relato por
María J. Pérez Barrios
P
araba el tren de latón —rojo y negro— en todas las estaciones de nuestra infancia. Nos llevaba entre pitidos y silencios de una a otra, y después a la siguiente.
Amanecía un día la vida bordada de primavera: calcetines cortos, chaqueta de algodón azul, y los rayos de sol que se alargaban, súbitamente, en las esquinas. La luz entraba a ventilar los grises del invierno, y los ojos soñadores, a través de las ventanas, veían futuros imposibles en las tardes recién lavadas con aroma de geranio. Tardes que se estiraban alrededor de nuestras vidas hacia el cielo y el infierno, hasta que finalmente se fundían con las mañanas luminosas del verano.
Veranos de tirantes y faldas cortas, de noches huérfanas de estrellas. Largas noches que rescataban el sabor a pueblo recién venido, siempre recién llegado, así llevara siglos en la ciudad. Sillas de enea al fresco que aireaban historias lejanas de guerras perdidas y de presentes vividos entre susurros. Tardes de meriendas en nuestras playas, cuyas arenas colonizaban nuestros pies menudos; mañanas de juegos inacabados en las estrechas calles. Veranos que te llenaban de un sudor limpio y dorado, y siestas que se estiraban en el tiempo como chicles rosados.
Y, de repente, una tarde ya era otoño. Envuelto en un aire cobrizo y lleno de charcos. Impermeable amarillo y botas de goma. La vuelta a la escuela: crecer de curso y de altura; dictados, ejercicios y problemas; el roce de libros nuevos y de la ropa heredada. Boniatos y castañas perfumando las esquinas. Se corrían las cortinas, tenuemente, y se volvía a mirar la vida a través de los visillos. Remendábamos historias de antiguas películas vistas a granel, golondrinas que marchaban y volaban lejos hasta ser sólo un punto en el cielo.
Y ya el invierno asomaba su nariz encarnada, relleno de abrigos —a los que había que bajar el dobladillo—, guantes de lana, calcetines remendados en la punta o el talón. Entrábamos con sonrisas luminosas en la blanca navidad, que siempre era cualquier cosa menos blanca. Y enero nos expulsaba de nuevo a la batalla. Febriles febreros de gripes que te estiraban los huesos y el alma, y luego resonaban tus pasos más duros sobre los adoquines de las calles. Quedaba aún lejos la primavera, y el invierno nos envolvía con su aliento a gris ceniza; los deberes esparcidos sobre la mesa, siempre llena, del comedor; chocolate con pan en la merienda, y las mañanas sin luz de cada día.
Después el tren volvía a arrancar y nos depositaba un poco más viejos y extraños en la nueva, siempre nueva, primavera.
María Jesús Pérez Barrios: «Nací en Barcelona una madrugada de otoño. Aprendí a leer y escribir casi al mismo tiempo. Años después, siguiendo la senda de los libros, estudié Filología. He colaborado en diversas antologías y ganado varios concursos. Soy autora de la obra: Diario de una mujer del extrarradio, publicada en 2024. Tengo un blog de escritura: 🖥️ La senda de las letras (URL: sendadeletrasmariajesusperezbarrios.blogspot.com), y una cuenta sobre el mundo de las letras en Instagram: @Lasendadelasletrasmariajesus».
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Ilustración: Adaptación mediante IA de una fotografía original de Pedro M. Martínez (algún derecho reservado)
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 138 · enero-febrero de 2025
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Relato muy poético utizando magistralmente un lenguaje variado y excelente, con adjetivos y metáforas acertadisimos que hacen que este escrito, sobre el paso de las cuatro estaciones para un niño, con descripciones muy reales, nos haga recordar y volver a nuestra niñez
Muchísimas gracias. Ese era justamente el mensaje. Saludos
Cálido relato de los que transmiten sensaciones evocadoras de otros inocentes tiempos, siempre cargados de calor de chimenea y olor a castañas. Relatos de aquellos tan necesarios para huír de la oscura realidad escondidos tras el humo de una taza de té. Un placer lleno de tintineos
para dejarse llevar.
Muchísimas gracias. Hermosas tus palabras. Abrazo