relato por
Luis Amézaga
C
umplir los treinta y cinco años no era una opción. La herencia genética no estaba de tu parte y el sistema nervioso que te sostenía era como un colchón de agua. La vida es transacción de unos a otros: plantas, animales, personas… todo es unión y tú no podías vivir como una anomalía individual. Tu cuerpo fibroso se rebelaba, tu mente alterada era el enemigo en casa, tus emociones eran sicarios en un parque de atracciones para monos. No cumpliste los treinta y cinco años. No viviste los años que sí cumpliste. Solo padeciste una ficción provocada por tu mente que creía en un futuro que no llegaría. Un poco como todos, pero más deprisa, más intenso, más desnudo de defensas. No quisiera en este panegírico pasarme con los halagos, porque resumiendo: eras un cabrón. Quizá te hacías perdonar con facilidad, pero eso no quita que fueras un tipo insidioso y canalla que buscaba el placer inmediato y la utilización del prójimo para conseguirlo. Las pocas veces que pensabas en los demás lo hacías en términos de cómo servirían a tus necesidades materiales y emocionales. Tu nombre no tiene importancia. No fuiste nadie. Han pasado ocho meses, y a excepción de mí, dudo que nadie te recuerde. Hay personas que da gusto borrar de la memoria, que su desaparición provoca suspiros de alivio en quienes la conocieron. Cuando la individualidad es tan tuya, los demás nada perdemos con tu extinción. Si no borras las fronteras con lo demás antes de morir, morirás para los demás.
Parece que te estoy viendo perseguir fantasmas a los que habías puesto nombre y apellidos. La tenacidad que mostrabas en semejantes batidas era merecedora de mejor causa. Tus fobias eran tu alimento. Tus miedos, tu oxígeno. Solo mostrabas cariño cuando estabas caído, un cariño interesado y utilitarista. En el hospital te diagnosticaron un trastorno grave de la personalidad. No era para tanto. Te gustaba exagerar para significarte.
Tus posesiones eran la labia, deudas que ni borracho ibas a saldar, un hígado que superaba las pruebas más adversas y un perro tan grande que te proyectabas en él para esconder tu nadería. Te recuerdo caminando, tramando, urdiendo historias contaminadas. Hablabas mucho, típico de quien nada tiene que contar o de quien tiene mucho que callar. Trabajabas con ahínco dos días y al tercero ya la liabas. Pedías la cuenta en el curro y te gastabas el dinero en un bar de barrio. Hacia los demás todo eran exigencias, hacia ti ninguna, solo autocompasión. La familia tenía la obligación de suministrarte casa y dinero; los amigos: compañía, fidelidad y más dinero. De las relaciones de pareja esperabas sexo, sumisión y más dinero. Eras bisutería de segunda mano, que con mucha labia y falsa humildad se vendía como un diamante. Si hubieras sido consciente de ti un segundo, quizá hubieras sido alguien. Pero no fuiste nadie.
Y aquí estoy hablando de ti, buscando algo que se nos haya escapado y que mereciera la pena. Tu conversación era amena y te dejabas invitar en los bares con mucho talento. En una ocasión, un conocido al que tú llamabas amigo, me comentó refiriéndose a ti: «Un pensamiento que surge súbitamente, como una tormenta, cae sobre él y no lo deja ni un minuto en paz».
Si conocías a una chica que era cocinera, tú te ponías a cocinar. Si conocías a otra que escalaba tú robabas de los grandes almacenes botas de montaña y unos arneses. Si conocías a una chica que iba al gimnasio te ponías a hacer pesas como si hubieras encontrado tu verdadera vocación.
Llevabas días buscando por el barrio al que te había robado el patinete eléctrico. Paseabas por las calles al acecho con tu perrazo al lado. Detenías a los coches para inspeccionarles el maletero, por si habían escondido ahí tu patinete. Tuviste un par de encontronazos físicos con los vecinos que gritaban a ver si estabas loco.
Apareciste muerto en una cuneta, al lado de una carretera secundaria en la salida oeste de la ciudad. Te encontró un jubilado a las nueve de la mañana de un viernes agosteño. Al parecer llevabas más de diez horas muerto y olvidado. En el reconocimiento no encontraron señales de violencia. La versión oficial fue que habías ido a pasear con la fresca de la noche y que una parada cardiaca te fulminó allí mismo. No conozco a nadie que se muera sin sufrir una parada cardiaca, y desde luego no eras de paseos y menos sin tu perrazo. Pero no importa. Las plañideras que te lloraron no te conocían, los que si te conocían no derramaron ni una lágrima. Has sido reciclado como materia orgánica en el universo. Espero que no lo contamines. ¡Buen viaje, cacho cabrón!
Luis Amézaga. Nacido en el año 1965 en la ciudad de Vitoria (España) donde vive actualmente. Entre lecturas y escritos concibe la medida del tiempo. Mantiene habitualmente el blog El búnker travestido: http://bunkertravestido.blogspot.com.
Ha escrito artículos y colaborado en diferentes revistas literarias: Bolsa de Pipas, Letralia, Ariadna, Narrativas, Almiar-Margen Cero, Groenlandia, Agitadoras… Ha participado en antologías de relatos y poesías como La Casa del Poeta (Noche Polar), Doble en las Rocas y Escribir en Crisis (Editorial Letralia), o Antología de poesía Viejoven (Versátiles Editorial). Es autor de varios libros de poemas: El Caos de la Impresión, A Pesar de Todo… Adelante, o Los Alrededores del Idiota. Con el poemario Bolsa de Canicas obtuvo el premio en el certamen convocado por la revista literaria Katharsis y se publicó revisado en segunda edición en el año 2012. Ofreció a los lectores el libro de máximas y aforismos El Gotero en la revista Groenlandia. Con el poeta Adolfo Marchena publica el libro de crónica poética La Mitad de los Cristales. También compartió proyecto en su libro dietario El Reloj de Arena junto al escritor hondureño David Morán. Destacar la publicación del libro de sentencias, crítica y pensamiento, que ha recogido bajo el título Una semana de arresto domiciliario. Cuenta con un librito de relatos titulado Tarde de Moscas, y su flamante trabajo publicado con la editorial Amarante bajo el título: Vuelos rasantes, un ejercicio narrativo que cuenta con nueve historias perturbadoras. Su última entrega a los lectores es Los ladrones de ideas, que obtuvo el segundo premio del IV Concurso Literario de Relatos «Letras Cascabeleras».
📩 Contactar con el autor: luisamezaga43 [at] gmail [dot] com
🖼️ Ilustración relato: Fotografía por slightly_different (licencia Pixabay)
Revista Almiar · n.º 127 · marzo-abril de 2023 · 👨💻 PmmC · MARGEN CERO™
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