La dulzura que desprendía su mirada…
artículo por
Beatriz Celina Gutiérrez
M
i tía madrina, Dominica Gutiérrez García, modista y dueña de la casa de costura Cuca Modas situada en la calle 48 N.º 2313 entre 25 y 23 en el reparto Almendares, en La Habana, Cuba, acudía a las casas de sus clientes cuando estos no podían asistir a su negocio para que escogieran los modelos, y después, asistía a realizarles las pruebas. En infinidad de ocasiones la acompañé en esas andanzas y le doy las gracias por haberme sumergido en ese mundo. Aprendí a leer leyendo revistas Vanidades y Vogue.
Me resultaba fascinante esas aventuras vividas como modistilla, ya que ayudaba a la tía con sus avíos y a hilvanar. Guardo muchas anécdotas de aquellos años de la década de los cincuenta. Quiero referirme a una de esas tantas visitas…
Una tarde, llegamos a una majestuosa mansión en el Vedado capitalino, en las calles 19 y E. Entramos al amplio y hermoso portal y tocamos a la puerta. Inmediatamente comenzamos a escuchar ladridos de perros y al rato una señora salió y nos dijo:
—La estaba esperando, Ramona me llamó por teléfono diciéndome que usted venia hoy.
Se refería a Ramona Rodríguez, esposa del hermano de mi padre, mi tío, ellos vivían en el Vedado y eran propietarios de tres edificios muy cercanos a la dirección donde nos encontrábamos.
—Soy Cuca, de la casa de modas, ¿Usted es Dulce María? —dijo mi tía.
—Sí, gusto en conocerla, pueden pasar.
Al entrar quedé impresionada por la amplitud del salón, sus muebles de estilo y preciosas vitrinas pero lo que más me llamó la atención fue un gran pájaro rodeado de espejos dentro de una fuente o algo muy parecido. Me detuve frente a él y mi tía se situó a mi lado contemplando aquella maravilla. Dulce María, acercándose, nos comentó:
—Compré ésta casa porque me enamoré de sus portales y jardines, además, por el águila, que está fundida en bronce por un artista japonés y se halla sobre un peñasco rodeada de espejos debajo de una fuente. Quedé impresionada cuando la vi y le dije al dueño que le compraba la casa si me dejaba el águila, ellos querían llevársela, e insistí, que si no la dejaban no les compraba la casa y entonces accedieron a mi petición. Vivo aquí desde el 10 de abril del año 1950. Tiempo después fui visitada por un funcionario de la embajada de Estados Unidos, y quería que le vendiera mi residencia a cualquier precio, incluida el águila. Le respondí que no la vendía, el norteamericano insistió y me costó trabajo quitármelo de encima. Le pregunté cuál era su interés y el de su gobierno y me respondió que era por el águila. Entonces yo le dije: Señor mío, por esa misma razón, precisamente, compré yo esta casa. Después de hacernos esa confesión pasamos a un saloncito, mi tía le entregó unas revistas de modas y Dulce María le dijo:
—No es necesario, ya tengo elegido el modelo —extendió su mano mostrándonos una revista e indicándonos el modelo seleccionado. Seguidamente mi tía comenzó a tomarle las medidas mientras yo me acerqué a una vitrina llena de abanicos, que estaba en ese saloncito. Los había de distintos colores. Eran preciosos.
—Ya veo que también te gustan mis abanicos —dijo Dulce María y continuó…Yo los colecciono, me fascinan.
Cuando mi tía terminó de tomarle las medidas y nos disponíamos a salir nos indicó que pasáramos al comedor, Nos tenía preparada una merienda. Jamás olvidaré aquella mesa dispuesta con tal elegancia y delicadeza: En el centro un jarrón con flores, nos comentó que eran de su jardín, cubiertos de plata, vasos labrados y platos muy finos, sobre ellos, un plátano de fruta con una rueda de piña. En la mesa, una bandeja con pasteles de guayaba y una jarra de limonada. Toda una delicia, la tía y Dulce María tomaron café en unas tacitas, que según explicó Dulce María, pertenecieron al acorazado Maine.
Al despedirnos, nos acompañó hasta el portal. Jamás he olvidado aquella tarde y el rostro de esa dama. Nunca más la vi en persona. Pasaron los años, a mi tía, la naciente Revolución cubana le intervino su negocio y abandonó la isla junto con el resto de mi familia incluyendo a mi abuela paterna.
Ya de mayor, volví a oír hablar de Dulce María, y supe que se trataba de una poetisa y novelista cubana, nacida un 10 de diciembre de 1902 en La Habana, y que publicó sus primeros poemas en varios periódicos habaneros. Se doctoró en Derecho Civil en la universidad de La Habana en el año 1927 y ejerció la abogacía hasta 1961, llevando paralelamente la literatura.
Siete años le llevó concluir su novela Jardín en 1928, al siguiente año escribe Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen tras un largo viaje por Turquía, Túnez, Siria, Libia, Palestina y Egipto.
En la década de los años 30 su casa de La Habana comienza a convertirse en centro de la vida cultural de la ciudad, acogiendo en las llamadas «juevinas» a diversos intelectuales y artistas, como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral y Alejo Carpentier.
En 1937 publica el poema Canto a la mujer estéril en la Revista Bimestre Cubana, y al año siguiente Versos, que había comenzado a escribir en 1920. Viaja por Sudamérica y Europa, participando en congresos y colaborando como corresponsal con algunos diarios cubanos, entre ellos El País y Excélsior. Su obra comienza a publicarse en España y en 1947 ve la luz Juegos de agua, obra a la que siguen Poemas sin nombre en 1953, Últimos días de una casa y Un verano en Tenerife, ambas en 1958. Paralelamente escribe las series de artículos Crónicas de ayer y Entre dos primaveras.
En el año 1951 es elegida miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, y nombrada Hija Adoptiva por el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz en Canarias. Ingresa en la Academia Cubana de la Lengua en 1959 y, nueve años más tarde, en la Real Academia Española. Tras varios años de retiro, en su casa del Vedado, publica obras como Poesías escogidas, Bestiarium y Fe de vida. Recibe el Premio Miguel de Cervantes en el año 1992. Al año siguiente le conceden la Orden Isabel La Católica y el Premio Federico García Lorca.
Su última aparición pública tiene lugar en abril de 1997, cuando la Embajada de España en Cuba le rinde homenaje en su casa. Fallece ese mismo mes, el 27 de abril de 1997.
La obra de Dulce María Loynaz ha sido traducida al francés, italiano, inglés, serbio, noruego y otros idiomas. Su obra forma parte de la poesía intimista femenina sudamericana.
Cuando leí sus Cartas a Orlando, dedicadas a su pequeño niño amigo, recordé la tarde en que la conocí y la dulzura que desprendía su mirada.
Beatriz Celina Gutiérrez Gómez. Escritora y compositora. Tiene diferentes libros publicados en España y otros países. Actualmente vive en Sonseca, Toledo, Castilla la Mancha.
🖥️ Contactar con la autora: beatrizcgg1951 [at] gmail [punto] com
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🖼️ Ilustraciones del artículo: (Portada) Interpretación mediante IA de Dulce María Loynaz Portada, Yerandy1990, CC0, via Wikimedia Commons ▪ (En el texto) Dulce María Loynaz poeta kubatarra, Wikimaribarre, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons.
Revista Almiar (Margen Cero™ · 👨💻 PmmC) · n.º 135 · julio-agosto de 2024
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