relato por
Gabriel José Vale
J
usto ahora se le viene a ocurrir lo que ya sus propias ambiciones desfigura. ¿Acaso no ha hecho su papel estos dos años? Cuando menos en el papel todo atributo reúne su esencia intransferible, que no es otra sino la misma que nos incumbe en cada eslabón; es decir, la de criar a quienes justifican nuestras costumbres heredadas, y criarlos según nuestras costumbres heredadas. Pero, por supuesto, tenía que ponerse a lo que todo macho exige como su dominio natural. Justo ahora, cuando los niños ya le llaman papá y procuran de él lo que todo vástago de su padre amoroso espera. Ahora que parecía un eunuco dócil como para envejecer así, y ser además el abuelo más orgulloso que se le pudiera halagar en su condición… Ah, justo ahora. Ciertamente ha sido un padre para ellos; el padre que no conseguí en los hombres que apenas engendraron a mis pimpollos. Y ahora que ya somos una familia a la que me dedico con vigor, viene de súbito este deseo que tanto temí al principio. Sí, justo cuando por fin éramos una familia como cualquier otra, sin que cualquier otra familia nos influenciara con sus modos, justo entonces ocurre lo que no debía ocurrir jamás. Creí que ese peligro había pasado, que ningún otro parto me iba abrir en dos, precisamente por tener el varón y la hembra que multiplicarían mi linaje y aun la tenacidad que ahora se busca subvertir cobardemente. Así de facilito, como si con berrinches cierto nené malcriado consiguiera chantajearme. Sí, se supone que tengo que darle príncipes. Eso seguro se lo mete la bruja de su madre y todo ese racimo de cabrones. Te imaginas, Rosa, darle un hijo al padre, a ese padre que es singular sólo porque lo conseguiste a tiempo para la crianza de tus niños, no para apéndices carnales. Es que es una cosa seria, Rosa. Los maridos dan más guerra de las que sus paces imponen. Justo ahora que ya no me importa excusar su impericia en cualquier lance viril, viene a salirle el macho. Ni que fuera un patriarca al que su esposa tuviera que acrisolar barbas en el Antiguo Testamento. Qué vaina más jodida. Ahora que no me importan las bromas que mi mamá gasta a sus expensas (que si por voluble, que si por mentecato) se la quiere pasar de sabiondo conmigo… Ay, es tan agobiante esta situación, Rosa. Qué maridito más desconsiderado. Se cuenta y no se cree. Justo ahora. Me parece que ya había pasado el peligro, que la misma convivencia con hijos ajenos le habría de someter como corresponde, quizá porque así padece lo que no envidiaría en favor de una suerte propia, tanto más cuanto que por ajena la vive con el mismo empeño. Si no fuera por mis hijos, este hombre no me tuviera acorralada ahora; desde hace tiempo lo hubiera despachado con una patada por el culo. Es que viéndolo bien, así de seco como suena, si no fuera por mis hijos este hombre qué padre iba ser jamás. Si me parece adorable, es por mis hijos. Si me hace reír, es por mis hijos. Si accede a la cópula obsequiosa, en fin, es por mis hijos, no porque vaya a arrogarse otro derecho que a la larga me mancille o la corta le haga acrecentar sus pequeñeces. Incluso es probable que hasta enclenque resulte una prole de tal padrote y no muy agraciada, por cierto. Pero qué ocurrirá si insiste, ya sea por grado o más bien porque prefiera un coup de main que seguir parlamentando… ¿Te ríes, Rosita? Ni semejante pesadumbre te quita lo vainera. No te preocupes, mujer, sabré marearlo en cada una de esas vueltas. Muchos logros de mis muchachos lo distraerán oportunamente, porque se le ve muy orgulloso cuando le tienen por padre de mis hijos, a qué más pedir. Pide más por sus parientes, porque a través de sus demandas siguen ellos llamándome puta. Dirían: he allí la que tiene un hijo de uno y de otro, que un hijo de esa manera, con tantos medios hermanos, le toca al pobre diablo por pendejo. Y en este alboroto qué partido toma él, que es mamá la que le tiene ojeriza. ¿Has visto? Bueno, no es que lo diga así, pero se nota que quiere gritarlo cada vez que pueda, y, lo que es peor, parece que lo callara cada vez que se hace el mudo. Jodida es la familia suya que lo tiene a menos porque está conmigo, ¿acaso hubo mujer que lo hiciera un hombrecito? Conmigo cría a mis hijos. Trabaja para traer el pan a casa, tanto como yo. Y tira como si se hiciera pajillas de quince años. No cambiará un bombillo, ni sabrá para qué sirve un destornillador, pero ya quisieran tener un padre así muchos hijos expósitos en el mundo. Alguien que les ayude a hacer las tareas, que los lleve al parque, que les lea cuentos, que no les pegue, que los acaricie sin que el vínculo exalte una lascivia. En fin, un padre al que llamar, por primera vez, papá. La suegra sí que debería agradecerme el favor que de mis intereses emana. Pero qué van a agradecer estos necios. Más bien yo, pese a todo, sí que soy muy agradecida. Ah, pero una cosa es esa y una muy distinta que se me haga doblar con nueve meses, no tan ingrávidos después de todo. Si se cree muy capaz, que vaya él mismo a parir su primogénita criatura, no digamos en nueve lunas, que ni en una eternidad lo haría por mucho que la engendre. No le digas nada, haz como si no le hubieras escuchado. Te ahogas en un vaso de agua, en el mismo que te apagaría la sed. ¿Cuándo le has escuchado alzar la voz de verdad? Entonces, actúa como siempre, como si nada de lo que ya hubiera dicho te aluda de algún modo. Cuando ya no le puedas dar hijos, entonces te lo agradecerá. ¿Y si no pasa así? Puede que no pase así. Recuerda que los hombres dejan hijos sin advertir obligaciones en el lance, pero cuando quieren tenerles no hay cómo quitárselos de encima. Excusarán sus infidelidades, eso sí, con la misma falta que reclaman, aunque irónicamente se esmeren en no fecundar rameras.
