relato por Luis Amézaga
F
élix había pasado la mañana observando una galaxia desde su telescopio de última generación. La casa de campo en la que ahora vivía estaba lejos del catastro municipal y del pago con tecnología móvil que pretende acabar con la libertad que ofrece el dinero en metálico. Quieren saber lo que gastas, en qué lo gastas, dónde lo gastas, con quién lo gastas y a qué hora. Félix no se siente cómodo con los avances que coartan la libertad de movimiento, y para resarcirse mira estrellas en el firmamento cambiante. De momento cambiante, pues si la expansión continúa y la energía oscura se come las reservas energéticas de la materia y de la luz, acabaremos (acabarán, mejor dicho) mirando un horizonte oscuro y sin cambios, alejado de cualquier información que no sea el propio ombligo galáctico. Habrá tantos big bang como sean necesarios hasta que llegue el universo sin principio ni fin: el continuo.
Este proceso de ser comenzó en Félix al descubrir que sus opiniones no servían para frenar la sinrazón propia y ajena, que sus opiniones le alejaban del otro que es uno mismo con otra cara, que sus opiniones no valían para entender la realidad ni para disfrutarla de manera acertada. Félix tenía muchas opiniones sobre demasiadas cosas. Le había llevado años de estudio, reflexión, madurez y observación, el alcanzar ese paquete de opiniones, y resulta que no servían para lograr el hecho feliz de estar siempre vivo. Decidió, en un arranque de coraje, resetear ese paquete de opinión, no para cambiarlo por otro, sino para despegarse de todas las opiniones habidas y por haber. En la época de oro de los creadores de contenido, él optaba por vaciarse de contenido. Opinar es juzgar, juzgar es trocear, trocear es perder de vista la unidad. A partir de ese cambio, su opinión fue solo eso, una opinión que no arrastraba ni le arrastraba, una opinión sin búsqueda de partidarios, una opinión que no pretende convencer y mucho menos vencer, una opinión sin nadie opinando. Una opinión es como un idioma, si sirve para entenderse, vale. Si sirve para no entenderse, estorba.
Félix duerme poco, no necesita más. Camina mucho para tener la experiencia de que el movimiento no implica que vayas a ningún sitio ni que avances. En su proceso ha constatado una inversión de las leyes físicas, ha descubierto que el que da (temporalmente) crece y el que recibe (temporalmente), también. La presencia se hace palpable dando y recibiendo. El conocimiento acumulativo de la ciencia al que tenemos acceso, más el talento individual, nos abren la puerta a comprender modelos con los que trabajamos y donde hacemos encajar la realidad. Pero el conocimiento real funciona de manera distinta, nos ayuda a comprender, en ocasiones en contra de nuestra inercia. Es un conocimiento lleno, pero cuando se expresa es paradójico y parcial. Es un milagro pensar de manera novedosa, con imágenes inéditas, que vaticinan una verdad que no percibimos a la primera. La experiencia regenera y arrastra al pensamiento hacia búsquedas ulteriores donde el elemento común es la desdramatización del tiempo y del espacio como obstáculos determinantes. La verdad es un milagro en sí, y abrirse paso en medio de la espesa escenografía que hemos montado, puede resultar laborioso. Pero el objetivo es que se produzca ahora, no dentro de mil años, o de diez años, o de dos meses, o de tres días. ¡Ahora! Esa disposición es sencilla y los resultados son prodigiosos e inmediatos. Félix, que se considera el más torpe de los hombres, puede dar fe de ello.
Un mes antes de trasladarse a la casa de campo, tuvo otra magnífica revelación temporal: que para servir de algo a los demás, debía alejarse de ellos, buscar la expansión de la energía oscura entre los cuerpos, dar relevancia a lo espontáneo frente a lo organizativo que arrastra montones de residuos inútiles. Y se vino siguiendo esa revelación. Ha decorado la casa vaciándola de lo útil y de lo superfluo a partes iguales. Se maneja con la luz natural. Trabaja un huerto por la mañana, estudia sus escritos durante la tarde, y cuando se diluye la luz en el espacio negro, observa las estrellas con su telescopio. Vive solo y cada vez se siente más unido al resto de sus semejantes. Su alejamiento de la trama social, de sus tentáculos adormecedores y generadores de miedo, le han abierto los ojos. Aunque es consciente de que este proceso de nada sirve si más adelante no regresa al mundo, libre ya del mundo.
