relato por
Carlos Montuenga
U
na tarde más, sí, un día más y también uno menos, un día menos como entonces cuando sonaba el toque de oración a la puesta del sol, ¡un día menos!, bramaban a coro varios miles de gargantas y la oficialidad del campamento fingía no enterarse pero nuestro capitán nos miraba y torcía el gesto, nos miraba con desprecio, estos majaderos hijos de papá, qué se habrán creído, qué mierda de juventud solo les importa lo suyo, ir detrás de las chicas, no tienen ideales, bueno aquello se toleraba por costumbre, algún deshago nos tenían que permitir, a ver si no cómo se podía aguantar estar allí de junio a septiembre, un verano y luego el siguiente, un día igual a otro, el tedio te ahogaba, caía sobre ti como una losa, algunos se iban a Madrid en La Sepulvedana a pasar el fin de semana, se iban muy ufanos los sábados por la mañana embutidos en sus trajes de bonito impecables con las hebillas muy relucientes, yo también me apuntaba a veces pero luego era peor al volver el domingo antes del toque de silencio, verse allí otra vez, santa madre de Dios, doce o trece tíos durmiendo apiñados bajo la lona sobre tablillas, eso sí en perfecta simetría, con la cabeza hacia el murete redondo de la tienda y los pies mirando al centro como radios de una rueda o arenques en una caja de salazón, menudo lujo, las mantas hasta la nariz, bien que se notaba de madrugada el relente que bajaba de Peñalara, aún con nieve en pleno mes de junio; bueno casi mejor era olvidarse de Madrid por un tiempo, además alguna vez venía la novia a hacerte una visita y si no tenías novia, como yo que aún no salía con la Rosa, pues mejor, te ibas a bailar a la Granja cuando las fiestas, allí no faltaba elemento femenino, no señor, incluso a veces alguna extranjera con sus pantaloncitos muy ajustados y su cámara al cuello, ¿where are you from?, ¿is your first visit to Spain?, sobre todo cuando corrían las fuentes en el día del santo patrono y nosotros luciendo uniforme nos llevábamos a las chicas de calle, claro es que los de artillería éramos la crema, los de ciencias, sí, en vez de pasarnos el verano pateando arriba y abajo el puto Llano Amarillo como los pobres infantes, teníamos ocupaciones de más nivel, calcular declinaciones, corregir ángulos de tiro y cosas así, pues eso, siempre ha habido clases, y en cuanto nos juntábamos tres o cuatro con varias cañas en el cuerpo ya estábamos cantando a voz en grito aquello de Mari, Mari, Mari Carmen, ya te lo decía yo, que los chicos artilleros van a ser tu perdición, ellas se reían, había una rubita pecosa a la que siempre se le subía el pavo y para disimular encendía un cigarrillo, la pobre, enseguida se atragantaba con el humo y era todavía peor; bueno pues cuando corrían las fuentes había baile en los jardines frente a las mesas del Europeo y también puestos de buñuelos y churros, vaya que aquello se ponía animadísimo, nos juntábamos allí algunos de la veintisiete batería y a veces se pegaba a nosotros Lorencico, un cabo chusquero destinado en las cocinas del campamento, qué personaje el Lorencico, flaco, bajito pero peleón, buena la organizó un día con los gitanos que estaban vendiendo botijos en el mercadillo, yo no sé qué lindeza les diría, el caso es que ellos se fueron hacia él con malas intenciones, pero malas, malas, que por lo visto alguno hasta tiró de navaja y el cabo al verse rodeado se puso a vociferar como un energúmeno, ¡a mí la Legión!, ¡a mí la Legión!, la Legión no se presentó, claro, pero dos de Ingenieros que andaban cerca se acercaron a toda prisa y allí se armó la de Dios es Cristo, gritos, puñetazos, y algún botijo volando por los aires, al final terminaron todos en el cuartelillo; bueno pero estaba con lo del baile cuando las fiestas, yo me había echado ese verano una novia, ¿Trini?, no, Toñi, sí, Toñi, una de Torrecaballeros que estudiaba para maestra, un poco sosa la chica, no hablábamos mucho pero bailar, madre mía, eso ya era otra cosa, me sentía flotar en una nube mientras bailaba con ella, parece como si fuera ahora, la voz profunda de Jimmy Fontana, Il mondo non si é fermato mai un momento, la notte insegue siempre il giorno, y las bombillas de colores tendidas entre las ramas de los castaños, temblando en el vientecillo de la noche sobre nuestras cabezas, los dos girando muy despacito en la pista arrullados por los compases de la música…
—Papá, voy a comprar un par de cosas. No tardaré, ¿necesitas algo?
