entrevista por Wafi Salih
E
l proceso de creación de Juan Carlos Vásquez es péndulo entre vida y obra. El viaje, la muerte, y el abordaje psicológico de los personajes y sus extravíos constantes en su narrativa, son referencia ineludible a lo vivido. Archivos con material inédito inundaron mi pantalla, leí ávidamente, con desmesura me interné en un corpus de palabras vivas.
En sus textos hay una evolución evidente. Los ambientes y la circunstancia jugaron un papel preponderante, así como la experiencia conjugada de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Los relatos pasaron de ser historias impregnadas de un sueño, para ser verdaderas crónicas de viaje. El suspense, críticas sociales, aderezado con estados mentales convulsos, matizan de horror una ambivalencia colocada adrede. Me costó ordenar cronológicamente todo el material, de tanto desplazamiento, giros de un destino que sorprende.
Para nuestro autor, el mundo es ancho y quiere que nada le sea ajeno.
Juan Carlos Vásquez, publicó: Pedazos de familia, en el año 2000. Luego se dedicó a vivir y a archivar lo escrito.
Vulnerables es un libro recopilatorio de su narrativa (2002-2021), con el que nos acaba de sorprender gratamente.
Inéditos mantiene Ward ‘s Island, historia autobiográfica de su vida en Nueva York (2001-2006). Un poemario (Colapso) y el diario; Reflexiones nocturnas y otras consideraciones.
Otros textos han sido incluidos en diversos volúmenes colectivos y antologías en México, Chile, Perú, Estados Unidos y España. Formó parte del grupo cultural Spanic Attack (Bronx, Nueva Cork, 2004); y The Hall (Miami 2001). Es responsable del archivo literario y artístico HD Kaos, blog que cuenta ya con más de trescientas mil visitas y quinientos autores publicados. Obtuvo distinciones en los Concursos de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside (Calabria, Italia), ediciones 2005 y 2006. Semifinalista del concurso Paseo en Verso, editorial Pasos en la Azotea. Querétaro, México, 2006. Finalista del concurso Guka de microrrelato, Buenos Aires 2018. Reticente a los entornos literarios y sus rituales de socialización, prefiere, sus propios vasos comunicantes con la ciudad y sus ¿demonios o ángeles?, según sea el caso. Ha generado particular manera de indagación urbana, por lo que conoce muy de cerca los submundos que describe, en palabras de Martí, conozco el monstruo porque vivo en sus entrañas.
Después de transitar Estados Unidos por más de diez años entre Tampa, Nueva York y San Francisco y otras, eligió como norte España.
Relatos breves en extensión sobre la página, y de amplitud infinita en lo que está detrás de las palabras. Una escena en el cine es lo que ves, detrás de cámara, miles de sucesos se proyectan sin reflectores, para esa única escena que capta el ojo.
El ritmo de un escrito es la respiración de su autor, como le dijo Lezama en alguna ocasión a Cortazar, cómo quieres que respire un asmático, cuando este le señaló algunos puntos de más y comas fuera de la formal ortografía. El andar de las letras de Juan Carlos es el jadeo del perseguido, queriendo tomar el próximo vagón del metro. El que se resiste a la urgencia sin sentido de las grandes ciudades, pero sucumbe ante ellas, ante su telúrico ser, sediento de más.
Todos encarnamos un animal en nuestro andar y exhalar, a mí se me antoja un felino en su caso, sigiloso, desconfiado pero también elegante y taciturno.
Sin duda, una propuesta fuera de los rigores imitativos de la actualidad, con sus alteridades y hermandades, preservando su esencia.
La entrevista
«Me he entregado a un ejercicio de profundizar en el inconsciente colectivo y satirizar sus actos».
«Me pareció fantástico poder crear un escenario donde las víctimas pudieran vengarse de sus agresores: personas aparentemente frágiles que dan rienda suelta a su ira cuando son estigmatizados».
«Necesitamos el valor de ir hasta los márgenes, de penetrar en todo para sabotearnos y violar la rutina que nos imponen, alimentas el texto y autojustificas tus más descabelladas acciones».
