artículo por
Luis Méndez
L
a cultura se nutre de diversas disciplinas, unas mayores y otras menores, algunas incluso bastardas en el sentido (no clásicamente peyorativo) de que son hijas de padres no reconocidos cuya función es la manipulación en la sombra.
Marx decía que el oro circula porque tiene valor, pero el papel moneda tiene valor porque circula. No hace falta ser marxista para aceptar tal premisa. Por su parte, Sábato (tolstoiano y crítico con el socialismo real) afirmaba que lamentablemente, en estos tiempos en que se ha perdido el valor de la palabra, también el arte se ha prostituido, y la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda. Tampoco hay que ser muy progresistas para considerar que la ideología, el derecho, las ideas y en definitiva lo que consideramos cultura en una sociedad dada, está determinada fundamentalmente por su sistema económico. Ello se evidencia día a día, y sobre todo gracias a la colaboración entusiasta de muchos medios culturales y de comunicación (universidades, asociaciones, editoriales, librerías; incluso quioscos que son verdaderos banderines de enganche ideológicos donde se pontifica sobre dios y el diablo). Cuando decimos progresistas lo decimos en su sentido más lato y contrapuesto a un concepto inmovilista. Imaginemos un pasado prehistórico en el que se enfrentaran dos fuerzas antagónicas ante los descubrimientos del momento: unas que desearan, por ejemplo, aprovechar el fuego como un elemento beneficioso (progresistas en el sentido del calor, de la cocina, de la defensa), y otras que lo consideraran como un elemento demoníaco (conservadores de la ausencia de fuego). Este ejemplo se puede desarrollar en sucesivas secuencias, tales como las que se han dado a lo largo de la historia.
La frase de Sábato contiene además un párrafo muy significativo: un acto similar al de imprimir papel moneda. Efectivamente, igual que el dólar —que se imprime e imprime sin necesidad de un respaldo real—, muchas obras de arte reciben el respaldo de la sociedad no por su valor intrínseco, sino porque circulan y se cotizan alto en el mercado. Las causas técnicas y artísticas de tal preeminencia resultan confusas, y no precisamente por incapacidad cultural o técnica del analista. Esto lo podemos comprobar con muchas obras renombradas, de las cuales es difícil saber cuál es la cualidad que las ha situado muy por encima de otras con tantos o más méritos. Fenómeno que a su vez es reversible: hay muchas obras geniales de las cuales ignoramos la causa de su exclusión.
Aunque no resulte evidente, todo esto traslada sus efectos sobre las reglas generales y más comunes de la sociedad, lo cual es muy importante, sobre todo para quienes detentan el poder. Todo porque, por muy justo que pretenda ser ese poder, cualquier regla que él no haya creado, enerva su fuerza. Más si ese poder desea desarrollarse sobre la libertad de promover desequilibrios, desigualdades y privilegios egoístas.
Antes de continuar, es preciso resaltar la importancia de tales disciplinas como elementos cohesionadores de la sociedad, y que bien presentadas son capaces de justificar lo injustificable. Hace menos de cien años (1963), en EE.UU. resultaba admisible que un ciudadano de raza negra no pudiera votar, beber en determinadas fuentes públicas u ocupar cualquier asiento en el autobús. Eso por no hablar de linchamientos, ahorcamientos y otras singularidades de la superioridad moral y racial. Y esto no extrañaba a aquellos que consideraban a la Estatua de la Libertad como representación fidedigna del país y de la defensa de los derechos humanos. No cosas distintas ocurrían en otras partes del mundo que se proclamaban altamente civilizadas. Albert Camus, entre otros muchos intelectuales similares, es considerado un adalid de la justicia, lo que no evitó que en la guerra de independencia entre Francia y Argelia proclamara que entre su madre y la justicia, él elegía a su madre, Su madre era Francia, la justicia el derecho de autodeterminación de Argelia; y lo que es más importante (sedimento real de la cultura) el derecho a disfrutar de sus materias primas, lo que no ocurrió hasta muchos años después.
