relato por
Edison D. Muñoz Ortiz

 

A

Catalina, la hermana de Andrés, y a quien desde el principio conocimos en el barrio como Danilo, le asesinaron la semana pasada en pleno corazón de Bogotá, después de salir del bar en donde se encontraba. Su cadáver lo hallaron en un caño, como a treinta cuadras de la discoteca. Su cuerpo, según los medios de comunicación que avistaron hasta el lugar, junto con los dictámenes de medicina forense, concluyeron que la mujer fue cruelmente torturada, violada y empalada; además de eso, sus agresores —porque fueron varios— le arrancaron los pezones de sus senos, y en el vientre, con uno de los labiales que la mujer llevaba en su bolso, le escribieron en mayúscula la palabra «DESVIADO».

Desde el principio Danilo lo supo, y luchó por ser tan libre como pudo, lo hizo sin importar ni un poquito lo mucho que le juzgaran en la calle, le recriminaran en el barrio, y por supuesto, le peleara día y noche en casa su mamá. Bien fuese con correa en mano o con intimidaciones que venían desde una golpiza en público con rapada de pelo incluida, hasta un posible exorcismo en la iglesia del padre Gabriel, el mismo que daba la misa en la localidad, y el cual tenía a las afueras de la ciudad una pequeña finca que hacía pasar como complejo de rehabilitación para drogadictos, pero que en realidad era un encierro en el cual, según muchos, el sacerdote era capaz de «curar» la homosexualidad y otros «males» a punta de biblia, unas cuantas sesiones de electrochoques, latigazos a cuero húmedo en la madrugada y otras tantas prácticas ortodoxas y salvajes que atentaban con la integridad de los gays que permanecían en el encierro, y a quienes sus familias habían internado allí por miedo u odio a lo desconocido.

Catalina le temía a la soledad excesiva, a los panfletos que le dejaban en el buzón, a los hombres armados, al sonido de las campanas de la iglesia, al silencio devorador un viernes por la noche, a las llamadas telefónicas anónimas en la madrugada y a los policías. Le gustaba fumarse un cigarrillo antes de dormir y leer uno que otro poema de Susy Shock cada vez que sus miedos intentaban ahorcarla en el descuido. Era una mujer osada, sensible, inconforme y utópica.

Lo realmente aterrador, y a su vez valeroso, según me cuenta Andrés con lágrimas en los ojos, fue cuando un domingo en la mañana, antes de salir al mercado junto con su madre, Danilo bajó al comedor luciendo un vestido blanco con rosas estampadas, unas sandalias adornadas con pepitas de colores, un sombrero y unas gafas, que para ser sincero, me confesó Andrés, le lucían de manera sorprendente, tanto así que por ningún lado se asomaba la imagen del Danilo que todos estaban acostumbrados a ver en casa, el cual había quedado oculto detrás de esas ropas y ese maquillaje que exaltaba otro tipo de belleza, pero que no dejaba de lado la esencia inigualable que caracterizaba a su hermano.

La gran mayoría de vecinas del barrio, las más estigmatizadas por el hecho, hicieron hasta lo imposible para que Danilo no se acercara a hablar con sus nietos o con los niños más pequeños del barrio. En cuanto a los señores, la mayoría coincidía que lo que le faltaba a Danilo era una golpiza bien tremenda para que sentara cabeza, es más, don Mariano, un cuarentón caprichoso y machista hasta los tuétanos, dijo un día a grito herido, mientras hablaba con otros señores del barrio, que la solución era tomar por la fuerza al maricón ese y darle por el culo entre todos para que cogiera escarmiento y dejara la maricada, a lo cual muchos reaccionaron —entre risas— a favor de lo sugerido por don Mariano, pero que en últimas no fueron capaces de llevar a cabo.

Lo cierto es que Danilo siempre sufrió en silencio, refugiándose en un dolor que aparentemente le iba carcomiendo el alma día a día. Intentó suicidarse en dos oportunidades antes de cerrar su ciclo como hombre, es decir, antes de conseguir el dinero necesario para mandarse poner senos, aumentar sus glúteos y hacer su resignación de sexo; un proceso que no fue del todo definitivo sin la ayuda de su madre, la cual, paradójicamente, luego de haber vencido a sus demonios, se sentó un día con Danilo en la sala de su casa, le pasó en sus manos un fajo de billetes que venía ahorrando meses atrás, lo miró con incertidumbre y le dijo que lo importante era perseguir, por encima de cualquier cosa, eso que todos llaman felicidad, y que sin importar que el mundo se les viniera encima, iría con ella —su hija desde ese entonces— hasta donde la vida les permitiera ir juntas… y la abrazó fuertemente, dejando escapar todo el sentimiento que se refugiaba en ella a través del llanto.

Después de llegar a donde había llegado, la felicidad y la plenitud en la mirada de Catalina eran evidentes, era como si de la noche a la mañana todo en el mundo conspirara a su favor. Una tarde, estando reunidos Andrés, ella y yo en el parque central, decidió contarnos abiertamente los planes que tenía preparados para su vida, incluidos los destinos en los cuales ella creía podía desarrollarse libremente como mujer y sobre todo como persona. Escucharla tan decidida, tan llena de optimismo, y, sobre todo con tanto amor, me hizo pensar que la vida le tenía guardado algo muy grande en España, que era su destino principal, y a donde había fijado el rumbo de sus sueños, pues, según ella, allí la vida era un poco más sencilla, un poco más humana para con las chicas como ella, y aunque todos en la mesa sabíamos que en cualquier lugar del mundo correría peligro por ser ella, también comprendíamos que en ese punto del camino, cualquier otro lugar que no fuera Colombia, sería lo mejor.

Dos semanas después de haberla visto tan radiante y tan llena de libertad, iluminada por la esencia viva de sus convicciones, alguien decidió que ella no merecía seguir viviendo, y sin pavor le cortaron sus alas en pleno centro de la ciudad. Le negaron la vida y nos negaron su luz.

En su velorio, Andrés y yo decidimos pintarnos los labios de rojo, las uñas de morado y, llevar tacones plateados en lugar de zapatos negros. Después de todo, ni los vecinos del barrio que asistieron al funeral, fueron capaces de decirnos algo. El remordimiento les había consumido los agravios.

 


 

Edison Daniel Muñoz Ortiz

Edison Daniel Muñoz Ortiz.  Es Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana, vive en algún lugar de las montañas de Colombia, y desde allí se desempeña como docente y escritor en formación. Se refugia en la escritura y la literatura para resistir y para reconfirmar la incertidumbre de la vida. Sus escritos están orientados a una crítica social, influenciados por Héctor Abad Faciolince, Fernando Vallejo y Fernando Molano, entre otros.

Contactar con el autor: danupex10 [at] gmail [dot] com

 Ilustración relato: Fotografía por noskill1343 / Pixabay [dominio público].

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero) · n.º 108 · enero-febrero de 2020

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