—Posees el don de la valentía a la hora de escoger tu camino, con todo a favor o a contracorriente vas… muchos admiran esa actitud, otros la señalan. ¿Qué opinas al respecto? ¿Consideras que ser dueño de tu destino es sinónimo de libertad?
—El viaje repetido por mucho tiempo no es precisamente lo que logra la libertad. Ese aparente desprendimiento del pasado y la confrontación con la soledad forman una cruenta estrategia de supervivencia que luego reflejo en las acciones de los personajes. No tengo libertad por la capacidad de elección, lo que si nace en el desplazamiento es ese reavivar de las expectativas que tanto necesito.
—Acoges hospicios, centros de salud, habitaciones, bibliotecas, trenes, autobuses. ¿Qué te lleva a seleccionar dichos lugares?
—Los considero sitios de aislamiento, reflexión y cambio. En conjunto representan lo íntimo. En estos lugares brota a la luz el verdadero ser que llevamos dentro, por eso me gusta habitarlos de personajes, algunos raros y controvertidos (yo mismo).
—«Cerdos felices y otros hundimientos» (uno de los subcapítulos en Vulnerables), ¿por qué este título?
—«Prefiguran al “hombre cerdo“ por la compulsión al actuar, cuando el escenario es una ofrenda religiosa de profunda devoción. Me resulta profundamente repugnante cuando se presume de elegancia y se termina entre un bullicio desproporcionado de alegorías y alabanzas destilando grasas intestinales al morder, no por las grasas intestinales sino por las posturas jerárquicas del comensal». También incluyo al costumbrismo y a la política con sus extremos ideológicos. Sé que mi opinión es absolutamente intrascendente, pero no deja de ser un incordio absolutamente agotador, aburrido y tantas veces repetido en la historia, por ello me gusta denigrar determinadas conductas hasta lo indecible.
—Revisando en tus presentaciones veo que utilizas un lema: «Exploración urbana y continua de lo diverso». ¿Te consideras un explorador? Háblanos sobre los inconvenientes más comunes.
—A muy temprana edad soñé con visitar las grandes urbes, reunirme con los que como yo, algún día, habrían dado el paso, porque a diferencia de lo que muchos piensan, en toda metrópoli hay cuatro o cinco calles donde se concentran los buscadores de oficio. Ese pensamiento recurrente creció hasta que finalmente me aventuré. Fue un caos interesante que me llevó a conocer muchas ciudades. En Nueva York viví experiencias opuestas. La satisfacción de compartir con personas realmente interesantes por la diversidad cultural de sus propuestas y la hermosa catástrofe de Ward’s Island, una isla próxima a Manhattan donde ensayar cualquier práctica estaba permitido. Allí aprendí la paciencia infinita ante el acecho de la violencia. A Manhattan la conocí palmo a palmo. Mis propósitos siempre eran los mismos; crear una relación verdadera con el mundo que habitaba.
Durante años las ansias de ir a otros lugares han tirado de mí, luego comenzó un ordenamiento de todas los desastres, se conjugan escenarios, catapultas a unas personas, a otros simplemente los entierras. Ha sido un plan que se ha desviado en muchas ocasiones, sin embargo basta con seguir y esperar para que las aguas vuelvan a sus cauce.
—Haznos un breve resumen de Vulnerables, y sus matices…
—Algunas ideas surgieron de las vidas de los amigos que hice en el camino, otras, de un cruento análisis de mis circunstancias, aunque, obviamente, existen partes reinventadas, la ficción inherente a la formación de mundos. Hay una variedad de géneros: relato, microrrelato, cuento, crónica, diario, reflexiones. Todos agrupados en cuatro partes: «Tiernas Relaciones toxicas», «Cerdos felices y otros hundimientos», «Posapocaliptico» y «Al fin la calle…». Me pareció fantástico poder crear un escenario donde las víctimas pudieran vengarse de sus agresores: personas aparentemente frágiles que dan rienda suelta a su ira cuando son estigmatizados.
La muerte.
El 17 de abril de 2017, mi padre nos dejó. El estrecho margen que unía su enfermedad con el triste desenlace crearon una sensación de fatalidad que la distancia y la imposibilidad de viajar acrecentaba.
El sistema social y sus vicios, visualizo a la masa humana como un rebaño manipulable, torpe y fácil de agrupar para meterle cualquier idea estúpida en la cabeza.
