(Khaleena Neshofak)
relato por Claudia Solórzano

 

E

ra marzo y el arrebol crepuscular pigmentaba suavemente el cielo azul con una gama de matices cálidos e iluminados, degradados de un intenso escarlata. Instantáneamente, los tejados quiteños fueron cobijados por una tenue luz carmesí, dando la bienvenida al solsticio de verano en la capital. Esta permuta de temporada no solo concluyó con las fuertes precipitaciones fluviales, características de un aterido invierno, sino que además provocó la dinámica germinación de los capullos florales, ataviando a la urbe con alegres y vivas tonalidades como en un carnaval.

Desde las faldas del imponente Guagua Pichincha, un lobo de pelaje espeso y plateado apreciaba maravillado la suntuosidad de tan colorido paisaje. Apoyado sutilmente en una inestable y deslizante ladera situada en medio del inconmensurable bosque, sus ojos dorados admiraban perplejos la belleza natural e incandescente que engalanaba delicadamente ese pequeño fragmento de la creación. Quienes hubieran presenciado este hecho particular, podrían incluso sospechar que aquella mirada demandaba algo más.

Mientras esta escena tomaba lugar el follaje autóctono sufría una ligera transformación, pasando de un verde-marrón a un esmeralda-primavera con toques de limón. Inesperadamente, un sonido ensordecedor irrumpió en medio de la agreste espesura, sacudiendo bruscamente al animal de su dulce ensoñación para obligarlo a huir exasperadamente buscando protección. ¡Boom!, resonó con fuerza entre los árboles, provocando que los pájaros alzaran estrepitosamente su vuelo hacia las nubes.

A continuación se escucharon varios disparos al aire entre la maleza, confirmando lo evidente: los cazadores estaban cerca. La atmósfera etérea que inundaba el paisaje lentamente se desvaneció, despertando la resiliencia de un ser inocente en medio de una batida feroz. En tanto sus patas se movían enérgicamente, escapando de la despiadada persecución en su contra, sus verdugos urgían el paso, apuntando una y otra vez las armas en su dirección. Pese al cansancio, sus extremidades escalaron con firmeza las rocas apiladas en la pendiente, dejando su huella impregnada en el suelo húmedo y petricor del área.

Los sanguinarios monteros parecían no claudicar y, a espaldas de la fiera voraz, comenzaron a vociferar pautas y coordenadas para no dejarlo escapar, mas no lo consiguieron. Una vez apartado de aquella amenaza letal, el salvaje espécimen pudo rastrear un populoso y discreto matorral. Tras examinarlo, decidió camuflarse en aquel lugar para fácilmente espiar y vigilar a los loberos centinelas que lo acechaban con maldad. Pero pronto se percató de que no se encontraba solo en aquel oculto y distante seto.

¡Tuc-tuc, Tuc-tuc! —un pálpito frenético delató a un corazón exaltado, cuyo golpeteo rítmico y acelerado no solo evidenciaba un terrible miedo y pavor, por las eventualidades que se desarrollaban a su alrededor, también irradiaba una sensación singular, incluso familiar. Silenciosamente, el mamífero montaraz resolvió aguardar el momento exacto en el cual la misteriosa criatura se revelara y lo atacara, empero eso nunca aconteció. ¿Quién era aquel enigmático ser con el que compartía proximidad?

A medida que los minutos avanzaban aquella cercanía empezó a incomodar e impacientar al indómito ejemplar quien, impulsivamente, se dispuso no esperar más y abandonar aquel frondoso macizo para desplazarse a su hogar. Para su sorpresa, la extraña entidad contigua se le adelantó, incorporándose paulatinamente para exhibir su anatomía con precaución. Desconcertado y a la defensiva, el bronco vivíparo no podía dar crédito a lo que sus pupilas áureas estaban presenciando.

—¡¿Una humana?! —incrédulo replicó.

