relato por
Paula Aldana Vite

 

A

Daniel lo velaron y lloraron un día entero.

Había muerto al amanecer, en el momento justo en el que el sol desplegaba su luz multicolor, mientras las alegres aves comenzaban a romper el silencio con hermosas melodías, al momento en que los sueños terminaban y despertaban realidades.

Un violento chirrido de llantas, un golpe seco, duro y nada más, eso bastó para apagar la vida en los ojos de Daniel, de los que ahora escurrían sueños incumplidos en pequeños hilillos de sangre.

Un segundo en el momento equivocado y ahora yacía ahí, arrojado a un lado de la calle, inerte, con los brazos y piernas extrañamente flexionados, igual que una marioneta abandonada por el titiritero, con el rostro vuelto al suelo para que el cielo no fuera testigo de su tristísima sorpresa.

Daniel había quedado junto a un inmenso bache en el que se veía la imagen de una Virgen, a la que cada amanecer le llevaba flores con la esperanza de obtener su protección y favores, flores que milagrosamente habían quedado acomodadas alrededor de ese cuerpo roto.

Del culpable nada de supo más que la certeza de que era un hombre despiadado. Mira que dejar así a un ser humano, en medio de la nada, sin saber el daño ocasionado. «Un ser sin corazón», pensarían todos.

Lo encontró Rosa, quien sacudió el solemne momento de la muerte con un terrible grito que terminó de despertar al mundo.

La gente se acercó, los vecinos salieron entre pijamas de colores, ojos hinchados y espantados, acongojados, tristes al descubrir a Daniel.

Algunos apenados volteaban la cara al ver el cuerpo en esas condiciones inverosímiles, la muerte no tiene decoro y su humor es de lo más extraño, no le da tiempo a nadie de ponerse guapo, de posar, no avisa y no le importa el espectáculo final.

Daniel, en la orilla de la calle cerraba con broche de oro su vida, listo para la portada del diario alarmista de la zona, en medio de miradas curiosas de conocidos y extraños, perdiendo por completo el pudor, bajo la lente de cámaras discretas e indiscretas que mandaban esa imagen dolorosa a todo el mundo en un abrir y cerrar de ojos.

Los vecinos esperaban a Luz, la esposa, la compañera, la eterna enamorada de Daniel no tanto por acompañarla sino para ver la reacción y captar el momento justo de la agonía. Supieron que se acercaba por sus gritos, salió como alma en pena, con la crema de noche aun en la cara, con el cabello salvajemente despeinado, descalza, temblando, con el rostro desencajado y las palabras atoradas en el nudo de su garganta.

Algunos vecinos compadecidos y con el corazón apretujado la detuvieron para que el impacto no fuera tan terrible ¿Tan terrible? ¿Sería la palabra adecuada? No querían que viera a Daniel así, en una posición que no sería posible físicamente, ni por el mejor de los contorsionistas. Todo era gritos y confusión, llanto, empujones y jalones alrededor de Daniel.

Otros vecinos al no saber qué hacer con la tragedia de Luz decidieron cerrar la calle como protesta al no poner un aviso de precaución sobre la imagen de la Virgen o en su defecto tapar el bache que había causado la muerte de Daniel.

La consecuencia no solo fue el tránsito desquiciado, el ensordecedor ruido de pitidos y ofensas, Daniel tuvo que esperar más de una hora en el frío asfalto, abrazado de Luz que lo bañaba con sus lágrimas, medio cubierto por una sábana triste a que llegara la ambulancia.

Los paramédicos lo levantaron con cuidado y delicadeza, empáticos al dolor de Luz que aullaba cada vez que tronaba o colgaba algo de forma imposible del cuerpo de Daniel.

¡Pobre Luz! La nueva viuda no podía creerlo, no sabía cómo comportarse en esa nueva condición de su vida, sin Daniel ¿Por qué a ella? ¿Acaso hizo algo mal? ¿Y por qué no? ¿Qué tendrían de especial ese par de almas gemelas para no sufrir tragedias? Y pensar que esa mañana no se habían dicho un te quiero.

Luz estaba tan conmocionada y enojada al mismo tiempo que respondía con violencia cuando alguien al tratar de consolarla le decía que todo era la voluntad de Dios, que la Virgen del asfalto necesitaba a hombres piadosos como Daniel a su lado, que los designios de Dios son misteriosos e incuestionables.

«¡No, no, la virgen ya tiene a las huestes del cielo! ¿Para qué quiere a mi Daniel que ni a misa iba?».