En «Al fin la calle» es la ciudad en su contexto más realista. Todo se inicia en la época de mi primer viaje a la Florida. Era protagonista, pero también me desdoblaba para acudir en segundo plano a hechos que, de alguna forma, me causaban una profunda impresión. Desde entonces fue un no parar, exponerme al cambio, radicalizarme para avanzar.
Cada historia puede interconectarse con los textos nuevos proyectándose en algún aspecto. Así que te podrás encontrar al mismo personaje en una situación distinta sin alterar su atmósfera particular.
Cuando te internas en algunas ciudades el movimiento es incesante, y la reflexión surge.
Hay relaciones que a conciencia se hunden y lo celebras.
Necesitamos el valor de ir hasta los márgenes, de penetrar en todo para sabotearnos y violar la rutina que nos imponen, alimentas el texto y auto justificas tus más descabelladas acciones.
—¿Cómo es tu relación con la poesía?
—No puedo establecer un punto que me lleve a escribir una cosa o la otra. Es un impulso en una idea que no acepta medias tintas por su profundidad. Hace poco leí un cuaderno de poesía escrita a mis catorce o quince años, me pareció ramplón y simplista, más que… yo diría floripondioso, luego medité y me di cuenta. Allí estaba todo el germen que mutó y se hizo a sí mismo con el transcurso del tiempo. Son tantas las cosas que tienen que conjugarse antes de que las fibras que sostienen al poema empiecen a verse. Escribir poesía es muy perturbador, te libera, o te mata.
—¿Recuerdas personas que hayan marcado tu experiencia en las ciudades que visitaste?
—Recuerdo a Oxana Narozniak, una escultora ucraniana de origen alemán que conocí en el lobby de un hotel en Miami. A lo largo de varias semanas nos reunimos a conversar, me daba consejos. Insistía en que la base del trabajo literario procede a base de intuiciones, programas y accidentes, influencias conscientemente adquiridas. Cuando hablaba dibujaba sobre un folio con un grafito a una mujer sentada en el piso que se contorsionaba para mirar atrás. La que sería posteriormente otra de sus esculturas. Tenía un gusto especial por la astrología… Ante mi escepticismo, Oxana, siempre insistía en el deber de posicionarse al dormir en dirección a una constelación que entendía como la fuente de energía. Aunque no creía en nada de aquello me transmitía credibilidad. Antes de irse me regaló algunos bocetos y me dio su autorización por escrito para utilizarla como imagen de cubierta de un hipotético libro. Aquel gesto (siendo apenas un imberbe, y aunque parezca estúpido) fue un gran impulso para mí. Recuerdo a Charles Smith y Fernanda Lobos, con los que compartí piso y viví las fiestas más extremas en South Beach. Charly era un cinéfilo, un melómano, un lector compulsivo que se dedicaba a la fotografía. Entre sus libros descubrí una tesis de grado sobre el escritor Jaime Sáenz que obtuvo —según dice— como regalo de una escritora neoyorquina con la que tiempo atrás había mantenido una relación. Fue tal la impresión, que años después utilicé todos los medios para comunicarme con la sobrina, responsable de los archivos y derechos de autor del escritor para hacer un reportaje al cual titulé Inéditos entornos de Jaime Sáenz. Con Charly descubrí la profundidad en los géneros, sus recomendaciones sobre cine, fotografía y música, me abrieron las puertas a otro tipo de compresión. Lamentablemente Fernanda murió poco tiempo después en un accidente de tránsito. Conocí a Ilona Rauhala Deman, antropóloga finlandesa que me internó en la literatura eslava y con la que recorrí gran parte de la Florida; recuerdo al escritor venezolano Milton Ordóñez y nuestros largos paseos por museos y galerías de Nueva York. A Eliezer Ortiz, actor puertorriqueño, que dirigió por dos años la Unidad de Teatro en el «Centro Cultural Julia de Burgos», en Manhattan. Hoy en día reside en Los Ángeles; a Mariano Rennon, con el que hice el tour poético de Tenderloin: «San Francisco and other poétic dreams». Conocí a Keith O’Donnell, originario de Boston, se convirtió en un gran amigo y compañero de viaje, amistad que empezó con la aventura de cruzar los Estados Unidos desde sus extremos más opuestos. Recuerdo a Sahim Colón Almodóvar y nuestros enormes esfuerzos de supervivencia en Ward’s Island…, él ya no está, a Lilo de Local Project, con la que todavía mantengo una amistad. Fueron solo algunas de las tantas amistades que hice mientras iba de un lugar a otro.