Nunca pensé que me hubiera de dar tanto trabajo sostener mi aplomo. Ni la castidad lo disuade, siendo ésta, además de un condigno castigo, obstáculo completo para sus aspiraciones. ¿Cómo rendirle, cuando puede abandonarme en serio? El muy desgraciado lo haría sin pensar dos veces. No se atrevería a cambiarme las pastillas, porque sabe que el placebo me haría abortar de cólera. Simplemente se iría, a regañadientes, sin armar escándalo. No se volvería a considerar estos dos años, aun cuando declare un bien común con su despedida. Qué egoísmo. Qué ingratitud. Lo obtuvo todo fuera de su tribu y ahora escucha los consejos de esos mismos hijueputas. No son pocas las ideas que le meten los cabrones. Que si es joven. Que cómo no va tener hijos. Que si esa puta no da más hijos, búsquese una virgen entonces, muchachón, aunque ésta se los dé a mares y sin su ayuda. Tantas especies parecidas ya lo azoran y lo irritan como cualquier incidente cotidiano. No necesita alzar la voz para irse, y, por otra parte, cuánto tendría yo que clamar por su perdón, desgarrándome como una viuda a la que sólo el luto le puede iluminar algo. Quedarme sola con mis hijos. Justo ahora, cuando la crianza sería tan difícil, porque también tendría que explicar la ausencia de un padre postizo. Salir a la calle a qué. Qué esperpento se encontraría a la vuelta de cualquier esquina. No vaya a ser que por poner un bombillo admirablemente el ejemplar también nos eclipse los ojos de vez en cuando. Cuántas ponzoñas conocí a través de los embelesos más dulzones. Si es por tirar, no te preocupes, Rosa, pues no necesitas guiñar los ojos en la casa. No parece tan fácil. Enfrentar las cosas como vengan, mientras a brazo partido se pierda el brazo que no se dio a torcer. No. No. No. Contestar qué clase de preguntas, mientras los niños sigan indagando con tanta curiosidad como despecho implique un abandono. Creo que no me queda más que ceder. Él no esperará a la menopausia para convencerme. Se iría esta misma semana, si no justifico la presente ovulación. Pero qué dices. Ya lo tengo. ¿Y si haces que se lo das, y sucede que no puedes dárselo por razones orgánicamente encubiertas? Es una estratagema estéril, Rosa, aunque fuera cierto. Ya se acabó. No hay más salidas en el horizonte ni artificios pirotécnicos que nos conmuevan otra vez. Dale un hijo, Rosa, qué más da. Lo verás tan feliz como niño con juguete nuevo, y, lo que es muy conveniente, no habrá manera de que vuelva amenazarte con la orfandad. Entonces tendré el control de todas las represalias venideras. Por último, si sale enclenque, si sale fea la criatura, ya no importa mucho, porque mis hijos tendrán, además de un medio hermano comprometido, un padre de veras. ¿Qué nombre ponerle a quien en nombre de este sacrificio venga al mundo? Ya se verá en el calendario cuando llegue el momento. Mejor escoge la ropa más adecuada, mujer, para ir a desnudarte.
Gabriel José Vale. Nació en el año 1979 (Caracas, Venezuela). En 2004 publica su novela primogénita 9 ejemplos (Caracas). Ha escrito cuatro poemarios, doce obras de teatro, otras cuatro novelas y cuatro series de relatos. También tiene ensayos de variadas especies, poemas sueltos, traducciones, etc. Algunos de sus cuentos han sido publicados en diversas revistas literarias de Hispanoamérica. Actualmente con residencia en Berlín.
👀 Lee otro relato de este autor, en Almiar: El muerto singular
🖥️ Web del autor: Vengo de un país del que nunca he salido
(http://leitmotivale.blogspot.com.es/)
🖼️ Ilustración: Pintura por Álvaro Mejías © (de su exposición en Almiar)
Revista Almiar – n.º 136 / septiembre-octubre de 2024 – MARGEN CERO™ 👨💻 PmmC
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