó a casa.

Comenzaba a oscurecer, pero en su casa las luces estaban apagadas, frunció un poco el ceño mientras cerraba la puerta del auto.

Al entrar, la oscuridad de la casa le inquietó. Llamó a su pareja por su nombre mientras dejaba las llaves sobre la mesa. Pudo haber salido, pero no, sabía que estaba en la casa, lo sentía así, por eso le llamó nuevamente por su nombre, esta vez con un poco más de preocupación. Mientras recorría la casa, al subir la escalera no notó el hilo de luz que salía de su habitación, que como una espada cortaba el espacio, así, tan brillante.

Fue muy lento todo. Cerrar, dejar las llaves a tientas.

No quiso prender las luces, la oscuridad le acompañaba en cada paso, le abrazaba, le aplastaba… En apariencia la casa estaba vacía, pero no podía ser, a esa hora en ese lugar el movimiento era habitual ¿Cuántas veces no llegó y halló a su pareja en la cocina? Siempre cantaba armando una ensalada, o hablándole sobre temas que le interesaban. Le gustaba escucharle, siempre le sacaba una sonrisa. Sentía que era un privilegio estar casado con una persona tan culta.

Las canciones que interpretaba se volvían un eco en medio de una angustia que comenzaba a nacer mientras recorría la casa, su hogar, el refugio de ambos, un espacio que ahora solo conocía de oscuridad, esa negra compañía.

No podía prender la luz, no sabía por qué. Entonces se dio cuenta del hilo de luz que salía de su habitación, la puerta estaba casi junta, entonces dijo repetidas veces: «Estás en casa»… «Estás». Silencio, la oscuridad se hacía más pesada, la sentía sobre sí y le desesperaba.

Su corazón galopaba, no negaba que el miedo era una sensación angustiante.

A medida que se acercaba percibía el sonido, era leve ¿Cómo no escuchó la música cuando recorría el segundo piso de la casa? «Tanto tiempo disfrutamos de este amor…», entonces le llamó por su nombre, pensando en que todas las calamidades que había pensado habían sido tonterías. Pero no obtenía respuesta y la línea de luz proveniente de su cuarto que cortaba el ambiente le hizo detenerse. Llamó otra vez. Nada, solo recibía de vuelta la voz de Eydie Gorme y Los Panchos… Que yo guardo tu sabor, pero tú llevas también sabor a mí… Empuñó la mano derecha, su respiración se aceleró, no quería cruzar la puerta. Acercándose un poco más pudo ver sus pies, sin zapatos, sin calcetines. Volvió a decir su nombre esperando que le dijeran: «Estoy bien», pero eso nunca sucedió. No sucedió y el que no sucediera le hizo temer lo peor.

Pensó en el día de su matrimonio, bailando despacio, abrazados ambos, sintiendo que les esperaba una bonita vida. O quizás uno de ellos lo pensaba y el otro no ¿Cómo saberlo?

Por la mañana se habían despedido entre risas por un chiste que le había contado, su reacción fue una carcajada. Se besaron antes de despedirse. Le dijo que haría algunas compras y luego pasaría a su oficina, en lo que le había dicho iba pensando cuando volvía a casa escuchando aquel bolero, mismo que ahora le parecía lacerante y doloroso ¿Qué ocurría?

«Esto ya no es gracioso, por favor, ¡contéstame!», le dijo.

El tiempo parecía correr muy lento. Sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. La espada brillante ahora cortaba su cuerpo y de un momento a otro, una certeza llegó a su vida. Tomó aire y con las puntas de los dedos temblorosas empujó la puerta y la luz inundó una parte de aquella casa a oscuras, Sabor a mí había terminado, pero comenzaba de nuevo, al parecer eso ocurrió todo el día, al parecer nunca salió de casa, al parecer la escena que estaba viendo se originó mientras, supuestamente, debía estar comprando o en su oficina, como le había dicho en la mañana.

Cayó al suelo porque sus piernas perdieron fuerzas, susurrando para sí: «¿Por qué lo hiciste? ¡Por qué lo hiciste!», terminó gritando ante un cuerpo inerte sobre una colcha blanca que él odiaba. La música salía del celular de su pareja, intentó apagarlo pero no pudo porque se manchó de sangre. Se vio reflejado en aquella poza de sangre, que aún goteaba de esa muñeca derecha.

Caminó hacia la puerta, se sentó al lado de esta llorando, intentando buscar una señal que le dijera que esto iba a pasar. Por eso no contestaba el teléfono y, por lo que pudo ver, dejó las luces prendidas a propósito, daba a entender que quería que su cuerpo fuera encontrado de inmediato.

Sus pies eran delgados y su blancura post mortem les daba una imagen de fragilidad muy grande.

Al día siguiente era su aniversario, quizás cuando le dijo que ya tenía reservaciones para su restaurante favorito y no contestó. Tal vez esa fue una señal de que todo esto ocurriría y era muy injusto, quizás para su pareja era un hecho terminar así, los motivos solo le competían a su persona. Quizás era evidente, predecible para cualquiera, pero no para todos esos años de matrimonio que pasaron juntos.

Toda su historia estaba manchada por la sangre que se posaba en el piso, esa herida profunda en donde era fácil ver el hueso ¿Cómo se hizo tanto daño sin ayuda de nadie? ¿Debía tener ayuda acaso? Estaba agobiado, aterrado, enrabiado, eran una mezcla de sensaciones. Solo se le venían a la mente imágenes que ahora también se habían manchado por esa sangre, todo era un remolino…

«¡Por qué mierda hiciste esto!», gritó sin obtener respuesta.

Cada minuto observando la vena abierta parecía un siglo o más que un siglo.

De pronto se sintió egoísta y ya no supo por qué motivo sentirse destrozado, si por el suicidio de su pareja o por el hecho de que nunca percibió nada.

No se pudo levantar, solo se quedó ahí, no supo si fueron horas. Tenía que habituarse a la muerte, era necesario. Era inevitable. Las cosas ya habían ocurrido y no había podido salvar la situación, o quizás todo fue arreglado para que la situación no se salvara. La muerte hizo lo suyo. No todos tienen compatibilidad con la vida.

Cuando finalmente decidió llamar a alguien sintió dolor, lloró como nunca había llorado en su vida. Recibió a los de la ambulancia llorando, sin nada que decir, con todos sus cimientos destrozados, pensando en aquella frase de la canción del día más feliz y el más triste de su vida: Pasarán más de mil años, muchos más y no sé si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí… En la boca llevarás, sabor a mí.

 


 

Claudia Bravo Martínez habla de sí misma:
«Soy periodista oriunda de la ciudad de Talca, al sur de Chile, nací el 12 de julio de 1981. En junio de 2014 saqué el tercer lugar en el concurso «Mujer talquina», organizado por el municipio de mi ciudad. Anterior a esto envié dos poemas a vuestra revista en el año 2010, los cuales fueron publicados en el n.° 16 de Mar de poesías. Además, mi cuento La obra de arte, fue publicado el 24 de febrero de 2015 en Almiar. He colaborado con diversos medios electrónicos de mi ciudad desde primer año de la universidad, trabajé en canales de TV locales y en el Diario El Centro de Talca. Sigo escribiendo, como ya dije, mayoritariamente poesía y algunos relatos cortos como un complemento a mi labor periodística que diariamente me nutre de ideas para ello

 Contactar con la autora: cbravom81[at]gmail[dot]com

🖼️ Ilustración relato: Imagen por cocoparisienne en Pixabay [CCO]

 

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