relato por
Julián Jiménez de Pedro
U
n toldo verde raído por los bordes cubre un par de mesas de un pequeño café. Se estremece bajo una ráfaga de brisa destemplada.
Él toma un sorbo largo de vino tinto.
—Anoche no pude evitar hacer el amor con mi mujer. Al acabar le acaricié el rostro. Fue muy incómodo, tuve la sensación de que aceptaba la caricia como quién acepta una disculpa
Ella baja la cabeza, hace girar un par de veces su copa antes de llevársela a los labios y vuelve a dejarla sobre la mesa. La tarde ha doblegado el sol de finales de septiembre y el vino blanco está frío, aunque quizá no lo suficiente.
La tarde que volvieron a encontrarse estaba lluviosa y ella no tenía paraguas. Él hojeaba libros en una librería. Una mujer empapada y desorientada irrumpió en el local y pasó junto a él. Un aroma mezcla de azahar y sándalo le hizo girar la cabeza.
—¿Eres tú?,¿no te acuerdas de mí?
Ninguno de los dos se parecía a sus recuerdos, pero miraron con ojos treinta años más jóvenes.
Se habían visto por última vez en un portal oscuro con las escaleras gastadas. Alcohol, llanto contenido, racimos de palabras deshilachadas, calor de noche de julio. Todo ello se empastó en una masa fluida que conformaría un recuerdo inconsistente. Una imagen desprendida de ellos mismos. Casi una intención. Habían llegado hasta aquel portal como dos exploradores, exhaustos, desbrozando el camino sin más guía que su propia intuición para poder salir a trompicones de la adolescencia y encontrarse de bruces con el amor, con el sexo y, después de todo, el vacío.
La piedra comenzó a rodar.
Tras un breve intercambio de besos en las mejillas, se halagaron con unas pequeñas mentiras y un par de sonrisas francas y bobaliconas llenándoles el rostro. La mirada irritada de los clientes, que rebuscaban en silencio entre las estanterías, les ofreció una excusa para escapar hacia un pequeño café con un toldo verde situado justo enfrente de la librería. Dos horas más tarde ya se habían intercambiado números de teléfono y promesas de volver a verse pronto.
Las llamadas y las citas llegaron desordenadamente. Desde la primera de ellas, dejaron que sus dedos y sus labios les ayudasen a reconocerse tal y como se habían conocido. Besos, caricias, paseos con manos entrelazadas. Charlas sin tiempo ni espacio. Pasaron algunas semanas hasta que estuvieron preparados. Tímidos y torpes, hacían el amor sin prestar atención a sus cuerpos que ya no eran ni jóvenes ni hermosos. En cada encuentro ella le amaba con la respiración contenida, pero él ya no era valiente y no hizo ninguna promesa.
Ella nunca lo había sido.
Aquella tarde de miércoles, sentado en el borde de la cama, él le ha preguntado si ha leído Los muertos, de Joyce. No, ha contestado ella algo avergonzada. La mano de él se ha desplegado poderosa y ha cubierto su mejilla, sonriéndole desde la lejanía.
—Mañana nosotros seremos los muertos
Entonces ella ha sabido que un par de horas después se vestirán despacio, tratando de borrar sus olores. Ella el de él. Él el de ella. Saldrán de la habitación, bajarán por las escaleras e irán a tomar una copa de vino al café del toldo verde. Después pasarán un par de días sin enviarse ningún mensaje. Después cuatro más. Después una semana. Y otra. Un domingo sus parejas hojearán el periódico mientras ellos toman café. Él, solo sin azúcar. Ella, con leche fría. No se sentirán culpables porque, a pesar de todo, pensarán que les habrán sido leales. Pasado un mes, un viernes o un sábado, volverán a hacer el amor con sus parejas. Evitarán pensar el uno en el otro, compensándoles con más placer del que suelen entregarles. Sus parejas se sentirán reconfortadas y dejarán de preguntarse por qué habían estado tan distantes los últimos meses.
El tiempo transcurrirá deprisa y un año dará paso a otro y este a otro más y un día sus hijos les presentarán a una persona con un brillo especial en su mirada. Todo volverá a ser como antes de casarse y de que llegaran los hijos y las rutinas. Regresarán los paseos sin rumbo. Quizá algunas tardes se tomen de la mano, especialmente si les alcanza la noche.
