artículo por
Adán Echeverría

 

E

n primera instancia hay que señalar que los poetas mexicanos han decidido que «armarse antologías», es lo que funciona para poder llegar a un público mayor. Mientras más «poetas» se incluyan en la obra, se tiene la esperanza de alcanzar un mayor número de lectores.

Muchos editores de poesía (que las más de las veces también se presienten poetas: yoteedito-túmeeditas), imprimen, copian, editan, compilan, los poemas de sus poetas admirados, amigos admirados, amantes admirados, compañeros que pueden unir su nombre al suyo y ser una dualidad artística editor-autor-editor: «Edité a Fulano, y cuando alguien hable de este Fulano, sabrán que yo lo edité, y hablarán también de mí».

En segunda instancia hay que señalar que al menos sesenta páginas forman un libro; ya sea de poesía, cuento, de lo que sea. Sesenta páginas tienen que ser lo mínimo. Todo aquel texto que tiene menos de sesenta páginas, es un cuadernillo, al que en el medio literario conocemos como plaquette.

En tercer lugar, hablemos del tamaño. Los libros deben estar en un tamaño que va, de la media carta al medio oficio. Pero la mayoría de las editoriales independientes apunta incluso al 1/4 oficio o al 1/4 carta, y con eso juegan para alcanzar el número mágico de las sesenta páginas, y poder tener UN LIBRO, aunque el original del autor apenas alcance las veinte. Esto con la finalidad de ahorrar recursos para la impresión.

En México, para los editores de poesía, los libros que tienen que formar parte de su colección son: al menos un becario del Fonca, al menos un poeta con un premio nacional. A éstos hay que pagarles la edición o, mejor dicho, a éstos no hay que cobrarles. Y sumados a los mencionados, faltará incluir a los novios, novias, amantes, a ésa chica que te prometió las nalgas si la editabas, y los amigos de borrachera y drogas, pero claro que sí. Gran parte del mundo editorial en México viene con estas presunciones.

Es por eso que siempre he hablado de los Altibajos en la Poesía Mexicana, porque se notan los desniveles entre la obra de los autores, entre los libros de un mismo autor, e incluso el desnivel puede observarse en una misma obra, entre un poema y otro, e incluso hay casos —donde la soberbia y la falta de taller predominan— en que los poemas se caen, es decir, un mismo poema no se sostiene.

Los premios municipales, estatales, regionales, nacionales, no son el sitio donde uno puede encontrar a los mejores poetas, ni los mejores poemas, y nadie podrá decirte lo contrario. Baste que leas a los autores. Porque la repartición de presupuestos siempre seguirá amarrada a las intenciones de quienes convocan y de los que acaban siendo jurados. Por ello los libros de estos poetas de al menos sesenta páginas, puede contener dos grandes poemas, apenas, algunos versos rescatables, y paren de contar. Son libros que no se sostienen con sesenta páginas.

Y de esos libros, acá les presento algunos:

1. El tema de la escrofularia, de Maricela Guerrero. Editado en 2013 por Editorial Piedra Cuervo y Ediciones de La Esquina. Cuenta con un dibujo en la portada creado por Amaranta Caballero Pardo. Entonces de nuevo vemos: la amiga Amaranta, buscando que editen a la amiga Maricela. ¿Y la poesía? Bien, gracias.

El contenido «poético» del cuadernillo es escaso (el trabajo se presenta en cincuenta y seis páginas, siendo siete las primeras páginas de portadillas y créditos, y seis páginas más en blanco y contraportadillas para cerrarlo). El «texto poético» de Maricela Guerrero va de la página siete a la cuarenta y ocho. Es decir: un texto de cuarenta y una páginas.