Hoy en día la música y el cine son dos agentes imprescindibles para ofrecer una realidad paralela, que incluso tiene más presencia —más virtualidad— que la propia vida real. Nos han convencido de que los sueños son más reales que las propias pesadillas de la realidad (hambre, paro, enfermedades, ausencia de vivienda, frío, incultura, maltrato, abandono…), y, por supuesto, bastante más baratos. Incluso en el ámbito del lenguaje, lo virtual, que tenía una significación fuerte (RAE: Virtualis, Del lat. mediev. y este der. del lat. virtus ‘poder, facultad’, ‘fuerza’, ‘virtud’) se ha convertido en una irrealidad real o en una realidad irreal, que es lo mismo. Todo con tal de renunciar a la seguridad, a la igualdad y a la fraternidad, palabras rancias que por lo visto obstaculizan un espíritu verdaderamente libre y emprendedor.
Respecto a la música, una joven roquera de México decía que el rock no era solo un tipo de música, sino también un estilo de vida. Cierto. Esa música, como las demás, implica, por lo general, un tipo determinado de sociedad y de costumbres que en nada están desconectadas con los principios (conveniencias) del sistema económico que la sustenta. Curiosamente repudiado al principio por la sociedad bien, fue asimilado y convertido en símbolo de la libertad que maneja determinado sistema de sociedad. Otra mexicana, en este caso profesora universitaria de historia del arte, ponía en duda que las letras de los Beatles fueran generalmente progresistas. Ponía varios ejemplos, entre ellos el de la canción Let it be, es decir, déjalo estar. (Me despierto con el sonido de la música,/ la Virgen María se me aparece,/ diciendo palabras sabias: déjalo estar…); es decir, una forma subliminal de recomendar conformismo. Todo esto, por supuesto, hay que interpretarlo de una forma general y flexible. No olvidamos figuras señeras que han sido representantes contraculturales, aunque contracultura no sea siempre sinónimo de cambio social verdadero.
Respecto al cine la cosa es más evidente: un cine con unos contenidos políticos, subliminales y no tan subliminales, que permanentemente y ante cualquier asunto (películas de crímenes, por ejemplo) han de propagar no su mensaje cultural, sino su propaganda. Y con un carácter caricaturesco que sorprendentemente parece tiene más poder de convicción que un lenguaje superior y más artístico. Es decir, que no solo hay una degradación en los contenidos, sino en sus aspectos técnicos si como tales admitimos el medio a través del cual se manifiestan. Aquí, dentro de este mundo de la arsología, también podríamos hablar de los aspectos estéticos, que no son tan casuales (la ética es estética, por ejemplo).
Esta caricaturización nos dice algo aún más peligroso: que si se le opone una cultura seria y verdaderamente artística esta lleva las de perder. Lo superficial sobre lo profundo; lo simple sobre lo complejo; el plano sobre el volumen; lo fácil sobre lo complicado; el bueno contra el malo: si nosotros somos los buenos, ellos, indefectiblemente, han de ser los malos; es decir, todo tipo de dialéctica borrado de un plumazo por aquellos que anteponen la conclusión al proceso que ha de llevar a ella.
De aquí podríamos extendernos a la filosofía, que es el otro brazo del poder. Si Kant resolvía la duda con más duda y agnosticismo, Hegel decía que la filosofía era la religión racionalizada. Los filósofos posteriores derivaban unos en que la filosofía solo podía avanzar un paso si se convertía en ciencia transformadora, y otros, idealistas en el fondo (y algunos incluso miembros del partido nazi) ofrecían unas soluciones, a veces ininteligibles, que no resolvían nada y en definitiva eran un déjalo estar más.
En nombre de la libertad se elevó el arte abstracto a la supremacía de la estética. Reflejar la realidad (más si es fea) estaba superado. El arte pictórico no podía ser un remedo de la fotografía. Por supuesto, para nosotros el Guernica es más realista que abstracto. Y el Díptico Marilyn, de Warhol, sin ser abstracto está en un lugar en el podio de lo magnífico que no llegamos a comprender, así como su cotización. No vemos ni la dificultad técnica ni la representación de qué representa Marilyn Monroe en la realidad de nuestra sociedad. Es más, aparece menos bella que en otras fotografías suyas. Quizás si hubiera sido una denuncia clara contra el poder, no estaría donde está, ni valdría lo que vale (doscientos millones de dólares; para los antiguos, algo así como treinta mil millones de pesetas). Y nos atrevemos a estas consideraciones basándonos en una de las premisas del arte moderno, la de que no hay reglas, y la obra vale lo que vale para cada espectador. Para los arquitectos de una determinada diputación, una compresa dentro de una caja de cartón era el no va más de la creatividad. ¿Que rompía cánones? Será.
