relato por
Paula Aldana Vite

 

L

a veía, con sus dedos afilados colocarse las gruesas gafas de pasta, tomar el minúsculo pincel con apenas un par de pelos para crearles ojos a los garbanzos, que uno tras otro observaban asombrados un mundo al que veían por primera vez.

Algunos quedaban con ojos grandes, otros pequeños como de miope, algunos incluso asimétricos y otros en días de lluvia terminaban con minúsculas pestañas.

Todos con el mismo tono de acrílico negro, a veces pensaba que no conocía ojos de otro color, colores iguales a los de las canicas con las que jugábamos mientras ella pintaba. Tal vez nunca vio al niño del ranchito ese al que nos llevaba mi padre, que te abría las puertas, mirándote sin ver con su ojo verde azulado de canica.

La fila de garbanzos se hacía tan larga como kilos se habían dispuesto en la mesa, la veía concentrada, con mano firme, no dudaba y no hacía retoques, siempre frente a la luz del sol de la única ventana despejada del lugar, mojando con la lengua el pincel cuando era necesario.

A veces imaginaba los pensamientos de ese minúsculo mundo de cabezas narizonas que de pronto estaba ahí sin saber el cómo, por qué y mucho menos el para qué. Tal vez algunos comenzaban a crear proyectos y a tener sueños sobre su futuro.

Apenas terminaba el último garbanzo de un enorme saco, tapaba la pintura negra para regresar al principio de la fila, armada con otro fino pincel y un bote color carmesí.

Diminutas bocas aparecían entonces bajo esos asombrados ojos, algunas en forma de beso, algunas apenas una fina línea recta, como si estuvieran muy serios, algunos con una discreta sonrisa, otras con una ligera curva hacia abajo, como de puchero, otras apenas un pequeño punto rojo que parecía más un lunar, uno tras otro los garbanzos iban pasando, mientras el sol le daba vuelta a la casa y la ventana quedaba completamente a oscuras, justo cuando terminaba la última boquita de un garbanzo asustado.

Era entonces cuando el murmullo de sus cuchicheos constantes me adormecía, ella cerraba los ojos y pedía su taza de café para tomarlo frío, a sorbitos mirando hacia la ventana a un cielo estrellado que le devolvía la vista.

Al otro día de nuevo empezaba la rutina, pero ahora en lugar de ojos y boquitas pintaba en los garbanzos diminutos y bien elaborados peinados en diversos tonos de marrón que terminaban por hacer únicos a esos calvos narizones, a algunos incluso les ponía bigotes.

A veces me daban ganas de interrumpirla, pero estaba tan absorta que sentía que si le hablaba, alguno de esos garbanzos perdería un ojo o tendría una boca grotesca, por el susto que sin duda le causaría mi interrupción.

Me gustaba verla poniendo sus pequeñas cabecitas humanas de garbanzo a secar bajo la luz del sol, acomodadas en bandejas de metal que nos deslumbraban, como si quisiera que además de ojos, bocas y peinados, tuvieran también diferentes tonos de piel.

Nada la hacía levantarse de su labor, ni siquiera lo hizo por Raquel que con la cabeza había partido en dos una maceta que colgaba del árbol, ni cuando David se cayó del mismo árbol por trepar hasta la parte más alta, ni siquiera cuando yo, sin querer, metí mi pie en un bote de chapopote y fui dejando mi huella por todos lados.

Saco tras saco removía y elegía garbanzos cuidadosamente, los malos servían para la comida que en esos tiempos eran siempre de garbanzo, sopas, tortitas, caldos, toda clase de guisados, galletas…

Yo veía la gran mesa principal convirtiéndose rápidamente en un pequeño mundo de garbanzos que iban apoderándose del espacio de la vajilla, cubiertos, servilletas, vasos, soperas, jarras y cualquier otra cosa que antaño tuviera cabida en la misma, incluso algunas terminaban en el suelo y los que no eran rescatados terminaban aplastados bajo los zapatos de cualquiera.

Llegó el día en que todos comimos con los platos en las rodillas y los vasos a nuestros pies, haciendo malabares con el pan y la cuchara.

A mí me fascinaban esas multitudes a los que comenzaba a ponerles nombres, apenas llegué a los quinientos cuando tuve que repetirlos. Las Margaritas y los Maximilianos eran mis favoritos, los elegía porque tenían los ojos de bola, como de ratón y mientras ella se ocupaba de crear nuevos seres, yo los robaba para guardarlos en mi caja de tesoros que llevaba conmigo a todos lados, tal vez llegué a juntar más de un millar de Margaritas y Maximilianos a los que formaba en la esquina del patio, detrás del exuberante hule donde nadie pudiera verme.

Era tal el mundo de esos garbanzos que incluso habían invadido la mitad de cada peldaño de la escalera. Nadie se quejaba a excepción de la vieja Ruth, que no podía barrer y trapear y mucho menos sacudir y veía cómo incluso los garbanzos más viejos comenzaban a llenarse de gorgojos en lo alto del último estante del librero principal.

Un día llegué y en sus manos en lugar de garbanzos y pinceles había una aguja que ensartaba en hilos chaquiras de colores, una inmensa coralillo comenzó a invadir la casa, empezando por los cortineros, pasando por cada pasillo, rincón, subiendo por el barandal hacia las recámaras y detrás de cada mueble para no enredarnos con ella. La casa se llenó de colores y los garbanzos y yo estábamos maravillados.

