artículo por
Antonio García Francisco
E
s curioso que en lo que va de año, estamos a principios de marzo, me he encontrado varias veces con la misma historia, invención o leyenda, contada de similar manera en diferentes trabajos que han pasado por mis manos sobre la arquitectura románica, y es curioso porque ya la conocía de mi etapa de trabajador activo de finales del siglo XX y principios del XXI.
Cuenta el cuento al que me refiero que corría el siglo XII y se estaba construyendo la catedral de Chartres. Obreros de todos los oficios iban y venían atareados como un enjambre de abejas laboriosas: aquí descargaban las piedras de las carretas que llegaban en interminable hilera de la cantera; allí, los carpinteros se esmeraban con los troncos traídos de los montes cercanos; más allá, los peones fabricaban argamasa para colocar los sillares que trabajosamente labraban los innumerables canteros venidos en cuadrillas de todas partes. Cerca de ellos, otros estaban desbastando piedras, tallando primorosos capiteles y canecillos, midiendo y escuadrando… Parecía una muchedumbre que se movía sin orden ni concierto, pero por encima, rigiendo todas las idas y venidas, estaba el maestro constructor con la regla y el cordel, que llevaba en la mente y en los planos lo que se pretendía lograr.
Acertó a pasar por allí un mercader forastero que regresaba de sus negocios, y la curiosidad le encaminó a acercarse a un pequeño grupo formado por tres canteros. La afición a ver trabajar a los demás cuando uno no tiene ya nada que hacer no es cosa de los jubilados de nuestros días, pues ociosos siempre hubo y contemplar la actividad ajena es una de sus distracciones favoritas.
Era el mes de julio y aunque era media mañana el día se presentaba ya muy caluroso; el sol caía a plomo desde el cielo despejado sin una sola nube y los canteros trabajaban sudorosos y extenuados bajo un sombrajo de cañas.
Nuestro burgués, al cabo de unos minutos de observación, se atrevió a hacer una pregunta indiscreta. Se encaminó hacia al más cercano de los trabajadores que, maldiciendo y con el rostro contraído por el esfuerzo y la acritud, escuadraba con un hacha una piedra de regular tamaño.
—¿Qué está haciendo, buen hombre? —preguntó el ocioso paseante.
—Pues ya lo ve, ganarme la vida con este sol abrasador. Maldigo el día en que me hice cantero. ¡Ojalá hubiera aprendido el oficio de tejedor o de zapatero!
Nuestro protagonista camina unos pasos y se dirige al trabajador de al lado, quien después de golpear y dar forma a una piedra con el pico, la está apartando para hacer lo mismo con otra.
—¿Qué hace usted, buen hombre? —pregunta al esforzado trabajador.
Molesto por la presencia del fastidioso visitante, y malhumorado por el esfuerzo que está realizando desde el amanecer, contesta mientras se seca el sudor:
—¿Es que no lo ve? Estoy labrando sillares. Necesito dinero para mantenerme a mí y a mi familia y esto se me da bastante bien.
El viandante avanza un poco más y se coloca frente al tercer trabajador, quien está realizando una tarea similar a la de los dos anteriores. Acaba de abujardar una piedra y la está dando la vuelta con cuidado de que no se parta para iniciar el mismo proceso de tallado de otra.
—¿Qué está haciendo usted, buen hombre? —pregunta de nuevo el burgués.
El trabajador, sonriente y orgulloso, contesta de manera entusiasta:
—Estoy construyendo una catedral.
Los tres trabajadores estaban haciendo una tarea similar. Los tres cobraban la misma cantidad por piedra acabada y marcada. Una tarea que requiere el mismo esfuerzo y pericia por parte de los tres, pero que realizaban con una actitud muy diferente. El primero, como una maldición que le había caído encima; el segundo, con resignación para poder cobrar su jornal a la caída del día; el tercero, disfrutando de su trabajo con alegría y motivación.
Esta tercera respuesta se convierte para nosotros en un interrogante. ¡Un simple cantero, un diente más del gran engranaje, construyendo una catedral…! ¿Acaso esta sencilla frase no encierra un gran misterio, un misterio que sin darnos cuenta buscamos cuando contemplamos su obra ochocientos años más tarde, un misterio que nos concierne a todos porque a todos nos sobrecoge su catedral?
