¿Tantas verdades cuantas personas distintas?

artículo por
Javier Úbeda Ibáñez y Jorge Cervera Rebullida

L

a verdad es terca, no se pliega.

Una de las grandes causas que está siempre detrás de la actitud del cobarde: la verdad compromete personalmente, la verdad tiene consecuencias prácticas, y eso da miedo, porque no se sabe bien adónde me puede llevar, qué sacrificios me puede exigir, qué renuncias me puede imponer.

¿Infinitas verdades?

Cada uno tiene su verdad —se dice—, cada uno alcanza las cosas con una visión propia y personal basada en sus gustos, su educación o sus intereses. No solamente se hace difícil, para quienes así piensan, lograr comprender adecuadamente lo que piensan los demás, sino que es imposible lograr un acuerdo, puesto que no habría propiamente hablando una verdad objetiva válida y obligatoria para todos.

Según lo anterior, lo que determina la verdad de alguna afirmación es cada individuo, por tanto, habrá (o podría haber) tantas verdades cuantos hombres. Algo puede ser verdadero para Juan y no para José, y ambos tienen razón: «su razón».

De aquí se sigue que no hay una verdad sino infinitas, es decir: tantas cuantas personas distintas.

Y no solamente cada uno tiene su verdad, sino que cada uno tiene derecho a formarse su verdad, aunque se trate de temas que desconoce en su casi totalidad.

Desde este punto de vista, el principio de aislamiento más grande entre los seres humanos: el ostracismo de las inteligencias que quedan desterradas a los límites de su dueño. Con la aceptación de esta filosofía no puede haber maestros, hay tan solo orientadores de opinión, o mejor todavía, cada uno ofrece su opinión por si a alguien le gustaría hacerla suya.

Lo que determina la verdad de alguna afirmación es cada individuo, por tanto, habrá (o podría haber) tantas verdades cuantos hombres: dependerá la verdad de la cultura histórica; o del juicio en los grupos sociales; o de la raza; o de los compromisos políticos, ya sea de los votos de la mayoría o de los pactos entre los partidos políticos o de otros modos de lograr el común acuerdo (consenso).

Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo se entiende en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro, considerado como enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer sus intereses.

¿Es verdad que no hay verdad?

La verdad es la adecuación de nuestra mente con las cosas, por tanto, o hay verdad objetiva (adecuada con la realidad) y por consiguiente válida para todos los seres inteligentes, o simplemente no hay verdad sino opiniones, que son apreciaciones diversas sobre las cosas.

Una frase común cuando se discuten opiniones, posiciones ideológicas y diversos temas, es la de que «nadie tiene la verdad absoluta». También aparece la frase cuando se discute de historia y de vida política, y en especial discutiendo asuntos de doctrina, con la intención de implicar una duda obligatoria.

El alegado relativismo de la verdad permite a muchos suponer un derecho a poner en duda argumentos ajenos, contrarios a los suyos. Se trata de interpretación de datos, dichos y hechos. Tratándose de este tipo de análisis, decir que nadie posee la verdad absoluta puede tener algo de verdad, pues el ver las mismas cosas de diverso ángulo u óptica nos da diferentes percepciones de un hecho o cosa. Como dijo Calderón de la Barca: «Todo es según el color del cristal con que se mira».

Pero todo esto es una manipulación lingüística, ya que NO es la verdad, es la suposición, la creencia, la convicción. Y cuando se habla de verdades a medias, no se trata de medias verdades, sino de mezcla de verdad y falsedad.

En matemáticas la verdad se halla mediante razonamientos lógicos, con los que la verdad de una fórmula o definición, se halla mediante otra y esta con otra y así hasta el final que no encontramos palabras ni razones y creemos «porque sí».

En buena parte de los casos la verdad la aceptamos porque nos lo dice una autoridad en la materia como en la TV cuando el hombre del tiempo nos dice que: «Mañana va a llover». Otras porque lo vemos: esta pared es blanca. A veces nos engañan los sentidos como cuando vemos torcido un bastón recto al meterlo en el agua.

Si cada cual tuviera una percepción diversa y determinara arbitrariamente el ser y «medida» de la realidad, ¿acaso seríamos capaces de comunicarnos los hombres?

A la tesis de Protágoras «el hombre es la medida de todas las cosas…», responde Platón a manera de crítica: Si el hombre es la medida de todas las cosas, en consecuencia, como a mí me parezca que son las cosas, tales serán para mí, y como a ti te parece que son las cosas, tales son para ti; de tal modo que, si a Juan le parece que todos los hombres necesitan respirar para vivir, y a Pedro le parece que no es necesario que el hombre respire para que pueda vivir, en efecto, cada uno tendrá una percepción y una «medida» diversa de la realidad, pero también unas consecuencias diferentes.

Al pretender que el hombre sea medida de la verdad, no hay entonces criterio alguno de verdad, la medida será arbitraria y, al depender del hombre, de cada sujeto, habrá una pluralidad de verdades tan infinita como la pluralidad de hombres existentes.

¿Existe la verdad?

El escepticismo radical moderno afirma que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla. Si el escepticismo fuese verdadero, se negaría a sí mismo.

El subjetivismo dice que la verdad no es objetiva, sino subjetiva, y que cada persona puede determinar por sí misma lo que es verdadero o no. Suele ser el defecto de los hombres prácticos, como Pilatos, que consideran como una especulación inútil la búsqueda de la verdad objetiva.

