relato por
Diego Vale Couso
E
scuchó un quedo suspiro, lento y sibilante no muy lejos de donde se encontraba. En las manos guardaba el frío del invierno, negrura a la que acostumbraba desde niño; en la mente un silencio inusual, parásito de los últimos meses. «¿Qué…?», se escuchaba a veces entre las paredes de su cuarto. En plena noche y con una vela ya mediada observaba el temblor con el que sus manos sostenían el bolígrafo. Diminutas puntadas recortaban un paisaje o una diseminada constelación en el papel. Azules formaciones, garabatos y alguna que otra desértica palabra fue todo lo que lo ocupó desde mediados de otoño. Porque en su mente no encontró más que un pequeño embarcadero de madera, un lago tranquilo y soleado y un sombrero blanco con ribete amarillo danzando con el viento de comienzos de junio. Una escena nunca visitada, tampoco recogida de revistas o de la televisión. Solo una imagen, resultado de la ficción en la que se ha convertido mi vida, conseguía pensar al despertar. Luego se sentaba ante el escritorio y observaba cómo la pantalla de luz que se colaba por la ventana cambiaba de ruta y finalmente de intensidad hasta perderse de nuevo en las sombras. Una cerveza, dos quizá, y a dormir. O eso hizo hasta que el silencio percutió y, como suele suceder, las palabras comenzaron a cobrar sentido.
—¿Qué…?
Y tragó saliva. Ligeros escalofríos habían recorrido su cuerpo en las últimas semanas. A veces sentía temblar la pierna derecha o el ausente tacto de unos dedos largos y finos en sus mejillas. Ahí lo intentaba.
—¿Qué…? —repitió.
Pero nada llegó a responder.
—¿Qué ocurre? —formuló por fin al oír un suspiro.
Los meses se escurrían, filtraban entre los escasos huecos del atascado sumidero de la cocina. El tiempo lo había dejado atrás sin ofrecerle la menor explicación.
—Tranquilo, es hora de dormir.
Ante la sorpresa sufrió el desgarrar de sus párpados. No los recordaba abrir con tanta violencia. Tampoco la presión con la que sus uñas, descuidadas, le marcaron las piernas atravesando el pantalón de chándal. Con todo, se levantó de la silla del escritorio y se metió en la cama.
Esa noche dejó de apuñalar el blanco papel y a la mañana siguiente sonrió. Y también durante la tarde. Todavía tumbado en cama, mantuvo el gesto con los ojos fijos en el techo. Solo se levantó para ir al baño y comer algo a la hora de la cena. Un par de rebanadas de pan de molde con crema de cacao y una cerveza lo mantuvo ese día y también los dos siguientes, en los que no dejó de hablar. Ausente escuchó interminables historias hasta perder el conocimiento, el control de su esfínter y la fuerza necesaria para levantarse de la cama.
—Ella me dio forma durante muchos años.
—Sí —contestaba él.
—¿Recuerdas sus ojos verdes, la manera que tenían de mirarte?
—Sí —resonaba en la habitación.
—¿Qué me dices de su blusa azul de lunares blancos? ¿Recuerdas cómo le quedaba?, ¿cómo contrastaban aquellos bracitos blancos con la cara morena que siempre se le ponía en verano?
—Claro —y sonreía iluminando la habitación en favor de la crepitante vela.
—¿Qué te parece la casa de sus padres?
—No, no se parece.
—Ya sé que no se parece, que ese no puede ser el lugar. Me refiero a la que iban de vacaciones, ¿sabes?
—Me habló de ella.
—¿Crees que servirá?
—Me parece que sí —convino.
Y ya no se escuchó nada más. Ni su respiración ni el crujir del parqué al acariciarlo el sol durante el sucesivo fluir de las estaciones, solo el rápido y seco apagar de la llama sobre el escritorio. Por un instante, la claridad; todo lo que querría haberle dicho regresó para, sin demora, flotar de nuevo con los incontables brillos que quizá lo conecten todo y, solo con suerte, harán que llegue allá adonde tenga que llegar.
Diego Vale Couso. (Santiago de Compostela, España, 1995). Graduado en economía, ha trabajado como contable y gestor bancario. Ha publicado relatos en varias revistas: El coloquio de los perros; Babab e Ícaro.
Contactar con el autor: diegovalemail [at] gmail [.] com
Ilustración relato: Imagen realizada mediante técnicas de IA.
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El hombre que se evaporó, por Fernando L. Pérez Poza. En Margen Cero («Cuentalia» – 2002) |
La chica del calendario, por Aniceto Valverde Conesa. En Margen Cero (Biblioteca de relatos – 2008) |
El unicornio en el jardín, por Elena Ortiz Muñiz. En Margen Cero (Biblioteca de relatos – 2010) |
Revista Almiar · n.º 135 · julio-agosto de 2024 · 👨💻 PmmC · MARGEN CERO™
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