—¿Eh?, pues no, nada.
—Vas a coger frío, papá, ¿no estarías mejor dentro?
—Es que prefiero estar aquí, así me da un poco el aire.
—Ya, ya, pues tú sabrás, haz lo que quieras. Oye, te dejo ahí el Sintrom, a ver si se te vuelve a olvidar tomarlo y luego me toca a mí llamar para que vengan a mirarte la coagulación.
—Bueno, bueno, no empieces a leerme la cartilla, mira, lo tomo ahora mismo y así te vas tranquila…
A ver, hombre, la puñetera medicina, nada, a tomársela aunque cuando me llegue el momento va a dar igual, Sintrom, Sintrom, Lorencico, Lorenzón, era un cabo bravucón, pataplín, ponporrón, cuando finalizó el baile fuimos todos a la taberna del Tachuela, uno de Ondarroa, muy guasón él, hacía unas croquetas de bacalao que sabían a gloria bendita y siempre se estaba burlando de Franco, ¿pues cómo?, ¿no sabéis lo último?, estaba Pachi celebrando un consejo de ministros y al acabar se acerca todo nervioso al de Interior, secándose el sudor con la manga de la chaqueta, ¿se encuentra mal, excelencia?, ¿le ocurre algo?, ¿que si me ocurre?, ¡casi nada!, pues que alguien me ha robado la cartera…¡Coño, Tachuela!, a ver si dejas ya tranquilo a Pachi, que cualquier día te vas a buscar un lío, anda pon otra ronda y sácanos también un poco de choricillo frito, pero del bueno, ¿eh?, de ése que guardas para los amigos, ¡oído!, marchando una de chorizo especial pa los señores aspirantes, ¡qué aspirantes ni qué leches, hombre, dentro de nada luciendo estrella de alférez en la gorra!, pues eso qué tiempo aquél, venga a tomar chiquitos y a picar de aquí y de allá, uno se sentía a sus anchas en aquel sitio, las paredes cubiertas de fotos, la mayoría antiguas en blanco y negro, fotos de gente marinera dedicada a sus faenas, barcos de pesca luchando con la tempestad y amaneceres en costas remotas, aquel lugar tenía encanto, vaya, pero a la vez había en él algo extraño, triste, una taberna de puerto tan lejos del mar, varada tierra adentro donde nadie echaría en falta el griterío de las gaviotas y ningún barco haría sonar su sirena en noches de niebla, varada tierra adentro, o sea como la ballena aquella que exhibieron en Madrid hace muchos años, mi padre nos llevó un sábado a verla, se encontraba dentro de una gran carpa que habían montado en Moncloa, una carpa como las de los circos con un cartelón a todo color muy bonito en la entrada que mostraba al monstruo saltando a una altura inverosímil sobre las olas pero al entrar yo solo vi una enorme masa informe, nauseabunda, en la que a duras penas llegué distinguir la cabezota, de donde pendían los restos de una mandíbula erizada de dientes, unos chicos que estaban detrás de nosotros repetían una y otra vez que aquella cosa maloliente era Moby Dick, yo no sabía qué pensar y el lunes siguiente, en el colegio, le pregunté a la seño si las ballenas tenían nombre igual que las personas, la señorita Emilia sonrió y me tiró con suavidad de una oreja, era muy amable la seño, no como Don Pedro, el que hacía los partes por faltas de puntualidad o por mal comportamiento, no, a ella no le molestaban nuestras preguntas, qué va, nos contó la historia del capitán Ahab y la gran ballena blanca, todos escuchando sin decir ni pío, no se oía una mosca en la clase, ese día fue especial, a la seño se le daban muy bien las historias, yo casi podía ver las maravillas que contaba y lo mejor de todo fue que luego ya casi no quedó tiempo para repasar los verbos ni para hacer cuentas, fue un día especial como cuando tocaba cine y nos llevaban a la sala de abajo donde el piano para ver unos documentales en los que salía