(…o la maldita realidad ha estado aquí)
relato por
Kim Bertran Canut
E
sta mañana en la guagua el ambiente estaba enrarecido. Una transpiración hostil recorría el rostro de los pasajeros, que con irritación tecleaban sus móviles. Allá al fondo, en un rincón apartado, en el último asiento, una chica adolescente se hallaba aturdida, las miradas la registraban con fiereza. Ella sabía que le estaban reprochando, ellos no se molestaban en esconder su menosprecio. Hombres y mujeres comunicaban mensajes y whatsapps con sus familiares y amistades. Uno escribía: ¡Con lo joven que es, qué barbaridad!
Algunos contestaban: No me lo puedo creer. La misma arma vejatoria, utilizaron para hacer fotos a la apaleada chiquilla, y mandarlas a los poco creyentes, para dar fe a las palabras condenatorias.
—¿Lo ves? Sí, sí, qué desfachatez. ¡Vaya con la niña…!
—Seguro que sus padres no saben nada, pobres, qué cruz tener una hija así.
—Yo la desheredaba cómo mínimo y la echaba de la casa.
—Aprovecharse así de unos pobres viejos, qué triste debe ser la vida para ellos…
La afectada muchacha comenzaba a sentir vértigos, calores y de tanto en tanto una lágrima le resbalaba por la tierna mejilla.
Oía los cuchicheos y murmullos como cuchillas afiladas, lanzadas a sus sienes, raspando la piel y el espíritu magullado. Empezó a temer por su integridad, sintióse nada, poca cosa, enfrentada a los restantes viajeros de la guagua. Conocía, tan cría y ya conocía el furor ardiente de las masas incontroladas. Percibía sus miradas, ojos brillantes de rencor, ¿por qué tanto odio…? No la querían allí, de ninguna de las maneras. Tuvo miedo y taquicardia, los nervios la paralizaron y no lograba respirar, sollozaba, hipaba, imploraba.
Se acercaba su parada, oprimió el botón de aviso para salir corriendo y olvidar aquella horrible pesadilla… Mas no pudo dar un paso, puesto que bloquearon las salidas.
«Próxima parada», vociferó el megáfono oscura y fría estación y los gélidos hálitos de la muchedumbre la hicieron temblar: ¿Por qué no me dejan salir?
¡Dios!, necesitaba un acto de heroicidad antes de que el ataque de pánico la volviera loca. Ahora o nunca, se dijo para sí. Y de un fuerte impulso, se levantó y gritó atemorizada:
—¡Basta, basta ya por favor! Ha sido un error que no volveré a cometer, lo juro, dejen que me vaya y no lo haré nunca más, de verdad… lo dejo sobre el asiento y me voy, así, ya está —algo dejó la niña sobre la madera del asiento—. En serio que lo siento, disculpen, estoy muy arrepentida.
Se armó un enorme revuelo de vocablos, agitación y desconcierto. Lo que antes fueron personas, intercomunicaron con sus móviles, pidiendo consejo.
—Está bien, contestaban los familiares y amistades, déjenla ir, y que aprenda la lección. Pero que no vuelva por esta línea de buses nunca más.
—Niña, vete y no vuelvas a coger esta guagua —le habló el conductor, venga baja ahora —frenó el autobús, las puertas se abrieron y la chiquilla saltó y se dio a la fuga como alma que persigue el diablo.
Una mujer todavía joven, se acercó con cierto reparo al asiento y miró con desdén aquel pequeño objeto que la niña había depositado allí. Era El túnel de Ernesto Sábato. Nada menos que un libro impreso en papel con sus páginas beige, sus capítulos y su final.
Y una frase al principio, a modo de epígrafe: «En todo caso, había un solo túnel oscuro y solitario: el mío».
Menos mal que todo ha terminado bien —se felicitaron mandando mensajes en los móviles a los familiares y amistades que celebraron el lance con emoticonos de júbilo…
🖥️ https://kimbertrancanut.blogspot.com/
👉 Otros relatos y obras de este autor: Pastís de bohemia ▪ La leyenda del suicida
📷 Ver Impresiones pictóricas (Muestra fotográfica)
Ilustración relato: Montaje mediante técnicas IA sobre una imagen de Peter H (en Pixabay).
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 136 · 👨💻 PmmC · septiembre-octubre de 2024
Lecturas de esta página: 36
Comentarios recientes