Aproximación a su novela Los siete locos

artículo por César Bisso

 

E

n la segunda década del siglo pasado la cultura alemana florecía a través del talento de grandes creadores, como Frank Kafka, Hermann Broch, Walter Benjamin y los hermanos Thomas y Heinrich Mann en literatura; Berltold Brecht en teatro, Gustav Mahler en música, Sigmund Freud o Albert Einstein en la ciencia. Sobrevivían en un país moralmente afectado por la primera guerra mundial, a la vez sumergido en una catástrofe económica caracterizada por el desempleo generalizado y la hiperinflación. Y lo más terrible para ellos, en un país que fue artífice de una aberrante transformación ideológica que provocó violentas turbulencias sociales, persecuciones políticas y diversos modos de segregación. Por estas razones, ninguno de aquellos artistas pudo obtener posibilidades o garantías para editar y/o difundir sus obras. Como ejemplo, vaya la referencia de Kafka, quién murió siendo un escritor virtualmente inédito. No obstante, cada uno cumplió con la condición irrevocable de una premisa esencial dictada por la conciencia: primero, estar contra su época; segundo, comprenderla.

A fines de esa misma década (1929), Roberto Arlt daba a conocer públicamente su novela Los siete locos, en otro país sumido en una profunda crisis social, política y económica. Para el escritor, la realidad argentina tenía cierta asimilación con aquellas convulsionadas sociedades de ultramar, no solo por la falta de sustento material o institucional («trabajo lo indispensable para vivir sin tener que gorrear a nadie», decía Arlt [1] acerca de su vida privada), sino porque comenzó a percibir que incipientes asonadas fascistas ya encontraban eco en Buenos Aires y que poco tiempo más tarde se cristalizarían a través del primer golpe militar (1930). «Todas las dictaduras son transitorias para despertar confianza. Capitalistas burgueses, y en especial, los gobiernos extranjeros conservadores, reconocerán inmediatamente el nuevo estado de cosas»…[2] vaticinaba desde la ficción un oficial del Ejército para advertir al lector sobre la grave situación del país. Al leer la novela queda claro que el tema central fue un alegato premonitorio sobre la conspiración de sectores reaccionarios y de las fuerzas armadas contra el gobierno cívico y legítimo de entonces.

¿Por qué levantar velas desde un escenario social e histórico para analizar su obra? Ante todo, porque el escritor argentino repitió el mismo proceder de sus contemporáneos europeos, es decir, estar en contra de su época, y luego comprenderla. Es por eso que Los siete locos representó en aquel momento a diferentes personajes extraídos de la realidad y de los intercambios que ella estableció con la imaginación. La ciudad porteña y sus angustiados y humillados fantasmas son descriptos con un riguroso lenguaje popular. La crisis del ’29 respiraba por los poros de Erdosain, de Barsut, de Ergueta, del «astrólogo» Lezin, de Hipólita «la coja», de Haffner, «el rufián melancólico». Cada uno de ellos somatizó por medio de sus delirios esotéricos la desintegración social, el desamparo cultural, la hecatombe económica, la miseria moral y la falta de identidad en un país sometido y sin rumbo. Y ante la negación de la historia, Arlt propuso la invención, desde pequeños artefactos hasta un país diferente. Cuando explicó en Aguafuertes porteñas el argumento de su novela [3], Arlt fue concreto: «uno de los personajes, llamado el Astrólogo, quiere organizar una sociedad secreta para revolucionar el presente estado de cosas». Y ese proyecto tuvo mucho que ver con los conceptos vertidos en boca del militar de la novela. En ambas circunstancias, el final literario sería apocalíptico (Arlt eligió el primero) pero, de ninguna manera, apartado de las circunstancias históricas de la época.

