relato por
Gabriel Cocimano
D
etrás del oscuro ventanal de la mansión enclavada en el peñón de los Náufragos, dicen que una mujer solitaria sobrevive al paso de los tiempos. Nadie la conoce, pero sin embargo, sabe asomar su silueta a través del cortinado de satén púrpura, cuando la nieve cae frágilmente invadiendo los caserones del levante.
Los ancianos del lugar afirman que, siendo niños, el peñón estaba habitado por una princesa rebelde, apasionada por las artes. Y que, quienes la han visto por última vez, ya no están entre los mortales. Casi nadie se atreve a cruzar la hondonada para llegar hasta el peñón. Pero no es cierto. Nadie, en verdad, se aventura a merodear las puertas de la mansión.
Un siglo y medio atrás una tempestad hizo encallar, a metros del peñón, un clipper británico del siglo diecinueve. La leyenda dice que murieron allí medio centenar de inmigrantes, destinados a habitar las tierras bajas, cenagosas, del lado oriental. Y que los sobrevivientes se dispersaron a lo largo de la aldea, para perderse en el hilo de los tiempos.
Los pocos marinos que llegan hoy hasta el peñón, le temen a sus historias. Los buzos tácticos prefieren evitar las profundidades de sus aguas. Supersticiosa o no, la gente de mar le rehúye hasta el espanto a las geografías condenadas por el misterio. La leyenda poco dice de la tripulación del clipper, aunque sí menciona a alguno de ellos entreverados con los sobrevivientes.
Cae la tarde, y las luces se encienden en la mansión misteriosa. Desde las casas bajas del levante, el peñón es como un faro que ilumina la bahía. Aquellos desdichados inmigrantes de la goleta inglesa perdieron con la tragedia toda chance de regar con hijos la región de los Náufragos, tan inhóspita como prohibida.
Cuando sopla con fiereza sobre la bahía, el viento transporta a la medianoche músicas que susurran en el barrio bajo. Los ancianos afirman que, cuando suena La Tempestad en el Mar, de Vivaldi, la enigmática mujer de la mansión retorna de los infiernos. Si, en cambio, resuena El buque fantasma, de Wagner, es que estalla en arrebatos de melancolía.
Puede que la interpretación de los ancianos haya sufrido adulteraciones a lo largo de los años. Después de todo, ellos, herederos de los sobrevivientes del clipper, conocen más sobre la leyenda que la versión borrosa que atesoran de sus antepasados. Tal vez por eso es que conjeturan que la mujer del peñón sea la misma princesa rebelde que sus antepasados concibieron, no sin espanto y admiración.
Pero, yendo al punto, aquella leyenda afirma que, mimetizado entre los sobrevivientes del naufragio, se encontraba el capitán de la goleta, quien prefirió vivir a honrar su memoria, al huir antes de que su nave perezca sobre las costas rocosas, abandonando a la tripulación y a los pasajeros a su suerte. Dicen que allí fue donde comenzó la maldición en la bahía de los Náufragos.
Durante el duro invierno, los ancianos se reúnen a beber café en la tasca. Desde allí, se vislumbra el fastuoso ventanal de la mansión. Borrosa, detrás de las cortinas purpúreas, suele recortarse la silueta de la mujer, en esos días de copiosas nevadas. El misterio de la princesa siempre es un disparador en los corazones de aquellos parroquianos de la tasca, quienes carecen de todo, excepto de tiempo.
La leyenda también habla de un hombre de mar que se precipitó trágicamente del peñón. Los ancianos admiten que, entre los imprecisos recuerdos familiares, hay uno que implicaba a la princesa: un silencio infame en su torno, tras la tragedia. Los rumores, que la leyenda no desmiente aunque tampoco convalida, sostienen la culpabilidad de la dama rebelde en los hechos que precipitaron aquella catástrofe.
Rumores y leyenda coinciden en un punto: el capitán del clipper estaba urgido por arribar a estas tierras, ansioso por desposar a una mujer acaudalada. Eso explica, en parte, que haya violado el código honorable de hombre de mar. Pero, ¿mimetizarse, como un cobarde, entre los sobrevivientes, para no ser reconocido? Hasta aquí, la coincidencia entre ambas versiones.
Según la leyenda, las huellas del pusilánime capitán se pierden en el tiempo. Sin embargo, los rumores parecen más verosímiles: el hombre, finalmente, se casó con la prometida y ambos habitaron secretamente el palacio del peñón. En secreto porque, para los estándares de la época, un hombre de mar de altísimo rango y conducta despreciable es indigno de desposar a una princesa.
La joven mujer no pudo convivir en paz con la ignominia de su esposo, por más que los episodios hayan sido enmascarados con el silencio. Y en un arrebato de cólera, lo lanzó de un empujón desde lo alto de la roca, pereciendo en las escarpadas costas de la bahía. Hasta allí los rumores. La leyenda no lo confirma. Aunque no sea fácil de comprender, también las leyendas suelen ser manipuladas en los intersticios de la trasmisión oral.
Respecto de la misteriosa habitante de la mansión, solo quedan los rumores de los ancianos. La leyenda en una narración de episodios insertos en un tiempo preciso. Nada dice sobre el destino de aquella mujer agobiada por las circunstancias. El sitio maldito del peñón se fue poblando de historias herméticas, que hablan de una princesa poseída por espíritus siniestros, o inoculada con el beneficio de la eternidad. En esa atmósfera inquietante fue que crecieron y vivieron aquellos ancianos, condicionados por los relatos y prejuicios de sus ancestros.
No hay una respuesta a la pregunta de quién vive en el palacio del peñón. Los fantasmas del pasado han llegado muy lejos. Acaso las luces y las músicas que susurran, sutiles, en el barrio bajo, sean engaños pergeñados por mentes sibilinas. Tal vez la silueta que asoma detrás del ventanal de la mansión sea una ilusión, una quimera. Puede que la casona incrustada en el peñón de los Náufragos tenga algún habitante secreto, que prefirió el misterio a la claridad y las certezas.
No hay que descartar nada. Tal vez la princesa rebelde haya conocido lo que los antiguos alquimistas pregonaron en sus trajinados laboratorios: el ansiado elemento que inmortalice a la especie. Y convive, en soledad, con el karma de la maldición que pesa sobre la bahía.
La superstición no solo es cosa de hombres de mar.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961). Periodista (UNLZ) y escritor. Entre sus obras se encuentran El fin del secreto (2003), Consumidos (2005), Mitos de Tierras Calientes (2007) y Sombra que fue y será (2011). En 2015 publicó Café de los Milagros, su primer volumen de relatos.
🌐 Web del autor: https://gabrielcocimano.wordpress.com/
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🖼️ Ilustración relato: Fotografía por 0fjd125gk87 / Pixabay [dominio público]
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 121 · marzo-abril de 2022
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