artículo por
Gustavo Catalán

 

T

ras los postres y entre sorbo y sorbo de pacharán, mi amigo comentaba las respuestas recibidas de algunos cuando les preguntaba, imbuido de trascendencia, por el sentido de su quehacer: si consideraban haber acertado en la elección y, en último extremo, si creían que la diaria dedicación a lo que fuese justificaba sus vidas. ¿Por qué sigues y, de poder, volverías a empezar en lo mismo? Si te fuera dado cambiar desde el principio, ¿has pensado alguna vez en lo que harías? Y si es así, ¿por qué no lo intentas? Si tuvieses que decirte en cuatro palabras…

Según me comentó, ninguno de sus interlocutores lo había convencido nunca; se salían con obviedades, explicaciones basadas en estereotipos o, las más de las veces, digresiones vagas sin entrar en el meollo de la cuestión planteada. Los dos estuvimos de acuerdo en que, más difícil que vivir, es saber qué decisiones podrían haber mejorado nuestro devenir o si estuvimos en condiciones de tomarlas en el momento adecuado; no es empresa sencilla estar seguro de lo mejor y, encima, verse impelido a justificar polifacéticas realidades, expectativas tal vez frustradas, logros con cojeras… Sin pretenderlo, en la prolongada sobremesa los dos pasamos a ser a un tiempo inquisidores e interrogados, caíamos en las mismas de que en un principio acusaba a los evasivos a quienes intentó desnudar y, ya conscientes de ello, concluimos que seguramente un epitafio, ya sin vuelta atrás, pudiera ser lo único creíble cuando redactado por el después finado y con ganas de resumirse en llegado al final: contento, orgulloso, tal vez resignado…

Quedamos en volver a cenar, días después, tras revisar las lápidas de algún que otro enterrado y famoso en vida, para constatar si nuestra hipótesis se sostenía. Ambos habíamos cumplido, aunque de ello no se derivó la respuesta que el otro esperaba cuando preguntado de nuevo. Leímos sobre los mármoles mensajes de esperanza, a veces el simple punto y final… «Escribió libros y murió», rezaba el de Faulkner. En Frank Sinatra «Lo mejor está por llegar» u, otro, «Necesité toda una vida para llegar hasta aquí»… Bueno: y de poder escribir el tuyo para resumirte, ¿qué dirías? Él miró sus manos, pensativo, y me aseguró que se pondría a ello cualquiera de estos días. En cuanto a mí, le contesté tres cuartos de lo mismo. Obviamente, éramos simples remedos de aquellos a quienes criticó la otra noche. Por cierto: no sé si la frase en ciernes, a la que me emplazo, será motivo de post en un futuro o, en otro caso, quizá alguien la lea sobre una piedra del camposanto, siquiera por casualidad, en plazo variable. ¡Que cualquiera sabe!

 


 

J. Gustavo Catalán Fernández. Es Licenciado en Medicina por la Universidad de Barcelona, y Doctor en Medicina (1990) con la calificación de Apto Cum Laude. Médico Residente y después Adjunto en el Servicio de Oncología del Hospital de San Pablo de Barcelona. Es también especialista en Medicina Interna y Endocrinología (Univ. de Barcelona), diplomado en Metodología Estadística por la Universidad de París y en Sanidad (Escuela Nacional de Sanidad, 1982).

🕸️ Web del autor: Contar es vivir (te)
(https://gustavocatalanblog.com/)

📄 Leer un artículo de este autor (en Almiar): Ian McEwan y su envés

 Este relato fue publicado originalmente el 22.11.2021
en el blog Contar es vivir (te).
🖼️ Ilustración por ID 5187396 / Pixabay [dominio público]

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Revista Almiar n.º 119 ▫ noviembre-diciembre de 2021MARGEN CERO™

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