de todo, fábricas, presas, viajes en tren por muchos países, bailes típicos, acrobacias aéreas, bueno y alguna vez ponían una película corta del Gordo y el Flaco o de la Mula Francis, entonces empezaban las risas, el barullo y Don Pedro se desgañitaba, callarse todos o se acaba el cine, se ponía hecho una furia y solo conseguía que el alboroto fuera en aumento, callarse todos, callarse o se acaba, se acaba, no sé qué me pasa hoy, un poco de mareo otra vez y se está levantando frío, debía haberle dicho a Silvia que me sacara la mantita de cuadros pero, no sé, me harta que ande tan pendiente de mí como si yo estuviera medio lelo y no me enterase de nada; bueno no tardará en volver a menos que se encuentre con la chica de Rosa, claro está, y se pongan las dos de palique, hace tiempo que no sé nada de Rosa ya podía haberse acercado por aquí alguna tarde pero la pobre no es la misma desde que murió Clemente, se ha quedado como sin nervio, Rosa, Rosita, tú que siempre estabas tan sobrada de energía, tan alegre, pero claro es ley de vida, estamos aquí de paso, de paso, hija, no te quepa duda, aunque cueste tanto aceptarlo pero al menos nos quedan los recuerdos, ¿verdad, Rosita?, aquellos años, cuántas ilusiones, yo dispuesto a comerme el mundo, unos meses más y me gradúo en Químicas, luego el doctorado y, ¿quién sabe?, tal vez me den una beca para trabajar un tiempo en alguna universidad de Estados Unidos o Alemania, me sentía capaz de todo y entonces aquella mañana en el laboratorio de la facultad cuando te acercaste a mí para pedirme la guía de prácticas, perdona, ¿te importa dejarme la guía?, es que no encuentro la mía, pues claro, mujer, llévatela si quieres, yo no la necesito ahora mismo, ¿qué práctica toca hoy?, a ver, espera un momento, sí, la número catorce, síntesis de ácido benzoico a partir de benzaldehido, ¿tienes todo?, vas a necesitar un matraz de fondo redondo, un refrigerante, ¡ah!, y un embudo de separación, sí como ése, lo que son las cosas, no me había fijado en ella hasta entonces, nada en su aspecto la hacía destacar de las demás, una como tantas otras, Rosita, cariño, para qué te voy a engañar, pero mientras hablaba contigo sentí que algo dentro de mí se agitaba, no podía creerlo, eso solo pasa en las novelas y sin embargo ocurrió, el corazón empezó a latirme con furia y yo tratando de aparentar tranquilidad, me puse en plan protector pero la voz me temblaba un poco, seguro que te diste cuenta y yo venga a hablar y hablar, mira tienes que añadir al matraz tanto de potasa y cuanto de agua, no, da igual el orden pero ojo con la potasa que está concentrada, eso es, luego se incorpora poco a poco el benzaldehido, muy despacio, sí ese frasco de ahí, no, ése no, aquel otro que tiene la etiqueta amarilla, a ver, ahora la mezcla se hierve a reflujo durante una hora, bueno se entiende una hora más o menos, ¿sabes?, pero tiene que pasar más agua por ese refrigerante para que se condensen bien los vapores, así, y a dejar hervir el caldero, ella ha sonreído y me mira arqueando un poco las cejas, ahora hay que lanzarse, oye, si quieres subimos mientras tanto al bar de Físicas y tomamos un café, que no, mujer, el auxiliar de prácticas no se entera, si ése está siempre a lo suyo, solo piensa en las próximas oposiciones, que ya le han tumbado dos veces, pero si dice algo le cuento cualquier historia, eso es, te has puesto mala y te he acompañado fuera o lo que se me ocurra en el momento, anda, vamos, es extraña la vida,¿verdad?, de buenas a primeras una persona que hasta ese momento no te había importado mucho ni poco, lo