relato por
Paulo Neo

 

D

esperté en mitad de la noche. Desde la ventana se colaba un pequeño hilo de luz y el silencio era apenas quebrado por el sonido de un auto, a lo lejos. El corazón me latía rápido, me sentía demasiado confuso y sudado, me dolían horriblemente las piernas. Es que en el sueño corría bastante, escapando de algún peligro indefinido y matando gente en el camino. Gente mala, entiéndase. Políticos, traficantes, asesinos y algunos jueces y abogados. Nada raro en el devenir habitual de mis sueños, por cierto.

Ahora bien, lo extraño del caso, y lo que me hizo despertar abruptamente, fue la aparición de una enorme araña, negra como el fondo del infierno. Tenía el tamaño de una taza de café, igual de alta y rápida como un velociraptor. Le asomaban unos colmillos blancos y las patas se desplazaban como hélices peludas.

Horas después, me senté frente a la máquina con la intención de escribir un articuento sobre cierta leyenda andina que llamó mi atención por lo macabro del asunto, pero me di cuenta de que la impresión del sueño aún me rondaba. Comprendí, sin más, que la leyenda quedaría para otra ocasión.

Antes de comenzar a escribir sobre él, me dispuse (por puro aburrimiento, entiéndase) a recurrir al más ordinario de los males actuales: escribí «soñar con arañas» en Google. El primer resultado fue: «Si sueña con arañas, significa que gracias a sus esfuerzos y la energía que pone en su trabajo y en su vida, logrará ganar dinero y felicidad, tanto en su trabajo como en su vida (excepción: tarántula)».

Pues bien, que ahora me encuentro mucho más preocupado que antes. ¿Cómo saber si se trataba de una tarántula, la única excepción? A decir verdad, no tengo la menor idea de qué especie era la maldita araña de mis sueños. Si me preguntan, tiene más de personaje literario de ficción que otra cosa. Quizás se tratara de la mígala de Juan José Arreola, o alguna similar escapada de un cuento de Horacio Quiroga, de seguro.

Alguien dijo, no recuerdo quién, que ciertos mecanismos de escritura funcionan las veinticuatro horas. Algún otro llamó a eso metaficción, creo. Aunque a mí me suena un poco más a metarrealidad, quién sabe. En fin, que esto de guglear los sueños resulta tan deprimente y absurdo como escribirlos para sacárselos de encima, claro está. Sobre todo, cuando la metaficción y la metarrealidad quedan colgando de la misma tela.

Tela de araña, entiéndase.

 


 

Paulo Neo. Nació en noviembre de 1980, en Santa Cruz, Argentina. Ávido lector, desde los 13 años escribe canciones. Durante más de una década hizo música y radio. Algunos de sus textos participaron de antologías publicadas en España. También ha colaborado en diversos medios de Argentina, Colombia y México. Su libro Microficciones Ilustradas, fue publicado en 2015 por la Editorial Libris y cuenta con ilustraciones del artista plástico mendocino Andrés Casciani. Actualmente se encuentra trabajando en un próximo material llamado Amor sonámbulo, a publicarse en breve en Estados Unidos, México y Colombia.

Web: http://www.pauloneo.com

Ilustración: Fotografía por Foundry / Pixabay  [public domain]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) n.º 104 mayo-junio de 2018

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