relato por
Juan Carlos Vásquez

T

odos los caminos no conducen a Roma, conducen a la Plaza de Sant Oleguer, por lo menos para los que se pierden en Barcelona cuando intentan huir de algo. Tanto tiempo queriendo abandonarme a la suerte, así que, inspiré, lento y profundamente hasta llenar los pulmones con el frío blanquecino del aire nocturno. Con una profunda inhalación obligué a mis sentidos a rebelarse. No tardé mucho en cruzar grandes distancias. Otro ritmo: fotográfico, lírico, imperfecto. Un vórtice espacio-temporal.

Me apetecía suspender el tiempo, quedarme sereno y contemplativo, pero muchas cosas me suscitaron curiosidad al emitir señales.

Ensimismado en el panorama no me importó que todo avanzara hasta lo incomprensible.

Al agotar los días de hotel me desconecté de las amarras. Por todas partes me paseé, deambulando vestido de negro, grave, exaltado, tranquilo, absorto, tenía la cara alargada y roja por el desgaste que expresaba la intemperie. Mi capacidad de inventiva y todo mi esfuerzo radicaba, esta vez, en venerar la dimensión de las calles, sus inarmonías, sus cortes, sus traslados intempestivos al sitio que no se sabe dónde ni por qué. La sustancia que me impulsa o más bien el sustento o base de la continuidad conexiona con mi envase desde la mochila. Aquel día estaba exhausto, necesitaba sentarme para confesar aquel trastorno, anacrónico y enredado después de dar tantas vueltas me interné en el Raval cuando la contención se rompió. El Raval es un fragmento desplegable, un corte incisivo, los días transcurren sin notarse entre un descontrol irreconciliable. Tan cerca de la superficialidad más absoluta y tan anárquico se hace. Desde mi resaca involuntaria noto los ojos enrojecidos de tantos seres que esperan entrar desde la fila a la plaza. Algunos son reincidentes, otros apenas están llegando. La velocidad de las aceras no es contrarrestada por los Mossos d’Escuadra, y cuando, por una casualidad inaudita, le veo, me sorprendo, es Roí. Una imagen surgida de la nada cobra forma, exudaba al borde, pero mantiene la calma.

Después de tantos años organizando vernos aquí o allá, en algún país de Europa, o en alguna ciudad de los Estados Unidos estábamos allí, sin más ni más. Hablamos como si de otro encuentro cotidiano se tratase.

Por un instante traté en vano de explicar ese efecto por el que la coincidencia existe, pero los tiempos remotos se volcaron estableciendo nuestra ironía una vez más. Las casualidades no existen.

La plaza se abre, muestra sus costuras con cada silla cuando Roí, hace la presentación ante todos. Busco el centro, me adentro en un terreno particular y las agujas del tiempo desaparecen para que me apropie del efecto que prefiera.

Silla número siete: el metal generoso fluye de unas manos experimentadas en cegar vidas. El honor es fundamental, el cínico debe extinguirse con cinismos, los agujeros serán generados con una ira desproporcionada.

Silla número tres: la quietud y la calma provienen de un comprimido, la reflexión profunda observa desde su espacio hasta que la sangre repita las vueltas necesarias para ser depurada.

Silla número cinco: parece que duerme, espera que el tiempo pase sin conflicto. En público y no le importa el público. El impacto es más fuerte, le imposibilita el movimiento, abrir los ojos, avisar de su suerte si el calor corporal aumenta.

Silla número ocho: han llegado de invadir los placeres en la madrugada para obtener dinero y un baño de alcohol generoso fluye entre todos con un desparpajo inaudito subvirtiendo la calma aparente de los que cuidadosamente se habían restablecido en sus puntos.

Silla número seis: inmutable, sobrio, un anciano señala con disgusto a un músico callejero, a una prostituta, a uno de los tantos extranjeros con objeciones racistas. Reparte ofensas ante la desatención de todos que, acostumbrados a su genio, pasan.

