relato por
Gaspar Jover Polo

 

B

uno podía haber llegado a ser un consumado especialista en el salto de altura o en cualquier otra especialidad atlética —su agilidad radicaba en su constitución física y en su carácter nervioso— y no esta especie de tonto de pueblo que, cada vez, demuestra un comportamiento más enfermizo y más idiota. Buno se pasea por los alrededores de su localidad, se entretiene en hacer giros extraños y cabriolas chocantes, salta recios muros sobre todo si algún vecino lo está mirando.

Una mañana del 27 de abril, llegaron en un carro tirado por dos mulas sus familiares más próximos, es decir sus abuelos, a los que nunca había visto, y lo hubieran podido subir al carro, que era el único vehículo preparado para llegar hasta ese pueblo tan rústico, y subidos en él, los tres se hubieran podido dirigir a la lejana capital de la provincia. Eran muchos kilómetros y muchas las sorpresas, pero, en general, el camino se le hubiera podido hacer interminable todo el rato en la misma postura, siempre atento a las indicaciones de los dos abuelos y sin moverse del sitio a lo largo de todo el recorrido. Cuando hubiera visto un perro, o luego, ya subido al tren, un perro o un caballo, seguramente, hubiera sentido los impulsos que le resultaban imparables, y le hubiera costado mucho trabajo no bajarse del vehículo en plena marcha.

La ciudad de los abuelos es fría y lluviosa, pero, a diferencia del pueblo, la lluvia no cae sobre la blanda hierba, no forma pozas en el barro ni regueros por la pendiente, sino que se desliza sobre las calles y sobre el capó de los automóviles.

Los domingos son días lluviosos y monótonos en los que tiene que someterse a la falta de acción, mientras que los días de colegio resultan de fiesta porque puede jugar en el patio a la pelota y a todo tipo de competiciones con los demás compañeros, en las clases de gimnasia, en el recreo y a la salida del cole.

Sigue los estudios con aplicación, pero lo que le fascina es corretear por las calles sucias, subirse a los árboles de las avenidas más importantes y ganar en todas las competiciones deportivas en las que parte siempre como favorito. Jesús, el profesor de gimnasia, no sabe cómo hacer para que preste más atención en las clases de teoría, para que se someta a la disciplina del aprendizaje. Este Jesús piensa que debe imponerse unas normas de comportamiento en los entrenamientos y también durante la alta competición. Buno García practica esto, Buno no hagas lo otro, pero como si le doliera en el fondo domeñarlo con las continuas regañinas. Por lo menos hasta que un día, o mejor dicho, al cabo de unos meses, su comportamiento pueda mejorar y sus innatas facultades para el ejercicio y su indiscutible carácter y fortaleza den los frutos que todos los profesores esperan. Una medalla olímpica o varias medallas en los campeonatos mundiales. Varios récords consecutivos. Es preciso siempre aprender la técnica y perfeccionarse para llegar a lo más alto del podio en cualquier competición. Adonde llegará sin duda porque está predestinado desde niño, desde que empezó a gatear y, más que gatear, corría por los pasillos. Buno tiene la cara de niño bueno, de no haber roto un plato en la vida, sobre todo cuando está superando a sus competidores en la carrera lisa o en el salto de altura.

Como ha llegado a la fama de las más importantes pruebas atléticas no es largo de contar. Sus esfuerzos se ven siempre recompensados, gana casi de forma automática cualesquiera que sean sus competidores. Y esos triunfos, cada uno de ellos, le dan nuevos ánimos para seguir con los cotidianos entrenamientos. Tiene que caminar, correr, doblarse, girar sobre sí, levantar pesas, concentrarse. Con el fin último de superar a unos contrincantes tan afortunados como él en cuanto a las posibilidades de partida. Buno no piensa en la gloria que le pueden acarrear todas esas victorias. Es más bien una forma de estar en el mundo.

 

Buno, cuyo nombre procede de Bruno, familiarmente acortado, va muy pocas veces a la escuela y es imposible que la madre lo meta en cintura; así que, solamente por la práctica, su agilidad va mejorando; su flexibilidad de nacimiento le facilita los más atrevidos ejercicios en la polea del pozo, sobre el mismo pozo, o colgándose de las vigas al descubierto de los techos en ruinas. Y también sobre la nieve del invierno, que dura tantos meses, se le ve caminar, lanzar bolas con gesto contrariado porque a Buno no le gusta la nieve. Es más, la odia.

La nieve de la capital es distinta y pronto desaparece. Es nieve débil, pero, en la aldea, aprisiona a todos los vecinos, como una gran bola sobre los hombros del pueblo. Y cuando el peso de la nieve es ya excesivo, incluso para acudir a clase, se le ve en cuclillas, echo un ovillo, encerrado durante horas y horas en el más oscuro de los cuartos.

Una noche se le murió la madre y no pudo levantarse a tiempo de acudir al colegio. Llovía; era un día primaveral. Así que toda la nieve de los descampados se derretía. Y los familiares se fueron llevando, uno a uno, a sus hermanos, a todos menos a él, que era el mayor y tenía que ayudar al padre en el negocio del pienso para el ganado, en esos altivos montes donde la nieve resulta todos los años inclemente. O porque, quizás, Buno era el más orgulloso y el más rebelde de los hermanos, y el más metido para adentro si se le mira sin pasión y desde cierta distancia.

 


 

Gaspar Jover Polo. Profesor de enseñanza media. Ha publicado en varias revistas digitales: Proyecto Sherezade, Culturamas

📨 Contactar con el autor: joverpolo [at] hotmail [dot] com

👁️‍🗨️ Leer un artículo de este autor (en Almiar): Como en el caso de la magdalena

🖼️ Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

relato Gaspar Jover

Biblioteca de Margen Cero


Revista Almiarn.º 120 / enero-febrero de 2022MARGEN CERO™

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