reseña del poemario Todas las cosas que se van,
por
María Eugenia Alava

 

L

aura Villar comenzó su andanza de publicación poética en 2019 con el poemario titulado La ciudad donde la joven poeta compostelana reflexionaba, al final de su veintena, sobre la actualidad cívica. El libro se publicó en una colección de poesía de la editorial Liliputienses cuya imaginería definía bien el estilo poético que apuntaba la joven autora: «centrifugados». Con verso descarnado, versolibrista y de imagen desnuda y cruda, Villar apuntaba ya algunas líneas de fuga de lo que sería su siguiente entrega poética de 2022, Todas las cosas que se van, de clasicismo más marcado por su parte. En La ciudad leíamos: «Dijo: la ciudad somos nosotros. / La ciudad.» (Villar, 2019, p. 15). El juego metatextual del sujeto lírico anotaba dos asuntos poéticos principales: la necesidad de algún distanciamiento en clave neorromántica y la asunción directa, por contra, de una responsabilidad individual sin ambages.

Efectivamente, la poesía de Villar parece proponer un trasfondo filosófico en clave ética muy útil para nuestra actualidad. Recurriendo al pensamiento de Slavoj Zizek desarrollado en Sublime objeto de la ideología podríamos explicarlo como sigue: «La paradoja crucial de esta relación entre la efectividad social del intercambio de mercancías y la «conciencia» del mismo es que —para usar de nuevo una concisa fórmula de Sohn-Rethel: «este no-conocimiento de la realidad es parte de su esencia». La efectividad social del proceso de intercambio es un tipo de realidad que sólo es posible a condición de que los individuos que participan en él no sean conscientes de su propia lógica; es decir, un tipo de realidad cuya misma consistencia ontológica implica un cierto no-conocimiento de sus participantes» (Zizek, 2003, p. 46, el resaltado es propio). El sujeto lírico de Villar, aunque algo romantizado como es el gusto de buena parte de los poetas más jóvenes en la actualidad, no sucumbe sin embargo a la esencialidad de esa ideología-masa imbricada en cualquier pensamiento individual sino que más bien plantea una lucha activa y diaria frente a ella.

En las últimas décadas se ha venido hablando de varias tendencias poéticas entrecruzadas desde aproximadamente la de los años 90, cuando corrientes como el «realismo sucio» entraron el diálogo con la ya muy acomodada poesía de la experiencia de corte más clásico pregonada desde La Otra sentimentalidad. Entre ellas, se ha mencionado la figuración como una de las máximas de los poetas jóvenes, pero también se ha hablado de una vuelta al surrealismo para otros cenáculos o incluso de ciertas propuestas punk con referencialidades simbólicas descarnadas que actúan como piedra de toque de una reivindicación poco organizada y orientada en varios frentes, justo como parece necesario para combatir una posmodernidad que, según algunos autores siguiendo la idea planteada por Fredric Jameson en las últimas décadas, también ha sido ya superada. Pero, en general, la crítica parece estar de acuerdo en que no se puede hablar de «generaciones» poéticas cuando nos referimos a los autores nacidos a partir de 1990. En el monográfico número 11 de 2018 de la revista Kamchatka, coordinado por Álvaro López, Ángela Martínez y Raúl Molina, todos los poetas entrevistados coincidían en que no existe voluntad generacional en la actualidad poética de España y Latinoamérica, sino que más bien se trata de perspectivas complementarias y compartidas orientadas hacia varios disparaderos. Lo que quizás sí une a todos esos poetas, de muy diferente signo estético en cada caso, es, sin embargo, una grande y marcada voluntad de comunicación. Ese es también uno de los mensajes clave de la poesía de Villar. Para Villar, como para otros muchos de sus colegas como Ben Clark, Hasier Larretxea, Unai Velasco, Carlos Catena, Rocío Acebal o Luna Miguel, ante la pretendida desmembración del grupo social, se trata de coger los cuernos del toro de la responsabilidad individual para poder convertirla en voluntad colectiva.