Silla número dos: alguien intenta trabajar en una idea, sorbe y absorbe definiendo algunas miradas. Busca en las sillas el camino que se extiende a través del laberinto para encontrar la última puerta, vuelve a rotar su atención hacia un ángulo adverso. Una chica observa a cámara lenta, sueña urgentemente un mundo para disolverse. El presente le ha confesado inexistencia. Junto a su magia silente, azul, sube a otro universo para hacer cálculos algorítmicos, para buscar profundidades al otro lado del tiempo extendiendo un punto sobre una geografía ilimitada que nadie conoce.

Es ella quien cambia la exaltación colectiva, el placer de hundirse. Es la noche del satélite en fragmentos, es su noche, estipula que para ver la nubosidad debe ser nula. Espera con suma atención el anuncio. Está llena de ilusión y espectáculo bajo el cielo.

Hay ángulos, cuadrados, cortes abruptos y continuos entre la perpendicularidad de las sillas. En todo se difiere un mundo que se quiebra y se conecta.

La plaza contempla un conflicto, aparecer, desaparecer, soñar con otro encuentro porque la regla es la coincidencia, pero la calle es un laberinto. De repente emerjo de la sugestión cuando una voz rompe. Roí entornaba los ojos, ya era noche cerrada y hacía un buen rato que todos se habían quedado en profundo mutismo, sin voz, sin aliento.

Con total naturalidad hablamos sobre los últimos hechos insistiendo en caminar porque la hora se cumple. El timbre de su flauta debe dominar la noche de la Rambla como lo hizo en Laussane, en Roma. Al salir del umbral crecemos en número porque las horas sustituyen. El grupo lo conforman: húngaras y húngaros, rusos, franceses, polacas y polacos, italianos, angoleños, catalanes. A muchos los reconocía por su estancia en la plaza, otros sorpresivamente aparecen. Se establece un círculo, una danza, una locura incontrolable a las puertas del Teatre del Liceu.

El vino se desata en forma de auxilio, muchos cuerpos se mueven entre carcajadas, tropezándose, es una hipnosis, un estado de alerta. Hablamos, sonreímos, gritamos. La madrugada se interna, el frío. Una polaca me pide el abrigo para cubrirse las piernas, luego se niega a entregármelo cuando la temperatura azota, y gruñe, pero al levantarse cambia la actitud y se despide dándome dos besos muy cerca de la comisura de la boca.  Un ruso interna en sus mantas a otra mujer despavorida que llora. Busco acomodo mientras converso con una prostituta que me pide un cigarro. Desestructuro la rapidez de los acontecimientos para fijar un concepto y erradicar la diversión que se transforma en riesgo pero la velocidad de los hechos no lo permiten.

Vi a Roí echado contra un muro preparando un porro, se desentendía de todo, solía hacer pequeñas pausas para fumar y beber. A Roí lo había matado en un relato, cuando escribía no pensaba que el viaje y la calle pudieran durar tanto, diecinueve años después sigue reclamándome, aunque sonrío al explicarle el contexto del hecho parece no hacerle gracia, abruptamente siento curiosidad por su presencia en Barcelona. Me informa que huyó de Francia cuando confirmó que todo con Kathrina estaba roto. Yo le expliqué que el whisky lo compré en Alicante. Que el viaje hasta Barcelona estaba medio lleno y fue apacible.

Mi tiempo de recorrido pasó con una increíble celeridad observando la actitud descontrolada de una australiana que parecía estar colocada. Después de algunos meses había vuelto al destino original y aunque sin plan estaba convencido. Le comenté también, despojarme de esa irritante reserva, de ese tenso encerrarse, segundo cielo, segundo ciclo, ese impulso precedente había sido un desafío.

Recordaba vagamente el hotel, la misión de entregar un trabajo y restablecer puntos de referencia antes de empezar a caminar; los pies rotos, llenos de sangre, la fricción de los dedos aumentaba el dolor en cada paso, una fractura estaba resintiéndose. Me confirmé a mí mismo haber hecho trizas la lógica social con la que asistí a la ciudad para quedar al descubierto.

