artículo por Raquel Medina de Vargas

 

E

ste año se celebra el centenario del nacimiento de Joan Perucho, un creador incómodo por su obstinada independencia, arbitrariamente ignorado durante demasiado tiempo. Tuvo que ser Harold Bloom quien, incluyéndolo en su «Canon occidental», reivindicara por fin su magna obra literaria, indistintamente escrita en catalán o castellano. El legado de Perucho, fascinante y poliédrico personaje,  atañe, más allá de la literatura y la poesía, a todos los ámbitos de la cultura, entre ellos, muy intensamente al mundo del arte y de la crítica.

Recuerdo que el invierno de 2002 vino a conocer el Taller Cuixart BCN (museo de la Fundación Cuixart entonces recién inaugurado en la placeta Montcada, y poco después desaparecido, que yo dirigí en sus comienzos)  del brazo de su esposa Maria Luisa. Aunque ya muy debilitado, se permitió bromear con la enfermedad que le había dejado sin fuerzas  incluso para escribir: «Tinc una malaltia de borratxos» [tengo una enfermedad de borrachos] me confió, refiriéndose con ironía a la cirrosis que le estaba condenando a morir pocos meses más tarde, y me transmitió el saludo para su entrañable amigo Modest a quien, pese al esfuerzo que cualquier viaje le suponía en los últimos tiempos, había querido acompañar en mayo de ese año a la exposición de homenaje a Ponç en Céret. Me invitó a su casa para ver los cuixarts que cuelgan de sus paredes entre otras obras regaladas a lo largo de los años por los artistas que le apreciaban, y perfilar un bonito proyecto pictórico literario que no se llegó a realizar. Durante la visita aprovechó para hablarme con orgullo de la antigüedad y catalanidad de su apellido  —no sin cierta amargura porque se consideraba ignorado en su propia tierra— acreditándola mediante documentos de su admirable biblioteca.

La amistad con Cuixart  arraigó en una apasionante época en que existía una buena sintonía entre los creadores de las diversas disciplinas y en la que escritores y poetas como Perucho ejercieron apasionadamente la crítica de arte con una especial sensibilidad, un altísimo nivel intelectual y apostando decididamente por los artistas que aportaban nuevas maneras y conceptos  como él mismo hacía en su obra de creación literaria.

Perucho escribió sobre muchos de ellos en su sección de la revista Destino «Invención y criterio de las artes» pero con  Cuixart, ya desde la época de Dau al Set,  compartía muchas cosas: una misma concepción estética proclive a la magia y al misterio,  un sentido  «alquimista» de la creación, la fascinación por el mito como substrato cultural y primigenio de la civilización…  Ciertamente los dos han sido grandes fabuladores que han  rechazado subordinarse  a la reproducción mimética de la realidad y que por ello ha preferido sumergirse en su dimensión oculta y fantástica abogando enfáticamente por la imaginación como instrumento de interpretación crítica y subjetivista de su entorno. Pero además existía una complicidad derivada de que ambos fueron vilipendiados y prácticamente defenestrados por su concepto de la libertad creativa desde actitudes dogmáticas de diverso signo. Uno de esos episodios, sintomáticos de la caza de brujas a la que aboca una excesiva rigidez ideológica, lo protagonizó el gran crítico Alexandre Cirici, otrora gran valedor de Cuixart, quien quizás víctima del dogmatismo con que se vivían las convicciones en ese momento, lanzó desde la revista Serra d’Or una calumniosa diatriba titulada «Cuixart, encarnació de la dreta» [Cuixart encarnación de la derecha] contra la exposición del pintor en la galeria René Metras de 1966 «Cuixart, realismo pictórico actual», que había comisariado Arnau Puig (muestra que ciertamente escandalizó también a la «derecha» y que, como otros críticos,  había elogiado Perucho en su tribuna de la revista Destino). Sin querer entender la intención —sobradamente explicada en el catálogo por Puig— que se trataba de una mordaz crítica a una sociedad hipócrita que escondía la depravación bajo el manto de las buenas costumbres,  Cirici, desde una posición dogmática, atribuyó a ambos, Cuixart y Perucho,  un espíritu pro nazi y la incitación a los crímenes más monstruosos, calificando en su artículo la obra de Cuixart de  nihilista además de perversa e inspirada en las «malévolas» doctrinas de Nietzche, Schopenhauer o Ionesco.

El mal ya estaba hecho, aunque no faltaron insignes plumas que se alzaron contra el desatino, entre ellas la de Rafael Santos Torroella y la del propio Perucho que le contestó en Alejandro Cirici Pellicer y los espantosos lances de folletín,  un jugoso artículo que desde el humor teñido de amarga ironía responde ante el esperpéntico anatema con una lección de libertad, ecuanimidad y mesura.

Coincide el año Perucho —que ha ido a caer en esta extraña época de pandemia— comisariado por su especialista Julià Guillamon, con la exposición Cuixart, los años  cruciales  (1955-1966) de la Fundación Juan March, —ahora prorrogada en Palma y que el próximo año viajará al Museo de arte abstracto de Cuenca—, en cuyo catálogo Arnau Puig nos dejó unos de sus últimos escritos, precisamente relativo a aquel episodio.

 


 

Raquel Medina de Vargas es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona y miembro de las asociaciones catalana e internacional de críticos (ACCA- AICA). Desarrolla tareas profesionales vinculadas a la investigación, la difusión, y la crítica del arte contemporáneo. Tiene una dilatada experiencia como comisaria independiente de exposiciones y bienales de arte de carácter institucional. Es autora de numerosos artículos, catálogos y libros monográficos. Entre éstos: El “otro” Bigas Luna; Tom Carr, la escultura mental; Todó, la realidad transfigurada; La luz en la pintura, un factor plástico
rmedina [at] tinet [dot] org

 Ilustraciones: (portada) Perucho1, Elisa Cabot / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0) ▪ (en el artículo) Obra de Cuixart (Cortesía de Comunicación y Experiencia FJM (Fundación Juan March).

 

Mar de poesías (Poemas en Margen Cero)

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 112 · septiembre-octubre de 2020 ·  PmmC

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