artículo por
Gustavo Catalán
M
iles de libros, en buena parte de segunda mano, han ido desapareciendo conforme cierran muchas de las librerías que antaño los almacenaban. Sin embargo y para alivio de muchos lectores hay, entre otros lugares, dos pueblos que visité en el pasado y no me resisto a glosar por haberse convertido en emblemático refugio de esos recipientes de papel donde, en palabras de Emilio Lledó, reposa el tiempo y —añadiría— el espíritu se crece. Me refiero en concreto a uno en España y el segundo en Francia.
Conocí Urueña, a unos 50 km de Valladolid y designada (2007) como primera Villa del Libro en este país, por consejo de mi gran amigo Avelino Hernández, escritor soriano fallecido años atrás y, ciertamente, fue un acierto. Con justificada admiración paseamos junto a mi mujer por aquella minúscula localidad (menos de 200 habitantes) de origen medieval, rodeada por una muralla que data del siglo XII y que sumaba a su sin par atractivo una docena de librerías; más librerías que bares, como reza alguna publicidad al respecto. En Urueña y en mi experiencia, los ojos pueden gozar de alternativas a distancias varias: puede perderse la vista en los alrededores hasta las lejanas montañas; más cerca, disfrutar contemplando el pétreo perímetro que delimita el pueblo o, a pocos metros y en cada calle, en cualquier recodo, pararse a hojear alguno de los muchos volúmenes que ya son, definitivamente, emblemas del lugar.
Fue por dicha experiencia que tiempo después y programando mi trayecto por la ruta cátara, en la vecina Francia, incluí en dicho periplo, por la región de Languedoc y tras dormir en Carcassonne, una obligada visita a Montolieu (al parecer y en traducción, «Monte de los olivos»), a escasos 20 minutos en coche de aquella ciudad. A diferencia de Urueña allí no hay murallas, pero el pueblo, en una colina y también con espectaculares vistas, está rodeado en este caso por el río Alzeau y una atractiva calle, «de los jardines», repleta de flores. Es localidad mayor que la anterior —unos 850 habitantes— y, en consecuencia, también más bares y restaurantes donde repostar aunque, como en la de Valladolid, también aquí son sus librerías, unas 20, las que otorgan definitiva entidad a este otro «pueblo biblioteca» que ofrece, además, un interesante museo inaugurado en 1991, el Michel Braibant, donde se exhiben históricas impresoras, antiguas máquinas de escribir…
Bello lugar para el paseo y la satisfacción de comprobar que todavía sobrevive, se cataloga y vende, esperamos que por muchos años, el viejo papel en el que perderse y ya crecido leer, que es, como escribiera Aleixandre, otro modo de nacer. Pero de tener que elegir el lugar entre paisajes y páginas para nuevos alumbramientos, con los libros como madres, ni la menor duda: Urueña.
J. Gustavo Catalán Fernández. Es Licenciado en Medicina por la Universidad de Barcelona, y Doctor en Medicina (1990) con la calificación de Apto Cum Laude. Médico Residente y después Adjunto en el Servicio de Oncología del Hospital de San Pablo de Barcelona. Es también especialista en Medicina Interna y Endocrinología (Univ. de Barcelona), diplomado en Metodología Estadística por la Universidad de París y en Sanidad (Escuela Nacional de Sanidad, 1982).
💻 Web del autor: Contar es vivir (te)
(https://gustavocatalanblog.com/)
ⓘ Este artículo fue publicado originalmente el 28.11.2022
en el blog Contar es vivir (te).
🖼️ Ilustraciones: (portada) Placa del suelo de la Villa del Libro (Urueña), fotografía por Garabata, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons ▫ (En el texto) Fotografía por hjrivas [en Pixabay; dominio público]
Revista Almiar – n.º 126 ▫ enero-febrero de 2023 ▫ MARGEN CERO™
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