Cuando se terminó al menos diez grandes carretes, la casa entera había cambiado de color, lo único intacto era la ventana frente a la que siempre trabajaba con esa luz radiante, ahora debía tener cuidado cuando endulzaba mi chocolate y verificar que el azúcar fuera azúcar y no una pequeña chaquira transparente.

Yo paseaba a mis Margaritas y Maximilianos entre esos largos hilos de colores para que conocieran las maravillas que había en el mundo.

Así otro día llegaron cajas con minúsculas plumas coloridas, tiras bordadas, listones, telas, encajes, hilos para bordar y cartones que fueron convirtiéndose en minúsculos vestidos de todo tipo y colores, estaba maravillada y le había prometido a mis Margaritas que tomaría para ellas los más bonitos vestidos y a mis Maximilianos los más gallardos trajes. Todavía no sabía si todas mis Margaritas serían tehuanas o chinas poblanas y si mis Maximilianos serían charros o jarochos.

Nada la detenía, seguía y seguía, desechando caja tras caja de materiales que se agotaban en sus largas manos de artista, desechando también plumines de punto fino de colores, dibujando en los cartones los más bellos diseños jamás vistos, y así día tras día sin darse cuenta iba cambiando la forma, el espacio y el color de la casa, aumentando las quejas de la vieja Ruth; yo apenas llegaba cada mañana y corría por mi caja escondida debajo de los manteles, para crear historias entre todos mis garbanzos que sin querer ya tenían vidas muy complicadas.

Supe que todo su trabajo llegaría a su fin cuando comenzó a colocar palillos en cada garbanzo y con eso darles un cuerpo, entonces toda esa multitud comenzó a moverse entre empujones y gritos para ser el siguiente, no sé porque sentí temor por mis Margaritas y Maximilianos, así que ese día no los saqué, ni el siguiente, ni el que le siguió y creo que tres días más tarde tampoco, porque todos esos días le llevó colocar palillos a esos garbanzos que había pintado, así que no fue, sino hasta que la vi comenzando a vestirlos que fui a buscar a los míos antes de que se sintieran abandonados.

Con las bolsas del vestido llenos de los más hermosos y minúsculos ropajes, imaginando la felicidad de mis Margaritas, removí hasta el último mantel, busqué debajo de las mesas, de los sillones, dentro de la alacena, entre las pilas de cajas vacías que se acumulaban por todos lados cayéndome encima como una lluvia de cartón, y no los encontré, sospeché de Raquel y David, a los que espié por un rato y quienes no se dieron por enterados, entonces comencé a buscarlos entre todos los que esperaban ansiosamente a ser vestidos y tampoco estaban ahí, ninguno pudo darme razón de mis Margaritas y Maximilianos, ninguno los había visto.

Tenía miedo de preguntar porque en realidad los había tomado sin permiso, y ahí estaba ella frente a esa ventana, trabajando en cada uno, tomándose su tiempo igual a una modista de París, entre el cuchicheo envidioso de los que seguían sin ser vestidos. Yo estaba tan triste y consternada que hacía las cosas sin poner atención y arrastraba entre mis pasos cajas y plumas que volaban por todos lados, con la cara larga y sin ganas de nada.

No sé cuánto tiempo estuve así, pero la señora Ruth se fijó que estaba rara y para consolarme me llevó un caldo:

—Anda mi niña, toma un caldito para ese corazón apachurrado.

Y sentada en el suelo junto a un montón de cajitas transparentes habitadas por personitas cabezonas, con los vestidos y trajes más bonitos, comencé a sorber esa delicia, pensando en mis garbanzos, escuchando a los que me miraban agradecerle a un ser superior el increíble cambio de sus destinos, y esos comentarios me obligaban a mirarla, armando cajitas, guardando personajes, en medio de la luz de esa ventana que la hacía resplandecer. Y sorbo tras sorbo, les daba la razón a esas voces junto a mí, sin dejar de pensar en mis Margaritas y Maximilianos ¿Dónde podrían estar? ¿Acaso habían escapado de tantos problemas en los que había envuelto sus vidas? Pensando en los vestiditos que había robado para ellos, que no fue sino hasta que un pesado silencio se hizo, cuando mi cuchara atrapó lo último del plato y observé que todos los ojitos se dirigían a mi cuchara, y con un escalofrío los míos también voltearon, para descubrir esas caritas hinchadas de Margaritas y Maximilianos con ojitos de ratón y bocas reventadas que me miraban con horror.

En la cocina, de la olla salían agudos gritos.

 


 

Paula Aldana Vite

Paula Aldana Vite. México. En 2021 obtuvo el primer lugar del Segundo Concurso Literario de Cuento CC Elena Garro.
«Gran aficionada a la lectura y escritura. No pretendo nada más que salir del mundo por un rato. La inspiración de mis cuentos proviene de los miedos del ser humano, de los que no hablamos pero que de un modo u otro no nos dejan vivir con normalidad. Voy buscando historias que va contando la gente por ahí, en especial las que nadie quiere creer, esas historias que hacen volar a la imaginación y no nos dejan dormir».

👩‍🎨​ Web (FB): https://www.facebook.com/paula.aldanavite/

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Ilustración relato: Fotografía remitida por la autora del relato (derechos reservados).

 

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Revista Almiar (Margen Cero™) · 👨‍💻 PmmC · n.º 127 · marzo-abril de 2023

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