relato por
Ingrid Halí Tokun Haga Álvarez

 

H

ay momentos memorables en nuestra vida. Acontecimientos que recordaremos hasta el día de nuestra muerte: nuestro primer beso, el día en que conocimos a nuestro gran amor, y esa mañana, ese día soleado y lleno de buenos augurios, en el que después de una larga espera, por fin caminaremos al puesto de revistas más cercano, compraremos el periódico, y al abrirlo, encontraremos su nombre en la página F24, la sección de obituarios.

Constatar la muerte de nuestro peor enemigo, invariable e inevitablemente nos produce cierto placer. Después de tantos años de malentendidos, amenazas, peleas y altercados fortuitos, es imposible que no nos dé cierta paz interior saber que jamás volveremos a encontrarlo. Es por ello que, antes de asistir al funeral, dar el pésame o chismorrear sobre el asunto, para que consiga conducirse con decoro, e inclusive derramar un par de lágrimas (que en este tipo de ocasiones siempre quedan apropiadas), siga con mucho cuidado las siguientes instrucciones:

Comience por buscar un lugar privado donde tenga la seguridad de que nadie va a interrumpirlo. No seleccione un lugar hermoso o lleno de buenos recuerdos, podría resultar contraproducente. Elija algún lugar que lo haga sentir incómodo, irritado o abochornado. La casa de su suegra, su oficina los fines de semana o el cuarto de los triques, son buenas opciones. Trate de ser creativo. Sin embargo, asegúrese de seleccionar un sitio que cuente con alguna silla, puf o diván cómodo. El procedimiento puede tomar algún tiempo, y sufrir de dolores de espalda resulta innecesario.

Una vez que encuentre el lugar adecuado, ambiéntelo con la canción más fea que conozca. Reggaeton, funk, o el último álbum de Maluma son buenas opciones. Siéntese, acuéstese o colóquese en cualquier posición que le resulte confortable, pero no demasiado cómoda. No vaya a dormirse u olvidarse del propósito que lo trajo hasta aquí. Cierre los ojos, concéntrese en la fealdad de la música y evoque el rostro de su enemigo: la boca, los pómulos, los labios. Repase cada uno de sus gestos y rasgos. Piense en el tic de su ojo derecho, los dientes picados y la verruga del cuello, el desagradable olor de su cuerpo y lo chirriante de su voz. Recuerde cada uno de esos detalles, hasta que sienta que se encuentra frente a esa persona y vuelva a sentir el malestar que se adueñaba de su cuerpo cada vez que se encontraban.

Sin embargo, intente olvidar por un segundo los momentos en los que el finado le hizo la vida miserable, esos instantes por los cuales merece estar en el infierno, de preferencia en la cuarta zona del noveno círculo imaginado por Dante, el cual está reservado a traidores y asesinos. Respire profundo. Concéntrese, e intente volver en el tiempo. Trate de retornar a la época de los juegos y las risas: la era dorada de la infancia. En ella sitúe a un niño pequeño, poco agraciado, maloliente y torpe. Imagínelo escondiéndose en los baños durante el recreo, siendo golpeado por los niños más fuertes, reprobado el examen de matemáticas una y otra vez. Trate de reconstruir el dolor que experimentó en cada una de esas ocasiones, y cómo al volver andando a casa más de una vez sus lágrimas se perdieron entre la lluvia. También piense en sus sueños y aspiraciones. En cómo ninguno de ellos se cumplió, y cómo el fracaso transformó a ese ser humano vulnerable y frágil en un ser deleznable. Si después de ello aún sigue odiándolo, prosiga al siguiente paso.

Respire hondo. Inhale profundamente durante cuatro segundos. Retenga el aire. Exhale. Una vez más. Inhale y exhale. Cierre los ojos, apriete fuerte los puños y concéntrese. Lo que sigue va a ser un poco doloroso. Intente evocar algún acto de bondad del difunto. Cualquier pequeño detalle cuenta: una sonrisa, algún donativo, un comentario amable.  Trate de pensar en cualquier acción que demostrara que aquel miserable en el fondo, muy en el fondo, tenía alma. Si no recuerda o quiere reconocer ningún acto de bondad, intente de nuevo. Si después de hacerlo tres veces sigue sin dar resultado, invéntelo. Hay ciertas ocasiones en que la imaginación es más importante que la memoria.

Finalmente, repase la lista de amigos y familia que el difunto deja. Si no tenía ningún allegado medite en torno a la soledad que pobló sus últimas horas, cómo nadie le cerró los ojos después de su última inhalación. Intente comprender al ser humano que era su antagónico. Trate de pensar, imaginar o inventar cualquier situación que le ayude a comprender un poco mejor quién fue ese hombre que acaba de morir. Si después de hacerlo aún quiere escupir en su tumba, repita el procedimiento, porque a pesar de todos sus defectos, acaba de morir un ser humano, y esa es siempre, invariable e inevitablemente, una pérdida para toda la humanidad.

 


 

Ingrid Halí Tokun Haga Álvarez. Es estudiante de Relaciones Internacionales en el Colegio de México International Fox Fellow en la Universidad de Yale.

 Web: https://foxfellowship.yale.edu/ingrid-hali-tokun-haga-alvarez

 Ilustración: Fotografía por geralt / Pixabay [public domain]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 107 · noviembre-diciembre de 2019

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