La fémina en cuestión no se asemejaba a los martirizadores que merodeaban entre la extensa vegetación, ni a aquellos que residían en la selva de concreto edificada meticulosamente entre las llanuras; ella salía de lo cotidiano, de lo habitual. Su cabello castaño y lacio caía cual cascada por su delicada y contorneada espalda, resaltando el brillo que los destellos solares dejaban en su inmaculada piel aceitunada. Repentinamente, un ligero resplandor entre las ramas se filtró ofuscando efímeramente al montuoso can de su iridiscente visión.

Sobresaltado, por aquella inesperada ceguera, su pisada retrocedió, y en un ademán protector un gruñido de su pecho se escapó, mostrando sus colmillos afilados como señal de precaución. Repentinamente, una llamarada de emociones cándidas, de tendencia noble, lo cobijó, sosegando la furia vehemente de su instinto protector. Poco a poco sus retinas recuperaron ágilmente su percepción y la primera imagen que a lo lejos vislumbró fueron un par de pupilas cobrizas, que lo miraban con especial atención.

—¿Quién es esa mujer? —en su fuero interno se cuestionó; y antes que su pregunta obtuviera alguna contestación, la mística dama partió apresuradamente en un trote veloz. Un impulso singular apremió al salvaje espécimen a emerger de la vasta espesura, y emprender una fuga veloz, persiguiendo el rastro que había dejado aquella joven de ojos flameantes y llenos de amor. Su majestuoso galope tenía un estilo confiado y despreocupado, como si la suave caricia del fino césped debajo de sus patas lo hubiera emancipado.

El grácil roce de la brisa relente en su plomizo y tupido pelaje lo conmocionó, pues en ese momento comprendió que son esos pequeños detalles a los que la humanidad le ha restado valor. —¿Por qué se han vuelto esclavos del dinero, del poder y la ambición? Si vieran a su alrededor, se darían cuenta de que la vida es mucho más que lujos y utilitarismo carente de sentido y compasión; es una lucha constante entre el miedo y el amor… —profundamente reflexionó, mientras divagaba entre los vestigios de broza carente de un rumbo fijo y sin orientación.

Finalmente, llegó a lo alto de un rocoso y erosionado peñasco en donde, bajo la sombra de un frondoso árbol, una figura misteriosa contemplaba maravillada la opulencia del plenilunio estrellado. Meticulosamente se aproximó, y en cada paso su figura lentamente transmutó en una hermosa doncella, cuya acendrada belleza no tenía competencia, que caminaba con la mirada fija en aquella extraña silueta. Mas pronto su pisada rápidamente retrocedió, y una expresión de incredulidad en su rostro raudamente se dibujó.

—¿Quién eres tú? —visiblemente aturdida interpeló.

—¿Es que acaso no lo ves? ¡Yo soy tú! —la imagen frente a ella replicó.

No podía entender lo que aquello significaba, pero la franqueza con la que aquel espíritu altruista se manifestaba, colmó su corazón de bonhomía, conmiseración y empatía, proyectándola a una especie de serendipia utópica, que progresivamente su esencia trastocaba. Era una experiencia inefable y poco convencional, que cualquiera en su lugar hubiera asumido como una enajenación irreal. Sin embargo, tenía curiosidad: ¿cuál era el propósito de aquella epifanía ascética y sobrenatural?

—¿Qué significa todo esto? ¿A dónde quieres llegar? ¿Qué buscas de mí? —exasperadamente demandó.

—Tus preguntas están incorrectamente proyectadas… —musitó afablemente su alter ego—. No es relevante lo que este momento implica, sino lo que representa… —subrayó, mientras su mirada se replegaba nuevamente hacia el firmamento constelado—. ¡Me has encontrado! Lo que significa que ya no te encuentras perdida, has convergido hasta llegar a mí: ¡Tu verdadera esencia!

En un principio, ella poco o nada le creyó, pero algo la hizo cambiar de opinión: la benevolencia con la que sus pupilas flameaban mientras observaba la luna llena en su máxima luminiscencia y gravitación.

