relato por
David Quinzán Roca
E
ste año los pájaros han llegado al bulevar antes de lo acostumbrado. A ella le parecen más grandes que otras veces, con una insolencia en el volar que le agrada. Al tercer día, algo sorprendente: han hecho un nido en su terraza. Otros años podían merodear por allí, pero salían espantados en cuanto percibían su sombra. Ahora han hecho un nido. No, hay dos nidos en el tendedero viejo que reposa contra la pared.
A ella no le importaría no salir más a la terraza si así los pájaros se fueran a quedar. Pero la curiosidad le puede y sale y ellos no se asustan. Para su alegría la ignoran. Los ve trajinar de la mañana a la tarde, subiendo y bajando con insectos en el pico. Las hembras deben de estar incubando.
Después de unos días se oyen muchos píos. Será que los pollos han nacido. Algarabía tras la cristalera. Ella cambia el chándal por vestidos y se maquilla y se perfuma aunque no salga de casa. Y se queda absorta mirando a los gorriones pensando que son un don del cielo.
Ella come muchas veces revuelto de setas con una rebanada de pan de molde. Como ya hace calor hoy tiene las ventanas abiertas. Deshace unas migas y las esparce por la mesa frente a su plato; se avergüenza de su patético gesto. Pero las dos parejas entran con vuelo grácil y se posan para picotear el mantel ordenados y serenos. Y al momento entran otros dos gorriones, un petirrojo y un jilguero. Ella parte más pan y todos comen. Cuando terminan se quedan un rato, descansan. Ella piensa: «Son valientes estos fringílidos». No quiere creer que se trata de la visita de sus muertos, porque esas historias son para otros viejos, no para ella. Pero ojalá fueran la Elisa y la Manuela y las demás. O por lo menos su marido Antonio —que le hizo el feo de morirse el año pasado— con la pandilla de cuando eran jóvenes.
Todos los días comen juntos, posados ellos en orden en la que una vez fue mesa familiar. Ya no es pan sino alpiste. No comete el error de hablarles ni comete el error de silbarles canciones viejas; cuando ella despierta de la siesta siempre se han marchado ya. Deduce que se trata de una aristocracia paseriforme con querencia por la ciudad. Los pollos ya son volanderos y se unen y la casa ahora es plena alegría a la hora de comer. Las deposiciones no le importan, el ácido le está estropeando el parqué, pero el parqué le da igual. Los pollos se confían y se le posan torpes en los brazos y la cabeza, respetuosos la abandonan cuando se queda dormida.
Un día amanece con tormenta y frío. Se levanta y no oye a los pájaros. Va hasta la sala y ve a dos halcones peregrinos posados en la terraza. Son bellos como jerarcas mesetarios; una belleza tallada por el peligro y los vuelos en picado. La miran fríamente y en sus ojos hay una genealogía asesina y una nostalgia del reptil. Ella saborea lágrimas saladas. Se le ocurre que nunca tuvo suerte en la vida y le vuelven a la cabeza las mañanas desganadas y un garabato negro de enfermedades y soledad. Sabe cómo tejer un simulacro del olvido: caminar diez mil pasos, hacer la compra, meterse en el cine de Fuencarral, sentarse en la iglesia de San Bernardo para pedir perdón por hacerse ilusiones, por engañarse a sí misma, por seguir creyendo en los golpes de suerte.
En Día compra un conejo envasado al vacío, limpio, entero y a medio trocear, listo para el estofado o el guiso. Nunca le gustó pero piensa: «Quién sabe, a lo mejor con los años me ha cambiado el paladar y le cojo el punto».
Cuando vuelve a casa son ya las dos del mediodía y los halcones siguen allí, serios, de espaldas a la calle la observan tras el cristal. Ella vuelve a hacer revuelto de setas y se sienta a comer. Se levanta y regresa de la cocina con el conejo sin el plástico. Lo tiende frente a sí en la mesa y abre el ventanal de la terraza. Los halcones entran con saltos solemnes y mientras ella come ellos devoran la carne con picotazos voraces y violentos. Se pelean y aquello es un desorden de plumas sueltas y añicos de conejo. Los llama al orden con un grito autoritario, ellos cesan. Los tres terminan la comida en paz.
David Quinzán Roca. Nació en Lugo en 1981, es músico y vive en Madrid.
🖲️ http://davidquinzan.com/
Ilustración relato: House Sparrow female erythristic, por Dr. Raju Kasambe, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons
TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
![]() |
![]() |
![]() |
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 135 · 👨💻 PmmC · julio-agosto de 2024
Lecturas de esta página: 148
Excelente relato. Gracias por deleitarnos con estos escritos