La antología compilada por Rosa Berbel, Juan Domingo Aguilar y Mario Vega en 2019 en Maremágnum, donde Villar quedaba muy justamente incluida, propuso el concepto de «piel fina» para los poetas incluidos en su florilegio. Con ello se referían a ciertos elementos compartidos por todos, tales como la herencia de un futuro prometedor que nunca se había materializado, fruto de las diversas crisis económicas que los poetas jóvenes, de entre treinta y cuarenta años en la actualidad, han padecido. El libro Hijos de la bonanza (2020) de Rocío Acebal parece uno de los poemarios que más claramente ha trasladado esa idea desde su propio título. Por otro lado, en un trabajo titulado «La generación Reset» para la revista de ese mismo sello editorial en 2021, Predo J. Plaza recuperaba el denostado término, aunque para deconstruirlo en su propuesta de agrupación de poetas que evaluaba someramente bajo un concepto de grupo similar al de Berbel, Aguilar y Vega, aunque con algunos matices. El autor, además, acotaba los años de nacimiento de los poetas en las siguientes fechas: 1989-1999, dejando a algunos más mayores convivir con los más jóvenes. Para J. Plaza ese concepto de «reset» incorporaba una clara clave positiva de continuidad ante la dificultad de las mencionadas crisis: «Además, pienso que toda esta generación está de sobra familiarizada e identificada desde su niñez —ya no las siguientes, tampoco las precedentes, más adultas— con el emblemático botón de reset, el cual se pulsaba, con mayor o menor rabia e inquina según la gravedad del asunto y el temperamento de cada cual, cuando los antiguos ordenadores y otros aparatos electrónicos se bloqueaban o denunciaban cualquier tipo de fallo que escapaba a la comprensión del usuario de a pie» (Pedro J Plaza, 2021, p. 44). Para él estos poetas optaban decididamente por la superación, en todos los sentidos de la palabra. La esencia del concepto, por tanto, era la misma, pero su materialización algo diferente. Porque mientras en el florilegio de 2019 se planteaba la opción de la poesía de la desesperación, en la línea de las propuestas de la poesía del desconsuelo de Jorge Riechmann, según J. Plaza estos «reset» habrían decidido ya tomar el timón y cambiar de rumbo: «una pretensión de reinicio, un amago de reconfiguración frente a los preceptos literarios que han ido sorteando […] de otra parte, una suerte de reajuste, de recomposición ante los múltiples cambios sociales y vitales que han ido experimentando en un lapso temporal muy corto que les ha robado la prometida estabilidad» (J. Plaza, 2021, p. 44). Villar quedaba incluida, más por temas que por cosmovisión poética, dentro del subgrupo de poetas que trabajan la «cotidianidad, la ciudad y los males de comienzo del siglo» (J. Plaza, 2021, p. 55). Sin duda una catalogación superficial pero afortunadamente nada restrictiva que permite multitud de lecturas poéticas subyacentes. De hecho, en La ciudad, a mi juicio había ya una manera bastante definida de afrontar esos «males del siglo».

Cabría mencionar en primer lugar el tema del dolor, que está muy presente en la poesía de Villar en sus dos publicaciones y, más claramente, en su segundo libro, de corte más clásico y de neoromanticismo más marcado frente a la propuesta más vanguardista de La ciudad: «tengo una herida / en mitad de la piel / pero ya no le tengo miedo / la curo y la abro / la toco y la miro / me recuerdo / que está […] (Villar, 2022, p. 51). De hecho, el dolor es un tema habitual en los poetas más jóvenes de nuestra literatura contemporánea. Cristina Sanz o Rodrigo García Marina han explicitado en muchas de sus composiciones que el dolor es un acompañante necesario para vivir la actualidad joven. En el caso de Villar el tema parece vertebrar una reflexión ética de muy hondo calado, que va más allá del dolor meramente personal para transformarse en un dolor colectivo. Se parte, ciertamente, de parajes cercanos al sujeto poético, como por ejemplo el cuerpo o la familia. Se trabaja en la desestructuración familiar y en la dificultad de mantener entornos seguros en la era del consumo y en la falta de tiempo de calidad. Pero se vislumbra una profundidad, casi mística, de la idea del dolor, como un verdadero mal de siglo. Un buen ejemplo de esto es una composición de La ciudad donde leemos: «Los tiempos en que la ciudad aún respira / están a punto de agotarse» (Villar, 2019, p. 9).

La mirada femenina de ese dolor, por su parte, también está muy marcada al estilo de otras compañeras, como por ejemplo Ana Castro. El sujeto lírico de Villar pone en valor una sensibilidad de observación especialmente femenina que permite captar detalles «casi imperceptibles al ojo humano». Ello es especialmente patente en las composiciones de Todas las cosas que se van, sin embargo, como por ejemplo en los siguientes versos donde el cuerpo femenino actúa prácticamente como demiurgo, creado por todos y creador de todos: «soy la gente que ha pasado / por mi cuerpo / por la que he pasado yo // quiero escribirte esta carta / para contarte / que todo me ha ido / construyendo / de una forma / determinada / como si construyese el viento / los acantilados» (Villar, 2022, p. 29). Esa herencia de un feminismo de corte holístico demuestra una asunción inteligente y coherente de algunas poetisas mayores que ella como Juana Castro o Ana Rosetti; puesto que todas definen el cuerpo femenino como creación colectiva, para bien y para mal, pero sobre todo como fuente de creación fértil y múltiple: «Pienso en las caras de la gente. / En su carne gris apretando las mandíbulas. / Pienso en si tal vez solo serán / los figurantes de mi vida, / meros extras que existen / a modo de proyección mía» (Villar, 2019, p. 16). Pero, en suma, esa mirada superadora del dolor, a través del potencial creador del cuerpo, es ya una de las claves poéticas principales que anuncian el mensaje ético que apunta la poesía de Laura Villar y que nos interesa ahora.

