relatos breves por
Rocío Pamela Fierro

 

S

i lloviera ahora y el cielo se decidiera a ser agüita caudalosa o catarata rugiente, generosa humedad, yo, abriría todas las ventanas y las manos. Pondría todo a llover: las penas, las risas, los fragmentos, la tarde con barrilete, las piernas corriendo, las pesadillas de las 3 a.m., algunas canciones y todo lo que sangra. Saldría con cuerpo a sola piel para beber su caricia, me robaría su generosidad que limpia y embriaga. Sería sed encendida escurriendo grietas, empapando lo áspero, corriente que salva, a veces, peligrosa mejor. Pactaría con el viento y las hojas para desembocar en otra forma del silencio o la palabra, que también calla y oculta. Gota a gota crecería sobre los párpados, los hombros, los escotes y caería, como huella y trazo, en lo íntimo, en lo crudo. Privilegio y delirio, sería, manantial y lenguaje, si mojara, si lloviera con cielo.

 

Irreverente

 

Yo hice la propuesta indecente, yo arranqué la manzana del árbol y mordí a la serpiente, más de una vez. Liberé un deseo y pronuncié la tormenta el huracán el río y su desembocadura. No fue sabiduría sólo supervivencia respiración profunda, mis atajos contra las maneras de la muerte. Primero quise el atrevimiento la posibilidad de ser otra en otro detrás de cámara detrás de la máscara un «pasen y vean» mientras yo los veo, mientras no me ven. Después quise la proximidad su secreto el tesoro, también lo lúdico. No pensé en el ring o el combate porque hay admiración, mucha, no rivalidad. Pensé sí en el despojo en quitarme todo en ofrecer una intimidad sin el cuerpo sin la piel ni el olfato. La intimidad del lenguaje, la verdadera, la traducción, la llave maestra.

No me interesa la vanidad del nombre llenando bocas ni palmas ajenas esa embriaguez inmediata y pasajera, yo quiero el paladar el nervio el tatuaje el vértigo lo inaugural. No me interesan las reglas ni los juegos de mesa limpiarme los pies antes de entrar el podio al final de la carrera el deseo previsible en la comodidad de la alcoba.

Por eso arranco todas las manzanas me quito los ojos para ver muerdo las serpientes y te pido el «casi» de ese todo que tendrías para dar.

 

Cama trampolín

 

Mientras me esmero en tender la cama, sacudir las sábanas, acomodar las almohadas, dejar que el sol penetre los pliegues, voy tramando formas de desacomodarla. Pienso que debemos ser más desobedientes, ni ella, ni yo queremos disfrazarnos de orden y pulcritud, la intimidad no debería ser de aromas bien planchados y pieles bien guardadas. Ahora coloco el cubrecamas, respetuoso, prolijo, la pincelada final. Gracias a él la cama tiene flores y rayas y más colores, pero le falta volar. No quiero una cama aburrida, que cargue con el trajín de los días, que se beba mi cansancio por obligación, que me espere ordenada, pulida o normalizada. Quiero una cama que palpite, arrebatada, sin límites, sin escrúpulos, encendida. Una cama con huellas, demandante, obscena y divergente. Cama trampolín, inquieta, siempre domingo o tornado. La quiero furiosa, gruñéndole a la muerte o a cualquier forma del aburrimiento y del cansancio. La quiero sin descanso, sin guardar el sueño, siempre desordenada.

Pobre cama mía, de todas las dueñas posibles, aparezco yo para borrarle los límites, para desacralizarla, para dinamitar estereotipos, para exigirle el arrebato y la desmesura, para pedirle, sin contemplaciones, que no se duerma, no conmigo, adentro, hundida, abatida, perdida.

 

Salto

 

Hay que caer lentamente, sin piruetas defensivas ni ademanes pretenciosos, para lograr un buen salto. Un salto columna vertebral, un salto pulmón, un salto todo o nada. Un empujón no ayuda, un libro no ayuda, la indiferencia no ayuda, la experiencia ajena no ayuda, el desparpajo sí, la desobediencia sí, la alevosía sí.

El salto no se enseña ni se aprende. Si su cama es aburrida, su pareja lo ignora, los vendedores lo maltratan, la soledad lo empacha, los perros lo muerden, la realidad lo patea fuerte y decidida: salte. Salte a ciegas, sin paracaídas, sobre el asfalto, entre espinas, sobre el fango, sobre el fuego o las brasas, sobre cataratas espumantes o congeladas. No lea libros, no mire series o películas, no beba en exceso, no grite canciones ni acuda a templos celestiales. En cambio, festeje los goles del rival, lave los pies en la fuente, hunda los dedos en la torta, robe besos prohibidos, goce en los velorios, acaricie nucas descuidadas, asalte camas ajenas, abrace fuerte y sin permiso.

