relato por
Kim Bertran Canut

 

R

ecuerdo al bajar del avión, el golpe denso de la calima en la cara, aquel clima abrupto me fulminó a fogonazos… el desierto oscureciendo, los cielos sangrando y el malecón atiborrado de ojos, observándome, bizqueando con curiosidad, personajes singulares de distintas castas, tatuajes y clases sociales, se congregaban allí solo para estudiarme y solazar su bostezo de jornadas simples y silenciosas. Aquellas gentes pretendían huir de la monotonía y el hastío, viendo desfilar a extraños y desconocidos viajeros que llegaban del aeropuerto, y cultivando posibles enigmas de interés en las existencias de estos ingeniaban fantasías sin conocer sus realidades.

Malcom, el anciano guía, vino a mi encuentro, obligándome a desviar la panorámica, de una niña joven continental que pintaba en un lienzo mi pensamiento: eran colores grises, entelequias sin oasis… dibujó mi ánimo y yo le sonreí con cierta fascinación y condescendencia.

Caminamos unas horas hasta llegar a una gran tienda de campaña, esta sería nuestro hogar durante las semanas que durase el exilio que me había traído hasta estos extraños parajes, lejos de la civilización.

Cansados, Malcom y yo nos derrumbamos en unas dormilonas de redecilla, el calor, el viaje y lo andado me subyugaron al hechizo del sueño, no tardé en atravesar las puertas de la percepción y mis pasos interiores marcharon tras la huella de la joven artista. Ella seguía con sus pinceles, junto a un mar de aguas bravas, trazó un horizonte lejano y le pregunté:

—¿Podré llegar hasta él?

Ella cerró sus ojos y susurró al viento:

—Es una perspectiva onírica, le ayudará a desposeer la zozobra y la congoja que le afligen, su bajel navegará en calma, sin turbaciones ni cantos de sirena y conseguirá llegar hasta la orilla de la reflexión y el entendimiento.

A continuación la quietud avivó el alma que facturaba excesivo bagaje en el tiempo, sentí ligero mi espíritu y miré a la muchacha:

—Hermosa chiquilla, ¿cómo logras aligerar mis enquistadas magulladuras…? Acarreo ciclos de ostracismo y persecución hacia mi persona, razono que de nuevo mi corazón torna a palpitar con medida uniforme y sé que tus bosquejos me serenan ¿Qué prodigio es éste?

—Señor, conozco los colores de conciliación que tanta falta le hacen, no hice más que dibujar en su sueño… garabatear, abocetar sus ilusiones y necesidades internas y exhalar mi aura depuradora que en esta tierra le custodiará eternamente.

Estoy seguro de que no alcancé a despertar jamás y ahora mismo me hallo en etéreo vagabundear entre los óleos y pinceles de aquella niña prodigiosa que sigue pintando mi verdad en su lienzo, mis auténticos matices de la existencia.

 


 

Kim Bertran Canut

🖥️ https://kimbertrancanut.blogspot.com/

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 126 · enero-febrero de 2023

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