reseña de la novela de Elísabet Benavent por
Javier Úbeda Ibáñez

 

L

a novela se enmarca dentro del género chick-lit, que, sucintamente explicado, se trata de libros escritos por mujeres que tienen como público lector también otras mujeres y, como temas que tratar, los que competen a la fémina moderna: casa, parejas, hijos, vida profesional, aficiones, amistades, etc.

He de admitir que esperaba un libro vacuo, al estilo de Sexo en Nueva York, lleno de un grupo de amigas un tanto alocadas que se recluían en una isla a tomar copas y, qué sé yo, a lucir trajes de baño y hablar sobre maridos, niñeras, jefes y cremas. Lo cierto es que… no iba errado. No he conectado con este libro porque simplifica los intereses de las mujeres en hombres guapos, fiestas y ropa de marca. No reconozco en ninguna amiga de la edad de la protagonista los rasgos que aquí se presentan.

Mi isla consta de un prólogo, cinco partes (que encierran las cinco fases de la historia) y un epílogo. La historia presenta una estructura circular (prólogo y epílogo son exactos, aunque en el último se incluye una adenda que relata el final de la misma), pero, sobre todo, se basa en la dualidad («Soy de naturaleza complicada y él tenía algo que despertaba más dualidad en mí: lucha entre la independencia ganada con esfuerzo y la idea romántica de la aventura amorosa»; «¡Insoportable y maligna […] esa era la cara A. La cara B era que yo dependía de ella»), y esta incluye el nombre de la protagonista femenina, a la que todos llaman Maggie, excepto Alejandro, el protagonista masculino, que se dirige a ella como Magdalena («Mi nombre, completo, sabía a besos en su boca. También a sexo. Y a cosas que aún estaban por venir. No soportaría que Alejandro me llamara como lo hacían todos los demás»). Se repiten las dualidades con las dos amigas principales de Maggie, Irene y Camila, que son polos opuestos. En la misma línea, la autora reserva algunos capítulos para dar voz al protagonista masculino, pocos, lamentablemente, puesto que conocer más a fondo sus opiniones y sentimientos habría sido oportuno e interesante.

A mi juicio, no es en la estructura en lo que se le pueden poner peros a la novela, sino en las contradicciones que se perciben entre lo que debería ser una mujer adulta y segura de sí misma y lo que se va desprendiendo de la lectura. Puede ser que en ello tenga algo que ver que sea un libro que se tardó cinco años en escribir, presumiblemente, entre otros proyectos, lo que le restaría capacidad para sortear ciertas incongruencias y eliminar escenas que no aportan mucho al desarrollo, sobre todo, en las partes tercera y cuarta, que se hacen más difíciles de leer a medida que aumentan las páginas en las que ella se autosabotea.

En el prólogo se presenta Maggie, una treintañera que se dirigirá a los lectores en primera persona y con frecuentes alusiones directas («Pongamos que entráis en mi habitación el día que empieza esta historia»). Presenta brevemente el lugar en el que se encuentra (una casa de huéspedes que regenta en una isla tranquila), el modo de vida que lleva y su propio físico. El asunto del físico no es baladí, sino muro de carga de muchos de los problemas que surgirán y símbolo y signo de la superficialidad que reinaba en su vida anterior.

En la primera parte, cede el testigo a Alejandro, de quien solo sabemos que necesita huir a un lugar tranquilo por un motivo que desconocemos y que recala en la casa de Maggie.

Posteriormente, ella desgrana lo que le ocurrió para llegar a su isla, tras dejar Madrid y Barcelona («Las tarjetas de crédito. Las carcajadas y las modas. La juventud. Tener el mundo a mis pies y el rugido de la ciudad en mis oídos. Todo quedó atrás»). El encuentro de ambos ya nos da una idea de cómo es Maggie y qué le llama la atención, como las marcas caras, que son recurrentes en la narración («Louis Vuitton, modelo Keepall 55 con bandolera»; «Mi vestido de Missoni, mis shorts de Chloé, mis sandalias de Chanel, mi pintalabios rojo de Dior, mi borsalino de paja, mi maletín Loewe, mis flip flop de Yves Saint Laurent, mis plataformas de Jimmy Choo, mi vestido camiseta de la Casita de Wendy, […] mi ropa interior de La Perla»).

