relato por
Jonny Alexander Cruz B.
Hoy fue un buen día para la bestia,
pero mañana volverá a tener hambre.
C
aminando lento, casi arrastrando los pies, va la bestia. Hundiéndose entre la manigua y el lodo del bosque, entre la niebla amarga que es más llanto de selva que vapor de agua. En su boca cuelgan pedazos de un corazón que aún destila el rojo néctar empalidecido por las babas de la bestia, todavía palpitante, todavía tibio. Luego la bestia hace un movimiento con la cabeza, se tira hacia atrás y abre la boca empujando los restos del corazón hacia el interior de su esófago, traga, se relame y se marcha.
—¿Qué pasa después con la bestia?
—Nada, ahí es cuando despierto sudando y asustado, a veces logro volver a dormir, pero el sueño aparece una y otra vez sin modificación alguna… cuando niño cada vez que soñaba de ese modo, algo malo pasaba.
—No se preocupe, es normal que se agite ante este tipo de sueños, pero, desde mi entender, su sueño no es premonitorio —dice con voz tranquila la anciana vidente, casi bruja, casi psicoanalista, casi enviada del señor.
Sin mirarlo a la cara y sin gesto alguno en el rostro, aplasta contra el cenicero el pucho de tabaco babeado y tinturado de labial barato color fucsia, hace una pequeña pausa y prosigue:
—Los sueños con niebla no son premonitorios, por el contrario, significan que pertenecen al plano de lo onírico, son los recuerdos que nublan el pensamiento. Lo que se nubla no es la visión, como lo haría la niebla, lo que se nubla es el recuerdo… Su sueño es tal vez un recuerdo de algún momento del pasado, porque el tiempo, mi querido amigo, es la niebla del recuerdo. Trate de pensar si usted en tiempo pasado ha sufrido un dolor amoroso o tal vez usted es la bestia y lo que debe recordar es a quién le rompió el corazón… cuando lo haga consciente, el sueño desaparecerá. Así que puede sentirse tranquilo, le espera mucho éxito en su vida, no se deje distraer por estos sueños, que no son más que las poluciones nocturnas del inconsciente… vaya en paz y nos vemos la próxima semana.
Un poco más tranquilo, se fue temprano a casa. En la cabeza retumbaba el dilema de tener que recordar si había sido víctima o victimario, bestia o alimento de la bestia. Atraviesa la manigua de gente en la calle, la neblina de smog de los carros y se interna en los laberintos y callejones del viejo vecindario. Sube lentamente las escaleras sucias de la vieja casa de inquilinato, esquiva la porquería que ha dejado restregada una zapatilla converse en el borde de una de las escaleras, en un intento de alguien por limpiarse la mierda de perro que ha atrapado en el césped del antejardín. Entra sin tocar, hastiado por la miseria circundante, porque siempre es más duro ver la miseria ajena que la propia, así que el pequeño y arruinado apartamento le resulta acogedor.
—¡Quién vive! —grita con una entonación melodiosa y bromista.
En el fondo se escuchan ruidos, cajones que se mueven, una persona tropezando… la reflexión es simple: si él puede escuchar estos ruidos minúsculos, es obvio que quien hace en el fondo de la casa los ruidos también le ha escuchado gritar a él. En la habitación de fondo los cuchicheos se calman y alguien se calza lo primero que encuentra bajo la cama: unas babuchas de peluche, con forma de garras de Sullivan el personaje de Monster Inc., que resultan oportunas para escapar en silencio…
Decidido se interna en la casa temiendo encontrar lo que es obvio, empuja la puerta del cuarto y ante su mirada, el rostro pálido de su mujer intenta esconderse tras las sábanas… —la escena le recuerda el cuadro de Eva tras los matorrales de higuera, que aparecía en la biblia ilustrada Dios habla hoy, y que él, de niño, adoraba ojear.
Entre tanto, ve saltar por la ventana un cuerpo desnudo, cuyo género no distingue, pero alcanza a ver las ridículas garras de peluche desaparecer entre la penumbra, mientras en el piso de madera de la habitación, un vibrador de pilas permanece aún encendido, revoloteando como un pececillo fuera del agua, haciendo la escena aún más incómoda.
Despacio, siente como si le abrieran el pecho y le arrancarán el corazón, como si se lo desgarraran a mordiscos… pero en unos segundos, siente el sosiego y la tranquilidad, de saberse presa y no ser la bestia.
Jonny Alexander Cruz Bolaños. Es psicólogo y docente universitario. Tiene una gran pasión por las letras, que inició desde que era niño: a los 16 años publicó un par de cuentos en un concurso en su ciudad (Cali, Colombia), en adelante ha seguido escribiendo pero como algo personal. A nivel profesional ha participado en proyectos de promoción de la lectura con niños y jóvenes de su país.
📨 Contactar con el autor: cruzjonnyalexander [at] gmail.com
Ilustración relato: Fotografía alojada en pxhere [dominio público]
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 106 · septiembre-octubre de 2019
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