—En tus personajes predomina el sentido individual, es la conciencia del protagonista la que narra, por ello tengo la sensación de enfrentarme a cortes oníricos, psicológicos, que ahondan en la percepción ¿Cómo logras establecer tantas complejidades? Y, ¿hacer normal lo que para el juicio establecido no lo es?
—Al principio me enfrenté a una especie de miedo abducido por todos. Pero en vez de contrarrestar sus palabras con mis argumentos me preguntaba sus porqués. Muy temprano comprendí que muchas personas son la consecuencia de sus propias negaciones y en vez de luchar contra ellas quieren expandirlas.
Me interesé también por sus complejidades, solo que a tan temprana edad no sabes cómo afrontarlo, sin embargo insistí en hacerlo. Así, fui obteniendo respuestas a mis preguntas, ¿pero para que servirían estas respuestas? Servirían para las ideas en los discursos del texto.
Era mi diálogo interiorizado (emociones, vida diaria, reflexiones, pensamientos en el protagonista). La tarea era romper. Como lo describió GB, mejor no podía reflejarlo en una reseña «[…] Los que padecen se salen de la realidad para crear su mundo sin importarles la indiferencia de los otros; los que se matan, se matan por aburrimiento […]». Todo va a suceder tal cual llegue a la mente.
—¿Qué leíste en tu juventud? Y, ¿qué lees o recomiendas en la actualidad?
—Leí Sobre héroes y tumbas (Abaddón el exterminador y El túnel) de Ernesto Sábato; libros de Julio Cortázar, Guillermo Meneses, Denzil Romero, Salvador Garmendia y José Rafael Pocaterra. Edgar Allan Poe, Lovecraft. Los escritores rusos: Dostoievski, Chejov, entre otros; los norteamericanos, H. P. Lovecraft, Ambrose Bierce, a muchos de los que conformaron los Beat Generation. Además de Heinrich Böll, Péter Nádas, Thomas Miller, Marguerite Duras, Jaime Sáenz (más recientemente), Oliver Sack, Malcom Lowry, Emil Cioran, Thomas Ligotti, Mircea Cărtărescu, Peter Handke, Cees Nooteboom, y muchísimos otros cuya lista se haría interminable. En la actualidad destacaría a la escritora inglesa Susana Medina. Las imágenes saltan por todas partes. Narrativa llena de matices sugestivos, sensuales e irreverentes. Yo hice un punto y aparte cuando leí parte de su obra, me regresó el entusiasmo por la lectura justo cuando comenzaba a perderlo. Alberto Jiménez Ure: un escritor único, siempre ha ido a contracorriente. Un outsider con una capacidad desmesuradamente intensa para ingresar al más allá en un ambiente espectral de enorme conocimiento filosófico. Luis Benítez: un poeta que deslumbra, contemplativo en exceso, que se abrió a las corrientes desde muy temprano, le admiro por su obra y por su humildad con los escritores más noveles. Pablo López «Iconoclasta». Cruento y desenfadado narrador que pone en la mira todo cuanto la sociedad estúpidamente enaltece: A Julia de la Rúa que además de pintora y escritora ha luchado a contracorriente por mantener Araña editorial…
—¿Qué es lo más complejo y lo más placentero de tu carrera? Y, ¿cuál es el proceso con el que cumples para escribir?