No se puede pasar por alto la cosificación de las personas como objetos sexuales, que aquí se presenta sin ningún pudor cuando el objetivo es un hombre. Resulta sorprendente en la pluma de una generación de mujeres que han criticado esto mismo hacia el sexo femenino. También asombra el listado de clichés sobre los varones («[…] a los tíos no les va demostrar que algo los ha emocionado», «[…] sabía cocinar y limpiaba después», etc.).

Con ellos dos solos en la casa, empieza un coqueteo que a ella le atrae, un amor de primavera que su instinto de protección la impulsa a rechazar para protegerse, pero eso no impide que saque a la palestra incongruencias, algunas, de tal calado que él, mucho más sensato, contraarguye con lógica («Alejandro me había dado un revés moral de los que se dan con la mano bien abierta, y esas cosas pican»). Ella misma lo admitirá («Supongo que le enviaba señales contradictorias, pero es que lo que apetece no siempre es lo que nos conviene»). En fin, no conviene olvidar lo que ella misma confiesa: «Era agotador ser como yo era, os lo adelanto». Sí, Maggie: pobre Alejandro.

Una de las características del género es la aparición de escenas eróticas de mayor o menor voltaje, y así se cumple en esta obra, donde la tensión sexual es manifiesta. Finalmente, se producen los encuentros y más tarde se van conociendo. Sabremos entonces que a ella le tocó la lotería a los veintitrés años y malgastó el dinero («[…] a fin de cuentas, yo por aquel entonces era muy joven y no sabía nada de la vida ni de mí misma»). Su ocupación profesional era la estilista y personal shopper, pero las exigencias de ese mundillo hicieron que cometiera excesos («Era una auténtica superficial»). Tras haberse hundido en el fango, huyó a la isla. También sabremos que él es un top model.

Él la invita a ir a Nueva York, donde reside, y allí pasan juntos un mes, ante la oposición de los padres de la protagonista, que piensan que eso atraerá a los viejos fantasmas y temen que ello la pueda desestabilizar. Maggie notará que se está enamorando y tiene miedo de «no saber qué era para la persona a la que me estaba dando tanto».

Tras confesarse su mutuo amor, Alejandro le propone vivir juntos. Se instalan en Madrid con el objetivo, en palabras de él, de que ella trabaje de lo suyo y «de abril a septiembre nos quedamos en la isla». En Madrid, ella retoma el contacto con una buena amiga, Irene, que lo será también de Alejandro.

A consecuencia de su trabajo, conoce a Camila, una clienta, y a sus amigas, que, contrariamente al afecto que siente por Irene, pone en guardia a Alejandro («Esas chicas… Maggie… No sé si me gustan»). Alejandro y Camila habían tenido sexo ocasional antes, algo que le confiesa él, pero no ella. Esto dispara las inseguridades de Maggie.

Vuelven a la isla dos meses. Todo va bien, en apariencia, pero ella está inquieta. Al regresar a Madrid, la competencia con Camila aumenta por todo: «[…] por vestir mejor, por ser más cool en las fiestas, por estar más buena, por ser más popular, estar más delgada o a la moda, comer menos, beber más…». Su inseguridad la lleva a irse perdiendo cada vez más en futilidades que minarán su relación con su pareja: vuelve a la espiral de compras compulsivas, salidas hasta la mañana siguiente, engaños, alcohol y drogas, hasta llegar a la ruptura de la relación por parte de Alejandro, tras haber tratado este, por todos los medios, lograr que ella reaccionara.

A causa de ello, vuelve a Barcelona con sus padres y acude a terapia, donde le diagnostican un síndrome de personalidad límite y le explican que afecta a «[…] personas impulsivas, poco reflexivas y con dificultad para gestionar la ira». Por eso sufría ataques, inestabilidad emocional, vaivenes y frustraciones, nos cuenta ella. Por eso, y por una inmadurez impropia de la edad, añadiría yo.

De nuevo en la isla, tras unos meses en Barcelona, él acude para hablar y decirle que está con otra mujer. Volverá nuevamente y retomarán la relación sexual, que derivará en una cascada de encuentros de sexo denigrante y sin alma.

