Novela de Álvaro Fierro
Entrevista al autor

 

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lvaro Fierro Clavero  (Madrid, 1965) acaba de publicar La república de los hermanos Lumière (Editorial Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2021), novela que transcurre en Pangea, un mundo en blanco y negro donde el cine domina todos los ámbitos de la vida. Los Estados han sido sustituidos por los estudios cinematográficos, que compiten entre sí por reclutar intérpretes para sus producciones entre la población civil.

La acción se desarrolla mientras Paramount invade RKO, cuando Zelsinck —el presidente de Pangea, trasunto del magnate David O’Selznick—, acaba de estrenar Lo que el viento se llevó y está produciendo Duelo al sol.

Cintia, una periodista que trabaja en la ciudad RKO, de Neourbe, está cubriendo una serie de atentados contra jueces que se oponen al actual estado de cosas. Durante su investigación Cintia se verá forzada a colaborar en el rodaje de una película que dirige John Huston. Aquí entra en contacto con Valentino, un misterioso agente que intermedia entre Zelsinck y una sociedad secreta dirigida por el actor Edward G. Robinson.

El autor mezcla suspense, acción, género negro, política y distopía para rendir un homenaje al cine americano clásico y la libertad.

Charlamos con el autor, Álvaro Fierro Clavero, que compagina su trabajo de ingeniero industrial con  su labor como comentarista sobre poesía, música y novela en distintos programas de radio, además de ser articulista cultural.

 

—Acaba de llegar a las librerías su novela La república de los Hermanos Lumière (editorial Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2021), centrada en el mundo del cine clásico de Hollywood y en donde el lector encontrará personajes con nombre reconocible con una trama llena de giros y subtramas. ¿Cómo surgió toda la historia y cómo ha sido el proceso de creación de una obra tan peculiar y asombrosa?

—En realidad, la novela comenzó siendo el decimoprimer cuento de mi libro El peso de los sueños, pero a diferencia de los diez cuentos anteriores, no veía la manera de terminarlo. En lugar de abandonar el relato opté por seguir, y aquello me llevó unos tres años acabarlo y en torno a cuatrocientas páginas. No tenía experiencia y al llegar a eso de la página 150 pensé en que todo lo que sucediera a partir de entonces tendría que proceder de lo que se había puesto en marcha ya. Afortunadamente, la novela y los personajes tienen su propia lógica interna y una vez que el mecanismo echa a andar, la misión del novelista se reduce a no estropearlo demasiado.

—¿Qué le gustaría que dijese un lector al finalizar La república de los Hermanos Lumière?

—Lo que de verdad me gustaría es que el lector se quedase a vivir atrapado dentro de la novela, un poco a la manera de la protagonista. Si finalmente decidiera salir, quizá me gustaría haberle enseñado a ver el cine de otra forma. El cine es algo muy poderoso que puede transformar la vida del espectador, y eso es algo que la novela lleva al extremo.

—Es fascinante la idea de dividir el mundo en zonas dominadas por los estudios cinematográficos: Paramonunt, Warner, Fox, Universal… y el concepto de que el color lo pone el cine a una vida en blanco y negro. De hecho, todo el libro está plagado de referencias culturales y cinematográficas, pero además también de química o filosofía. ¿Qué tal fue el proceso de documentación?

—En la novela se mezclan hechos reales con hechos reales transformados y hechos ficticios, de modo que es difícil trazar esa frontera a no ser que se conozca muy bien el cine de la época dorada de Hollywood. Me planteé incluso escribir un epílogo a la manera de otras novelas como las Memorias de Adriano o Europa Central, explicando qué es histórico y qué es ficticio, pero finalmente preferí dejarle ese trabajo al lector que sienta interés. La documentación para una novela de estas características es algo sencillo. Yo trabajé con una biografía de David O’Selznick, otra de Ingrid Bergman, otra de Hitchcock más alguna historia del cine. Ah, y otra biografía de Edward Dmytryk y un volumen con los discursos de Thomas Mann retransmitidos por la BBC.

—Además podemos hablar de que La república de los Hermanos Lumière está repleta de curiosidades, desde una página en color, un mapa de Pangea o un discurso real de Thomas Mann retransmitido por la radio. Háblenos sobre todo este mundo dentro de las tramas y tramas que conforman la obra.

—La página en color es un asunto central de la trama que no explicaré ahora. Los discursos de Thomas Mann reales dirigidos a la nación alemana me inspiraron el discurso que pongo en su boca y que se dirigen a la población de RKO que está sufriendo la invasión de Paramount. La aparición de Thomas Mann es en realidad un homenaje, y he pretendido que las largas conversaciones que pongo en boca de los actores reales como Humphrey Bogart o James Cagney tengan algún remoto eco a las que mantienen los personajes de Settembrini o Leo Naphta en La montaña mágica, quizá por eso le ha parecido que ciertos pasajes del libro tienen un ligero aire filosófico. Hay más alusiones literarias: la fiesta en casa de los condes con que se inicia la tercera parte de la novela me fue inspirada por “El mundo de Guermantes”, el tercer volumen de A la busca del tiempo perdido, donde también hay una larguísima fiesta. Por último, la resolución de la novela es un juego de espejos entre mis personajes y Encadenados, una de las grandes películas de Hitchcock. Pero estas influencias que menciono sirven para echar a andar a la imaginación: luego, aquello va por sus propios derroteros, aparte de que mi capacidad no es la de Mann ni la de Proust.

