Preliminares para una obra sin límites
prólogo de la novela de Alejandro Bovino Maciel
por Joseph L. Estradha Brenner-Ziel
E
l sexo es la trampa más admirable de cuantas la naturaleza le tiende a sus criaturas, escribió, no sin razón, el profesor J.M. Samerthon en su Encyclopedia of calamities (Baltimore, New Press, 1972), haciendo alusión a los modos versátiles y extraños que asume muchas veces la proteica sexualidad. Y si existe alguna exposición acerca de los modos tortuosos en los que la sexualidad se apodera de alguien para conducirle a través del deseo, y yo diría de un único deseo que tiene varias formas de manifestarse, si esos modos arrastran al ser hacia lo más hondo de sí mismo, hacia el centro incandescente del Ego, donde la instintividad pulsional más primitiva hace preguntas que la razón no sabe ni puede responder; si existe algo así, en esta novela se confirman nuestras vagas intuiciones. Porque ese centro de contradicciones que llevamos a misa cada domingo para ofrecerlo como sacrificio, es el teatro, el escenario y la platea de «La pasión según san ateo». ¿Puede algo ser palco y escenario a la vez? Sí, siempre que aceptemos disolver la convención teatral y convirtamos a las didascalias en una especie de manual de instrucciones para vivir dentro de la ficción lo mismo que vivimos fuera de ella. Y esta comparación no es vana, la certifico recordando que el autor, Alejandro Bovino Maciel, también escribe teatro, según consigna la biografía y la bibliografía del mismo.
El maestro Freud nos dijo que la libido sexual busca satisfacción en un objeto y usando medios. Lo biológico —ya no decimos lo «normal»— sería que un hombre tenga por objeto a una mujer —y la mujer a ése mismo hombre— y estén en condiciones de consumar el deseo por medio de un acto sexual. Búsquense cien variantes para cambiar a gusto ese objeto y otras cien para cambiar los medios para la satisfacción, y se tendrá una especie de cartografía a escala del deseo humano.
Observemos todo con cuidado. No escribí que padecemos torturas sexuales cuando la genitalidad no coincide con el objeto sexual. Tampoco dije que cada forma de ese deseo está condenada de antemano a quedar atada a una sola elección. Ni habrán leído de mis manos el mínimo conato de repudio, execración, rechazo, ludibrio ni desmerecimiento alguno. En psicoanálisis ya hemos aprendido a ver al deseo libidinal como un aliado incondicional para la felicidad humana que espera volver a habitar el paraíso en estas coordenadas, en esta tierra física y en el plazo que la biología nos concede a cada conciencia durante la vida. En el psicoanálisis ya aprendimos a desconfiar de trascendencias, inmortalidades, dioses y decálogos religiosos, o, en todo caso, aprendimos a desestimar su uso para los fines de la felicidad humana terrenal, que es la única que conocemos.
La obra comienza con un diálogo un poco extraño entre dos personajes, ya que uno de ellos, a quien conoceremos los lectores como Darwi Berti, recorre calles de lo que el autor llama la cittá dolente de Corrientes, en una inequívoca mención del Infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri, en cuyo umbral figuraba escrita esa frase fatídica. El otro interlocutor, Alex, quizás un alter ego del autor, camina por la avenida Rivadavia porteña.
¿De qué hablan estas dos casi sombras (no sabemos nada de su físico, si son altos o bajos, si son hirsutos o calvos, si visten de sport o ropa formal) que no están en el mismo espacio?
Hablan del tiempo, de los sueños, de la política y del cuerpo, que es como decir de todo cuanto involucra el pensamiento humano. Porque lo que está en el centro de esta novela es el tenue vínculo que existe entre el cuerpo y el lenguaje. Tenue pero fundamental, ontológico. Por aquello que ya decía muy bien Martín Heidegger: «el lenguaje es la casa del ser». El cuerpo humano, entonces, necesita de la palabra para existir plenamente, de otro modo no tendríamos el «animal social» que es la definición querida por Aristóteles. El lenguaje, que es un ítem del cuerpo, recíprocamente, solo puede existir en relación a un cuerpo físico, ya sea actual, ya sea pretérito. Porque los escritos son también una extensión material (el papel) y espiritual (el mensaje) de aquel cuerpo que originalmente los escribió. El lector podrá vivir esa vida paralela que imposta el autor entre Corrientes, Asunción del Paraguay y Buenos Aires, por medio de un escrito que se llama La pasión según san ateo. El escrito de la novela adquiere un nuevo ser con cada lectura que se emprenda.
En algún momento, valga de ejemplo, uno de los personajes llega a decir «ya vendrá otro sueño, la vigilia es la verdadera pesadilla». De este modo se vuelve humo toda la fantasía que alojaba la obra, para encarnar la realidad cruda, tal como la tendríamos frente a los ojos si estuviésemos ante un acto de crueldad gratuita, como los que suele prodigar la naturaleza. Que se prepare el lector. Toda la obra está sembrada de relámpagos de este tipo, en medio de una conversación casi banal, el autor asesta sus golpes cuando menos se lo espera.
Estos dos personajes que recuerdan, Darwi y el alter ego de Bovino, abren y cierran la novela. Funcionan como proemio y epílogo de la ficción. El tema de sus obsesiones es siempre el mismo, pero descaradamente diferente de lo que esperaríamos como pregunta de cualquier ser humano minutos antes de morir después de una penosa enfermedad: ¿Quién soy? ¿Quién he sido? ¿Sigo siendo el mismo a través de los años? ¿Para qué nací? ¿Con qué oscura finalidad la vida me trajo a este mundo? ¿Sirve de algo vivir? ¿En qué contribuí, para bien o mal, durante mi vida? ¿Pude mejorar un ápice de mi moral usando mi voluntad? ¿Fui verdaderamente libre para actuar? ¿Existirá una inteligencia gobernando la naturaleza? ¿No habremos llamado «dios» al azar? ¿Por qué debería existir la inmortalidad para el alma?
Al final de la novela, en una vertiginosa locura metafísica (porque, como quería Andrónico de Rodas, el compilador del Corpus aristotélico, lo que sucede de ahí está más allá de la fenomenología física y material…) los dos personajes se encuentran cara a cara con las tres Furias, y buscan afanosamente a quienes ellos llaman «los dos ciegos» que no son más que el Tiempo y el Espacio personificados y conjurados para disolver toda la realidad.
Pero entre esos dos diálogos, el de apertura y el de cierre, se despliega la novela que nos cuenta acerca de un viaje desde Corrientes hasta Asunción del Paraguay. Siempre con la acción al servicio de las ideas y no las ideas al servicio del argumento como es usual en este tipo de narrativas.
Con esa lectura me gustaría dejar a quienes abran este libro. No os defraudará.
La pasión según san ateo
Editorial Servilibro, Paraguay (2019) • I.S.B.N.: 978-99967-59-98-7 • Prólogo: Joseph L. Estradha Brenner-Ziel (Director of Dep. Filological Studies, Roman and Lacanian Psychoanalysis. Consultation of Psychoanalytic Society of Eskimo Studies of West Laponia) • Ilustraciones artículo: Portada del libro, con autorización para su uso y publicación en esta reseña; © de sus autores.
De Alejandro Maciel puedes leer (en Almiar) los artículos: Crónicas desesperadas de dos ángeles en Sodoma y El mundo no empezó
Revista Almiar · n.º 106 / septiembre-octubre de 2019 · 🛠 PmmC · MARGEN CERO™
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