Esta narración (o cuento, o historia, o leyenda, o metáfora, o parábola…), esta ficción al fin y al cabo, nos tiene que hacer pensar y comprender el ideal de la Edad Media, de aquella época en la que las piedras hablaban, unas veces a gritos, otras veces susurrando, pero sin mordazas, sin parar de conversar con quien tuviera tiempo de pararse a escuchar su mensaje entonces y quien lo tenga hoy. ¡Ay, si supiéramos entender a las piedras…!
Hoy en día, esta enseñanza que los tres canteros brindaron al mirón medieval se sigue utilizando, mutatis mutandi, en el mundo de la empresa. Se la conoce como la teoría X, la teoría Y, ambas de Douglas McGregor, economista norteamericano que entre otros campos destacó en el de la administración de empresas, y la teoría Z de William Ouchi, también experto en gestión empresarial.
La primera, la teoría X, es la que representa el primer cantero: el trabajo es una maldición y por eso nuestro hombre, el trabajador, es pesimista, estático, rígido y con aversión al trabajo, al cual evitaría si fuera posible.
La segunda, la teoría Y, es la representada por el segundo: el trabajo es algo tan natural como el ocio y la diversión, se realiza porque hay que realizarlo y asume su tarea porque obtiene una compensación que le permite alcanzar otras satisfacciones.
La tercera, la teoría Z, postula que «si los trabajadores aprenden a amar a su compañía y desarrollan el sentimiento de pertenencia a la misma conseguirán aumentar su productividad». Ciertos son los toros diría más de un amigo mío: nuestro cantero ‘Z’ comprende su papel en la obra, conoce lo que está haciendo, se involucra y trabaja con alegría. Y así es como se consiguen resultados espectaculares.
Pero esto, evidentemente, es un cuento diferente que no es el que cuentan las piedras, pero que podrían contarlo si se lo preguntáramos porque, a fin de cuentas, lo conocen desde hace siglos, lo llevan en su interior porque se lo comunicaron en cada golpe de hacha, de cincel, de trinchante, de bujarda, y ellas saben del grado de satisfacción y orgullo que muchos canteros medievales sintieron al trabajarlas, verlas avanzar desde la cantera hasta su sitio en la obra y concluir la construcción de la catedral.
Y tener en cuenta que nuestra función, espectadores del siglo XXI que nos enfrentamos a un edificio medieval, no consiste en criticar unas formas aparentemente extrañas, apreciar su estilo figurativo u opinar sobre la mayor o menor pericia del artista/artesano. Tenemos algo mejor que hacer, tenemos que afanarnos en comprender que nos encontramos frente a unas formas y a unas imágenes que encarnan un ideal espiritual plasmado por el entusiasmo, la desidia o las necesidades del autor, y no podemos rechazar estos componentes tan necesarios sin desnaturalizar al hombre que hubo detrás de cada piedra.
Sin discutir acerca de lo más o menos realistamente, de lo bien o lo mal realizado que esté el trabajo, y mucho menos midiendo en parámetros actuales, hemos de meditar sobre el significado interno de lo que contemplamos, imaginar o soñar las motivaciones de quien lo llevó a cabo, el cómo y el porqué de lo que hizo para transmitir un significado fundamental al hombre de hoy, saber que era un hombre con ilusiones y anhelos, ya que así le otorgaremos la ocasión de expresar su verdad sin inmovilizarla en un dogma intelectual encorsetado en épocas, maestros, escuelas y talleres que solo atiende a resultados y no a personas.
Antonio García Francisco
Colmenar Viejo, marzo de 2024
🌟 Este artículo se publicó originalmente en la web Radio Cangas Reconquista (https://radiocangas.blogspot.com/), el 6 de marzo de 2024.
Antonio García Francisco fue el responsable de la sección de Humor de la Revista Almiar; las publicaciones de aquella época puedes verlas pulsando en este enlace.
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Ilustraciones: Fotografías por Antonio García Francisco. Portada por Pedro M. Martínez. © Derechos reservados
Revista Almiar • n.º 132 • enero-febrero de 2024 • 👨💻 PmmC • MARGEN CERO™
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