relato por
Hernán Elvira

B

asta ya de tragedias, Mario, por favor, que de eso no se ha muerto nadie. Me parece que hoy ya ni me desmaquillo. Fuera estos zapatos criminales. Qué agotamiento tengo, dios mío, voy a dormir veinte horas seguidas… Y sí, Mario, por mucho que tú digas, claro que soy una persona sensible. A ver: no sensible en plan extasiarse contemplando las gotas de lluvia que resbalan por el cristal. Ni con eso de «los árboles musitan algo pero yo no puedo entenderlo». No: ni musitan ni susurran ni murmuran. Nada de esa languidez y melancolía tipo Sundance Channel, para que me entiendas. Yo soy sensible porque todo me jode, o me emociona, o lo quiero desesperadamente. A ver si te entra en la cabeza. Y estas ojeras…, no sé qué voy a hacer con ellas. Porque tú pareces de cartón piedra, pero yo las acometidas del mundo, sus intromisiones, las recibo en mi carne abierta y sin coraza; son punzadas, flechas hirientes para mis células hipersensibles como los cuernos del caracol (y no es un chiste). Qué a gusto se está sola en la cama, qué a gusto a mis anchas, sin tener que aguantar los pedos de nadie. Sí, Mario, tú que vives encerrado en tu cabeza, en tus cuatro obsesiones rancias, no podrás nunca entender mis vísceras sensitivas, irritables, cambiantes, evaluadoras, intolerantes a la dureza, al más mínimo desagrado que no sirva a mi capricho… Aunque a veces —pero tú no tienes poder para descubrirlo, ni yo te respeto lo suficiente para confesarlo—, en casos raros de abandono, de locura y borrachera, un dolor insolente, agudo, inapelable, contribuye con fuerza a mis espasmos. Ah… Carlos, tus manos; estrújame con tus manos de hierro hasta que yo tenga que gemir, que gritar. Pero fuera de esa enajenación pasajera, de esa encarnadura mía que tú no conoces, prefiero las sensaciones blandas, halagüeñas para mi entendimiento corporal y antojadizo. Complacientes como un masaje; justo las sensaciones que espero (que esperaba) de ti, Mario, de tu amor consabido, ayuno de todo morbo y de todo apasionamiento.

Tú, que montas los muebles de Ikea sin rechistar. Oficios de mera fuerza, cosa propia de simples, de los chicos en general. De tal cansancio que tengo, ni dormir puedo. A ver si acaso picando algo en la cocina… Tú, que eres receptivo a mis mañas, a la expresión de mis deseos, que encuentras razonables mis caprichos. Personalidad sin aliciente la tuya, sin hechizo, conforme a todos los tópicos del cine y de esas gruesas novelas románticas con las pastas en relieve. Tú, que no sabes resistirte al llanto de las mujeres, a quien la eyaculación (su expectativa) lleva enseguida más allá de la inteligencia, aunque también más acá del sentimiento. Bendito chocolate, no comería otra cosa si por mí fuera. Eres basto, tú, como buen producto ibérico, reacio al halago, duro para las buenas maneras, incapaz de la finura y de la elegancia. Qué contraste con el galanteo, con la lisonja, con el manoseo auditivo del hombre italoargentino o del francés. Desde luego careces de su falsedad elaborada, seductora. A cambio: tu campechanía tosca, sudorosa, franca. Tus deseos unidireccionales, tus reacciones expresadas sin rebozo ni «savoir faire»; a la manera de aquel galán que tras perseguir largo rato a una mujer por la pista de baile, al ver rechazadas sus propuestas sexuales, se quita la careta de la simpatía y se despide de la dama con un insulto feo, rotundo y soez.