Para los domingos salto, para la angustia salto, para los besos salto, para la risa salto, para perderse salto, para la culpa salto, para el deseo salto, para respirar salto, para la urgencia salto, para escribir salto.
Para nosotros, salto.

 

Todo sobre mi madre

 

Le paso el primer mate y me dice que lo odia que nunca le cayó bien, mueve la cabeza y los hombros como si la recorriera un escalofrío como si el cuerpo se resistiera al recuerdo a la sensación del odio. Yo la observo me callo cebo el mate, ahora dice que nunca se va a olvidar de ese día en que tuvo que llevar a sus nietas llorando y de la vieja que no sé qué y «¿vos sabés que una vez…?».

Yo me pierdo los detalles porque los escuché antes porque el relato es el mismo porque solo se diferencian en la intensidad, en la carga, en el gesto que acompaña las palabras. Sigo ahí pero lejos y pienso que ni a ella ni al domingo les voy a conceder ninguna forma de la tristeza o de la angustia, menos la del odio. Vuelve a la carga porque se da cuenta de que ya me fui y otra le ceba el mate, entonces me dice que ella tiene memoria que no se olvida de nada y, ahí entramos en el otro tramo de su discurso, los senderos se vuelven más oscuros y tortuosos, el esfuerzo es por arrastrarte hasta su profundidad para que entiendas, como ella entiende, con esa lucidez de caníbal de tango desentonado. Me doy cuenta de sus maniobras y pienso, casi con ternura, algo de compasión también, en lo agotadora que es su percepción de la realidad en esa manía que tiene por recordar no los hechos sino su efecto su descomposición. La memoria de mi vida en la memoria de mi madre gira sobre sí misma desfile de personajes y situaciones que devienen en relato grotesco y asfixiante.

Ahora le digo que podemos ir al vivero de la Escuela de Jardinería para comprar plantines y ver unas orquídeas, intento sacarla de ese mundo de historias crujientes y conspirativas de esa vida que siempre le pasó por enfrente, la felicidad arrebatada siempre ajena y ella una espectadora perseverante saboreando lo áspero. Me contesta que sí, podemos ir pero que antes quiere desayunar porque mi papá nunca la lleva a ningún lado y hace rato que no puede ver a sus amigas, con esto del pie operado, tampoco puede ponerse tacos y «a mí me gusta estar arreglada, lucirme», me dice, me aclara por si yo me descuido, toma ese atajo admonitorio, sutil para que yo vea que me ve si no me pinto las uñas o no me arreglo el cabello. Sostiene el mate con la mirada extraviada y dispara «porque tu suegra siempre fue una envidiosa» —le aclaro que no es más mi suegra—, «¿sabés lo que me dijo una vez?». Y de nuevo hay «una vez», esta vez ya no puedo rescatarla, me doy por vencida, su relato es una letanía incorruptible, sufre se retuerce en las palabras y me concede el desprecio la oscuridad de lo que fue o podría haber sido, tan bien que me crió «la bebé más hermosa, con ese pelo rubio, eras una muñeca» y, es en esa parte cuando ensayo el salto interpretativo, la subvierto y la veo más real que nunca una madre accediendo al centro de su dolor de una culpa advenediza y paranoica en la que sigo siendo «su bebé» la que no pudo proteger, guiar, salvar, su versión del purgatorio el tajo en su costado, ardiente, abatido, alguna forma del amor que para ella es agonía, paraíso perdido, yo.

 


 

Rocío Pamela Fierro: Soy de Resistencia Chaco, profesora en Letras, mamá —no de tiempo completo—, corredora y fotógrafa aficionada. No tengo nada publicado pero siempre escribí, en secreto —imagino que como muchos—. Ahora transito un divorcio, me decidí a salir de años de violencia y, junto con esa decisión, pude recuperar la palabra. No me considero una «escritora» pero sí considero que escribir es algo que me pertenece, que merece mi trabajo, mi dedicación. Tampoco sé si algún día tendré «un libro» o algo que se pueda publicar, no es el tipo de anhelo o esfuerzo en el que estoy. Tengo poco y quiero cada vez menos y la escritura libera, despoja, hace bien.

Contactar con la autora: aixa38 [at] hotmail.com

Ilustración relato: Fotografía por MichaelGaida / Pixabay [public domain].

biblioteca de relatos Rocío Pamela Fierro

Más relatos…


Revista Almiar · n.º 104 · mayo-junio de 2019 · MARGEN CERO™

Lecturas de esta página: 174

Siguiente publicación
Un personaje galdosiano: Rosalía Bringas por María Jesús Sanesteban Iglesias  …