Hemos llegado a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no solo no soluciona nada, sino que además se corre el peligro de acabar en una dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad solo es simple decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la verdad, se degrada; si las cosas solo son resultado de una decisión, particular o colectiva, el hombre se envilece.

Verdad del ser (ser aquello que uno es, que uno debe ser. Hay verdad del ser cuando uno se comporta como persona inteligente, libre y responsable. Lo contrario a la verdad del ser es la inautenticidad); verdad del pensar (cuando la mente coincide con la verdad de las cosas, se vive en la verdad del pensar. La mente tiene que respetar la verdad de las cosas); verdad del hablar (decir lo que la mente sabe que es verdad, y que lo ha descubierto así, después del estudio y la formación. Las palabras deben ser vehículo leal de lo que se piensa); verdad del obrar (es la verdad del comportamiento y de la vida. Vivir como se cree, coherencia de vida entre lo que se cree, lo que se predica y lo que se vive).

Hombre veraz y auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no falla. Es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero. Hombre veraz y auténtico es aquel que armoniza las palabras con los hechos, es como debe ser, actúa como debe actuar, elige en virtud del ideal que orienta su vida y no a impulsos de sus intereses particulares; es fiable y creíble, tiene palabra de honor y consiguientemente inspira confianza.

La verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad

La verdad radica en la inteligencia del hombre, pero solo podemos decir que alguien posee un conocimiento verdadero, por ejemplo, sobre el agua, cuando el juicio de la inteligencia acepta que el agua es un compuesto de hidrógeno y oxígeno (H2O). Si la inteligencia de Luis nos dice que el agua es el compuesto simbolizado por H3O, entonces decimos que la proposición que Luis afirma es falsa y no verdadera, porque no se adecua (o adecúa) a la «realidad» del agua.

Si la verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad, resulta entonces que la cosa misma es la medida de nuestro entendimiento.

Sí hay un parámetro o criterio objetivo de verdad, y que este hace referencia a la naturaleza misma de las cosas, a lo que las cosas son, y no a lo que arbitrariamente pretende el hombre individual —cada hombre— que sean.

Si un individuo ha determinado en su juicio «personal» (en su propia medida de la realidad) que el incendio de bosques es una actividad divertida, y lo pone en práctica, está destruyendo un bien objetivo que pertenece a todos los hombres, y que no podemos permitir, aunque a la persona en cuestión le parezca divertido y recreativo en «su medida y en su personal juicio».

¿Dónde se fundamentan y encuentran su cimiento los derechos humanos, esos derechos universales y válidos para todos los hombres…?

La verdad y la mentira

Si la verdad hace libre al hombre, la mentira lo esclaviza. Todos, tristemente, tenemos la experiencia de cómo una sola mentira, aparentemente inocente, desencadena una serie de mentiras para sostener la primera. Hay vidas que se han construido sobre los cimientos falsos de una mentira. Los protagonistas de esas vidas viven siempre con el terror de ser descubiertos y de que su edificio se derrumbe.

Un mentiroso deja de tener credibilidad y prestigio moral. El que es veraz se gana la confianza de los demás y su testimonio es válido.

El mentiroso se daña a sí mismo, daña a los demás, daña a la sociedad…

Cuida tu lengua, amigo. Es la parte más valiosa que tienes, pero también la más peligrosa. Con ella puedes alabar, consolar al triste, aconsejar a un amigo… pero también puedes herirte, herir el honor y la fama del prójimo.

Decía san Bernardo que la lengua es una lanza, la más aguda; con un solo golpe atraviesa a tres personas: a la que habla, a la que escucha y a la tercera de quien se habla. ¡Cuánto destrozo se puede causar con la lengua, si se usa para el mal!

El corazón humano es una cámara de tesoros, que tiene por puerta el habla; hay quien saca bondad, amor, verdad, sabiduría; el otro saca insensatez, maldad, veneno, mentira.

La veracidad es una forma de justicia, pues los demás se merecen la verdad y no el engaño.

Hablar de la verdad hoy, resulta no sabemos si difícil, pero al menos atrevido y, en cierto sentido, sarcástico.

En fin, que la verdad no tiene hoy carta de ciudadanía en todas partes del planeta, no la han dejado entrar y salir libremente, la tienen maniatada, vendada, amordazada. ¿Por qué? No se quiere encontrar hoy con la verdad, pues «la verdad, incomoda».

El hombre es una unidad perfecta. Todo lo que es mentira, falsedad, fingimiento, inautenticidad, rompe esta unidad. La ruptura se da entre el ser y el actuar, entre el pensar y el decir, entre el decidir y el cumplir. Y las consecuencias son: infelicidad, insatisfacción, ruptura de la armonía de la personalidad.

El término verdad se le suele colocar al lado de otros términos sinónimos: autenticidad, coherencia, honestidad, sinceridad, integridad, transparencia, hombre o mujer de una sola pieza.

Y contrapuesto a verdad, tenemos: mentira, hipocresía, fariseísmo, doblez, engaño, duplicidad de vida, fachada, ocultamiento, ambivalencia, inescrúpulo.

 


 

Contactar con los autores: jav.ube.iba [en] gmail {.} com

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🖼️ Ilustración: Fotografía por Gerd Altmann, en Pixabay.

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Revista Almiarn.º 136 / septiembre-octubre de 2024MARGEN CERO™

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