—La historia se centra en el cine de mediados de los cuarenta, pero sin embargo el título hace referencia a dos figuras claves anteriores, los padres del cinematógrafo. ¿Cómo cree que fue para la sociedad de la época este invento?

—En cierta ocasión tuve el honor de dar un recital de poesía en la universidad de Westminster, en el teatro donde los hermanos Lumière proyectaron cine por primera vez en Inglaterra. En la novela se da una cierta respuesta a esta pregunta. Los cines se llamaban nickelodeon: odeon significa teatro en griego, y el nickel era el nombre popular de una moneda norteamericana de cinco centavos. Se trataba de un espectáculo popular que permitía en mayor medida que el teatro proporcionarle experiencias inolvidables al espectador. Cuando uno ve las películas inmortales de Eisenstein, Griffith, Lang, Gance, Chaplin o Meliès comprende que aquello tuvo que ocasionar un impacto tremendo en todos los ámbitos, y de hecho el cine se ha convertido en el género narrativo que se dirige a una mayor audiencia, por delante del teatro y la novela. Tiempos modernos, El gran dictador o Historias de Filadelfia son el reflejo de una época.

—Recomiéndenos una película clásica y una actual.

—Dos de cada: Ordet, de Dreyer, Fresas salvajes, de Bergman; y Zodiac, de Steven Fincher, o El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson.

—¿Qué tenía el cine clásico de Hollywood que adolece el actual?

—Muchas cosas: para empezar, los actores. No se me ocurre nadie que pueda competir con Gary Cooper o Cary Grant o Katharine y Audrey Hepburn o Ingrid Bergman o Greta Garbo. Por supuesto que hay actores extraordinarios, como Edward Norton, el malogrado Philip Seymour Hoffmann o Isabelle Huppert, pero no tienen ese halo legendario, quizá porque se muestran como personas normales fuera de sus películas. Si yo fuera actor no me dejaría ver nunca, porque la primera misión del intérprete es construir mitologías. Pero es que el cine ha caído bajo el influjo del famoso trío de la sospecha: Freud, Nietzsche y Marx, y todo tiene que ser amenazante, o malvado, o tiránico o perverso. Parece que ser inocente en la actualidad es ser tonto. Es extraña la película española que no es militante en algún sentido, cuando tenemos el ejemplo magnífico de Berlanga y de alguna película de José Luis Cuerda. Un cineasta como Lubitsch es lo que nos haría falta, o un novelista como Bohumil Hrabal, que es capaz de hacerte llorar de risa en Trenes rigurosamente vigilados mientras te cuenta la espantosa invasión nazi de Checoslovaquia.

Otra cosa que se echa en falta es el héroe, la épica: desde que se descubrió el antihéroe se echó a perder una manera de hacer cine. Ojo: no me refiero a los superhéroes de Marvel. Ya no hay un Gregory Peck, un Steve McQueen, un John Wayne, un Robert Mitchum, un James Cagney, un Edward G. Robinson con esta manía de que para ser sensible hay que ser blando. John Ford no podría hacer ahora sus películas.

 


 

Álvaro Fierro Clavero

Álvaro Fierro Clavero (Madrid, 1965). Ingeniero industrial, comentarista sobre poesía, música y novela en distintos programas de radio y articulista cultural en medios digitales.

Ha publicado los siguientes libros de poesía: Con esa misma espalda (premio Rafael Morales, 1994), Tan callando (accésit Adonáis, 1999), Los versos inútiles (2009), el libro de piropos literarios Colonizado corazón (2011), El sentido de lo que no sucede (2013), Palabras a la música (2017), Los otros mundos (2020), Libro del rey Aniel o libro de los ugros (2020) y La luz completa (2021). También es autor del libro de cuentos El peso de los sueños (2005) y coautor del libro de poemas para niños Los Meagrada (2011).

 

📖 La república de los hermanos Lumière
Colección Anaquel de Narrativa, n.º 28 (Cuadernos del Laberinto, 2021) • I.S.B.N.: 978-84-123537-7-8 • 358 págs. • Ilustraciones artículo: Portada del libro y fotografía, con autorización para su uso y publicación en esta reseña; © de sus autores.

↗️ Más información:
cuadernosdelaberinto.com/Narrativa/republica_hermanos_lumiere.html

 

Índice reseñas La república de los hermanos Lumière

Reseñas en Margen Cero

Revista Almiar · n.º 119 / noviembre-diciembre de 2021 · 🛠 PmmC · MARGEN CERO™

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