artículo por
Ricardo Rodríguez Boceta
F
ernando de Rojas, jurista y judío converso, autor de La Celestina, dejó dicho que no la había escrito él. Explicaba en el «Prólogo» que se había encontrado dos autos —o actos— y que, como le habían parecido tan sublimes, aprovechó unas vacaciones de quince días para terminar la obra. Dejemos dicho nosotros que la obra tiene en total veintiún autos.
Bajo este misterio sobre la autoría, comencé a leer la obra con atención filológica. Quería notar hasta qué punto la escritura cambiaba, de un autor anónimo a otro, cuando sobrepasara el segundo auto. Es muy difícil escribir un libro a dos manos, el estilo de cada escritor es tan personal que puede rastrearse en qué momento acaba uno y empieza el siguiente. Y una vez superado el segundo auto, la obra seguía pareciéndome sublime.
Por lo tanto, Fernando de Rojas mentía. La pregunta es: ¿por qué? La respuesta está en el libro. Una obra cuya protagonista es una exprostituta que demuestra una inteligencia muy superior al resto de personajes resulta censurable en el siglo XV, y hasta en el XXI. A pesar de todo, la puta y vieja Celestina es uno de los personajes más queridos de la literatura castellana. Como decía ella en una de sus exhortaciones: «Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dice por muchas palabras lo que por pocas se puede entender».
No es mi intención aquí resumir o destrozar el argumento de la obra. Para tal fin existen los manuales de literatura y los libros de texto, que a mí me han contado el final de tantos libros buenos como El Quijote, El Lazarillo y la propia Celestina. De hecho, al estudiarla en clase y ver su estructura y sentido, no me gustaba. Me parecía aburrida. Pero como ahora soy profesor y me siento con el deber de leer con atención lo que quiero explicar en clase, he topado con una de las obras más divertidas que he leído.
Porque lo importante del libro no reside en el argumento, sino en los diálogos, en las disertaciones en boca de gente de la calle hablando con la sabiduría de Terencio, Plauto, Platón o Aristóteles. Cualquier escritor sabe que cuando se escriben diálogos, la dificultad está en dotarlos de naturalidad, de que casi escuchemos las voces de quienes intervienen. Fernando de Rojas no solo lo consigue, sino que nos supera hasta hoy.
PÁRMENO. Sí, pero a mi amo no lo querría doliente.
CELESTINA. No lo está, pero si estuviera doliente, podría sanar…
PÁRMENO. No creo lo que dices, porque en los bienes es mejor el acto que la potencia y en los males mejor la potencia que el acto. Por lo tanto, es mejor estar sano que poderlo estar. Y es mejor poder estar doliente que estar enfermo por acto. Por eso, es mejor tener la potencia en el mal que en el acto.
CELESTINA. ¡Oh malvado!, ¿Acaso tu no sientes su enfermedad? ¿Qué dices hasta ahora? ¿De qué te quejas? Afirma si quieres que es verdad lo falso y cree lo que quieras. Tu amo está enfermo por acto, y el poder estar sano está en las manos de esta flaca vieja…
PÁRMENO. ¡Más bien, de esta flaca y puta vieja!
CELESTINA. ¡Putos días vivas, bellaco! ¿Cómo te atreves?
PÁRMENO. Porque te conozco bien…
Dejemos dicho que la enfermedad del amo de Pármeno, Calisto, es la atracción sexual irrefrenable que siente por Melibea. Celestina ofrece la cura de este mal mediante sus artes de bruja y alcahueta. Subyace en este fragmento, profuso en palabrotas, la teoría aristotélica del Acto y la Potencia: una semilla es un árbol en potencia, etcétera. Lo divertido es que en este diálogo están discutiendo como filósofos una puta y un criado.
Podría pensarse que, por estar dividida en actos y construida sobre el diálogo, La Celestina es una obra de teatro. No lo es porque es imposible representar un drama de tan largo en el siglo XV. La crítica piensa que estaba pensada para ser leída en voz alta. No hay ni un solo fragmento narrativo, aparte de los resúmenes a modo de acotaciones que aparecen al principio de cada auto. Por lo tanto, la acción de la obra se desarrolla mediante la conversación entre los personajes; pero es precisamente la acción lo más importante de la obra, como si de una novela se tratara. Por otra parte, prescinde de descripciones de espacios y retóricas, la trama va al lío: la pasión ilícita entre Calisto y Melibea, es decir, tener sexo fuera del matrimonio, gracias a las artes de Celestina.
«No hay cosa más propia del que ama que la impaciencia: toda tardanza le es tortura». La obra está repleta de sentencias que vale la pena subrayar y serían dignas de esas frases que la gente cuelga en redes sociales. No solo la Celestina las dice, también los personajes secundarios demuestran no tener un pelo de tontos, porque ser pobre o analfabeto no significa ser estúpido. Dice Sempronio: «El mal y el bien, la prosperidad y la adversidad, la gloria y la pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio». Que es una manera bonita de decir: «El tiempo todo lo cura».
