artículo por
Luis Méndez
P
artimos de la idea, junto a muchos otros, de que la UE no va bien ni en lo político ni en lo económico ni en lo social; ni siquiera en lo cultural. No digamos en lo bélico. Seguramente la Comisión Europea —especialmente la Sra. Von der Layen y el Sr. Borrell, ambos elementos incomprensiblemente pugnaces– está encantada de su labor, lo cual es más preocupante. A este malestar hay que añadir que por una vía dudosa esa Comisión va ampliando sus competencias a costa de las de los estados que componen la UE, lo que aleja a los ciudadanos de la protección de sus intereses.
¿Tiene motivos la Comisión para su satisfacción? Veamos qué dice Robert Romanchuk, investigador del Fondo de Estudios Ucranianos y del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard, sobre uno de los asuntos esenciales que actualmente se dirimen: «… es posible que los estadounidenses no se hayan dado cuenta, al igual que muchos europeos, de que la III Guerra Mundial ya ha comenzado…». En la gestión de un ejecutivo ¿hay algo más grave que aproximarse paso a paso a una guerra?
En este ambiente, alguna prensa sigue jugando con la información. Por ejemplo, el titular de un medio inevitablemente pegado a nuestro ordenador dice: «Una llamada telefónica de Putin a Alemania desata la ira de la OTAN». Si seguimos leyendo veremos que se ha cambiado el orden de los sujetos. La noticia es: «Pasados varios días desde que saliera a la luz la llamada del canciller alemán Olaf Scholz a Vladimir Putin con el propósito de rebajar la tensión bélica… las reacciones de los líderes occidentales continúan sucediéndose en forma de cascada». Otra afirmación incorrecta: ¿qué cascada, la de Zelenski? ¿Es esta la clase de información que necesitamos para que se resuelvan los problemas?
En el titulo nos preguntábamos si la UE es eurocéntrica (ya se verá el motivo de la pregunta). Creemos que en parte, sí. ¿Qué se entiende por eurocentrismo? Una definición somera nos dirá que es una cosmovisión que, en su forma más básica, coloca a Europa como centro de todo.
¿Sigue creyendo Europa que es centro de todo? Para responder recurriremos a una respuesta que dan los historiadores británicos a sus mentiras sobre la derrota de la Armada Invencible: sabemos que no fue así, pero queremos creérnosla. Nos da fuerza histórica.
Cuna de múltiples y soberbios imperios, Europa no ha borrado de su rostro la sonrisa arrogante del que se cree superior. No obstante, sabe que esa sonrisa no se corresponde con la realidad. La UE se ve como un águila (o conjunto de águilas), pero obviando que le faltan las garras y el pico (y quizás el corazón). Es decir, que se siente eurocéntrica aunque sabe que desde el final de la Segunda Guerra Mundial su posición es subalterna. Alemania, por ejemplo, acoge en su suelo ciento veintitrés bases y treinta y cinco mil tropas norteamericanas, con más funcionalidad interna que externa. Es decir, que continúa la política de ellos fuera, nosotros dentro y vosotros (los alemanes) debajo. Esta realidad sólo se puede rebatir haciendo lo mismo que el titular que comentábamos.
En definitiva, que sus acciones no están movidas por un espíritu propio. La Europa de hoy es un remedo que involuciona en contra de sus propios intereses. Por ejemplo, si se involucra en una guerra no será porque los pueblos europeos lo quieran. Da la sensación de que la guerra la perdieron todos los países de Europa, no sólo dos (Alemania e Italia) en la parte Occidental. Paradójicamente esta Europa es más dependiente que la anterior a la UE. Esto a pesar de que en aquella época existía la justificación del Pacto de Varsovia. Y es que, entre muchas cosas, el nivel político de Europa (hablamos de partidos, dirigentes, medios de comunicación partidarios) ha sufrido un descenso extraordinario (he ahí la crisis también cultural). En Alemania ya no hay Konrad Adenauers ni Willy Brandts ni en Suecia Olof Palmes ni en Italia Aldo Moros (por eso asesinaron al exprimer ministro) ni en Francia Charles De Gaulles (que proponía un proyecto pacífico desde Lisboa a Bering) ni en Finlandia Urho Kekkonens. Más próximos a la guerra real pasada, calibraban muy bien la esterilidad de una seguridad desigual (sola para nosotros).