Lo peor de todo, pensaba Luz, no sin culpa, era que ella por más que lo intentó nunca pudo ver en ese mugroso bache aceitoso la forma de una Virgen, misma que ahora le había quitado a su marido. Tal vez ahora pagaba las consecuencias de no tener fe.

Los vecinos contagiados por la pena comenzaron una colecta para el sepelio, así que cada carro que dejaban pasar debía proporcionar una cooperación voluntaria. Al final del día don Tomás juntó el dinero para cuatro sepelios pero de eso nadie se enteró,

Compraron la caja más bonita y en un dos por tres la sala de la casa de Luz y Daniel se había montado un velatorio con flores, coronas, sillas, veladoras, comida y un sacerdote que llegó a toda prisa para oficiar la misa a cambio de una módica limosna no menor de cuatro cifras.

Luz seguía sumergida en el dolor y apenas vio la caja sin pensar en nada más corrió hacía ella a aferrarse por última vez a Daniel. Lloraba desconsolada y los vecinos, preocupados por ella, le iimpidieron abrir el ataúd, el pobre de Daniel había quedado muy lastimado, Luz se merecía un mejor recuerdo.

«¡Ay, Daniel! ¿Por qué me dejaste?».

Los vecinos abarrotaron el lugar en un desfile interminable de dolientes que entraban y salían en silencio, lloraban, murmuraban algo, se santiguaban, comían, daban el pésame, un abrazo, entraban y salían vendedores ambulantes, sedaron a Luz imposibilitada de resistir el dolor, entraba cualquier paseante que quisiera a despedirse de Daniel.

La carroza fúnebre llegó, era la hora del último viaje de Daniel.

Entre sus cuatro mejores amigos cargaron la caja, Luz medio perdida iba colgada de la misma sin dejar de llorar.

Lanzaba los gritos más agónicos jamás escuchados y, la verdad, no era para menos. Las mujeres lloraban con ella, Rosa tuvo que cachetearla un par de veces para calmarla, el resto de los vecinos no sabía dónde poner los ojos, incómodos por el dolor ajeno y aliviados de no estar en los zapatos de Luz.

El silencio se hizo cuando la carroza emprendió la lenta marcha y los dolientes en silenciosa y larga procesión avanzaron acompañado a Luz y Daniel hasta el panteón.

Los mariachis llegaron rompiendo el incómodo silencio con su más triste repertorio. Todos avanzaron dejando la calle cerrada y la casa de Luz y Daniel más triste, sola y sucia que nunca.

En el panteón tuvieron que detener a Luz quien en lugar de puño de tierra quería aventarse ella. Sus alaridos helaban a cualquiera.

Los sepultureros parecían moverse en cámara lenta, hasta el viento parecía soplar de manera diferente.

Al final, Daniel estaba en su nueva morada, al mismo tiempo que caía la noche y las últimos rayos del sol radiante se despidan, dejando en silencio los árboles que momentos antes se llenaban con la algarabía de las aves.

Sacaron a Luz casi a rastras entre varios vecinos que no sabían qué hacer con ella.

«Pobre Daniel», comentaban, «morir así».

«Pobre Luz», y bajaban la mirada para contener el llanto, «ahora se ha quedado sola».

«Todo ha terminado. Ya descansa en paz», sentenció Rosa mientras salía del panteón.

¡Ay Daniel! cuánto revuelo causó tu muerte, cuánto caos que mientras te velaban tú esperabas tendido en una fría plancha de acero en la morgue, remendado de arriba a abajo, triste y solo, a que el alma piadosa de Luz se acordara de ti.

 


 

Paula Aldana Vite

Paula Aldana Vite (3 de septiembre de 1974). Mexicana.
«Gran aficionada a la lectura y escritura. Recopiladora de historias y admiradora de mi hermosa cultura mexicana, sus creencias y misticismo. No pretendo nada más que compartir un mundo diferente al habitual y al mismo tiempo tan parecido. La inspiración de mis cuentos proviene de los miedos del ser humano, de los que no hablamos pero que de un modo u otro no nos dejan vivir con normalidad. Voy buscando historias que va contando la gente por ahí, en especial las que nadie quiere creer, esas historias que hacen volar a la imaginación y no nos dejan dormir».

🖥️​ https://paulaaldanavite.blogspot.com/

👉 Leer otros relatos de esta autora (en Almiar): CorazónLos garbanzos de la abuela

Ilustración relato: Detalle de foto de Karolina Grabowska en Pexels [dominio público]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 115 · marzo-abril de 2020

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