relato por
Rubén Santos Herrera

S

entía que ya nadie la miraba y de eso ya había transcurrido un buen tiempo. Cuando se levantaba por la mañana se miraba al espejo y se preguntaba qué era lo que había perdido y no había podido encontrar. Se exfoliaba la tez cada semana, se untaba con cremas exportadas desde el otro lado del charco, incluso se había teñido el cabello y a diario lo remojaba en una infusión de camomila. Nunca olvidaba ninguno de sus tratamientos, pero no lograba obtener los resultados que deseaba. Caminaba por los bulevares, las plazoletas y las calles más concurridas, a veces con atuendos reveladores, pero no había ojos que se posaran en su figura.

Temerosa de continuar ignorada por la perpetuidad, se planteó acudir con una gitana que tenía fama de cumplir todos los afanes de sus clientes, a cambio de un saco de monedas. No tenía problema en pagar el monto, así que acudió el lunes en el primer autobús de la mañana. Bajó desapercibida entre el tumulto, las gallinas que cacareaban y el ruido de los cascabeles. Se adentró al callejón que le habían indicado, recorriendo curvaturas, adobes mal colocados y sorteando charcos que aumentaban en número conforme más ascendía por la cuesta.

Cuando llegó hasta el punto más elevado, solo pudo observar una única morada. Tocó la aldaba al mismo tiempo que una mujer de cabello oscuro le abrió, como si la hubiese estado esperando desde que el sol despuntó. Se sentaron en una pequeña mesa y ella le contó preocupada su circunstancia. La gitana se limitó a levantarse e ir a su cocina, trajo un sobre de azúcar y se lo entregó. Ella, sin entender, le preguntó a la gitana qué se suponía que debía hacer con aquello. La gitana le explicó que debería esparcir el azúcar sobre sus labios antes de salir de casa. De esa manera no habría quien no se percatara de su presencia, ni siquiera el más despistado. Aunque no le creyó, le pagó y se retiró. Bajó la pendiente dejando que su peso y la inercia hicieran el trabajo, justo como solía hacer de niña.

Llegó a casa, hizo escéptica lo que le indicaron y salió a dar un paseo. Al instante, sintió una inconfundible punzada en la espalda que le provocó una sonrisa. Estaba segura de que eran las miradas de los demás. Repitió el ritual a rajatabla, hasta el día que el azúcar cesó. Pensó que no habría diferencia si usaba el azúcar que tenía en casa. Buscó su azucarero y se aplicó un poco en los labios. Salió a refrescarse cerca de la parroquia. Miró a la gente a su alrededor, nadie parecía reparar en ella. Retornó a casa y se encerró por el resto del día.

A la mañana siguiente emprendió viaje para visitar a la gitana, pero cuando llegó hasta la cima no encontró el lugar.

Regresó tarde a casa, presa de sus nervios, agitada. Se prometió no volver a salir nunca, cosa que no cumplió cuando sintió hambre y tuvo que partir para abastecerse. Entre el camino de ida y de vuelta se sintió inexistente, reflexionó que moriría sola. Tuvo la desagradable sensación de que ni siquiera el dependiente del comercio la quiso mirar cuando le dio el vuelto. No salió en dos semanas, tiempo que tardó en resignarse y aceptar su futuro. Se fue a caminar por ahí, y una sonrisa se le escapó cuando recordó todo a lo que se había sometido con tal de recibir vistazos ajenos. Se dijo a sí misma ingenua por haber gastado tanto en una bolsa de azúcar que ahora dudaba si en realidad había funcionado, pero continuó riendo y de pronto, interceptó a una persona mirándola de reojo, y después a otra, y una más. Se miró en el cristal de un escaparate para averiguar qué es lo que había funcionado y en él vio el reflejo de una mujer sonriendo, miró con detenimiento sus labios y le pareció ver lo que era un diminuto grano de azúcar descansando sobre ellos.

 


 

Rubén Santos Herrera (Mérida, México, 1999). Estudiante de medicina en la Universidad Autónoma de Yucatán. Recientemente ha tomado la pluma para plasmar cuentos y relatos. Actualmente tiene proyectos a largo plazo como la creación de una novela.

@ Contactar  con el autor: rubenherreraautor [at] gmail [dot] com

🖼️Ilustración relato: Fotografía en Pixabay [dominio público]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 99 · julio-agosto de 2018

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