Hay un detalle más desde lo creativo que fortalece el propósito del escritor argentino: adjudicó a su novela un enfoque narrativo colindante con el expresionismo alemán, aquel movimiento artístico que estaba en auge en las principales capitales culturales de Europa. En 1928, Brecht había presentado su obra teatral La ópera de tres centavos, donde los personajes se identificaban con seres marginales, amorales, que querían romper con el sistema mercantilista y asfixiante que los agobiaba. Existía la necesidad de abrirle los ojos a una sociedad cada vez más alejada de la realidad, cada vez más híbrida y corrupta. Esos hallazgos argumentales también aparecieron reflejados en la trama de la obra de Arlt, donde sus locos fueron productos del distanciamiento social y de la falta de comunicación con el mundo de los otros. Sus personajes representaron una comunidad de seres solitarios, sin proyectos para desarrollar en lo inmediato, ni dinero al alcance para sobrevivir. Veían el futuro cercenado y el presente los humillaba, por lo cual solamente cabía la posibilidad de hallar en el delito una salida para no seguir siendo parias. A la vez, el texto refleja en su primera parte un sustancial paralelismo con los personajes que medio siglo antes retrató Dostoyevski en Crimen y Castigo (1866), en el sentido de mostrar cómo la injusticia social repercutió en la conciencia de los sujetos, cómo los hizo perder la razón y los dejó abatidos, sin horizonte. Aquella sociedad de amos y esclavos, de ricos y pobres, que desnudó y denunció la pluma del escritor ruso, también se reprodujo en las páginas de la novela del autor argentino. Pero, Arlt, llegaría más lejos, porque se atrevió a irrumpir en las entrañas de un contexto absurdo, con derivaciones alucinantes, fabulando sobre la creación de una sociedad secreta, dispuesta a provocar un rompimiento total con el sistema dominante. Sus personajes, angustiados y desesperados, se encolumnaron irracionalmente detrás de una distopía, pretendiendo transformar al mundo con una revolución costeada con la recaudación de dinero en los burdeles diseminados por todo el país. Un dislate, que se volvería fascinante a lo largo de la narración y que nos permitió descubrir el espíritu emancipador de su literatura: mirar hacia dentro de la realidad, comprenderla y después rechazarla, para anhelar un destino mejor.

Otro dato interesante en la obra de Arlt fue la fusión de tres elementos que se entrecruzan y definen la historia de la novela: el psicológico, el policial y el fantástico. No olvidemos que nuestro autor era también un reconocido periodista, pero sobre todo un visionario y un amante del séptimo arte. «Soy un locoide con ciertas mezclas de pillo» decía de sí mismo. Una premisa absoluta sobre su arte de narrar significó para él demostrar que estaba fuera de las apetencias literarias de la burguesía. Es por eso que su obra se basó en las formas duras del folletín informativo de la época y no en los modelos lineales de la narración tradicional. Arlt estaba fascinado por los relatos visuales de un cine norteamericano que comenzaba a subyugar desde las precarias pantallas porteñas, como tampoco dejó de compenetrarse con las actitudes y códigos ordenados por el imaginario popular. Su gran descubrimiento fue, por entonces, buscar la autenticidad y el interés de la gente por medio de un relato de masas, con un mensaje colectivo, descarnado, profético. Poco tiempo después el cine negro norteamericano recurrió a esos personajes oscuros, pesimistas, enfrentados a una sociedad violenta y putrefacta. Un ejemplo de ello fue la alegórica película de John Ford, El halcón maltés (1941). Y décadas más tarde, el celuloide pudo recrear el ambicioso sueño arltiano, a través de la sobria mirada del director Leopoldo Torre Nilsson (1973).

El escritor argentino Ricardo Piglia fue uno de los críticos que analizó exhaustivamente la obra completa del Arlt. En un artículo publicado [4] en un diario local, decía sobre el autor que «sus textos captan el núcleo paranoico del mundo moderno: el impacto de las ficciones sociales, la manipulación de la creencia, la invención de los hechos, la fragmentación del sentido, el complot. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, dibuja su forma futura». Los precisos conceptos de Piglia definen el porqué de la trascendencia literaria y la naturaleza humana de Los siete locos.

 

NOTAS:

[1] Primera autobiografía de Roberto Arlt, reproducida en la revista Conducta, n.º 21, Buenos Aires, julio-agosto 1942.
[2] Extraído de Los siete locos, Buenos Aires, Losada, 1929, página 126.
[3] Cuando Arlt fue periodista del diario El Mundo, publicó entre 1925 y 1932 sus «Aguafuertes porteñas». En una de ellas explica, a pedido de un lector, el argumento de Los siete locos.
[4] Comentario de Ricardo Piglia sobre la obra completa de Arlt, publicado en el diario Página 12, en junio de 1991.

 


 

César Bisso. Nació el 8 de junio de 1952 en Santa Fe, República Argentina. Es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Ha recibido la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores y obtuvo, entre otros, en el género poesía, el Premio Regional «José Cibils» y el Premio Provincial «José Pedroni». Coordinó los talleres de escritura del Rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional y fue coorganizador del Primer Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires (1999).

🖼️ Ilustración: Montaje fotográfico realizado a partir de la portada de la novela Los siete locos, primera edición de Editorial Latina (1929) y retrato de Roberto Arlt, por autor desconocido, publicado en noviembre de 1968 (imágenes de dominio público).

👁‍🗨 Más sobre este autor (en Almiar): Entrevista por Rolando Revagliatti ▫ Cuando la justicia reposa en axiomas de un padre (artículo).

 

artículo Las razones de Roberto Arlt (César Bisso)

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