—Lo más placentero es poder dar coherencia a las ideas. El conocimiento que deja la investigación, descubrir cómo determinadas estimulaciones, ambientes y circunstancias aceleran el ritmo creativo. Seguir aprendiendo hace que la próxima vez avances con más facilidad. Lo más placentero es finalizar un proyecto. ¿Por qué? Porque una vez terminado, el contenido de tus angustias se vuelven exteriores a ti, no completamente, pero sí en parte, sientes que te has liberado de algo. Lo más complejo son las negaciones continuas de algunos entornos. Lo mejor es no comentar qué se escribe, qué se hace, por lo menos hasta que esté hecho. Para escribir el proceso ha sido diferente, quizá, por tantos cambios. He tenido mis lugares sagrados, recuerdo con especial afecto un lúgubre y pequeño piso en San Francisco donde me atiborraba de vino mientras escribía, y observaba por la ventana los exabruptos continuos de la calle Taylor; un banco que bordeaba el río Harlem, otro en el central Park y la 110, sobre todo en otoño. He escrito en los ambientes más extremos y más sublimes, normalmente me gusta escuchar Ravel o fusiones de estilos con armonías disonantes y tomar algo, por costumbre pasa una hora desde mi primer intento hasta que logro la concentración perfecta y comienzo. Ahora prefiero el silencio de la noche.
—Me pregunto cómo «en medio del caos que condujo a Venezuela a su destrucción», se puede ser capaz de escribir, separarse de la realidad para crear otros mundos.
—He pasado por varias etapas, como pasa conmigo pasa con todos. Entre tanta sangre y devastación se ha creado otro tipo de humor negro mucho más punzante, un sarcasmo letal para poder sobrevivir al trastorno psicológico de tanto horror cotidiano. Nunca te aíslas, es una perturbación constante.
—¿Cuál ha sido tu mayor imprudencia?
—Muchas, la mayoría bajo el influjo del dipsómano que de vez en cuando habita en mí. Por ahora te diré una. Era de noche, no podía dormir, un hombre aparece en el grupo, era el amigo de X… no recuerdo su nombre. Era un puertorriqueño flaco, bajito, con los ojos saltones y apariencia de pandillero, claro, estábamos nada más y nada menos que en el Spanish Harlem. Se acerca y me dice «tengo en la mano una pastilla para dormir», otro conocido tampoco podía conciliar el sueño, casi levanta la mano para que se le tome en cuenta. Entonces el chico puertorriqueño mete la mano en su bolsillo y extrae de un blister tres pastillas más y la junta con la que ya tiene en la otra mano. Dos y dos, dice, para que la repartición fuese equitativa. Me las tomo, me siento a esperar el efecto de relajación para irme a dormir, pero las manos y los pies se me enroscan, al otro chico parece que se le desprendió la mandíbula, pero no se le ha desprendido, simplemente no puede cerrar la boca, y se pone a examinar unas piedras.
Yo paso de mi enroscamiento de pies y manos a una sensación de inestabilidad en la cabeza que se me retuerce hacia la espalda mientras el resto del grupo sonríe. Fue inevitable llamar a una ambulancia. Al llegar al hospital esperé angustiado en emergencia y observé a mi lado al otro chico que las tomó en otra camilla hasta que la doctora con una inyección me envió a dormir por siete horas. Antes nos dejó sufrir más de lo debido pensando que no se trataba de un error inconsciente, siempre tuvo la idea que fue el exceso repetido de los tantos toxicómanos de la ciudad. Todavía me pregunto qué contenían aquellas pastillas.
—¿Qué te llevó a tomar la decisión de marcharte a San Francisco? ¿Cómo viviste ese largo viaje que duró casi cuatro días?
—Después de algunos años, no sé por qué sucede, pero sucede. Algo te dice que es el momento. Se dio la lamentable casualidad que Charly había llegado a Nueva York por esos días, así que no podríamos compartir mucho tiempo juntos. Seguía muy afectado por la muerte de Fernanda, sin embargo le salió una sonrisa cuando le comenté mi intención. Y es que ambos pasábamos de la estabilidad a la incertidumbre con mucha frecuencia. Duré meses escogiendo una ciudad, iba a la Harlem o a la Aguilar Library, que era el par de bibliotecas que tenía más cerca en el barrio, abría un mapa, leía, investigaba. Hice una lista y fui descartando ciudades hasta quedarme con unas pocas como únicas opciones: San Diego, Chicago y San Francisco. Finalmente me decanté por San Francisco, por su clima, tolerancia y vida cultural. Inconscientemente estaba sugestionado por tantos músicos y escritores que habían vivido allí. Ya Charly me había despedido en otras ocasiones. Pasé en la ciudad de los rascacielos muchos inviernos, escribí mucho sobre la ciudad y la vida. No me iba por hastío, me iba porque deseaba conocer otros sitios, pero entre mis planes estaba volver. Recuerdo el otoño, las imponentes estructuras, la diversidad infinita de razas, mi banco en el parque, Ward’s Island. Tantas imágenes y sensaciones. Despilfarrando a toda velocidad. Siempre dispuesto a calmar mi sed, era el paso habitual entre la cordura y la inconsciencia.