Pero el paso del tiempo tiene también su contrapartida: hacerse mayor. Y dice, un poco más adelante nuestra Celestina: «La vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama, que se deshace por todas partes, bastón de mimbre, que con poca carga se dobla».
Por eso hay que vivir, aprovechar la juventud y los goces de la vida. Celestina es vieja y añora los tiempos pasados, pero no se arrepiente de una vida disoluta que ha llevado al margen de la hipocresía de los tiempos. La senectud es dura, pero todos la deseamos y nos dice: «Deseáis harto mal para vosotros, deseáis harto trabajo. Deseáis llegar aquí, porque llegando vivís y el vivir es dulce y viviendo se envejece». Para remedio, el vino: «Esto quita la tristeza del corazón, más que el oro o el coral; esto da esfuerzo al mozo y fuerza al viejo fuerza, pone color al descolorido, coraje al cobarde, al flojo diligencia, conforta los cerebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del aliento…».
Me parece sorprendente que frases y fragmentos como los citados estén en la génesis de los clásicos escritos en castellano. Obras muy posteriores, incluso de nuestro tiempo, me resultan mucho más mojigatas en estos terrenos moralmente pantanosos. Es maravillosamente irónico que, en aquellos tiempos de una religiosidad poderosísima, pudiesen aparecer personajes de tal catadura. Es posible porque la corrupción también llegaba a la santa iglesia y muchos clérigos gustaban de los servicios de Celestina. Ella misma lo afirma de vez en cuando y se enorgullece. Es consciente de las mentiras de su mundo, se aprovecha de la hipocresía y encuentra el modo de sobrevivir por sus medios.
Estoy tentado de seguir poniendo fragmentos que he ido subrayando a lo largo de la lectura del libro, pero entonces quedaría un texto demasiado extenso y ya no podría llamarse artículo. No obstante, me gustaría resaltar uno de los fragmentos cumbre de la obra, cuando Areúsa, una de las prostitutas que tiene bajo su cargo Celestina, explica por qué ha decidido ser puta antes que ser criada de los ricos y ser así mujer honrada:
AREÚSA. Prefiero gozar de mí, pues es verdad, que las criadas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces premios del amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quienes pueden hablar de tú a tú, con quienes digan: «¿Qué cenaste? ¿Estás preñada? ¿Cuántas gallinas crías? Llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado. ¿Cómo te va con él?» y otras cosas de igualdad de condición. ¡Y qué duro y qué grave y soberbio es «señora» continuo en la boca! Tan denostadas, tan maltratadas las tienen, que no osan hablar delante de ellas. Y cuando viene el tiempo de casarlas, les organizan un enredo, las echan en la cama del mozo o del hijo, o las acusan de acostarse con el marido o que meten hombres en la casa o que robó la taza o perdió el anillo; entonces les dan cien azotes y las echan por la puerta diciendo: «Allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa y honra». Éstos son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Nunca oyen su nombre propio de boca de sus señoras; sino «puta» acá, «puta» acullá. «¿A dónde vas, tiñosa? ¿Qué hiciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona?». Por eso, madre, he preferido vivir en mi pequeña casa, libre y señora de mí misma.
CELESTINA. En tu seso has estado, bien sabes lo que haces. Que los sabios dicen que: «vale más migaja de pan con paz, que toda la casa llena de viandas con rencilla».
Así estaban las cosas en una ciudad cualquiera del siglo XV. La vida era dura y sobrevivir era una aventura rutinaria. En los libros de texto explican que, al final, el destino castiga a la Celestina, pero no es del todo cierto. Me gusta pensar que la Celestina hubiera sido exactamente igual a pesar de que hubiera conocido su triste final. El título completo de la obra es Comedia de Calisto y Melibea y la puta vieja Celestina. Luego, se añadieron algunos autos y el título cambió a Tragicomedia de Calisto y… De todas formas, me parece más acertado el primero, porque no he parado de reírme.
La obra se publicó en 1499. Hijos de La Celestina son El Lazarillo (1554), El Guzmán de Alfarache (1599), Rinconete y Cortadillo (1613) y, por supuesto, El Quijote (1615). Y después de esta última, toda la novela moderna, el pensamiento moderno, que ha puesto el foco en la picaresca y el ingenio de los de abajo, gozando de estar vivos, cada uno a su forma y modo, a pesar del peso de la bota del clero, la nobleza, los poderosos.
Estas obras son eternas, inmortales. Y todas nos enseñan lo mismo: a vivir, a ser felices.
Contactar con el autor de la reseña: ricardorodriguezboceta [at] gmail.com
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🖌 Ilustraciones artículo: (Inicio) Celestina, gaelx from Madrid / A Coruña [CC BY-SA 2.0] ▫ (en el texto) La Celestina y los enamorados, Luis Paret y Alcázar [Public domain].
Revista Almiar · n.º 106 · septiembre-octubre de 2019 · MARGEN CERO™
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