¿Y qué se encuentra uno mientras lo lee? Se encuentra con cosas tan «interesantes» como: alusiones al Himno Nacional (una bestia en cada hijo te dio / un hígado en cada hijo te dio); alusiones a rondas infantiles (las mariposas se columpiaban / sobre los brazos / de una araña), que vuelve a repetirse (una niña se columpiaba sobre la tela de una araña / como veía que resistía); interacciones con una canción del grupo ochentero de mujeres que se llamó Fandango, y cuyo único éxito fue: Autos, Moda y Rock and Roll, y con la letra de la canción Imagine, de John Lennon, alusiones a la saga de Rápido y Furioso, con tal de criticar el operativo, que bajo el mismo nombre permitió que miles de armas se introdujeran a México, y desaparecieran en manos de los grupos del crimen organizado. La crítica social, la crítica al estado, bien. ¿Y la poesía? El panfleto no funciona, la poesía menos.

El lenguaje poético que la autora intenta es más o menos en este tono, permanentemente: «Rápido y furioso, qué buen nombre que puso el director de la oficina de alcohol, tabaco, armas de fuego y explosivos: en el 2006 le llamaron receptor abierto traspiés y puntapiés y malos juicios».

¿En serio? ¿Escucharon ustedes el lenguaje poético, disfrutaron ustedes la poesía que la autora plantea? Pero claro que no, tienes más poesía en muchas columnas que aparecen en los periódicos. Subirse a la mesa del panfleto, de la crítica social y de gobierno, requiere una gran atención poética. Bertold Brecht siempre logró evidenciarlo en el poema Hollywood, en el que dice: «Para ganarme el pan, cada mañana / voy al mercado donde compran mentiras. / Lleno de esperanza, / me pongo en la cola de los vendedores».

Y eso es todo. ¿Ves, Maricela? El intento de la poesía panfletaria, de la crítica social se agradece, pero en este poemario hizo falta mucho más.

Pero, bien, anímense a leer la obra. Si quieren no me crean. O mejor no lo hagan, pues no vale la pena perder el tiempo en algo que no genera ninguna emoción. Ahora que, si se animan, yo los invito a detenerse apenas en el poema: «Desapariciones», de la página 37 del poemario. Quizá éste texto sí pueda funcionar.

2. Repasemos un segundo libro de poetas mexicanos que no vale la pena leer. Hablemos de: La doncella negra de Esther M. García. Editado en el año 2010 (cuando la autora cumplía los 23 años), por Regia Cartonera, Monterrey. Consta de setenta y seis pp. La autora escribe pensando «que todos sus dramas son poesía», buscando en casi todos sus poemas el «efectismo»; y lo que es peor, piensa que tenemos que condolernos con sus letras. Esta soberbia en la escritura nos hace percibir que la autora es incapaz de mirar la serie de errores que comete al escribir. Sobre todo, la falta de taller literario, la falta de autocrítica sobre lo que escribe. La autora divide el libro en seis apartados: “Ojos de niño”, “La doncella Negra”, “Eros”, “La Galería”, “Lugares para habitar”, y “Entropía”. Los descuidos de la autora son varios, pondremos algunos ejemplos: «Mi dedo índice decide el destino de la hormiga». ¿Alguna letra «d» más? En general, en ese primer poema denominado “Destructor”, la autora escribe cuarenta y tres veces la letra «d» (página 11).

Podemos contar incluso las rimas internas y los ecos rimados, que la autora produce: «Me venden en el supermercado caro de la vida» (pág. 12); «de un antiguo y rojo pájaro / que hace años» (pág. 12); «Con tu puchero-lucero»; «Levitas levemente y te lleva el viento, / junto a las hojas de los árboles marchitas por la arena del tiempo» (pág. 15); «envuelta en papel viejo sin un tarjeta / sin un “te quiero” ni abrazos ni besos» (pág. 16); «Creó suaves telas con sus acordes / que llenaban de color las habitaciones» (pág. 19); «a las cucarachas en ruiseñores y / a las tarántulas en flores».

