poemario de Nuria Ortega Riba
reseña por Manuel Murillo de las Heras
C
onocí a Nuria en unas circunstancias un tanto extrañas, perfectamente posibles en el universo de Bolaño; en mi época universitaria, en una asignatura relacionada con la antropología, el profesor nos planteó un proyecto que habría de durar un par de meses: el de estudiar y coordinar a un grupo de personas que compartieran un fin común e introducirnos en su mundo. Algunos de mis compañeros escogieron colectivos en situación de pobreza; otros, a drogadictos; otros, a alcohólicos. Otros, a personas con serios problemas de salud mental y abandono institucional. Yo, tan falto de originalidad como siempre, decidí mezclar un poco de todo aquello que habían escogido mis compañeros y lo único que se me ocurrió fue juntar a poetas. Aspirantes a poetas, claro. Así fue como conocí a Nuria.
Terminado aquel curso, ya no volvimos a hablar ni a saber prácticamente nada el uno del otro. Hasta que, hace unos días, bastantes años después de aquello, paseaba sin rumbo entre los estantes de mi librería de confianza y un rótulo llamó poderosamente mi atención: «Premio Adonáis de poesía 2022». Al parecer, el galardón había caído en mi localidad. Me acerqué más, pues mi miopía me impedía leer el nombre del laureado poeta. Entorné los ojos a la par que notaba una sacudida en la memoria: Nuria Ortega Riba.
Así nos hemos reencontrado (aunque ella no lo sabe), y ha sido un reencuentro feliz: en todo este tiempo, ella ha madurado mucho como escritora, y yo he madurado mucho como lector. En cierto sentido, el reencuentro también ha sido amargo, pues me ha hecho recordar momentos, despreocupaciones, en fin, toda una época que ya no volverá. Y es que de eso va precisamente este poemario, de la nostalgia. La elección del plural en el título (las infancias en lugar de la infancia) no es casual, pues aunque la autora nos hable de sí, en el fondo está hablando de todo lo que nos es común. Los recuerdos de cada uno siempre serán distintos, pero el dolor es el mismo. Lo único inmutable, no sujeto a subjetividades, por definición, es el vacío, que es el que es, el que ha sido, y el que será cuando todo lo demás se va.
Leo una desafortunada línea en Goodreads acerca de Las infancias sonoras: […] «El recuerdo, su aliado principal». Quizá aliado debiera cambiarse por verdugo, pues, como nos señala la autora en alguno de sus versos, a quienes vivimos de ilusiones nos mata la memoria. El recuerdo no es sino la herida abierta por la que se desangra la poeta, y cada palabra no es sino una gota de sangre que se ha resecado sobre el papel. Es una pena de extrañamiento, como la de Lihn.
He sonreído al encontrar epígrafes de Szymborska, mi poeta favorita, y otros de Javier Egea y José Ángel Valente, tan queridos y admirados, así como ecos de todos ellos y de tantos otros referentes en los versos que desfilan por las páginas de Las infancias sonoras. Es un libro lleno de cartas de amor, pero ninguna carta nos habla del amor romántico, que nos habla sobre la que ya no es, para que no olvidemos que fue, y, por qué no, para que aprendamos a apreciar lo que sigue siendo antes de que eso por todos compartido vuelva de nuevo y nos lo arrebate. Disculpen mi falta de concisión; tal y como dice la autora, la indeterminación de algunas palabras a veces es la forma más exacta de nombrar.
Es un libro que toma uno de los axiomas más notables y repetidos del saber popular, el de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y reflexiona sobre él, aportándole una frescura que da como resultado un libro que no es sino la forma más elegante de repetir este axioma que todos, al fin y al cabo, hemos dicho alguna vez.
No he podido evitar recordar a ese marinero en tierra que le preguntaba a su padre por qué lo había desenterrado del mar. Luego, no pude evitar recordar el mar que me acompañó siempre. El mar, el siempre mar, que diría Borges. Luego, no pude evitar recordar.
Las palabras pueden tender un puente hacia el pasado. Recorrer ese puente, viajar por la memoria, perderse a uno mismo y en uno mismo hasta no saber quién es uno mismo. Encontrar en el dolor un placer que se esconde, aprehender que cada placer encierra la promesa de un dolor. Empiezo a desangrarme, va siendo hora de dejar de escribir. Le dejo esa tarea a los valientes.
De momento, seguiré leyendo. Reencontrándome con los demás, y conmigo mismo.
Manuel Murillo de las Heras es un psicólogo y escritor almeriense. Ha publicado dos libros. El primero, Relatos y otros enseres de andar por casa, es un cuentario, y el segundo, Todos los caminos que llevan a Grecia, una novela. Además, como músico, cuenta con un disco publicado (Con Pongo, de Zeliam 95).
📩 Contactar con el autor: mfoaf95 [at] gmail [dot] com
🔖 Leer otros textos de este autor (en Almiar): El poeta (relato) · Mi canción favorita (poema) · Nina Yershova, autora del poema perfecto (relato)
Ilustración: Fotograma del vídeo de una lectura poética de Nuria Ortega en el Museo de la Guitarra de Almería. En YouTube: youtube.com/watch?v=grlwKUFbITY&ab_channel=UALESCULTURA
Revista Almiar (Margen Cero™ • 👨💻 PmmC) • n.º 126 • enero-febrero de 2023
Lecturas de esta página: 156
Comentarios recientes