trastoca todo, comprendes que no eras nada sin ella, ¿cómo es eso posible, Rosa?, ¿lo sabes tú?, no te imaginas cuántas veces me he preguntado si tú llegaste a sentir lo mismo aquella mañana, sí, es verdad, nunca me referí a ello, yo he ido siempre de tipo duro, no lo voy a negar, tal vez entonces me parecía ridículo entrar en esas profundidades, éramos jóvenes, lo pasábamos bien juntos y ya está, bueno tienes razón, me daba miedo, ¿y qué?, es mejor no hurgar en las cosas, yo no sé por qué hay que pasarse la vida dándole tantas vueltas a todo, maldita sea, haciendo mil conjeturas, mira al final tú elegiste a otro y yo tuve que aprender a vivir sin ti, punto final, ¿qué otra cosa podía hacer?, ya, todo eso está muy bien, pero lo malo es que no mandamos sobre los recuerdos, a ellos no se les puede pedir que aprendan a vivir sin nosotros, eso seguro, continúan ahí y ahí se quedarán para los restos, hasta que ya no estemos, mientras tanto tú seguirás en mí, tu mirada de entonces, la larga melena negra agitada por la brisa, tu risa mezclada con rumor de olas, los dos aquella noche de agosto, ¿te acuerdas?, bañándonos en una playa solitaria tan lejos de todo, tu cuerpo mojado envuelto en el resplandor misterioso que una gran luna amarilla derrama sobre la inmensidad del mar y yo muy cerca de ti, tu mirada me interroga, se adivina en ella una invitación y al abrazarte siento por un instante, no sé explicarlo, bueno siento como si la verdad de las cosas estuviera a punto de desvelarse, tu piel sabe a algas, a sal, me dices algo al oído pero no alcanzo a distinguir palabras solo un rumor que se rompe en mil ecos, ¿qué me quieres decir?, no es ya tu voz la que escucho sino la voz antigua del mar y de los vientos, la oigo remota y al tiempo muy próxima , el mar se retira y vuelve otra vez con más fuerza, su rumor ronco resuena como dentro de un sueño y tiemblo de frío, ¿qué ha sido del verano?, ¿no iba a durar para siempre?, no te vayas aún, ahora más que nunca necesito sentirte cerca, estrecharte con fuerza pero el frío penetra más y más dentro de mí, ya no me basta con el calor de tu cuerpo, la brisa sopla con fuerza y riza de espumas la oscuridad de las aguas, la luna quedó oculta en un cielo sin estrellas, sin embargo hacia oriente se insinúa ya el despuntar del alba, no tardará en amanecer, algún resplandor remoto descubre por un momento la lejanía inconcebible del horizonte que vuelve luego a desaparecer, engullido por la oscuridad, escuchadme bien, ahora solo dependemos de nosotros, hay que estar muy alertas, no lo olvidéis, el mar es imprevisible y en cualquier momento puede sorprendernos, nos creíamos capaces de doblegarle pero es demasiado lo que ignoramos, no sabemos interpretar sus colores cambiantes, sus infinitas apariencias, ¿alguno cree que eso se aprende en los libros?, no, hay cosas que nadie te puede enseñar y si alguien dice lo contrario está mintiendo, no le escuches, solo se puede confiar en el instinto, no tomes en serio a quienes pretenden explicarlo todo, se pasan el tiempo reclinados sobre sus cartas marinas, trazan líneas y marcan señales de colores, sonríen ufanos, tejen laberintos de corrientes y mareas con el propósito de explicarnos las leyes que rigen en ese reino misterioso, su pretensión raya en la locura, el abismo no puede razonarse, nos atrae, despierta en nosotros una extraña añoranza como si ocultara algo nuestro que habíamos olvidado, a veces llega de forma inesperada como presentimiento de una realidad que el lenguaje es incapaz de describir, pero, basta ya, ahora solo importa hacer lo que ha