Hasta acá llevamos diecinueve páginas de las setenta y seis que contiene el libro. Es decir, el 25% del poemario está lleno de errores. ¿Qué se está cantando en este libro? Apenas efectismo. Los pobres niños, los malos padres, bu, bu, bu, y nada más. Pero sigamos evidenciando las rimas internas de la autora: «Sólo con mi madre y un perro / que por las noches ladra al viento». «No tendrían miedo de tomarme de la mano / Nadie me vería con desagrado» (pág. 20). Usted recuerde que la rima se basa en la terminación de las últimas vocales de una palabra, puede ser una rima idéntica, o una rima fónica como en el caso de los «versos» de la autora. Sigamos, esto es una joya: «como costra marranosa» (pág. 22), maravilloso símil que la autora ha creado. Una más: «y entre ida y venida un poco de ellos se iba / despacio por el agua de las cañerías» (pág. 23); «que me roza el oído como un cuchillo» (pág. 36); «es lo único que siento y veo la tenue luz en el techo» (pág. 37); «agarrados de la mano», (pág. 40) ¿Es en serio, poeta? «Pero el mundo sigue girando, / el sol alumbrando» (pág. 45). «Ahí mismo llega tu musa roja y / algo en tu interior se descontrola» (pág. 46). «Hay pasillos de interminables recuerdos, / así como habitaciones llenas / de retratos y ecos viejos» (pág. 60).

Pero eso no es todo, además tendríamos que enumerar los errores de redacción: «arrullándose en ratos», «La casa se cae en pedacitos» (pág. 15); «Mi hermano teje sonidos / con sus manos en su guitarra» (pág. 19). «Todo él recorre el líquido rojo / en mis venas que es su nombre» (pág. 35). Llegamos, con mucha disciplina, a la mitad del libro y esto sigue mal.

Porque todo tiene que ver con la falta de taller, con la falta de autocrítica, la falta de revisión, la falta de saber qué es lo que hay que borrar. He acá un claro ejemplo: «La perfecta maldad / nacida del vientre de la poesía / dormita entre sábanas de rosa y espinas» (pág. 38). La autora es incapaz de borrar el tercer verso, que hace que se caiga la idea, porque lo grande es el inicio: «La perfecta maldad / nacida del vientre de la poesía». Para qué agregar más. Y lo peor, para qué agregar rimas internas: «poesía, dormita, espinas», cuando pude terminar el verso en «poesía». Esto es la clara evidencia de cómo el autor puede arruinar su propio trabajo, por no corregir.

Errores ortográficos: «para decirme cuanto me amaba» (que desde la pág. 16 se repite al menos tres veces), ¿acaso «cuanto» no debe llevar tilde, y escribirse «¿cuánto»?; el equivocado uso de los artículos como: «envuelta en papel viejo sin un tarjeta» (pág. 16). El equivocado uso de la palabra «porque» como en «por que los ciegos no los pueden ver» (pág. 60). Se trata de un trabajo editorial tan fallido, que incluso repite un poema en la página 40 y en la 65, todo un poema de dos páginas. O el desconocimiento del lenguaje, tanto de la autora como de sus editores: «De las mujeres con el pelo pringoso / y embarañado». ¿Embarañado? ¿No habrán querido decir «enmarañado», es decir hecho una maraña de pelos? (páginas 40 y 65).

El tremendismo de la autora es tan cándido: «Yo amo estas calles / aun si huelen a mierda». «Las mujeres golpeando al niño». «Aquí huele al vómito de la muerte». Su efectismo, tan cursi: «y lloran, amargamente, por que los ciegos no los pueden ver» (pág. 60); «y sus enormes ojos tristes de tanto ver / la felicidad» (pág. 60). Porque ocurre, y mucho, que no pueden entender que «no todos tus dramas son poesía», y como no lo entienden, escriben y publican cosas como: «los recuerdos de un padre y esposo que se fue / junto con el último gramo de comida / y el último rastro de felicidad». O pretenden ser críticas sociales: «Primero cómprate las tetas de silicona más caras y / luego cambia tu rostro» (pág. 70).