—No consigo comprender… ¿A qué te refieres? ¡Dímelo de una vez! —airadamente exigió.

—No tienes por qué molestarte, yo solo quiero mostrarte algo que en ti nunca podrá marchitarse… En una época distante y ajena, los mortales vivían de otra manera, rodeados de afición, paz y exculpación. Pero su avaricia, envidia y apego a cosas superfluas dañaron lo que un día ellos alcanzaron, destinados a vivir con melancolía y añoranza de aquel tiempo que atrás ha quedado. Tus ojos son el recuerdo de una promesa, la cual afirma que más allá del sol y la luna llena, el amor verdadero siempre triunfará —suspiró y su mirada se llenó de aflicción, pero, sin derramar una lágrima, su cavilación ella continuó—. Mientras estábamos escondidas en aquel zarzal, a pesar del miedo y aprensión, tú nunca te dejaste guiar por sentimientos de rabia, odio y decepción, a pesar de que ellos querían tu aniquilamiento y defunción. Poco o nada queda, de la compunción hacia otros seres que tienen el mismo derecho de coexistencia, pues el hombre se cree superior a aquellos que únicamente usan sus garras para defenderse de un sacrificio sin explicación. Y para ser abiertamente sincera, tienes razón cuando recalcas que sus corazones se han dejado seducir por el peculio, la animosidad y pretensión. Es por esa misma razón, que nuestros ancestros nos han condenado a habitar debajo de esta piel gris y espesa, viviendo en recelo constante de convertirnos un día en la presa de aquellos individuos que ya no les afecta nuestro miedo y desesperación.

—Hmmmm —la interrumpió, y tomando un largo respiro se lamentó—. Parece que el camino es sempiterno… Hay que aceptarlo: ¡El mundo no es un lugar mondo y reposado! La realidad supera con creces las expectativas de cualquier nefelibata u optimista ilusionado…

 —¡Te equivocas! —la reprimió en ese mismo rato—. Existe esperanza… ¡Miralos! —musitó, apuntando con su dedo índice a la ciudad erigida entre las faldas de la imponente montaña—. Están cambiando… Los más jóvenes tienen aspiraciones distintas; sueños opuestos a los de su ascendencia. Durante años han presenciado tanta maldad y violencia, y no quieren que lo poco que les queda desaparezca. Ahora alzan su voz por quienes no pueden pronunciarse; reclamando los derechos que corresponden a la flora y fauna salvaje, a quienes los ancianos por años han calificado de seres inconscientes o bestias ignorantes. Pero ello no significa que sea el final de este largo sendero, aún tienen mucho que aprender; les falta descubrir una verdad inmarcesible e innegable. Tu corazón la ha experimentado, palpitando a su ritmo en cada paso, mientras huías agobiada de lo que pudo ser un violento desenlace. Supongo que descifras cuál es…

Ella sonrió. Por supuesto que sabía con certeza a lo que aludía su conciencia pareja; mas ahora que había dialogado tanto sobre moral y ética, prefería disfrutar con limerencia el tenue roce de la aurora en su cara lavada. En la brisa una sonata meliflua repiqueteaba, con notas dulces y cálidas, anunciando la llegada del alba sobre los agrestes, rosas y matas. Poco a poco el rocío de la mañana se palpaba, y el firmamento de azul índigo se perennizaba, entregándole a este planeta singular una nueva oportunidad de florecer, sobrevivir y mostrar su empírica inherencia.

 


 

Claudia Vanessa Solórzano MoránAutora ecuatoriana. Ha participado en espacios de literatura dentro de su país, como, por ejemplo, ASOARTES  – El Faro (elfarorevista.wordpress.com/ 2017/05/01/akhedni-maak/)

 Página de la autora: linkedin.com/in/ claudiasolorzano13/

 Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 99 · julio-agosto de 2018

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