de hacerse, que nadie desfallezca a pesar del frío y el cansancio, su estela nos marca el rumbo, fijaos bien en ella, es como un sendero trazado sobre las aguas, escuchad, ¿no oís a las aves?, se diría que se habían desvanecido en el aire pero ahí están otra vez, sobrevolando el mar como una nube siniestra, algunas pasan muy cerca rozándonos casi con sus alas, ninguno de vosotros había visto nada parecido, no pretendáis convencerme de que son vulgares aves marinas, cualquier hombre sensato se estremecería al contemplar su blancura inmaculada, fantasmal…¡Pero atención todos!, a barlovento el océano se agita con una violencia inaudita como si estuviera próximo a estallar en chorros de vapor, el monstruo surge repentinamente de lo profundo, se cierne un momento sobre nosotros ocultando el sol, como una montaña envuelta en velos de niebla, luego cae de costado, desapareciendo con enorme estrépito entre la espuma, una vez más se oculta, huye, es inútil ir tras de ti, sé que no podría vencerte, en el fondo lo he sabido siempre, nada existe en la tierra o en el mar que iguale tu poder y es vano nuestro esfuerzo, por qué entonces ese empeño en perseguirte de un extremo a otro del mundo, ¿puede imaginarse una locura mayor?, te aseguro que yo mismo lo ignoro, tal vez no hacemos más que obedecer nuestro sino, tal vez la vida no pueda siquiera concebirse sin esa atracción irresistible del enigma, pero, ¿qué puede importar eso ahora?, todos os habéis ido y las fuerzas me abandonan, solo quisiera ya descansar, hace mucho que cesó la música, las bombillas de colores tendidas entre los castaños derraman su luz titubeante sobre la pista polvorienta, antes era capaz de guiarme por las estrellas, ahora la noche guarda silencio, un viento helado desciende desde las cumbres, agita las ramas de robles milenarios y cubre de hojas el lecho seco de las fuentes donde alguna diosa solitaria, recostado el cuerpo juvenil en su trono de alabastro, sueña con islas lejanas, rutilantes bajo el sol, y laberintos de nácar ocultos entre corales rojos que se mecen con indolencia en el abrazo del mar.
Carlos Montuenga Barreira (Madrid, 1947). Es doctor en Ciencias y colabora, de forma habitual, con sus relatos y artículos en espacios literarios como Almiar (revista Margen Cero), Ariadna-RC (Revista Cultural) y Revista Narrativas. Ha publicado también varios de sus trabajos en las revistas digitales El Fantasma de la Glorieta, Adamar, Palabras Diversas, Amalgama, Voces, Aledaños de la Literatura, Letralia (Venezuela), Remolinos (Perú) y en portales dedicados a la difusión de las humanidades y la filosofía, como A Parte Rey y La Caverna de Platón. Es miembro integrante del taller literario de El Comercial (Madrid), desde el año 2007, y su relato Tránsito fue seleccionado como finalista del XXVIII Certamen Nacional de Poesía y Narrativa Breve El Decir Textual 2013 (Argentina). Ha publicado los libros de relatos Los confines del mundo (Editorial eBooks Literatúrame; 2013) y Cuentos de la otra orilla (Café Literario Editores; 2016). Ha participado en los libros, también de relatos, Inventarĭum (Margen Cero; 2013) , Martínez en tertulia (Café Literario Editores; 2014) y La tertulia por excelencia (Café Literario Editores; 2019).
👁 Leer otros relatos de este autor (en Margen Cero):
Los confines del mundo · Newton el mago · Un viaje poco común · Veintitrés de diciembre
Ilustración: fotografía por Pedro M. Martínez (de su libro Pasen al fondo) ©
Revista Almiar (Margen Cero™) • n.º 113 • noviembre-diciembre de 2020
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