artículo por Jesús Greus

 

¿C

ómo se gestaron todos esos seres aparentemente imaginarios que nos han arrebatado el alma a lo largo de tantas páginas? Fortunata y Jacinta, Joseph Balsamo, el marqués de Bradomín, el coronel Aureliano Buendía, el pescador cubano Santiago, y tantos, tantos otros que han sido nuestros fieles compañeros en momentos íntimos.

Marguerite Yourcenar, mujer de notoria sensibilidad, declaró a este respecto: «Como soy fiel a mis personajes, como ellos existen para mí, prefiero partir de ellos para rehacer un libro. Es, más o menos, lo mismo que sucede en el amor. Cabe preguntarse si es más útil conocer a alguien nuevo cada semana o profundizar en las relaciones que ya se tienen. Yo estoy a favor de esto último».

Contrariamente a lo que puedan creer algunos lectores, no suele ser el personaje literario el alter ego del autor, caso más bien típico en los principiantes. La misma Yourcenar confesó sobre esto: «En lo que me concierne, constantemente he preferido, aunque no siempre de manera consciente, que los personajes principales, con cuya ayuda me he expresado, difiriesen de mí en muchos rasgos, y, en primer lugar, en su aspecto, su temperamento, su fisiología, o bien que sólo heredasen una pequeña parte de los míos (…) Estoy cada vez más persuadida de que nunca fructificamos mejor que cuando consentimos en acoplarnos a seres muy diferentes de nosotros mismos».

Es muy frecuente que, al escribir sobre personajes históricos, el autor, poseído por un raro fenómeno de comunión con su criatura literaria, llegue a insospechados extremos de precisión. Tal cual sucedió a la propia Yourcenar con el emperador Adriano, así como a Robert Graves con su novela Yo Claudio: «Me aproximé tanto al personaje, que me acusaron de haber hecho investigaciones que nunca realicé».

Cierto es que esta comunicación con los personajes literarios roza a veces la esquizofrenia, como fue el caso de Virginia Woolf, quien terminó por suicidarse, ahogada en el río Ouse, para huir de aquellas voces que la perseguían.

También Evelyn Waugh, al embarcarse en 1953 rumbo a Ceilán, padeció a bordo del buque infinidad de alucinaciones auditivas. Cierto es que pudo influir en éstas el hecho de que solía mezclar alcohol con medicamentos. Su esposa, cuando le preguntaban acerca de la técnica narrativa de su marido, contestaba sin ambages: «No inventa, solo edita».

Dickens solía decir que ni siquiera necesitaba inventar: sus propios personajes se le aparecían, por así decir, y le susurraban las líneas de diálogo. Podía, incluso, imitarlos en voz alta y, de hecho, así lo hizo durante los últimos diecisiete años de su vida. En ese tiempo realizó cerca de quinientas lecturas dramatizadas de sus obras en público, durante las cuales imitaba las voces de sus criaturas literarias. Resultaba tan realista, que el diario The Times afirmó que semejaba estar poseído por sus personajes.

Es bien sabido que Balzac retrató a personas reales en su monumental Comedia Humana. Eugenie Grandet, Vautrin, Emile Blondet, Roger de Granville y tantos otros reproducían, con mayor o menor detalle, a personas de la sociedad de su tiempo. Otro tanto haría más tarde Proust con sus criaturas en busca de un tiempo perdido: Swan, el barón de Charlus, la duquesa de Guermantes o Mme Verdurin correspondían a personas destacadas del gran mundo parisino del momento. Hoy conocemos a la perfección la filiación de cada uno de ellos.