Ausencia de reglas en todo. Qué buena norma (única) para que no se pueda limitar la discrecionalidad del poder. Una discrecionalidad que permita evaluar las cosas con pesas distintas, a conveniencia del juez de turno. Incluso en el mundo del derecho se están abriendo vías que prefieren la libérrima potestad del juez por la cual puede aplicar una sentencia del mil ochocientos y pico al sistema tasado de leyes positivas que dicen encorsetan la equidad.
Incluso el mundo de la moda contribuirá a ello. Hoy lo bello son pantalones pitillo y chaquetas ridículamente raquíticas. Mañana se impondrán chaquetas con hombreras descomunales y pantalones campana. Pasado mañana smoking, y el otro vaqueros rotos. Y cuidado, vestir demodé se convertirá en una mancha social excluyente, porque el que no va a la moda denota que es una persona que está al margen o fuera de las tendencias más comunes (un outsider en lenguaje in); en definitiva, un inadaptado sin remisión con tendencias peligrosas.
Eso si no entramos en el terreno de la bioquímica y de la psiquiatría. Si se es inconformista (palabra vieja y oxidada) significará que se padece un desequilibrio social-mental; que se es tóxico y antisocial, y todo por un fracaso personal en la sociedad de las oportunidades. ¿Por qué derivar la culpa a quién la tiene (es decir, quien se beneficia del mando) si esta se puede fraccionar en una miríada de individualidades dispersas e inconscientes?
Si se observan los programas televisivos sorprende que en la mayoría de los casos las carcajadas estentóreas sean la regla. Es como decir ¡somos felices, por lo tanto, todo va bien! Y si llegan personalidades de talante serio o preocupado vemos que a lo largo de programas sucesivos van perdiendo su personalidad originaria y que algo les va obligando a unirse al coro de los felices y bailones. ¿Por qué? ¿Casualidad? ¿Mimetismo? ¿Que aquí hay que demostrar que vivimos en el mejor de los mundos?
En definitiva, que nada es espontáneo bajo el sol, y que en muchos aspectos, la cultura, la cultura menor, cubre estos espacios que a veces son más importantes que los de la cultura seria y por ello aburrida y minoritaria, en cuanto despliegan su poder sobre la mayoría. En el caso de las élites no hace falta adocenarlas, el premio económicos por sus méritos las anclarán al sistema que los mantiene.
El sistema está bien pensado. Dicen los expertos en control mental que en una cárcel o campo de prisioneros basta con dominar al cinco por ciento de los reclusos para que no haya conflictos. Por lo tanto, fuera de la cárcel, ganémonos al cinco por ciento de los más avispados y ayudémosles entonteciendo al resto. ¿No resulta extraño que programas infames, pero de gran audiencia, provean de tan buenos sueldos a sus estrellas mediáticas?
Antes hablaban al pueblo los Demóstenes; discursos que quizás hoy no lograríamos entender. Si se leen fragmentos de debates en la I y II Internacional se comprueba que discutían sobre cuestiones económicas que muchos de nosotros no logramos entender hoy por su alto nivel de complejidad.
Hoy, por el contrario, no son los políticos los que reúnen a grandes auditorios, sino las estrellas del espectáculo. ¿Y qué dicen los poetas musicalizados? Más bien poco. Ídem las estrellas del deporte. Ídem los cotilleadores de la televisión. Los cómicos se hacen políticos, y los políticos, en un gran porcentaje, cómicos. Por eso, ¡abajo la seriedad! Qué estúpido preocuparse y ocuparse cuando Roma paga los espectáculos públicos.
Luis Méndez Viñolas. Graduado en derecho. Exfuncionario de carrera. Publicaciones en Diario Sur, de Málaga; Sol de España, época Haro Tecglen; Ideal de Granada, Revista del Ministerio de Educación; Periodistas.es; Xornal de Galicia; Nueva Tribuna; El Obrero Periódico Transversal; Rebelión; autor de El Club de los suicidas o el malestar de la conciencia (Universo de letras/ Planeta).
📨 Contactar con el autor: luis-mv-2018 [at] hotmail.com
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Ilustración: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar • n.º 122 • mayo-junio de 2022 • MARGEN CERO™
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