Sin embargo, tenía que conocer ese extenso camino que conectaba el Atlántico con el Pacífico. Duré más de lo que debía en la Florida, duré más de lo que debía en Nueva York, y seguramente duraría más de lo que debía en San Francisco. Me despedí de cada uno de mis amigos. Tenía mucha expectación, al cumplirse la hora me subí al autobús de Greyhound, en Port Authority. Eran las nueve de la noche, aunque el frío era cruento yo sudaba transpirado por la exaltación de la marcha. Esa fue la última vez que vi a Charly. El viaje comenzó, las paradas al principio fueron continúas, no podía visualizar casi nada por la oscuridad de la noche, intentaba dormir, pero no dormía. Al amanecer vi cómo las imágenes cambiaban, a veces llovía, a veces el cielo estaba lleno de nubarrones o salía el sol. Autovías, carreteras, caminos rurales, bosques, zonas desérticas. Estaba encantado de vivir aquello. No quería perderme ninguna impresión (por eso lo recuerdo perfectamente). En Iowa, la mayoría de los pasajeros se bajaron, solo Keith y una chica de blazer crema que no paraba de comentar todo lo que veía continuaron. A Keith ya lo había visto en la estación de Port Authority, venía en el mismo autobús desde Boston. Hablamos, nada de molestarnos, nada de interrumpir cuando el paisaje nos seducía. En Denver, hubo un exhaustivo control policial que tardó un par de horas. Rumbo a Nevada el autobús se quedó sin frenos, nos enteramos cuando el conductor intentó detenerse acercándose peligrosamente a una subida antes de salirse de la autovía y entrar en una estación de servicio donde finalmente pudo parar. Más de seis horas en una gasolinera de Rock Spring, esperando la llegada de otro autobús que venía desde algún lugar de Colorado. Ya llevábamos más de dos días en la carretera. Recuerdo Chicago, Cleveland. Las montañas nevadas de Reno, los casinos, la particular iluminación y arquitectura de Salt Lake City. Grupos de personas que se turnaban intercambiando asientos en cada parada… Hasta que el Bay Bridge nos dio la bienvenida con la impresionante imagen de San Francisco al anochecer.
Casi cuatro días sobre la carretera. La adrenalina que desbordó aquel viaje es indescriptible. Sin esa alianza de hechos nada hubiese sido igual. A medida que mi sueño se hacía realidad y se diversificaba también lo hacía la escritura. Aquellas primeras semanas todo fue divertimento. «Hicimos de un bar de la Calle Divisadero llamado “Hotel Utah“ nuestro sitio de residencia hasta que nos quedamos sin dinero y tuvimos que rehacernos para volver a funcionar».
San Francisco fue un motor creativo. Aquella idea había comenzado a proyectarla en el pasado. Encontré allí mucho de lo que buscaba sobre la vida. Entendí que la responsabilidad de un cambio estaba en mí porque las negaciones son una constante cuando pides una recomendación.
—Acabas de describir el ambiente, los preliminares, el proceso, muy importantes, sin duda. Pero me gustaría saber cómo hacías para vivir.
—La escritura no respeta el ordenamiento estereotipado del mundo. En aquellos tiempos yo era, sin duda, insolente, arriesgado, pero esta rebeldía en vez de causar aversión, atraía, yo no era consciente de ello.
Rara vez se me dificultó encontrar algo que hacer, trabajé en lo más diverso. Mi simpatía por lo aparentemente imposible era muy apreciado por muchos que ya habían dado por cerrados sus sueños y querían abrirlos de nuevo. Me recuerdo, dando consejos a mis empleadores de cómo recobrar sus vidas, algo que parecería totalmente incoherente.
—¿A dónde te gustaría ir?