Inevitable preguntarse entonces: ¿Y qué hay de don Alonso Quijano? El personaje más célebre de la literatura hispana de todos los tiempos, epítome del alma española, ¿podría ser el calco de algún modelo vivo? ¿Nos permite algún dato concreto conjeturar que Cervantes se inspiró en una persona real, o acaso en varias, para dar forma a su trastornada criatura literaria? Como cabe suponer, se ha investigado profusamente al respecto. En su libro Los trabajos de Persiles y Segismunda, publicado de manera póstuma, se menciona a una destacada familia manchega llamada Villaseñor. Dicha familia residía en un pueblo toledano llamado Miguel Esteban, situado no lejos de El Toboso. Precisamente por los Villaseñor bien pudo ser puesto en autos Cervantes acerca de un singular personaje, el procurador Francisco de Acuña, residente en su mismo pueblo. Parece que este señor, bastante chiflado, tenía por costumbre vestir armadura para, así pertrechado, salir a las calles a poner en fuga a sus vecinos. En julio de 1581, bajo un sol de justicia, al señor procurador le dio por embestir contra el hidalgo Pedro de Villaseñor, quien hubo de tomar las de Villadiego, campo a través, en dirección al Toboso. Parece que la familia Villaseñor era muy principal en la región, y de ahí la arremetida por parte del quijotesco procurador, dispuesto a castigar su preeminencia. Tal cual quedó registrado en las actas judiciales del pleito celebrado ese mismo año, habiendo sido don Francisco de Acuña denunciado por intento de asesinato, a más de por empuñar armas con el objetivo de amedrentar a la población local.

Pero puede que no fuera aquélla la única persona viva que inspiró el Quijote. Aparte del chifleta señor de Acuña, algunos investigadores postulan que, no siendo infrecuente que en los pueblos hubiera algún que otro loco, es muy plausible que Cervantes conociera, durante sus recorridos por pueblos manchegos, más de un caso similar al del susodicho procurador.

En cualquier caso, resulta apasionante imaginar quiénes y cómo serían los originales de tantos personajes literarios como pueblan todas esas páginas impresas que nos arrebatan el alma. ¿Criaturas inventadas o fieles retratos?

 


 

Jesús Greus

Jesús Greus. Nacido en Madrid, es escritor, licenciado en lengua inglesa por el Institute of Linguists de Londres. Ha sido colaborador de los diarios ABC, El Día del Mundo, Diario 16 de Baleares, Libération du Maroc, de la revista digital española Narrativas y, actualmente, de la inglesa LSD Magazine. Ha trabajado como traductor para diversas editoriales españolas. Como conferenciante, ha sido invitado por el Institut du Monde Arabe en París; la Universidad de la Sorbona; la fundación Le Monde autour du Livre, en Burdeos; el Centro de Estudios Luso-Árabes de Silves, Portugal; la Fundación Arte y Cultura de Madrid; la Universidad de Marrakech, etc.
Ha sido gestor cultural del Instituto Cervantes de Marrakech, ciudad donde reside actualmente. Es, asimismo, autor de los guiones cinematográficos Snapshots from Marrakech y The City of Flowers, ambos en proceso de preproducción. Es autor de:
Ziryab (Editorial Swan 1988). Novela ambientada en Córdoba en el s. IX. Éditions Phébus, Francia 1993. Editorial Entrelibros, 2006.
Junto al mar amargo, Hakeldama Editor, 1992. Novela.
Así vivían en Al-Andalus, Ediciones Anaya, 1988. 13 reimpresiones. Nueva edición revisada bajo el título Así vivieron en Al-Andalus, Anaya 2009.
Claro de luna. Obra poética.
De soledades y desiertos, Ediciones La Avispa, 2001. Teatro.
Laberinto de aljarafes. Editorial Sirpus, 2008. Relatos.
Rebuscar entre las nubes. Anécdotas, tormentos y manías de los grandes escritores. Ensayo. Huerga & Fierro, mayo 2015.
Aquella noche en el mar de las Indias. Novela. Editorial Stella Maris. Mayo 2015.


Web del autor: Espejismos (https://librocircular.wordpress.com/)

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Los jimaguas (cuento cubano) · El bobo y la yuma · Calle Soledad · Amor precoz

Ilustración artículo: Fotografía por moritz320 – Pixabay (dominio público)

 

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Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 111 · julio-agosto de 2020

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