Vimos a los transeúntes en su diversidad, a la deriva. Roí tocó todo cuanto quiso hasta que apartó sus manos de la flauta y atisbó cautelosamente lo ganado. Contemplé los interiores del teatro cuando encendieron las luces. Muchos ya habían desaparecido, el frío y la lluvia habían estallado al amanecer. Nuestro primer objetivo de las mañanas consistía en establecer el pulso asistiendo a la tienda. Mi insensatez quería ir a más. Roí permanecía sensatamente callado, sus alas proverbiales conocían aquellos mecanismos.

Cuando el momento lo permitió me contó cómo había ido con Sania, me habló del extraño ataque sufrido por Leo, y de los Reyes. Nuestro pasado se remontaba a las décadas del vecindario, a unos continuos y cada vez más lejanos exilios, un irse inagotable que nunca cesó. La música, la literatura había sido un punto de inflexión entre ambos. Cuando escribí aquel relato me planteé tantos escenarios que hoy están cubiertos. Lo que fue una idea, hoy es una realidad que se fue diversificando… Habían pasado tantos años, habían muerto tantos familiares y amigos. Nos negamos a analizar demasiado a fondo esos pensamientos. Arturo Bianco, como solía llamar a Roí en El perfil de la tentación no se suicidó.

El tiempo no pasa para los caminantes de oficio, hay una suspensión momentánea que se rompe, no importa las circunstancias, la edad. La ilusión renueva, las fuerzas y la impresión abaten al miedo, siempre se vuelve a la inercia que flota desde el primer gran desplazamiento.

La inquietud no ha mermado. Roí, seguirá viajando, bajo la virtud del artesano que origina proporciones. Él, quien roturó el cuero, reformador de piedras, menhires, cantos rodados, losas y plantas. Reformador del sonido en el aire. Un atesoramiento constante precedido por ese ir y venir, la puerta de la fe mística cuyo tránsito es la matriz de donde todo ha salido.

Tras la tercera semana aquello ya se había convertido en un ritual. Veinte, treinta personas que pasaban de la exaltación a la armonía. Hablo, tatareo. Cuando se emiten palabras (así se concibe: alguien puede perder la cabeza). El hombre que grita (los otros que ignoran) luego las compras para incrementar la elevación y retomar los nexos atemporales.

La última fecha deliberé sobre la vuelta y comenzó una saga de cambios mentales, ese placer de hundirse en la deriva más absoluta superaba todos los niveles de mi adrenalina. El Raval en sí, como una dirección para los extraviados había abierto sus puertas para mí.

A través del tren hice una apología de los paraísos perdidos. Me brotó de inmediato en el cuerpo aquélla sed de distancia. Había vuelto el instinto con una sacudida violenta.

Cuando te despiertes de la fantasía cruzarás, las horas huidizas que dan a la realidad se abren. La Nou Rambla ha recogido a todos sus hijos perdidos juntándolos en la plaza. Desde el puerto, a través de la Av. Drassanes, desde la Rambla del Raval, desde la Av. del Para-lel y sus adyacencias. Ángulos perfectos y direccionales para ocupar Sant Oleguer como un paisaje dentro del paisaje.

Han quitado la puerta precintada para que se unan, les han permitido exponer en público. La arrogancia será silenciada con indiferencia. Inmovilízate ante la adorable criatura que habita en tu mente, saldrá indefectiblemente con una asignación. Hay un lugar reservado que te dejará frente a frente ante el abismo, mientras tomas lo que te apetece deberás encontrar un sentido de forma único y absoluto.

(Barcelona, 2018)

(Publicado en Revista Almiar · n.º 109 · marzo-abril de 2020)

Raval Road (segunda parte)

Una escalera helicoidal me lleva hasta uno de los pisos superiores del hotel Villanueva en la Plaza Real de Barcelona. He tenido fortuna, mi temor de no tener ventana ha pasado al entrar a la habitación y ver un balcón con una vista maravillosa. Abro el bolso, sacó el whisky. Dos, tres tragos y a dormir, a la mañana siguiente finalmente será hacer el trámite consular que tanto tiempo estaba esperando y volveré a sentirme libre.

El edificio es una maravilla. Data del siglo pasado. Dejo las cortinas abiertas, veo a la gente, medito, regreso a la conciencia de tener el tiempo contado y me apresuro a finalizar con lo propuesto para iniciarme en la aventura.