En el pasado, en medio del ruido de su mente urbana, le había surgido la presencia en su interior como un brote floral en medio del invierno. Había admirado su belleza, se había empapado de su esencia y aprovechado sus efectos, pero duraba poco por falta de atención y por unas condiciones deficientes en el cuidado. Con los primeros brotes hay que tener un mimo especial, un celo que raye la veneración. Es un error pensar que si ha surgido la presencia sin ser llamada, ya no desaparecerá. Desaparece a la percepción, por supuesto, si la respuesta no es la idónea. Félix, en cuanto se dio cuenta de por qué se malograba el brote, optó por venirse al campo, dispuesto a recibir el siguiente nacimiento con toda la dedicación posible de su parte para que se estableciera en terreno fértil.
El brote se expande anegando cualquier aparición fenoménica. Posee la virtud de sustanciarse como unicidad en distintas y variadas manifestaciones. Félix, cuando contempla las estrellas, mira hacia dentro igual que hacia afuera y esa luz que llega desde millones de años de distancia es el recordatorio del brote que protege con sus pensamientos acolchados en el interior, en el tiesto de su ser. Félix es ya un místico rural, un yogui de terrón, un asceta de ducha diaria.
Pero Félix no va a dar testimonio.
Un meteorito de treinta kilómetros de diámetro se aproxima a la Tierra. Desde su telescopio, Félix lo ve venir. Ya está aquí. La especie humana va a desaparecer como lo han hecho el resto de especies desde los inicios de los tiempos. Otras especies tendrán su oportunidad con nuestra ausencia. Nunca hemos sido la versión definitiva. El brote que somos capaces de albergar no arraiga con la fuerza que sería necesaria por culpa de un ego fantasmagórico que empobrece el terreno. El meteorito impacta. Somos ya dinosaurios extinguidos que fuimos capaces de emocionarnos con los montajes de la fantasía, dinosaurios extinguidos capaces de crear metaversos donde multiplicarnos hasta perdernos. Pero ya está aquí el meteorito. El Sol, los planetas, las galaxias seguirán o no. Nosotros nos bajamos aquí, damos paso a otro intento, sabedores de que fuimos tan grandes como para dividirnos, y luego unirnos y diluirnos en el universo que se ve desde el telescopio. Félix, en el último instante, se abraza a sí mismo. Nuestro valor es el reconocimiento del valor. Somos capaces de inflamarnos e inmolarnos.
Ya está aquí el meteorito. ¡Monstruoso impacto! Silencio. Las estrellas miran con despreocupación el exiguo fogonazo.
Luis Amézaga. Nacido en el año 1965 en la ciudad de Vitoria (España) donde vive actualmente. Entre lecturas y escritos concibe la medida del tiempo. Mantiene habitualmente el blog El búnker travestido: http://bunkertravestido.blogspot.com.
Ha escrito artículos y colaborado en diferentes revistas literarias: Bolsa de Pipas, Letralia, Ariadna, Narrativas, Almiar-Margen Cero, Groenlandia, Agitadoras… Ha participado en antologías de relatos y poesías como La Casa del Poeta (Noche Polar), Doble en las Rocas y Escribir en Crisis (Editorial Letralia), o Antología de poesía Viejoven (Versátiles Editorial). Es autor de varios libros de poemas: El Caos de la Impresión, A Pesar de Todo… Adelante, o Los Alrededores del Idiota. Con el poemario Bolsa de Canicas obtuvo el premio en el certamen convocado por la revista literaria Katharsis y se publicó revisado en segunda edición en el año 2012. Ofreció a los lectores el libro de máximas y aforismos El Gotero en la revista Groenlandia. Con el poeta Adolfo Marchena publica el libro de crónica poética La Mitad de los Cristales. También compartió proyecto en su libro dietario El Reloj de Arena junto al escritor hondureño David Morán. Destacar la publicación del libro de sentencias, crítica y pensamiento, que ha recogido bajo el título Una semana de arresto domiciliario. Cuenta con un librito de relatos titulado Tarde de Moscas, y su flamante trabajo publicado con la editorial Amarante bajo el título: Vuelos rasantes, un ejercicio narrativo que cuenta con nueve historias perturbadoras. Su última entrega a los lectores es Los ladrones de ideas, que obtuvo el segundo premio del IV Concurso Literario de Relatos «Letras Cascabeleras».
📩 Contactar con el autor: luisamezaga43 [at] gmail [dot] com
Ilustración relato: Fotografía por Victoria en Pixabay.
👀 TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
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Revista Almiar · n.º 136 · septiembre-octubre de 2024 · 👨💻 PmmC · MARGEN CERO™
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