Hay, efectivamente, también un gusto por el malditismo estético en el que se traduce el dolor más personal. Pero el desahucio colectivo nunca se llega a materializar porque la propuesta ética está muy marcada, frente a la de otros poetas como Claudia González Caparrós, con quien comparte el planteamiento pesimista inicial, pero no la crudeza de las conclusiones que la segunda exponía en algunas composiciones de Si la carne es hierba (2015). En La ciudad, algunos poemas parecen apuntar ese «sucismo» deshabitado con la lectura de los primeros versos, entre paréntesis y separados de otros más estróficos, con total ausencia de títulos, a modo de fluir de conciencia. El vanguardismo es notorio y la simbología realista carente de metáfora, como digo, parece que apuntase a un existencialismo violento y desgarrador en forma de vacío. Sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, las composiciones van alcanzando parajes de remanso en el interior del sujeto lírico, que se hace fuerte ante el dinamismo de la ciudad, en una soledad adquirida precisamente entre el ruido incesante. Hay, por lo tanto, grandes cotas de introspección lírica a partir de las que se llega a clarificar esa propuesta ética que vengo planteando. En Todas las cosas que se van, por su parte, el mensaje se revela de manera aún más clara, con un gran gusto por el poema-epístola y con gran voluntad de comunicación tanto explícita como implícita en esa elección formal. Ejemplo de todo lo anterior es la siguiente composición de La ciudad: «Pienso en las cerillas / con un atisbo de esperanza, / la misma que se tiene / al observar esas flores / que crecen / entre la basura» (Villar, 2019, p. 21).

El símbolo recurrente de la luz, mantenido en ambos poemarios, es el que mejor traslada la idea del vacío superado, a través de la dicotomía luz-oscuridad, recordando mucho a la poesía más esperanzadora, por ejemplo, de Amparo Amorós. El sujeto lírico llega a la revelación de la posibilidad en los momentos de iluminación, inesperados pero muy recurrentes a lo largo de la rutina diaria. Desde la luz de los semáforos hasta la de un cigarillo encendido, el autoconocimiento necesario que posteriormente se trasladará a la colectividad sucede después de muchos momentos de sombra, finalmente iluminados: «las farolas dictan el camino / son como piedras / en el agua / caminar / en la oscuridad / es lanzarse al peligro / la luz espiral de las farolas / como paraguas de la noche / donde se besan / los amantes / la farola como punto seguro / como faro en la costa […]» (Villar, 2019, p. 28).

La conclusión ética entonces se ha ido clarificando. Las cosas, pasan, se van, pero el sujeto se nutre de ellas para convertirse en habitador activo de la realidad circundante, con capacidad de creación y respuesta ante una adversidad poco diáfana y muy fracturada. Hay una esperanza clara que pasa por la responsabilidad personal activamente convertida en responsabilidad colectiva: «Siempre he creído que siempre / era algo probable; / ahora entiendo que nunca / habrá un siempre / si en la ciudad no queda nadie» (Villar, 2019, p. 19). Una propuesta que no es sencilla pero, en efecto, ya ha sido planteado por poetas no tan jóvenes en perspectivas estéticas bien diferentes, desde ese conflictivo comienzo de siglo, tales como Roger Wolfe o Isla Correyero. Una poesía, en suma, de la esperanza y que ha ido tendiendo hacia el equilibrio formal y la clarificación y embellecimiento simbólicos que, esperemos, tenga todavía una larga continuidad para poder seguir desarrollando una propuesta ético-estética ya muy elocuente pero desde luego mucho más prometedora.

 

 

Referencias:

· J. Plaza, Pedro. (2021). La Generación Reset (1989-1999): puesta a punto de La poesía española reciente. Maremágnum, 5, 43-58.
· Villar Gómez, Laura. (2019). La ciudad. Liliputienses.
· Villar Gómez, Laura. (2022). Todas las cosas que se van. Sonámbulos.
· Zizek, Slavoj. (2003). Sublime objeto de la ideología. Editores Argentina.

 


 

María Eugenia Alava Carrascal

María Eugenia Alava Carrascal. Doctora en Literatura comparada y estudios literarios por la Universidad del País Vasco – EHU. Grado en Lenguas Modernas Universidad de Deusto; Máster en Formación del Profesorado de Secundaria con Especialidad en Lengua y Literatura Castellana y en Literatura comparada y estudios literarios Universidad del País Vasco (UPV/EHU).

📩 maru.alava39 [at] gmail [dot] com

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🖼️ Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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