Pero como pasa cotidianamente con los poetas mexicanos, en este libro uno puede quedarse con algo, que aunque pueden ser poemas también cargados de efectismo y tremendismo («la rosa que no tiene pétalos sólo espinas»), al final cabe encontrarse con buenos versos, como: «masticadas por el gran diente fervoroso de la religión». Y es precisamente el poema que da nombre al poemario. Se trata del poema: “La doncella Negra”, (pág. 27), al menos los fragmentos I y II, porque el fragmento III es de un tremendismo tan vomitable que si se quita el poema crecería y mucho.

O también quedarse con el fragmento II, del poema titulado: “Henri Ford Hospital” (pág. 49), y hablo del fragmento II, porque luego el poema vuelve a caerse por el «tremendismo» y el «efectismo», que la autora quiere imponer a fuerza en sus textos. El no saber dónde terminar el poema, vuelve a hacer que el poema se le caiga, y las rimas internas y los descuidos vuelvan a aparecer: «No quiero llorar, no quiero, / pero a veces hay un petirrojo en mi pecho». Y si uno avanza un poco más, quedarse con el poema “Árbol”, de la página 62.

A manera de conclusión tenemos que repetir que no todos los dramas del autor son poesía. Pueden volverse poemas siempre y cuando el artificio en la hechura del texto presente el esfuerzo del poeta. La idea personal está ahí, en la universalidad de la emoción. El autor tiene que alejarse del texto, escucharlo en voz alta, corregir. Un autor no puede darse el lujo de publicar un texto donde se observan errores ortográficos en su trabajo. Del trabajo editorial tal vez no pueda hacerse responsable, pero sí lo es de la obra escrita. Es necesario abandonar el tremendismo, abandonar el efectismo en la poesía. Si todo está dicho, es labor del poeta decirlo de una forma nunca antes dicha.

 


 

ADÁN ECHEVERRÍA GARCÍA. Mérida, Yucatán (1975).
Integrante del Centro Yucateco de Escritores, A.C. Realiza el Doctorado en Ciencias Marinas en el Cinvestav del Instituto Politécnico Nacional – Unidad Mérida con una beca del Conacyt. Biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha cursado además el Diplomado en Periodismo, Protocolo y Literatura (ICY, CONACULTA-INBA y Editorial Santillana, 2005). Por su obra literaria ha sido considerado en el Diccionario Biobibliográfico de Escritores de México que realiza la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (Editorial Dante, 2002), Delirios de hombre ave (Ediciones de la UADY, 2004), Xenankó (Ediciones Zur-PACMYC, 2005), La sonrisa del insecto (Tintanueva ediciones, 2008), y Tremévolo (Ed. Praxis – Ayuntamiento de Mérida, 2009); así como el libro de cuentos Fuga de memorias (Ayuntamiento de Mérida, 2006). Compiló junto con Ivi May el libro Nuevas voces en el laberinto: Novísimos escritores yucatecos nacidos a partir de 1975 (ICY, 2007), y con Armando Pacheco la compilación electrónica en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (Ediciones Zur y Catarsis Literaria El Drenaje, 2008). Es Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, convocado por la UADY (2007). Ganador del X Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2008 (convocado en 2007). Premio Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Mención de honor en el Premio Nacional de Cuento José Amaro Gamboa, convocado por la UADY (2004); Mención de honor en el Premio Estatal de Poesía José Díaz Bolio (2004) y Mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento Carmen Báez (2005), de Morelia, Michoacán.

 

📋 Leer otros textos de este autor (en Almiar):
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| Recuerdo por Nicanor Parra | Pequeña historia de la danza en Yucatán | Trastorno bipolar | Todos somos forasteros

📩 Contactar con el autor: adanizante [at] yahoo.com.mx

🖼️ Ilustración artículo: Fotografía por Pexels / Pixabay [public domain]

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Revista Almiar n.º 105 / julio-agosto de 2019MARGEN CERO™

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