relato por
Jessica Villacañas Esteve
U
na chica se agachó a recoger sus llaves a la vez que sacudía la cabeza con gracia, tal y como acostumbraba a hacer al salir del trabajo. Lo que empezó siendo un movimiento sin relevancia, pasó a ser una manía regularizada por su horario laboral. Mientras el oscuro pelo se balanceaba alrededor de la blanca y pecosa piel de la cara, el cielo se fue arrebolando, asumiendo un tono rojizo que bañaba la ciudad del color de la sangre. La chica no prestó atención al cambio paisajístico ocurrido en un segundo. Estaba contenta de que fuera viernes y de que pudiera disfrutar al fin de un largo descanso, donde el fin de semana, en lugar de dar paso a la tediosa rutina, daba paso a toda una semana festiva.
Después de cerrar la puerta, cuyo deber era custodiar todo el material que hacía posible el funcionamiento de una radio, se levantó la solapas de su abrigo largo, rozándose las mejillas con la suave tela de los guantes negros y elegantes que llevaba. Caminaba con soltura mientras repiqueteaban los tacones de sus botines contra los adoquines de la acera hasta llegar a su pequeño pero exquisitamente amueblado apartamento. Después de una ducha y una cena calentita en la acogedora soledad de su salón, se quedó profundamente dormida en el sofá con una plácida sonrisa.
Se despertó y al cabo de una relajada mañana, la chica se puso su mejor gala de deporte y salió a andar a paso ligero. Recorrió la ciudad entera hasta llegar a la entrada de una montaña de poca altura, por la que era fácil andar gracias a la falta de pronunciadas cuestas y a los caminos bien señalados para los excursionistas y ciclistas habituales. Cuando estaba descansando en una gran explanada a cielo abierto, se percató de que no había escuchado cantar a un solo pájaro durante todo el trayecto. Así que miraba los árboles con atento fervor y vio que los ojos brillantes de las aves la obserbavan inquisitivamente. Con un escalofrío que recorrió su espalda, oculta bajo su chaqueta amarilla fluorescente, se marchó moviendo de un lado a otro la coleta de mechones negros.
Al encontrarse con su íntimo amigo en una cena que habían planificado hacía un mes, le contó lo sucedido con cierto temor a que pensara que estaba volviéndose loca. Su amigo la escuchó con afectuosa preocupación y achacó el episodio al estrés, dando por concluido el tema. Ella asintió, algo aliviada, pero cuando volvió a su apartamento para dormir y descansar, con las luces apagadas, no pudo evitar volver a recordar los ojos fijos de los pájaros y el silencio le sobrevino ensordecedor, de un color rojizo.
Cuando despertó de una noche intranquila, veía todo como si le hubieran puesto una lente roja delante de los ojos o la misma la hubieran puesto delante del gigante dorado. Fue al baño y luego a tomar una aspirina para el dolor de cabeza. En cuanto se giró hacia las ventanas vio un pajarillo posado en el alféizar, mirándola. Le preguntó angustiada qué quería de ella, pero lo único que recibió fue una espesa y hostil nada.
A lo largo del día aparecieron más pájaros alrededor de la casa, de especies distintas incluso. Ella se afanaba por cerrar las persianas sin ocasionar ningún revuelo. Aun así, sentía su mirada agujereando cualquier material físico para llegar hasta ella. Ni tapada con mantas y sábanas se sentía segura. Empezó a hiperventilar y a perder la cabeza. Lloraba en silencio al principio hasta que prorrumpió en llantos escandalosos, con lágrimas y mocos por toda la cara. Salió de debajo de su fuerte de telas almidonadas y fue hacia la cocina. Cogió un cuchillo y lo blandió en el aire, insultando a la madre que parió a los loros, a las palomas, a los gorriones y a un sinfín de nombres de pájaros que se le iban ocurriendo. Se apuntó con el cuchillo en el corazón y se lo clavó.
* * * *
Asistente RVM 00422: Hasta aquí la presente simulación virtual sobre sus miedos más profundos, señora Efe.
Señora Efe: Asistente, ¿qué debo hacer para resolverlo y no caer en ninguna ilegalidad estatal sobre Impulsos Irracionales?
Asistente RVM 00422: Según los datos cruzados, no podría incurrir en Impulsos Irracionales a causa del presente temor. Como mucho podría recaer en Imprudencias. En la memoria del archivo tiene usted un incidente con alcohol. Consumió dos rayitas más de lo establecido por el Ministerio de Responsabilidad Civil del vaso que tiene asignado.
Señora Efe (con impaciencia): ¿Qué debo hacer para no recaer a causa de este temor?
Asistente RVM 00422: Debería llamar a su prima, la señora E, para pedirle disculpas. Los análisis detallan que ha vuelto a pensar en ella. ¿Podría relatarme qué episodio ha recordado hace poco? Todo indica que no tenemos constancia de ello aún.
Señora Efe (para sí misma): ¿Debo hacerlo?
Asistente RVM 00422: Eso es asunto suyo.
Señora Efe: Recordé lo triste que me ponía de pequeña cuando todos me insultaban por estar gordita, incluida la señora E. Iba corriendo a un parque tranquilo y lloraba.
Asistente RVM 00422: ¿Algo más que añadir?
Señora Efe (con la voz temblorosa): A veces, me pasaba horas insultándola mentalmente. A veces, comía. A veces, me decía que yo era mejor que ella en muchos aspectos.
Asistente RVM 00422: ¿Algo más que añadir?
Señora Efe: Nada más.
Asistente RVM 00422: Muchas gracias por su colaboración. Si coge el camino que bordea el río, podrá disfrutar del canto de los pájaros perfectamente coordinado y armonioso.
Jessica Villacañas Esteve. Grado en Comunicación Audiovisual, UAB, Barcelona, España.
Ha publicado un artículo en colaboración (Bueno, J., Pedrerol, L., Tello, M. & Villacañas, J. (10 de mayo de 2016); El ser humano, ¿un prisionero virtual? La Vanguardia: Blogs de Lectores. Recuperado de: http://blogs-lectores.lavanguardia.com/ colaboraciones/el-ser-humano-un-prisionero-virtual-77466). Fue guionista de una pieza audiovisual seleccionada y emitida por La Xarxa (documental de veinte minutos: https://uab.cat/web/noticies/ detall-noticia-1251960027229.html?noticiaid=1345742027796)
Contactar con la autora: jessicavllcs [at] gmail.com
Ilustración relato: Fotografía por Diggeo / Pixabay [dominio público]
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 104 · mayo-junio de 2019
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muy bueno, me ha encantado, mucho mérito.
Jessica, mis saludos, me encanta tu relato, El silencio de los pájaros, Nuestra soledad que nos atormenta, que huimos, que nos persigue y nos cansa… y hasta nos mata de nuestra misma soledad. Un abrazo desde el puerto de Ilo. Perú