relato por
Juan Carlos Vásquez

 

U

n sentimiento llega y se va, se establece como una brusquedad, se desgasta, renace inventado el fuego, se infringe el peor de los castigos en los aires de navegación de las montañas.
Con la química infinita entre sus manos suele preguntarse una y otra vez por qué no hay nadie, por qué están todos, por qué te vas a morir.
Lo han visto retorcerse en trance, anda por algún lugar reproduciéndose en sus fantasías. Quiere detener el proceso con una brusquedad intempestiva, pero tiene que esperar el momento preciso en que dos puntos se crucen.
Al juntarnos poníamos en funcionamiento todo el mecanismo químico, el olor nos agitaba, sudábamos. Los dedos se deslizaban sobre la humedad, el aliento recorría el cuerpo. Dormía (el amor desnudo) sobre mí, escondiendo su mirada, se ocultaba estando. En uno y otro lugar, suaves forcejeos, me invitaba a ir mas allá de todo ofreciéndome su cuerpo. Sin descanso entraba una y otra vez ante la desesperación.

 

Se contraía en largos espasmos que multiplicábamos en perfecto acoplamiento. Cuando decía «Hazlo» una acción salvaje, continua, sacudía mi cuerpo y mi mente. La obsesión había llegado, yo había probado tanto la fantasía como el acto y siempre la fantasía me pareció más gratificante, pero esta vez el acto era exacto a la fantasía. El amor y el sexo hicieron su comunión abriendo todo un abanico de probabilidades.
Por primera vez me propuso algo que ambos probaríamos desde entonces: un apetito irreconocible nos martirizaba al vernos. Iniciamos un ultraje perverso emitiendo un juicio entre qué es bello y qué no lo es.
Arrastrándome a sus pies, jugando a contar sus dedos, lamiéndolos le rogué detenerse. Memorizaba la ruta que más le gustaba. Avanzando iba arrancándole quejidos hasta que dijo ya.
El amor se quedó en una interrupción producto de una llamada. Al abrir una ventana y recibir una noticia se intentó y se rehizo. Se autodestruyó llevándose el tiempo. Se multiplicó en otros cuerpos,  afianzó en la distancia desesperado al saberse tarde e improbable.
También el amor andaba por la vida para ponerse al frente, matar y desaparecer esperando el círculo completo. Lo he visto internarse en unos ojos desde el ángulo más inconexo. Suele dar señas parpadeando en un cuadro oscuro. Esta vez se exige más a sí mismo.
Ya no se improvisarían más ceremonias. No le importará repetir mil veces la misma respuesta a la misma pregunta. Ya no facilita la práctica espiritual.
Comenzaron los cambios definitivos. Lo mataba cada voz que mentía y antes de morir aseguraba no renacer nunca más. Traté de atraparlo con artilugios y encierros pero no estaba listo para eso.
Se negó a todo dondequiera que nos encontrábamos, así, un día lo recibí en una oscuridad sin fondo y abriendo las manos apreté separando sus pliegues, temblaba exhausto. Brotaron fibras traslucidas entre mis dedos, el aire lo quemaba. No podría liberarse esta vez. Forcé así, aun más, y crujió, enterneciéndome como nunca.

 


 

Juan Carlos Vásquez

Juan Carlos Vásquez (Valencia, Venezuela). De carácter errante, ha investigado muy de cerca los submundos urbanos que describe en sus textos. Autor del libro de relatos Pedazos de Familia (Estival teatro, 2000). Otros textos han sido publicados en diversos volúmenes colectivos y antologías en Chile, México, EE.UU. y España. Integrante del grupo cultural Spanic Attack (New York, 2004). Obtiene distinciones en los Concursos de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside (Calabria, Italia), Edizione 2005 y 2006. Finalista del concurso de microrrelato «Guka», Buenos Aires 2018.  Ha residido por más de quince años entre: Saint Petersburg, Tampa; Nueva York; San Francisco; A Coruña; Valencia; بُكَير ‘Bokaj’ren’ y Barcelona.

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 Ilustración relato: Fotografía alojada en PxHere [dominio público].

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero) · n.º 101 · noviembre-diciembre de 2018

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