Cada mes cenarán con unos viejos amigos después de salir del teatro.
Una tarde fría, a pesar de no haber llegado el invierno, acercarán a sus parejas una caja de medicamentos con un vaso de agua. Ellos les devolverán una mirada débil mientras les arropan cuidadosamente. Acudirán a entierros y a funerales. Aturdidos y cansados, atenderán a todas las personas hasta que, bien entrada la mañana, sus hijos pedirán a sus nietos que les den un beso fuerte. Con los ojos enrojecidos, les preguntarán si están bien y les insistirán en voz baja que se vayan con ellos a su casa.
Las parejas de sus hijos esperarán impacientes sentados al volante de sus coches.
Con una sonrisa sombría y condescendiente, se negarán. Tras abrir torpemente el portal, subirán despacio las escaleras hasta llegar a su casa.
Se sentarán en su salón con la luz apagada, en silencio, dejando que la penumbra del atardecer se apodere de los muebles. Pasarán algunas tardes y un día cualquiera, después de ver una película que le aburrirá, ella se levantará y buscará en la estantería del estudio el libro que él le regaló el día que se volvieron a encontrar en la librería. No lo leerá, pero acariciará las tapas despacio. Unos días antes, o después, él hurgará en una caja con recuerdos antiguos. La escondo en la parte de arriba de un armario que nunca abre ni mi mujer ni mi hija, le contó una tarde a ella sentados en el café del toldo verde. Le costará unos minutos, deteniéndose en viejas fotos y en tarjetas de cumpleaños, pero finalmente encontrará la carta que ella le entregó en un portal pequeño con las escaleras gastadas cuándo él aún era valiente y le pidió a ella que dejara todo, sus padres, sus estudios, sus amigos, y le acompañase a vivir una vida como nunca habría soñado.
—No estoy dispuesto a vivir la vida de mis padres. Ellos no se aman, tan solo cuidan uno del otro
—No es malo que alguien cuide de ti
Es triste. Quiero sentirme toda la vida como me siento en este momento
Esta vez él no podrá resistir y algunas lágrimas desdibujarán la tinta azul. Seguirá sin comprender por qué ella no aceptó su propuesta. Se preguntará si su vida había sido la que ella hubiera esperado. Ladeará la cabeza, se sorprenderá nombrando en voz baja a su esposa. Doblará cuidadosamente la carta y la guardará en el sobre amarillento y se levantará para prepararse algo de cena.
Ella volverá a colocar el libro en la estantería, se acostará vestida encima de la cama y cerrará los ojos.
Tratará de recordar el olor a cuero y vainilla mezclado con las risas de los niños jugando en el parque la tarde que se decidió a besarle por primera vez.
Él aparta con cuidado la copa de vino blanco, le levanta la barbilla suavemente sin darle opción a rechazar su mirada.
—Pienso en ti hasta cuándo hago el amor con ella, ¿acaso no me crees?
Ella deja pasar un instante, se coloca la chaqueta de punto sobre los hombros y se gira para buscar al camarero con la mirada.
—No estoy segura.
Julián Jiménez de Pedro, nacido en 1971 y empresario de profesión: «Tengo una formación multidisciplinar en ciencias, economía y filosofías orientales y la pasión por la literatura me ha llevado a escribir desde mi más temprana adolescencia. Hace algunos años decidí impulsar dicha actividad por lo que comencé a asistir de manera regular a numerosos talleres de escritura creativa, entre los que destacan los dirigidos por Javier Sales, Valeria Correa, Ariana Harwicz o José Carlos Somoza. He participado en dos recopilatorios de relatos cortos, Historias del tarot y Cuentos para un viernes, y mi relato Máscaras tribales ha formado parte de la colección «El viaje de la heroína» de El asombrario & Co, revista cultural del diario Público (https://elasombrario.publico.es/despertar-en-medio-de-una-frenetica-danza-tribal/).
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🖼️ Ilustración relato: Imagen realizada mediante técnicas IA.
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Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 137 · 👨💻 PmmC · noviembre-diciembre de 2024
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Un relato que te atrapa de principio a fin. Inconfundible estilo del autor
Tierno y algo deprimente pensar que hay personas que viven así… lo siento por ellas, pero es un relato muy real
Los pelos de punta. Me ha hecho reflexionar sobre mi vida. Que real!!
Una montaña rusa de sensaciones