Hoy el badajo regresa a lo peor: un belicismo irracional similar al que llevó a dos guerras mundiales. Una Europa dispuesta a ser un matadero en beneficio de terceros que creen evitarán así las incertidumbres de su hegemonía.
Aquel eurocentrismo pasado era fuente de pensamiento. No entramos en si justo o no, sino fuente rica y autónoma. Pero las doctrinas superficiales extracontinentales lo extraviaron. Europa se acomodó a ese desvarío (uno más) del fin de la historia. Todo estaba resuelto definitivamente.
Este optimismo no duró ni treinta años. Hay que estar ofuscado para creer que la naturaleza de la historia es estática. Los mares suben y bajan incansablemente. Los continentes se mueven. Lo mismo pasa con los imperios. No hay imperio que mil años dure. Los mares del mundo estaban artificialmente compartimentados; pero la dinámica de la Historia y los propios errores fueron dinamitando los diques que los compartimentaban en distintas alturas. Hoy las aguas de esos mares se están nivelando. Y esto es imparable. El resto del mundo no podía aceptar fácilmente que sólo un 15% de la humanidad determinara el destino total. Más aún con una riqueza que en parte importante es suya. Este tipo de reflexiones la Europa de antes seguramente la habría podido desarrollar. Ahí está, por ejemplo, la victoria de la Ostpolitik sobre la doctrina Hallstein. La Europa de de hoy no parece que dé para tanto.
Parece que unos dirigentes obnubilados han creído que por la fuerza podrán regresar al pasado y reconstruir aquellos imperios con garras y picos recompuestos. Esa vieja visión es muy peligrosa. Dudamos mucho de que alguien que viva en el ático de un rascacielos de quinientos metros de altura sepa, sin bajar nunca a la calle (a la realidad) qué pasa en ella. Estas élites han abandonado la realidad. ¿Y qué dice esta? Muy sintéticamente: que los propios EE.UU., que al finalizar la Segunda Guerra Mundial representaban casi el 50% del mundo —exhausta la otra mitad por la destrucción— hoy no llegan al veinticinco. Si no pudieron detener a la Historia en aquel momento de máximo esplendor, ¿por qué van a poder ahora? ¿Mediante la guerra? Hoy los resultados de la guerra total son simétricos, tal como se dice.
Esa mezcla de pensamientos desorientados (creerse el centro) y realidad impotente es muy peligrosa. Europa necesita otra visión alejada del unilateralismo. Puede estar entre los primeros, pero no excluyentemente. Si el mar A sube algo, es que algo tiene que bajar el mar B. Esa realidad es la primera que ha de percibir para actuar con cordura. Han sido cinco siglos de dominio absoluto, insultante. Pero ese milagro de cordura sólo se pueda producir bajando y viendo las cosas desde el asfalto. Por eso es tan necesaria una democratización que hoy no existe. La dirección de la UE no pregunta a los estados (al conjunto, no al capitoste de turno) y estos no preguntan a los ciudadanos. A esto sumémosle esa prensa que cambia a los sujetos de las cosas.
Si hay una decisión gravísima en la política de una nación o conjunto de ellas es decidir entre la paz y la guerra. Si esa gravedad no se percibe (o no se permite que se perciba), la democracia proclamada no sirve para nada.
En esto entran también los pueblos. No son fardos pasivos. Deben buscar —por supuesto, con muchas dificultades— cuáles son sus verdaderos intereses, y quizás más importante, los de sus hijos. La ignorancia no es una excusa, sino un deber incumplido. Y el conocimiento no está sólo en las universidades.
Luis Méndez Viñolas. Graduado en Derecho. Exfuncionario de carrera. Publicaciones en Diario Sur, de Málaga; Sol de España, época Haro Tecglen; Ideal de Granada, Revista del Ministerio de Educación; Periodistas.es; Xornal de Galicia; Nueva Tribuna; El Obrero Periódico Transversal; Rebelión; autor de El Club de los suicidas o el malestar de la conciencia (Universo de letras/ Planeta).
📭 Contactar con el autor: luis-mv-2018 [at] hotmail.com
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Ilustración artículo: Europa, pintura por Willy Bosschem; foto de Georges Jansoone (JoJan), CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons.
Revista Almiar • n.º 137 • noviembre-diciembre de 2024 • MARGEN CERO™
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