—A Europa del Este, a Rusia, recorrer Sur y Centroamérica, ir a Vietnam… Esta sería una lista de prioridades porque todos los lugares me interesan.
—Han transcurrido más de dos décadas… Con el paso del tiempo, ¿cómo ves hoy tus actos? Más allá del riesgo, ¿qué te enseñaron?
—Todo es relativo a tus propósitos. Yo siempre estaré en un eterno proceso de aprendizaje si la salud me lo permite. La sociedad es chocante. La naturaleza que genera tantas posturas y envidias. Los resentimientos y la eterna jerarquización de todo «me incluyó en la masa». Soy otro minúsculo punto entre el rebaño. He aprendido a esperar, a saber cuándo forzar un episodio y cuando no. Siempre atento a ese aspecto generador que me hace ser desmesurado en todas las manifestaciones. La interpretación de los sueños ocupa un lugar preponderante en el quehacer de escribir, la búsqueda de esa otra forma de locura que es la sabiduría.
Al final es así. Hasta el concepto de Jung, según el cual no se trata de explicar el sueño, sino de seguir viviéndolo mediante el análisis, en estado de vigilia, a fin de ver a dónde nos conduce. Cuando sabes que estás soñando, te da la posibilidad de trabajar sobre el sueño y reconducirlo, eso sí, convencidos de la maleabilidad de la vida para estar atentos.
—España…
—Estos últimos años he vivido en La Coruña, Valencia, Bocairent, Alicante y Barcelona. Lugares donde terminé de escribir y agrupar todo el material de algunos libros. He creado una rutina exhaustiva después de tanto desajuste, y no hablo de disciplina, es una racionalización mucho más exhaustiva de los temas a tratar. Me he entregado a un ejercicio de profundizar en el inconsciente colectivo y satirizar sus actos, seguramente es solo un matiz de muchas otras cosas que vendrán aunadas. Por ahora cuando es posible deambulo por El Raval y El Borne. Hoy en día Barcelona es mi lugar fetiche, mañana no sé dónde voy a estar. Ya el debate existe. La convulsión actual del mundo lo ha acentuado.
—¿Recuerdas alguna cita, oración, fragmento de tus escritos —poema o relato— que te ronde por la cabeza más de lo normal?
—Un fragmento de Metamórfico «[…] De cerdos a hombres, no de hombres a cerdos como todos presuponen. Hizo el largo camino para humanizar su apariencia pero no sus costumbres […]».
—¿Es la literatura tu mundo ideal?
—¡No! Es simplemente una especie de coartada hasta el momento de volver a cuestionarme.
Siempre tengo que luchar contra el burgués que se encuentra en el intelectual, contra el victimista que se autodestruye en la calle porque considera todo carente de sentido. Es una eterna cuerda floja. Tanto la crítica como los enaltecimientos son efímeros por condición. Llegan, se van, es una satisfacción por pocos compartida en un tiempo que tiene caducidad. Mientras tanto es mejor regresar al sueño porque esto es un sueño. «Sueña, busca lo que te satisface y diviértete, pero ten presente, siempre ten presente que tarde o temprano todo va a acabar».
Wafi Salih (Trujillo, Venezuela, 5 de junio de 1965) es una escritora nacida en Venezuela de ascendencia libanesa. Escritora de: poesía, cuento, ensayo, dramaturgia y guiones para cine. Se le reconoce como maestra de la poesía breve en Venezuela, por la extensa exploración del género haiku, un género poético de origen japonés, (ensayos y narrativa). Ha sido traducida al inglés, árabe, francés, italiano, portugués y polaco.
Magister en Literatura Latinoamericana, egresada de la Universidad de los Andes en proyecto doctoral en Historia, veinte libros publicados en los géneros antes mencionados. Mantuvo por siete años consecutivos el taller «José Antonio Ramos Sucre», que contribuyó en la formación de artistas e investigadores venezolanos. Fundadora de las revistas literarias El Farallón de los Naipes y Lápiz, Papel, y Creación.
📷 Fotografías remitidas por los autores de la entrevista. Derechos reservados.
Revista Almiar (Margen Cero™ · 👨💻 PmmC) · n.º 122 · mayo-junio de 2022
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