Despierto temprano, salgo temprano. Camino en línea recta a través de la Rambla hasta la plaza Urquinaona. Un pequeño grupo de personas hablan justo al frente del edificio, uno de ellos me señala una lista, me anoto y espero. Mientras cumplo con los pasos conversó con un par de personas, un chico alto, moreno, una chica pequeñita de hermosos ojos azules. Dos, tres, cuatro horas. La ineficacia de la burocracia no fue tal. Esta vez me llevé una sorpresa. Pago, pongo las huellas dactilares, me toman la foto, firmo y está hecho. Me despido con alegría y tristeza al recordar un pedazo de mi país en aquellas personas que formaron parte en algún momento de mi idiosincrasia. Camino lentamente hasta el Raval. Han pasado casi tres años desde que no les hago una visita a aquellos con los que disfruté hasta la locura. Lo primero que noto en la plaza son las sillas vacías. Sillas que por lo general siempre están ocupadas. El silencio y la soledad me causan una profunda impresión…

Busco en mis contactos, hurgo hasta el cansancio en la posibilidad de hablar con alguien, realizo algunas llamadas hasta que finalmente alguien me respondió. Es Mai, me escucha, me pregunta dónde estoy y de inmediato asiente. Su cara ya no es de alegría, es de tristeza. ¿Dónde están todos? Es una pregunta recurrente y ella lo percibe, pero hace un silencio y da tiempo para que exprese la incógnita que presupone.

—¿Y Tony?

—Tony ha muerto

—¿Ha muerto?

—Ha muerto —y señala una de las sillas que está en medio de la plaza.

—Allí cayó, un paro, un infarto, no sé —asevera…

A Tony le había llevado un presente, ya no podré dárselo. No quiero profundizar en el hecho de una deuda pendiente. Me uno al silencio, intento pasar página y me acuerdo de Kiko… pero antes de que pregunte, Mai se adelanta:

—… Kiko en estado vegetativo… no salió de un coma persistente, no reaccionó más, solo esperan lo peor.

El silencio regresa, ya Mai no quiere una cerveza, prefiere un café. Vamos a comprarlo y regresamos a la plaza. Un portugués que recuerdo del pasado se acerca y me saluda, otro al que no reconozco me estrecha la mano como si lo conociera de toda la vida, platicamos, y después de un par de horas cada uno toma su camino.

Me pregunto por la chica húngara del sombrero, por Paul Anjo y Mohammed. Me pregunto por el chico de Toulouse que trabajaba con las mazas en el cruce del semáforo de la Avinguda del Paral·lel. Entre muertos por exceso, por covid. Entre irse a otra ciudad o a otro país para salvarse de la angustia de caer en la cárcel por ceder a la presión de la violencia terminaron aquellos encuentros de alegría y fiesta donde el vino, las guitarras y las flautas surgían sin cesar entre la euforia más absoluta. La sensación de muerte y tristeza copa el escenario, un frío atroz cala en los huesos. Desconcertado me repongo a la fuerza.

Regreso al hotel… intento dispersar, entender que el tiempo pasa y es implacable. Descanso mientras escucho música. Tendré algunos días, pensaré como siempre pienso en quedarme en Barcelona, en observar… en creer e intuir contemplando.

Finalmente bajo, y busco mi sitio referencial para caminar hasta el Arco del Triunfo: el KFC que está en la esquina de la Rambla. Camino sin parar, veo las acostumbradas protestas independentistas frente a la Generalitat

… sigo, sigo a un ritmo acelerado… me cruzó con otro grupo de amigos que toman y fuman en las escaleras de una catedral. Prometemos vernos más tarde. Roí y Jesús están frente al Condis Supermarket.  Muy cerca de la Barcelona-Estació de França. Ya habíamos organizado el encuentro. Jesús según Roí está dentro de uno de los trenes estacionados en el andén leyendo un libro. Nos saludamos, hacemos algunos comentarios como si nos viéramos todos los días. Su vida no ha cambiado tanto, aunque ha enfermado varias veces y pasó por los terribles avatares de la pandemia continúa… Entre el Condis, el Arco del Triunfo y el Museo Picasso transcurre su vida. Sigue haciendo música. Alterna sus presentaciones con la de otros músicos que también actúan en el lugar.

