microrrelatos por
Isabel García Díaz
Ropa blanca
No podía evitar un profundo desasosiego, cuando abría aquel armario en el que guardaba celosamente la ropa de familia. Aquel ajuar que había pasado de madres a hijas, y que ahora no utilizaba por una cuestión práctica. No se podía permitir el lujo de andar entre embozos y almidones. Tan sólo podía disfrutar de aquellas reliquias cuidándolas con esmero. Cada primavera sacaba la ropa, la lavaba y planchaba; después volvía a colocarla en el mismo lugar. Mientras hacía esta tarea sentía los alfileres de la nostalgia. Le parecía que antes toda la ropa era blanca. Así lo percibía desde el balcón de los recuerdos: blanca era la mantilla con la que se envolvía al recién nacido, blanco era el vestido de comunión de las niñas y el de las novias. Blanca era también la mortaja.
Sentía el peso del presente, lleno de tantos colores que la desconcertaban.
La señorita Morera
La señorita Morera fue mi profesora de latín durante cuatro años consecutivos. Era una mujer de ademanes metódicos, de carácter apacible y trato distante. Yo la admiraba porque sabía latín.
Siempre llegaba al aula puntualmente, abrazada a sus libros que colocaba cuidadosamente sobre su mesa. Acto seguido comenzaba la clase, jamás se alteraba cuando traducíamos barbaridades del tipo «los elefantes lucharon contra Anibal». Tan solo entornaba ligeramente los ojos como si oyera un molesto chirrido.
A mí siempre me llamaba Díez, en lugar de Díaz. Al principio yo la rectificaba tímidamente, pero fue inútil. Así que me resigné a variar mi apellido y a aceptar su indiferencia.
Un día me llamó aparte y me dijo: «Díez, está Ud. en buena disposición, a ver si persevera». Después de consultar el diccionario, la vi de un modo distinto. Me pareció que la señorita Morera era la encarnación de la perfección, a pesar de que me llamase Díez.
El infierno
En el comedor de la casa de mis padres había una vitrina en la que mi madre guardaba juegos de café, de té, vasos, copas y figuritas de porcelana.
Recuerdo un día en que ella estaba limpiando todos estos objetos de exposición. Yo quería ayudarla, pero ella no me dejaba porque era demasiado pequeña. Así que sólo podía observarla mientras jugaba con las pinzas de la ropa.
En una de aquellas limpiezas a fondo, se le cayó un angelito blanco de porcelana y se rompió en diminutos pedacitos. Yo la miré sorprendida, ella me dijo que no me moviera, a ver si me iba a cortar. Cuando volvió con la escoba y la pala, le pregunté que adónde iría el angelito mutilado; al cielo, me respondió. Entonces pensé en el infierno. Las monjas nos explicaban que allí iban las personas malas, las que habían muerto en pecado mortal. El infierno era un lugar tormentoso porque siempre ardía el fuego eterno.
Entré en la cocina, había una olla de caldo al fuego. Acerqué un dedo a la llama y rápidamente lo retiré. Pensé, de nuevo, en el infierno y por primera vez sentí la angustia del miedo.
Tristeza
El peso de la existencia me hunde en la tristeza. Las sombras del pasado son círculos negros que giran y giran desesperadamente como los cazos de aquel anemómetro, que con tanta precisión describía Azorín.
Hoy hace un año que murió mi padre.
Isabel García Díaz (Barcelona-1958). Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Se dedica a la docencia y a la escritura. Ha escrito microrrelatos y cuentos (Revista Nagari, Poémame, 142 Revista Cultural, entre otras) y la novela Cuadernos de soledades (Huerga y Fierro Editores). También ha realizado varios trabajos monográficos (UB/AEN) y ha impartido conferencias sobre literatura y cine. La última de ellas titulada «La lengua de las mariposas: del libro al cine» (ICAIC y Embajada de España en Cuba).
📩 Contactar con la autora: igarcigd[en]gmail[.]com
Ilustración relatos: Imagen realizada con IA ▪ Fotografía de la autora, por Joan Vives Seguí ©
📻 Varios de estos relatos se leyeron en Radio Ariete FM («Cuentalia»), en diciembre de 2023. Para escuchar el podcast del programa PULSA AQUÍ.
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 130 · 👨💻 PmmC · septiembre-octubre de 2023
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