Quería tu amor como un regalo, como una joya, como una diadema. Adquirirlo para que fuera una gota de combustible en mi insaciable máquina de deseo. Otra ración de helado y un cigarrillo, y ya pensaré mañana, que ahora lo necesito y lo merezco. Quería disfrutar y manejar tu tiempo, tu inseguridad y tus ansias. Y la baja autoestima que tú tienes, Mario, por tus escasas conquistas amorosas, pero ¿quién se va a dejar oprimir por ese pecho blancuzco, afeado por el pelo ralo y la grasa? Me gusta que te sientas poca cosa, difícilmente capaz de serme infiel, y que eso te mortifique. Que te duela. Y a la vez me da lástima de ti, y asco; me ayuda a despreciarte, a quererte con desprecio. A que mi amor sea displicente, amor con superioridad. Amor que es cariño con exigencia y menosprecio.

Pero bueno, todo eso ya se acabó. Se acabaron, si las hubo, las buenas palabras y las contemplaciones. Vaya, ya empezamos con los mensajitos, con la cofradía del santo reproche; y luego vendrán las quejas y los lloros. Pues esta noche ya no respondo a nadie. Bueno, a Carlos sí, si llamara, pero precisamente ese seguro que no llama… Me he quedado ya sin ganas, sin alimento para el ego, Mario, así que paso al plan B, porque el ideal de la vida en pareja ha resultado ser un fiasco. Eso de lograr una relación estable, a poder ser con casa, coche y niños. O sea el colmo del éxito, de lo prestigioso, para muchas de mis amigas. Un marido que sea la envidia de todas por su abundancia proveedora, por su complacencia hacia su esposa, a la que adora (a la que tiene en un pedestal), y que es un auténtico padrazo con los niños. No sé qué hago ya despierta a estas horas…, y este que no para de enviarme tonterías. Ese fue mi deseo primero; te juro que lo intenté de todo corazón contigo. Pero es que he alcanzado en esta relación el extremo del desinterés, del aburrimiento. En estos momentos eres ya para mí un objeto impresentable ante el mundo, raído y vulgar. ¿Puede ser que una vez me hicieras sentir especial? No puedo recordarlo. Tu cuerpo cervecero se ha impuesto a cualquier otra imagen que tuviera de ti, a cualquier otro sentir afectuoso que alguna vez me hayas inspirado. Ay, me lloran los ojos, y me escuecen con los bostezos… Así que me planto, Mario querido, se acabó el proyecto parejita feliz y desde ya mismo me pongo en modo tigresa, en modo pantera devoradora de hombres. O sea, el éxito máximo en la vida para otra buena parte de mis amigas: atraer, y en ocasiones tirarse, a una nutrida sucesión de chulazos, compañeros de trabajo, maridos de amigas y conocidas… Que la vida son dos días, como suele decirse. Y yo no tengo ya expectativas que cumplir, como no sean las de vivir a fondo la vida, las de experimentar mi propio placer. Que gusto que te invada el sueño tan dulcemente, quedarte dormida bien ancha y sin preocupaciones. Así que en esas estamos, Mario, imagino que al tratarse de uno de tus amigos, la cosa te joderá de manera más viva, pero mira chico, te repito que de eso, de unos cuernos bien puestos, no se ha muerto nadie todavía.

 


 

Hernán Elvira

Hernán Elvira (Logroño, 1963). Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación y psicólogo no practicante. Ha residido en el País Vasco, en Madrid y ahora en Valencia. Quiso ser dibujante de cómic, escritor, periodista, reformador social…, pero ha ejercido en realidad como profesor de español /  lengua extranjera, como webmaster y programador, como sindicalista… Ha empleado buena parte de su vida en las relaciones humanas, y también asistiendo a talleres literarios, realizando su inacabado doctorado en filosofía y empeñado en lograr la página de ficción que fuera posible indultar de la papelera…
Realiza Las palabras y las cosas, blog personal y literario: https://www.hernanelvira.es/
Y, desde 2001, la revista de crítica El Varapalo: https://www.elvarapalo.com/

Ilustración relato: Imagen realizada con técnicas de IA.

relato De eso nadie se ha muerto todavía

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