Entre un lapso del característico silencio de Roí la Plaza de Sant Oleguer vuelve a mi pensamiento como un arma punzante de extraños recuerdos.

Silla número siete: vacía, lúgubre, con la historia de un vendedor de heroína que ha muerto.

Silla número tres: la quietud y la suerte de quien se fue y aprovechó la última oportunidad que le dio la vida.

Silla número cinco: parece que duerme, espera que el tiempo pase sin conflicto, pero duerme para siempre, aunque su corazón emita latidos su mente ha llegado al fin.

Silla número ocho: después de una caída imprevista una reflexión, un viaje a Zamora. El chico que llegó de turista revisa su historia por unas semanas y regresa a Barcelona, está vez, lejos del Raval. Otra zona, otros peligros.

Silla número seis: la mitad de los ancianos han muerto. El resto prefiere alejarse de los malos augurios.

Silla número dos: solo ante su recuerdo la pienso, ya ella no será la que fue, ya ella no vivirá como vivió. ¿Dónde está? ¿A dónde se habrá ido? La imagino con alguien. La imagino de regreso al este de Europa. Sin embargo volteo hacia las esquinas con la remota esperanza de encontrarla.

En la Olm Carrer 6 Josip Vukčević sigue alquilando habitaciones. El anciano y el tarado han sobrevivido y continúan discutiendo por estupideces. Los gritos que son reglas permanentemente ejerciendo sus injusticias con la desagradable entonación sobre otros grupos.

Roí hace un gesto repentino que me saca de mis cavilaciones. Junto a Jesús que sale de la nada nos movemos al Arco del Triunfo. La flauta opaca la sensación de muerte y desgracia que se cierne sobre la ciudad. Al otro lado algunas parejas bailan tap, sonríen… Mis pensamientos silencian el ruido que perturba aquel instrumento, ya no hay mucho que decir, entre marchas y muertes nos queda la música y la exaltación de un día soleado en invierno como un regalo maravilloso. Reina el impulso, el instante, los nuevos seres que llegan con sus nuevas historias y se acercan sin explicación y sin saber que de quedarse sus días también están contados.

Juan Carlos Vásquez

Juan Carlos Vásquez nace en Valencia, Venezuela en 1972. Entre sus publicaciones colectivas destacan la antologías de cuentos Hemiparesias (Santiago de Chile, Visceralia Ediciones, 2006); Paseo en Versos (Pasos en la Azotea, Df México 2006); Poesías y aparte (el Libro y su Autor, Creaciones Literarias, selección de Betty Goldman y Enrique Epelbon; Estados Unidos 2007). Formó parte del grupo cultural Spanic Attack (El Bronx, Nueva York 2002). Es autor del libro de relatos Pedazos de familia (Ediciones Estival, 2000).
Obtuvo distinciones en los Concursos de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside (Calabria, Italia), Edizione 2005 y 2006. Finalista del concurso de microrrelato «GUKA» Buenos Aires, 2018.
Ha entrevistado a grandes personajes de la literatura actual y artes escénicas tales como: Antonieta Madrid, Luis Benítez, Susana Medina, Alberto Jiménez Ure, Pablo López, Eliezer Ortiz: y a la sobrina del escritor Jaime Sáenz, Gisela Morales, responsable del archivo y difusión de la obra del autor.
Vásquez se trasladó a la Florida en 1999. Desde entonces ha vivido en San Francisco, New York y otras ciudades de Estados Unidos y España. En la actualidad reside en Barcelona.

👁️ Leer más textos de este autor (en Almiar)

🖼️ Ilustración: Alain Rouiller, < CC BY-SA 2.0 >, via Wikimedia Commons.

biblioteca relato Raval Road

Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero) · n.º 120 · enero-febrero de 2022

Lecturas de esta página: 541

Siguiente publicación
Si substancial es que toda persona tenga la oportunidad de…