Ella le escribirá, tras poner fin (aleluya) a esa vorágine sin sentido, una carta con tintes y resonancias musicales, un 20 de abril, en la que se podrá ver que, ya sí, ha madurado y ha comprendido una serie de asuntos de la vida y de las relaciones con los demás. Esa misiva hará que él vuelva y mantengan la misma conversación con la que se conocieron. «Los hombres somos así. No sabemos estar solos. No como vosotras». Con ocasión de esa visita, hablan mucho y con detenimiento, por lo que llegan a un acuerdo para poder proseguir con su vida juntos, ya que se siguen amando, y es que vivirán unos meses en la ciudad, donde tendrán negocios relacionados con la moda, pero después volverán a la isla la otra mitad del año, pues él ya ha abandonado la pasarela. «Fue así como ninguno de los dos cedió y cedimos los dos».

El libro termina con una estampa familiar en la que Maggie relata que están en la isla con su hija pequeña y ella está embarazada de la segunda niña.

Recopilando mis impresiones, y según mi parecer, al libro, más allá del uso manido de los tópicos, del incesante barboteo de marcas de ropa y de cosméticos, de listados de restaurantes y teterías, le hace flaco favor el hecho de contener tantos altibajos en el relato. Los conflictos de Maggie, por más que se los quiera disculpar bajo el disfraz de un patrón psicológico, estriban más en la inmadurez y en el enfoque en una vida sin objetivos personales, egoica y victimista que en otra cosa.

Aprovecharé la dualidad de la propia novela para opinar, de manera personal, que cada persona ha de encontrar la valentía para vivir su vida fuera de las imposiciones ajenas, y ha de encontrar sus propios límites en una sociedad que se empeña en que vivamos según las modas que otros imponen. Ha de ser difícil sentir dos tendencias dentro de uno mismo, la que (crees que) te exigen otros, que te lleva al desenfreno y al descontrol, en el caso de Maggie, y la que vibra dentro de ti, pero deseas acallar para mantener una imagen de cara al exterior y a lo que la sociedad te presiona para que muestres, pues Maggie, en el fondo, y así lo confiesa, está deseando encontrar el amor y formar una familia. Cuando afronta lo que quiere es cuando logra, al fin, la felicidad y el equilibrio que anhelaba.

 


 

Javier Úbeda IbáñezJavier Úbeda Ibáñez. Escritor, crítico literario y miembro del proyecto REMES (Red Mundial de Escritores en Español). Nació en Jatiel (Teruel, España), en 1952. Reside actualmente en la ciudad de Zaragoza (España).
Es autor del conocido libro de relatos breves y poemas Senderos de palabras (Pasionporloslibros. Valencia, 2011), de los cuentos Daniel no quiere hacerse mayor (Pasionporloslibros. Valencia, 2011), La Elegida (Pasionporloslibros. Valencia, 2012) y Reseñas con huella (Círculo Rojo. Almería, España, 2020). Ha publicado numerosos artículos de opinión tanto en prensa digital como en prensa escrita. Además, es autor de numerosas reseñas literarias, relatos cortos y poemas, que han ido viendo la luz en importantes revistas de España como Almiar, Ariadna-RC, Culturamas, Fábula (de la Universidad de La Rioja), Horizonte de Letras, La Sombra (de lo que fuimos), LetrasTRL, Literaturas.com, Luke, Magazine Siglo XXI, Narrador, Narrativas, OtroLunes, Palabras Diversas o Pluma y Tintero… y también en revistas del extranjero como Gaceta Virtual, Letras en el andén, Liter-aria, Literarte, Poeta (todas ellas de Argentina) o Cinosargo (Chile), Cronopio (Colombia), La ira de Morfeo (Chile, Argentina y Brasil), Letralia (Venezuela), Letras Uruguay (Uruguay), Ombligo (México), Resonancias.org (Francia), Baquiana o Herederos del k(c)aos (ambas de EE.UU.), entre otras muchas.

📩 Contactar con el autor: jubedaibanez [at] gmail [ dot ] com

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🖼️ Ilustración: Fotografía por sebastiangoessl / Pixabay [public domain]

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📗 Mi isla, Elísabet Benavent (Gandía, Valencia, España, 1984), Barcelona, Penguin Random House, S.A.U., 2017, 536 págs.

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